Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

72) La Europa de los pueblos. A propósito del reciente ‘Discurso de Berlín’ del Sr. Geert Wilders.

La Europa de los pueblos. A propósito del reciente ‘Discurso de Berlín’ del Sr. Geert Wilders.

Manu Rodríguez. Desde Europa (08/09/11).


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*El discurso de Berlín del Sr. Wilders apunta básicamente a dos problemas, el primero es el peligro de islamización de Europa, el segundo se refiere a la europeización de nuestro continente (y a los males que esto, supuestamente, conlleva). Podría pensarse que a más europeización tendríamos menos islamización; que la europeización podría ser un freno a la creciente islamización de nuestros pueblos, ciudades, y naciones. Pero no es este el pensamiento del Sr.Wilders. Me permitiré hacer algunas observaciones.
El Sr. Wilders considera que la culpa de lo que hoy nos sucede la tiene el gobierno central de Bruselas. No cabe duda que la política económica y la normativa concerniente a la emigración tienen su origen en el parlamento europeo. Es la clase política de los últimos treinta años la que nos ha metido en este atolladero, pero la solución no está en la disolución de ese parlamento y en una vuelta atrás, sino en la toma de ese parlamento mediante las urnas, mediante el voto democrático. Necesitamos una clase política nueva, éste es el caso; y está tendrá que ganarse a la población europea.
La vuelta al Estado-nación sería un retroceso, una regresión. Si no se está de acuerdo con las directrices económicas, u otras, que parten de Bruselas no queda sino un solo camino, repito, llegar democráticamente al parlamento de Bruselas y cambiar esas directrices. Y esto vale para todos los partidos nacionalistas de última hora.
Menos Europa, dice, y más Alemania, más Holanda, o más Dinamarca. ¿Cree el Sr. Wilders que el retorno a los Estados-nación solucionará los problemas económicos, políticos, o culturales que afectan a toda Europa? ¿Piensa que ese retorno resolverá el problema con los millones de musulmanes extranjeros que están destruyendo a la vieja Europa? No es Alemania u Holanda las que se desintegran; es Europa entera, la Europa nuestra, la Europa milenaria, la que corre el peligro de desaparecer (étnica y culturalmente).
La falta de solidaridad económica y la independencia legislativa que se preconizan nos conducirán a la falta de solidaridad política y militar. Debido al incremento de la población musulmana se perderán países. Los países con escasa población serán los primeros en caer: Bélgica, Dinamarca, Suecia, Noruega… incluso Holanda. ¿Que responderá el Sr. Wilders llegado el caso; les acusará de incompetentes o corruptos? ¿Dirá que se lo tienen merecido?
En las terribles circunstancias en las que ‘todos’ los pueblos de Europa nos encontramos, especialmente en lo concerniente al islam, lo que se nos predica es el ‘sálvese quien pueda’ (¡Este barco se hunde, salgamos de aquí!). Que cada cual resuelva el problema como mejor pueda. Me parece impropio de la talla de un hombre de Estado a nivel Europeo. Lo que ahora se precisa es unidad y solidaridad –en todos los ámbitos; un solo frente.
De tener éxito ese retorno al Estado-nación jugaría a favor de los musulmanes; a estos les interesa más una Europa fragmentada y desunida, con pequeños países aislados donde sea fácil superar su tasa de población, y donde no exista ninguna entidad supranacional que pueda acudir en su ayuda. Sociedades débiles, inermes, accesibles; sociedades pusilánimes fáciles de intimidar, y fáciles de conquistar. Será el principio del fin. Por lo demás, la libanización de algunos pueblos y ciudades europeas ya es un hecho (como todos sabemos).
Estos musulmanes extranjeros no van a respetar la idea que acerca de Europa tengamos los europeos, o el amor que le profesemos; ni mucho menos van a respetar a nuestros países (la idea de Francia, de España, de Alemania…), los cuartearan según las zonas de poder de los nuevos señores. Europa quedará en manos de asiáticos y africanos. Los viejos contornos desaparecerán. Tendremos una nueva geografía territorial; nuevas líneas divisorias. Volveremos a probar la violencia del amo. Viviremos bajo déspotas, y en minoría. Al final no quedará ni siquiera memoria de nosotros; será la memoria de la ‘umma’ la que circule. Seremos borrados del árbol de la vida. Con el tiempo acabaremos extinguiéndonos en la tierra y en el cielo, como si nunca hubiésemos sido.
Ahora tenemos que ser más europeos que nunca. Europeos de mente y de corazón.
Lo que se requiere en estos momentos es una suerte de ‘partido identitario europeo’ que vele por todos y cada uno de nuestros países en lo tocante a la islamización de nuestro amado continente. Necesitamos resolver cuanto antes el problema de esos millones de musulmanes extranjeros que nos están empobreciendo y aniquilando. Repugna el comportamiento grosero y arrogante de esta sombría ‘umma’ en nuestra propia casa (con sus insultantes amenazas de conquista); y la pasividad de nuestros gobernantes. Tarde o temprano nos convenceremos que su expulsión es la única salida.
*A la Europa de los Estados-nación se le puede oponer la Europa de los pueblos, me refiero a los pueblos germánicos, eslavos, celtas, baltos, latinos, helenos; a los fineses, húngaros, estonios y lapones. Pueblos indoeuropeos y no indoeuropeos (lingüísticamente hablando).
¿Por qué no Europa como patria? Ningún país europeo puede, por sí mismo, dar cuenta de lo que significa Europa. Europa es Homero, Píndaro, Pitágoras, Heráclito, Demócrito, Solón, Pericles, Demóstenes, Aristóteles, Arquímedes, Euclides… Horacio, Ovidio, Virgilio… Dante, Petrarca, Bocaccio, Marsilio de Padua… Las innumerables figuras del Renacimiento. Copérnico, Kepler, Galileo, Descartes, Leibniz, Newton… Bach, Rembrandt, Vermeer, Shakespeare, Cervantes, Velázquez, Goya… Kant, Euler, Gauss… Goethe, Beethoven… Darwin, Mendeleiev… Pushkin, Gogol, Dostoievski, Chejov… Esta escueta lista no da ni remotamente cuenta de las cientos, las miles de figuras, de Patriarcas, de Manes, de antepasados gloriosos de aquí y de allá. Músicos, pintores, poetas, arquitectos, estadistas, juristas, filósofos, físicos, matemáticos, biólogos… Sin olvidar las innumerables costumbres y tradiciones populares (la cultura del cerdo y la cultura del vino, entre otras). Todos los pueblos europeos han contribuido a hacer de Europa lo que aún hoy es. Y ésa es nuestra patria, nuestra morada espiritual. No España, Holanda, Francia, o Rusia. Esta Europa es como una atmósfera que nos contiene y nos envuelve a todos. Nacemos espiritualmente en esa Europa. Es nuestra herencia más preciada.
Desde hace milenios nuestra gente nace en Europa. Es nuestro hogar ancestral, y compartimos una memoria ancestral ligada a esta tierra. Nuestros Patriarcas no son Abraham, Noé, o Mahoma, y nuestra tierra sagrada o lugares santos no se encuentran en Israel o en Arabia. Llevamos milenios entretejiendo nuestras vidas con estos ríos, con estos bosques, con estas montañas… Sea sagrada nuestra tierra, Europa. Sean sagrados textos como la Ilíada, la Eneida, el Mabinogion, o los Eddas. Sea sagrada nuestra cultura en su conjunto –desde el paleolítico, desde las cuevas pintadas, pues ahí también se encuentran nuestros antepasados. Sea sagrada nuestra historia.
Hay que recordarles a los pueblos europeos su común herencia simbólica y su común identidad (étnica y lingüístico-cultural). A esto le llamo yo la re-europeización de Europa. Se trata de la recuperación de nuestras genuinas raíces, que es también la recuperación de la dignidad. Un pueblo privado de su cultura ancestral y del nexo con sus verdaderos antepasados es un pueblo privado de su dignidad.
El Sr. Wilders no es el único en mencionar las raíces judeo-cristianas de Europa, pero ese slogan reiterativo en boca de muchos de nuestros políticos e intelectuales es un insulto a los europeos. Es ignorar a griegos, romanos, germanos, celtas, eslavos… Dicha tradición es tan extraña a nuestro genio y a nuestra tierra como el islam. Digamos que estas dos tradiciones culturales extranjeras se disputan nuestras mentes y nuestros corazones. Pero no se trata de elegir entre una Europa judeo-cristiana y una Europa musulmana, sino de establecer de una vez por todas una Europa europea.
Las llamadas raíces cristianas de Europa son raíces espurias. Un injerto que no ha salido bien; que ha sido rechazado. Y el milenio cristiano (sus siglos de poder) que padecieron nuestros antepasados fue un periodo tenebroso y sangriento; fue un invierno supremo (‘fimbulvetr'). Los europeos que hoy defienden tales raíces no pueden hacerlo más que desde la ignorancia, o desde el interés. El estatus socio-cultural y socio-político que hoy vivimos no se consiguió gracias al cristianismo sino a su pesar (a pesar de su oposición; contra su voluntad).
Hacer derivar la libertad de expresión, los derechos humanos, o la democracia, de la tradición judeo-cristiana vale tanto que como hacerlas derivar del islam. Nada le debemos a estas tradiciones, no tenemos ninguna deuda con ellos. Más bien ellos la tienen con nosotros, pues en su momento destruyeron todas nuestras culturas autóctonas.
Cuando en el discurso del Sr. Wilders se hace alusión a la desaparición de antiguas culturas llevada a cabo por el islam en su área de dominio, se debería también hacer alusión a la cristianización de Europa y a la destrucción de las culturas autóctonas de griegos, romanos, celtas, germanos, eslavos, baltos y demás. Lo que tememos hoy con el avance del islam en nuestras tierras, la pérdida de nuestras identidades culturales, ya lo vivimos cuando la cristianización. Aquello fue una alienación cultural, una privación de nuestras genuinas raíces culturales. Y fue cruenta y despiadada, e incluyó la destrucción de innumerables documentos y monumentos; allí se nos privó de la memoria propia, y se insultó gravemente a nuestros antepasados... Pero hoy será mucho peor, pues no sólo perderemos nuestras culturas, perderemos también nuestra tierra.
No deberíamos olvidar al dios del antiguo testamento, el dios de los ejércitos, tan inquietantemente parecido al dios de los musulmanes y usado como estandarte por todas las sectas cristianas durante sus periodos de expansión y dominio. El ‘amor al prójimo’ es tan instrumento de poder como ‘el islam es paz’. Son como la patita enharinada que asoma el lobo por debajo de la puerta.
La Biblia y el Corán son textos deliberadamente ambiguos, sirven tanto para la guerra como para la paz. La abrogación coránica es una fábula, o es innecesaria. Ni los pasajes finales violentos abrogan los del principio, relativamente pacíficos, ni el mensaje de paz del nuevo testamento abroga la violencia del antiguo. Pues no se trata de eso. Los clérigos cristianos y musulmanes saben extraer en cada momento de sus libros ‘sagrados’ los pasajes que necesitan para enfurecer o apaciguar a sus seguidores; pasajes para el odio y para el amor. Cuando se requiera se usarán los pasajes para incitar a sus creyentes el odio o la persecución del otro (judío, cristiano, musulmán, pagano o infiel), o para legitimar la represión, la guerra, y la violencia, o para promover el diálogo pacífico con otras creencias y culturas. Los musulmanes usan los pasajes pacíficos en estado de debilidad, cuando son minoría y quieren ser aceptados por un entorno que desconfía de ellos (y con razón); cuando el momento les es propicio usan los pasajes violentos. Y de la misma manera se comportaron los cristianos en Roma, hasta que alcanzaron el poder. Lo que podemos decir del islamismo podemos decirlo también del cristianismo, son el mismo mal; a la historia me remito. Consúltense las fuentes cristianas desde su irrupción en Europa; sus discursos, sus sermones, su retórica a lo largo de los siglos aquí y allá en las más variadas circunstancias.
Cristianos y musulmanes tienen dominado casi el planeta entero. Lo tienen dividido y enfrentado. Es una locura. Lo que tenemos con unos y con otros es un pan-judaísmo y un pan-arabismo (tan semejante éste al pan-germanismo nazi) mutuamente excluyentes. Unos y otros tienen la desfachatez de conceptualizar los tiempos pre-cristianos o pre-islámicos de los diversos pueblos como era de las tinieblas y del pecado, o era de la ignorancia. Ellos son los salvadores, y vienen a librarnos del pecado o de la ignorancia. Mienten repugnantemente ambos, pues no buscan sino nuestra destrucción, la destrucción de nuestra memoria ancestral, de nuestro ser ancestral. Se trata de la destrucción de nuestros cielos, y la imposición de los suyos. La estrategia consiste en arrojar nuestros mundos de nuestras cabezas para poder colocar los suyos. Son unos cucos. Estamos ante impostores y usurpadores; ante embaucadores. Los pueblos cristianizados o islamizados del planeta tienen a los antepasados, la historia, o la misma tierra de Israel (Jerusalén) o la de Arabia ya islámica (La Meca) como sagrados, ignorando o menospreciando de todo punto a sus propios antepasados, a sus propias tradiciones y a su propia tierra (a modo de ejemplo, los salafistas de cualquier lugar (de Indonesia a Marruecos) no van más allá de los tiempos de Mahoma). Y esto sucede en Europa, en Asia, en África, en las Américas… En todas partes. Es una alienación espiritual y cultural a gran escala. Ambas tradiciones (la cristiana y la musulmana) tienen a su cuenta la destrucción o la desfiguración de innumerables culturas. Es un genocidio cultural a escala planetaria; multitud de pueblos y culturas arrancados del árbol de los pueblos y culturas del mundo y arrojados a la muerte y al olvido, como si nunca hubiesen sido. Miles de años de historias, de palabras, de vida. El pasado de los pueblos y el nexo con sus verdaderos antepasados negado, tachado, ocultado, desfigurado, roto. Y ambas tradiciones quedan impunes hasta ahora de semejante crimen.
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Hasta la próxima,
Manu

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