Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

sábado, 30 de octubre de 2010

52) El dios de los europeos

El dios de los europeos.

Manu Rodríguez. Desde Europa (21/10/10).


*


*El dios que recorre Europa. El dios ancestral que es nuestro Genio y nuestro Numen. Un dios que es nuestro orgullo. El único dios que podrá salvarnos.
Es un dios que pasa desapercibido en su propio hogar; su pueblo no le reconoce, no lo advierte, no lo ‘ve’. Es un dios soterrado desde antiguo, desde la cristianización; cuando fuimos privados de lo nuestro, de la conexión con nuestros antepasados y con nosotros mismos; cuando se nos expatrió o desarraigó espiritualmente.
Durante todo el período de dominio del dios de los cristianos (el ‘milenio’ cristiano) este dios nuestro no pudo aparecer ni operar; el ‘espíritu’ que nos animaba y que nos anima permaneció perseguido, prohibido, suprimido en lo posible; nuestro dios autóctono.
Este dios nuestro hay que volver a encontrarlo en nuestros inmediatos antepasados; ese ‘espíritu’. En la ciencia, en la política, en la filosofía, en el arte… En los pensadores y creadores que hicieron posible esta Europa actual nuestra; los Padres y las Madres de este nuevo período que ha venido a la luz aquí, en Europa. Generaciones enteras han hecho posible este renacer.
Un dios luminoso y purificador nos animaba, sí; un anhelo de justicia, de verdad, de luz, de libertad. Vencimos. El tenebroso dios judeo-cristiano fue dejado atrás; esa noche, ese absurdo, ese horror.
Pero a este dios nuestro apenas renacido le amenaza otro viejo dios, el dios de los musulmanes. Este dios amenazador es de la misma estirpe que aquel de los cristianos que nos atenazó durante tanto tiempo, y ya ha probado su poder en Europa. Es un dios codicioso, es un dios violento. Nos desea, desea a Europa. Desea que Europa caiga en sus manos.
Está, pues, amenazada Europa; están amenazados los europeos; está amenazado nuestro dios.
*Nuestro dios es un dios creador, plasmador. Es un dios cuya luz y cuya obra pulveriza a los dioses sombríos y destructivos.
No tiene nombre este dios nuestro; el dios que nos habita desde hace milenios. Está en las cuevas pintadas del paleolítico. Está en nuestras lenguas y culturas milenarias; en nuestros pueblos emparentados: en los germanos, en los celtas, en los eslavos, en los baltos, en los romanos, en los griegos; en los europeos de siempre. El dios que nos acompañaba antes, y el que nos acompaña ahora; el que nunca nos abandonó. Nuestro espíritu indestructible; nuestro genio, nuestro ser. El que siempre retorna, siempre vuelve; el que nunca se fue. Nuestro dios tutelar.
No queremos que este dios nuestro sea el dios de todos. Cada pueblo tiene su dios tutelar, su dios primordial. Hablo de pueblos definidos como el europeo, el chino, o el japonés (por citar los más conocidos). Estos pueblos tienen pasado y antepasados que les representan dignamente y de los cuales pueden sentirse orgullosos. Nada más lejos del dios europeo que el pretender privar a otros pueblos de sus ‘dioses’. Bien al contrario, se uniría a otros dioses (pueblos) para luchar contra aquellos que tal cosa hacen; contra los dioses/pueblos ofensivos y arrogantes.
¿Cómo no van a estar orgullosos los pueblos de su pasado, de hasta dónde han llegado? Los europeos, los chinos, los japoneses… entre muchos otros. Sus respectivas identidades; las muestras de su ser y de su hacer; su legado para toda la humanidad.
¡Ay, Europa, recuerda quién eres; enorgullécete, yérguete!
*Un pueblo es natura y cultura (fisis y nomos), y sus individuos o miembros son seres biosimbólicos. No cabe duda que los pueblos del paleolítico y del neolítico hablaron de sí y del mundo a través de sus dioses, a través de sus superestructuras simbólicas (de sus mundos lingüístico-culturales). Tantos pueblos tantos mundos simbólicos.
Hay que decir que con el concepto ‘pagano’ o ‘gentil’ usado por los cristianos, al igual que con el de ‘infieles’ usado por los musulmanes, o el de ‘paganismo’, usado por ambos para referirse a cualquier otra cultura, se escamotea el ser de los diferentes pueblos. Otros conceptos similares son ‘idolatría’ o ‘politeísmo’. Estos conceptos no son ni siquiera simplificadores; no quieren decir, en verdad, nada; son conceptos ‘vacios’. No denotan más que a los pueblos no-cristianos o no-musulmanes, y no dicen nada acerca de las respectivas culturas de estos. Son conceptos simplemente operativos, se usan para descalificar a cualquier otra cultura (a los ojos de los creyentes cristianos o musulmanes), y para legitimar y santificar su destrucción (en el nombre del dios de los cristianos o de los musulmanes).
Recuérdese el viejo concepto judío ‘goy’ (y ‘goyim’, plural) usado aún por estos para referirse al no-judío, y que es equivalente al de ‘pagano’ o ‘gentil’. El pueblo judío es el prototipo de este comportamiento excluyente y negativo hacia los otros pueblos que hoy no dudaríamos en denominar fascista o racista. Sus ‘hijos’, los cristianos y los musulmanes, lo heredaron.
Con estos conceptos se borran las diferencias esenciales entre los diversos pueblos y culturas. Ya no hay egipcios, o griegos, o persas, o chinos… No hay más que judíos y ‘goyim’, cristianos y paganos, o musulmanes e infieles. Los pueblos desaparecen; el árbol mismo de los pueblos y culturas del mundo es arrancado y arrojado a la muerte y al olvido.
Téngase en cuenta la índole corrosiva y destructiva de estos lenguajes, de estos discursos; y su alcance, hasta dónde quieren llegar –cada uno de estos discursos aspira más que a la supremacía mundial, aspira a la exclusividad.
De no ser por las ideologías religiosas universalistas, por los pueblos/dioses totalitarios, el árbol de los pueblos y culturas del mundo sería mucho más frondoso de lo que hoy es. Éste aparece a nuestra vista desmochado, deslucido, roto; y lo poco que de él queda, mezclado, confuso, revuelto, impuro.
Dioses/pueblos locos y codiciosos; maleducados, groseros, vanos, narcisistas, ignorantes. Hay pueblos así, hay individuos así, hay dioses así. El principio fundamental de estos es la total desconsideración del otro; al otro (pueblo o individuo) se le desupone saber, se le desupone ser... Dominados, e instruidos, desde hace siglos por estos dioses o principios universalistas y totalitarios, la mayor parte de los pueblos e individuos respondemos a este patrón de ‘negación del otro’. Analícense las áreas de dominio de estas religiones etnocéntricas universalistas (cristianismo, islamismo…) y su comportamiento (histórico) entre sí y con otras culturas. Las propias áreas cristianas o musulmanas están divididas y enfrentadas (el cristianismo se escinde y escinde desde la muerte de Jesús (las innumerables sectas), y esto incluye las guerras de religión cristianas que, afortunadamente, pasaron a la historia; los musulmanes están igualmente divididos y, estos sí, en guerra civil (fitna) desde la muerte de Mahoma). Vemos odio y hostilidad por doquier. Es una guerra permanente; dentro y fuera. Es un legado horrible el de estas tradiciones.
Estas ideologías, estos discursos; esos individuos, esos pueblos, esos dioses… merecen una dura crítica en su conjunto, y un gran rechazo. Merecen ser eliminados de nuestro horizonte, apartados de nuestras vidas. Por el daño irreparable que han causado, y causan, hasta hoy mismo, en todo el planeta. Apenas si hay pueblos que se hayan librado de sus garras. Una superación colectiva (los diversos pueblos y culturas) de este nefasto período, a corto, medio, o largo plazo, me parece lo más deseable para todos. La derrota de estos dioses, para ser efectiva, ha de ser universal –en cada individuo y en cada pueblo.
Algunos individuos pueden acometer la empresa de enfrentarse a estos dioses (parcialmente derrotados), y vencerlos –a título personal; reencontrar al ser simbólico ancestral, al dios autóctono renacido; renacer ellos mismos. Una purificación. Devenir espiritualmente sanos, libres, futuros; ejemplares, muestras.
A este respecto queda todo por hacer. Reeducar, reeducarnos. Comenzar de nuevo. Tenemos todo el futuro por delante.
*Nuestro dios es el esposo de Europa; el esposo único. Así como Europa es la esposa única de ese dios. Con todo lo que ello significa. Esta pareja tiene prole, somos nosotros, los europeos (seres biosimbólicos particulares). Europa es nuestra madre, el dios es nuestro padre.
Retomo esta canción encontrada en la recopilación de cuentos de Afanasiev, nº 265 (La patita blanca): “¡Ay mis hijitos del alma, / mis hijitos adorados!/ Esa vieja bruja, dañina serpiente, / que os a dado muerte, / pérfida serpiente, áspid venenoso/ es la que os ha dejado sin padre; / sin padre a vosotros y a mí sin esposo. / Luego convertidos en patitos blancos, / nos arrojó al agua de un raudo regato/ y ocupó mi sitio en mi propia casa…”. (Se puede leer también en ‘Desde Europa’, p. 122 –en otro contexto).
¿Quién puede dejarnos sin padre y a Europa sin esposo? En el pasado fue el dios de los cristianos el que nos dejó sin padre y usurpó su lugar (de padre y esposo de la comunidad o colectividad). A su vez la ‘ecclesia’ tomo el lugar de madre, de esposa; la comunidad de creyentes cristianos usurpó el lugar que les correspondía a las comunidades ancestrales. Tuvimos madrastra y padrastro.
(Dicho sea de paso, cuando el budismo niega ‘el lugar del padre’ (del dios) no lo hace sino para ocupar su lugar; usurpando también. Ahora es el ‘buda’ –y sus sacerdotes, sus representantes en la tierra- lo divino, el ‘dios’; lo que ha de ser venerado y adorado. El caso budista no es más que una muestra entre otras de la astucia sacerdotal; de sus estrategias de dominio y de su falta total de escrúpulos, de su indecente y repugnante voluntad de poder.)
Volviendo a lo que nos ocupa, el mismo caso que tuvimos ayer con los cristianos y su dios, lo tenemos hoy con el dios de los musulmanes y su comunidad de creyentes (la ‘umma’). Este nuevo padrastro y esta nueva madrastra compiten con los antiguos, con los cristianos (con la ‘ecclesia’ y con su dios). Advertida la debilidad actual de estos, la ‘umma’ y su dios estiman fácil la conquista de Europa. Piensan que Europa es la ‘ecclesia’, y que el dios de los cristianos es el dios de los europeos. Con estos pretendientes, ya viejos y ya rechazados en anteriores ocasiones, se vuelve a ignorar a la Europa europea y a su dios.
No ha de perderse de vista que con este ‘juego de lenguaje’, al igual que con los conceptos ‘pagano’ o ‘infiel’, desaparece nuestro ser europeo ancestral y autóctono. Se trata de la Europa cristiana o la Europa musulmana; importa bien poco nuestro ser. El sustrato europeo, el ser autóctono, no importa para nada. Somos ya un pueblo alienado; ésta es la lección. Como si nunca hubiéramos sido. Se da por hecho nuestra inexistencia, nuestra extinción, esto es, la extinción de las culturas autóctonas (la erradicación del ‘paganismo’, labor que se supone ya realizada por la primitiva cristianización o las algo más tardías islamizaciones).
Se repite la historia. Vuelve a estar en entredicho nuestro ser, nuestro ser europeo. Experimentamos cada día el comportamiento absurdo, grosero, y violento de la ‘umma’ hacia nosotros, sus anfitriones; aquí, en nuestra propia casa. Como antaño el de los cristianos. ¿Conseguirán de nuevo reducirnos, soterrarnos, arrojarnos al agua de un raudo regato, acabar con nosotros, hacernos desaparecer?
Dada las características de esta nueva amenaza, con relación a aquella primera cristiana (al componente ideológico-cultural se añade el componente demográfico), si esta vez volvieran a conseguirlo sería nuestro último crepúsculo. No habría renacimiento posible, no habría otra aurora para nuestro pueblo. El sustrato étnico y cultural de nuestra amada Europa cambiaría irreversiblemente. Nos convertiríamos con el tiempo en una exigua minoría. Careceríamos de fuerza, de potencia, de número. Sería nuestro fin. Nos extinguiríamos en la naturaleza y en la cultura; desapareceríamos verdaderamente de la tierra y del cielo.
Sólo pido y espero que la respuesta de Europa (de los europeos, y de su dios) sea, en su momento, adecuada a la gravedad de la amenaza.
*
Hasta la próxima,
Manu




No hay comentarios:

Publicar un comentario