Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

84) Carta abierta al Sr. Jaume Farrerons. A propósito del panteón de Zeus

Carta abierta al Sr. Jaume Farrerons. A propósito del panteón de Zeus. (http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/)

Manu Rodríguez. Desde Europa (12/12/12).

                                                                *

*Con un poco de retraso me gustaría hacerle algunas observaciones a su post del 30 de marzo del 2012 (La destrucción de Israel). Vaya por delante que no hace mucho que conozco su blog, que me ha sorprendido y que estoy de acuerdo con el conjunto de sus críticas, propuestas y demás. Me ha proporcionado información, bibliografía, y me ha permitido corregir ciertos errores de adjetivación (en buena hora). En fin, le estoy agradecido.
Las observaciones a que me refiero tienen como motivo esta frase del citado post: “Europa porta en su interior unos valores que no la obligan a elegir entre el obsoleto panteón de Zeus y el teodéspota (sic) de Jerusalén.”
Es más que probable que comparta con usted buena parte si no la totalidad de esos valores, pero a mi manera de ver no se trata de elegir entre el Zeus olímpico y el Iahvé hebreo. Se trata de elegir entre lo propio y lo ajeno. Por lo demás ese Zeus forma parte de nuestro origen, el origen de nuestros pueblos indoeuropeos; es el ‘dyaus’ de los aryas védicos, es el ‘siu’ de los hititas, es el ‘ju-piter’ de los romanos, es el ‘tyr’ de los germanos… Denotaba, simplemente, el ‘cielo’ (que forma parte de la tétrada heideggeriana). Añado que sin ese Zeus de los helenos (y su ‘panteón’), serían poco menos que inexplicables Homero, Esquilo, Sófocles o Heráclito; por no decir la entera cultura griega.
El ‘obsoleto panteón de Zeus’… Ya en tiempos pre-socráticos podemos advertir este menosprecio a una parte fundamental de nuestra cultura: en las caprichosas y superfluas teogonías y cosmogonías paralelas de Epicarmo y Ferécides, que rivalizaban con las tradiciones recogidas y transmitidas por Homero y Hesíodo y confundían al pueblo; en pitagóricos y pseudo-órficos con sus almas individuales y sus propuestas religiosas (religantes, culturales) de salvación ‘personal’ –individualistas, y ‘universales’–, que escindían al pueblo, y que terminaron, como bien dice en otro lugar, influyendo en Platón; en ciertos filósofos (Jenófanes)… Finalmente, en tiempos post-socráticos, que coinciden con el período alejandrino –culturalmente caótico, cosmopolita–, circularon las éticas filosóficas de cínicos, estoicos y epicúreos, ya plenamente individualistas y universalistas (transnacionales, apátridas, para ‘todos’ los hombres) y tan acordes con la descomposición cultural de la época. Considero que fue un grave error este descuido, este menosprecio que digo por parte de la ‘intelligentsia’ helena; con  ello, como dijera Nietzsche, el pueblo griego perdía su derecho al ‘dios autóctono’. Esta ‘intelligentsia’ tendría que haber tenido a su cuidado este legado autóctono y ancestral.
Esta actitud precisamente terminó debilitando la firmeza y seguridad que el pueblo tenía en sus propias tradiciones culturales (religantes, sim-bólicas). Esas tradiciones, esos ‘mundos’, formaban parte de la memoria colectiva ancestral de nuestros pueblos, y  ésta resultó devastada, desertizada, anihilada por nuestros propios filósofos y pensadores. Estos fueron de alguna manera los responsables de aquella gran derrota, de aquella debacle, de aquella alienación que supuso la pérdida de nuestras culturas cuando la cristianización. Descuidaron su deber –no sólo la instrucción del pueblo, sino el cuido y la defensa de nuestras tradiciones (de nuestros mundos) frente a otros. Nuestros pueblos perdieron sus bienes culturales, o lo vieron mancillado, minusvalorado, o ridiculizado por sus propios congéneres.
La cosa no mejoró cuando Roma, pues las escuelas ya citadas de estoicos y epicúreos dominaban por doquier en el Imperio, y las palabras de Catón, o de Cicerón no pudieron evitar esta disolución, esta desintegración de las bases culturales simbólicas  (colectivas) de griegos y romanos.
La entrada de sectas judías, caldeas, egipcias, persas… se encontró con un pueblo desorientado, descuidado, abandonado, sin guía, y con sus tradiciones menospreciadas por las clases ‘ilustradas’. Allí hicieron presa los predicadores de estas sectas. No es sólo Platón, no es sólo el cristianismo. Fueron siglos de incuria y de burla los que pusieron a nuestros pueblos en manos  de estos predicadores de divinidades extranjeras.
El mismo razonamiento podemos hacer con las tradiciones de germanos, celtas, eslavos y demás. Estos parece que se contagiaron de la actitud general que tenían griegos y romanos con sus propias culturas; no las valoraban en absoluto. Los valores, parece, estaban en otro lugar: en el poder económico y militar, o en las religiones de salvación ‘personal’ que venían de fuera. Esto, por otra parte, denotaba  la desintegración, la descomposición ya previa de estos pueblos.
Nadie obligó a cristianizarse a godos, longobardos, burgundios y francos a no ser su codicia de poder y su voluntad de apropiarse de los restos del Imperio adoptando sin reflexión ni discusión las bases ‘ideológicas’ de éste, ya plenamente cristianas en el siglo V (el siglo de las expansiones germánicas). No fue éste el caso de la cristianización forzosa, siglos más tarde, de sajones y frisones (por Carlomagno), o la que desde lo alto (los monarcas) se hiciera de noruegos, por ejemplo (Olaf el ‘santo’) y eslavos (Vladimir el ‘santo’ también). Los germanos podrían haber sido los liberadores de Europa, pero pusieron sus armas al servicio de una fe y de una ‘ecclesia’ (comunidad sacerdotal) extranjera. Esta actitud dice bien a las claras cuan indiferentes fueron a sus propias tradiciones. Fue una traición. Otra hubiera sido nuestra historia si se hubieran mantenido fieles al legado cultural de sus antepasados.
Usando el lenguaje mítico de los germanos. Ahí fue el Ragnarök, y el comienzo del invierno supremo: el milenio cristiano –el triunfo de Surt. Previamente había sido muerto Balder. Entre la ceguera y la maldad perdimos a Europa, entre los Holder y los Loki. Sólo queda el retorno de Balder, de ese espíritu.
Romper esos vínculos sagrados trajo lo que trajo. Y desde la ominosa cristianización de nuestros pueblos padecemos esta alienación cultural y espiritual que tanto nos afecta; esta deriva, esta errancia, este vagabundeo.
No son cosa baladí ese Zeus, ese Júpiter, ese Lug, ese Odín… Eran la clave, el nexo, los símbolos supremos que unían a aquellos pueblos; con los cuales celtas, germanos, romanos, o griegos se identificaban unos a otros (era una identidad, indicaba una diferencia y una pertenencia).
Hay tantos valores (tanta pedagogía) en estos mundos poético-míticos como en la filosofía de Heráclito o Parménides, o la de Nietzsche y Heidegger. En ambos mundos tenemos el espíritu épico y heroico, el culto a la verdad, a la honestidad, a la pureza… el respeto a los mayores, a los Padres; el velar por los futuros… Ambos mundos nos son indispensables. Y no olvidemos la tétrada heideggeriana ya citada, que tiene que ver, en mi opinión, con esto que digo. El mundo, nuestro mundo, es tierra  y cielo, mortales e inmortales.
Se trata de recuperar el espíritu y la letra de nuestras culturas pre-cristianas. Sin exclusiones, y sin preferencias (no procede esto sí, aquello no). Y no precisamente para repetirlas. Recuperarlas significa volver a albergarlas en nuestras mentes y corazones; y no abandonarlas nunca más, no volver a errar. Fue el origen, el grandioso origen (recordemos de nuevo a Heidegger al respecto). Rememorar, repetir el origen; de esto se trata. Renacer.
Podemos recordar cuando la recuperación poética del mundo greco-latino desde el temprano Renacimiento (Petrarca y Bocaccio) y que perduró hasta los post-ilustrados y románticos –el ‘olímpico’ Goethe, Hölderlin (éste, tan buen lector de Píndaro).
*Añadiré algunas observaciones a otros post (los relacionados con la cultura germánica (enero, 2009 y enero, 2011)).  Lo de identificar el vedismo aryo con la religión originaria de los pueblos indoeuropeos dejó de hacerse definitivamente allá por los años veinte del siglo pasado (no sé qué libro ha leído al respecto). Con todo, el mundo védico es un mundo indoeuropeo puro. No se encontrará en los Vedas nada de lo que constituye la aportación de los sacerdotes en épocas posteriores (reencarnación, salvación personal, vegetarianismo, o las mismas castas…) y que se pueden encontrar en los Upanishades, Brahmanas, y Aranyakas (que coinciden en el tiempo con el siglo de Homero y posteriores).
Hay en el hinduismo post-védico una subversión sacerdotal que afecta incluso a los mitemas. El más conocido es el combate de Indra con Vritra. Éste, que representa en el periodo védico todo lo monstruoso y contrario al espíritu arya védico (épico-heroico), es convertido en el periodo brahmánico en un sacerdote, e Indra (el héroe y el dios) es poco menos que demonizado. Algo similar tenemos en la subversión sacerdotal irania con Zarathushtra, allí Indra pasa a formar parte de los entes malignos. Indra es el equivalente de Heracles y de Thor. Las únicas dos tradiciones que sobreviven (por decirlo así) del ámbito indoeuropeo o arya primitivo están mermadas, transformadas,  y manipuladas por sacerdotes.
En los Vedas encontramos también el magno concepto ‘Rt’ o (‘rta’), que se suele traducir por ‘orden’ y se le equipara con  el término ‘logos’ (o con el término ‘dao’ chino). Otro aspecto importante  es la identidad o igualdad entre el concepto ‘verdad’ y el verbo ser (‘sat’): el ser es verdad, el no-ser es mentira (‘sat’ y ‘asat’ respectivamente).
A mi manera de ver, la lengua védica (el mundo védico), muy afín a la griega, está por profundizar en el sentido filosófico heideggeriano.  No sé si en la India se ha traducido a Heidegger, pero su difusión y estudio les podría devolver a los tiempos védicos pre-hinduistas, fuera del mundo sacerdotal hinduista, brahmánico o budista.
En otro orden de cosas, me sorprende la introducción de Heidegger entre los musulmanes. Heidegger podría destruir el islam. El ámbito islámico (la umma) son pueblos alienados, privados de sus culturas ancestrales (desde Marruecos a Indonesia); la pureza (u orígenes) que podrían encontrar estos pueblos es una pureza (y unos orígenes) espurios (estrictamente árabes, para ser exactos). Es lo que encuentran los salafistas, que no van más allá del tiempo de Mahoma y los primeros califas –en detrimento de sus propias tradiciones pre-musulmanas (fueran estas las que fueren –las culturas egipcia, fenicia, o irania pre-islámicas no son poca cosa). Es un caso similar a la cristianización de los pueblos europeos, que nos retrotrae a orígenes igualmente espurios  –hebreos. Me parece que los musulmanes no saben lo que hacen (¿o sí?). (¿Buscan los pueblos islamizados liberarse de la alienación islámica?).
*El mundo post-mortem tiene que ver, (y no sólo) en las culturas indoeuropeas, con la memoria colectiva de los pueblos. Es un ‘espacio’ que alberga a los dioses, pero también a los Padres, a los antepasados todos, sin distinción. Esto puede verse en el mundo hitita, en el arya védico (con Yama, hermano de Manu, y el primer mortal), en el mundo celta (recuerde el Halloween originario), o en el mundo romano (los Manes). Guardar memoria, e incluso rendir culto a las ausentes, a los idos, formaba parte de la educación y la moral de nuestros antepasados, y era un signo de distinción y nobleza frente a otros pueblos. Los Patricios eran aquellos que tenían Padres (que guardaban memoria de los Padres), en el sentido ya dicho. Digamos que esta memoria formaba parte del ‘ser’ de nuestros antepasados indoeuropeos.
El olvido o la pérdida de estos ‘espacios’ tiene (tuvo) malas consecuencias. Justamente los predicadores cristianos o musulmanes advirtieron está pérdida o deterioro  del ser, esta amputación  simbólica en los pueblos, y por ello predicaron (y predican) los suyos. La pérdida o la caída o el olvido de estos espacios deja a los pueblos huérfanos o incompletos. Éste era el panorama que se encontraron los apóstoles cristianos en el ámbito del Imperio romano: pueblos abandonados a su suerte, e incompletos, vacios. Encontraron el terreno adecuado para diseminar sus mundos. Encontraron pueblos sin ‘ser’, sin memoria, sin identidad; pueblos ya aculturizados (por sus propios congéneres). La inculturación cristiana, o la posterior musulmana, les permitía a estos pueblos completar su ser simbólico, siquiera fuera de manera espuria, como he dicho.
Esto que anoto tiene su correlato, su repetición, en nuestro mundo europeo, y Occidental, contemporáneo. Son circunstancias similares. Se repite el deterioro cultural, y vuelven las mismas ‘ofertas’ religioso-culturales… los sempiternos impostores, los usurpadores. No sólo los sacerdotales: los cristianos y el ‘pueblo’ de dios (del dios hebreo) carente de patria (pero con Israel como tierra sagrada); la ‘umma’, la ‘nación’ musulmana, también apátrida (pero con sede en La Meca, Arabia). También los políticos o filosóficos: desde el universalismo democrático, hasta el internacionalismo proletario (Marx: ‘los trabajadores o proletarios carecen de patria’), pasando por los sociólogos cosmopolitas como Adorno o Marcuse, o Derrida, que predica la filosofía, y al filósofo, como cosmopolitas y apátridas. Es de nuevo la misma canción, y la misma seducción; el mismo señuelo, la misma trampa. ¿Es casualidad el que sean mayoritariamente ideologías semitas (judías o árabes; religiosas, políticas, o filosóficas) las que de nuevo tratan de que nos ignoremos a nosotros mismos, de que de nuevo arrojemos al olvido nuestro ser?
Hay que decir que en este nuevo deterioro cultural (los últimos doscientos años) tienen mucho que ver los ideólogos y pensadores judíos. La naciones, culturas o tradiciones como obstáculos para la liberación (económica, política o sexual): Marx, Freud, Marcuse... Sin que nos falten los vanos y estultos ‘conversos’ europeos de esta nueva predicación soteriológica –de liberación o salvación.
Dicho sea de paso, la democracia no tiene por qué ser universal (para todos los hombres o pueblos). Tiene un origen étnico en Grecia y responde a determinadas circunstancias (evitar las tiranías). Los pueblos germanos conocieron el ‘alting’ (la asamblea general, la cosa de todos). Tenemos que reconsiderar la etnicidad o autoctonía de estas tradiciones socio-políticas y no imponérselas o exigírselas a otras comunidades o tradiciones. Dejemos a los pueblos en paz; dejémosles estar, dejémosles ser.
La recuperación de nuestros pueblos tiene que pasar por la recuperación de nuestros mundos (tierra y cielo; mortales e inmortales) pre-cristianos. Se recuperará la identidad completa, y se alcanzará la completitud, la plenitud, el ser, pero también el orgullo y la dignidad de ser lo que fuimos, lo que somos, y lo que seremos (nuestros herederos). Aquí hay voluntad de futuro. Es la conciencia del ser propio, de nuestro ser ancestral y autóctono. Y es  esta conciencia la que debemos legar a los futuros, a los que han de venir. Es lo que nunca debimos (ni debemos) abandonar. Perder esta memoria, estos ‘espacios’, es perder el ser, dejar de ser.
¿Cuántos pueblos han dejado de ser? Nosotros mismos estamos a punto de (volver a) dejar de ser. Rodeados como estamos por predicadores de mundos extraños que perciben nuestra incompletitud, nuestra falta, nuestra errancia; nuestros mundos destruidos, arrasados, devastados; nuestro desierto, nuestro nihilismo, nuestra nada. Condiciones optimas para volver a caer en manos de otros; para volver a caer en el olvido.
No se niega la muerte, no se busca consuelo. Queda tan sólo la conciencia de que nuestro paso por este mundo quedará en la memoria de nuestros descendientes. Que se nos tendrá en cuenta, que no caeremos en el olvido. Que formaremos parte, en la memoria de los nuestros, de su ser.
No sólo, pues, los valores filosóficos, económicos, políticos, sociales, o nacionales (la comunidad nacional, la patria (Europa); el pueblo, nuestro pueblo). Hacen falta otras ruedas, otros motores, otras hélices para partir, para alzar el vuelo. Es el pasado, es el presente, y es el futuro. Es la tierra, sí, pero es también la cultura total de un pueblo desde sus orígenes –cultura que nos viene del espíritu creador, del genio de nuestros antepasados.
(La cultura de un  pueblo es su religión; es la cultura generada a través de las generaciones la que religa verdaderamente a un colectivo y le hace uno).
La revolución (el giro, la vuelta, el retorno) que anhelamos, y que viene, no puede descuidar estos aspectos que digo (el cielo, los inmortales). Piense que Nietzsche y Heidegger pertenecen ya al espacio de los Padres, de los Manes, de los antepasados; junto a Heráclito, Homero, Píndaro, Sófocles… Aristóteles, Cicerón, Virgilio, Horacio... Snorri Sturluson, Cervantes, Shakespeare, Bach, Goethe, Hölderlin… Ya en el espacio de los inmortales.
*Sr. Farrerons, no quiero molestarle más. Vuelvo a felicitarle por su blog. Un blog necesario como pocos. Permítame recomendarle que profundice sobre temas y estudios comparativos de tradiciones indoeuropeos (germánicas, celtas, romanas, eslavas, aryas védicas…). Georges Dumézil, que no vi citado en la bibliografía de los artículos sobre los antiguos germanos, es un autor fundamental en estas materias.
Saludos,
Manu

3 comentarios:

  1. Estimado Manu: Nuestro blog FILOSOFÍA CRÍTICA responderá a su amable carta, no lo dude. Sabemos de Dumézil, reconocemos su importancia, otra cosa es que no nos hayamos pronunciado todavía sobre su obra. Ya llegará el momento, Sólo recomendarle que no utilice el apelativo "antisemita", entre otras cuestiones, por las legales, que sólo podrán perjudicarle sin entrar en debate alguno, simplemente se precicipará usted en las despiadadas ruedecillas y resortes ciergos de la administración judicial. Pero además hay razones de peso para desligar el tema de los valores del tema de las razas o etnias. Estamos de acuerdo, usted y nosotros, en liberarnos de la herencia cultural monoteísta. ¿Atenas o Jerusalén? Atenas, por supuesto, NO OTRA ES NUESTRA CONSIGNA. Pero, con tiento. No es una propuesta racial, sino de valores. También los judíos deberían poder liberarse de Yahvé. Algunos ya lo han hecho y se cuentan entre los más valientes y agudos críticos del sionismo. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Esperamos poder responder a esta carta en breve plazo, estamos en ello. Saludos.

    ResponderEliminar
  3. http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/03/el-tribunal-de-estrasburgo-reconoce-que.html

    Saludos, Manu.

    ResponderEliminar