Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

domingo, 12 de mayo de 2013

89) Pensamientos aryas, pensamientos blancos (I)


Pensamientos aryas, pensamientos blancos (I).

Manu Rodríguez. Desde Europa (11/05/13).


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*El universalismo judeo-mesiánico, el democrático, o el socialista –sus ideales sociales y políticos– han terminado reduciendo a su mínima expresión nuestra identidad biosimbólica y nuestro orgullo étnico. La nación arya (los aryas conscientes de sí) es ahora un mínimo porcentaje de su población potencial (todos los pueblos blancos).
Los ideales trans-nacionales, trans-raciales, trans-culturales… que estas ideologías nos predican (más allá de los pueblos, de las razas, de las culturas…) y que son el alimento cotidiano en nuestras escuelas, en nuestros medios de comunicación, en nuestra cultura de masas, en nuestras universidades, y en nuestras calles, han logrado afectarnos al fin. Son cientos de años de lo mismo –téngase en cuenta que el judeo-mesianismo lleva diseminando su venenoso mensaje entre nosotros desde hace casi dos mil años. Los universalismos democrático y comunista son cosa de los últimos tiempos, pero no han venido sino a reforzar el viejo discurso. Son los mismos ideales.
Tales ideales (tales enseñanzas, tales mensajes omnipresentes), después de cientos de años, han logrado sus propósitos –transformar a lobos y osos en cabritos y corderos. Hemos devenido (nuestras poblaciones) criaturas débiles, inseguras, y pusilánimes.
Todo esto viene a cuento por ciertas noticias que nos vienen de Noruega y que han sido reseñadas en ‘Gates of Viena’ y comentadas por Kevin MacDonald en TOO en estos últimos días. Se trata de la situación en la que se encuentran los noruegos atrapados en barrios o zonas con un número elevado de población musulmana asiática y africana. El punto de partida es  un reportaje sobre las escuelas. Al parecer los alumnos noruegos (chicos y chicas) se encuentran en minoría y son constantemente  insultados  o agredidos por lo jóvenes alóctonos musulmanes. Este insultante estado de cosas no ha generado, al parecer, más que  estrategias individuales de supervivencia.
Hay que decir que esto no está sucediendo sólo en Noruega. También en Francia, en Alemania, en Inglaterra…. Está claro que estos extranjeros ni nos estiman, ni nos respetan, ni nos temen. En cualquiera de nuestras naciones no encuentran más que a individuos aislados e indefensos a los que se les puede insultar y agredir impunemente. Nadie saldrá en su defensa. No habrá respuesta, no habrá represalias.
¿A qué se debe la falta de respuesta, el silencio, la resignación…? No encontramos, a nivel individual (entre los casos que se citan),  ni valor, ni orgullo, ni pundonor. No hay nadie que les haga frente. Todos buscan la huida. Que esto les suceda a los descendientes de los fieros y orgullosos vikingos,  da que pensar.
Indefensión, debilidad, cobardía. Éste es el resultado de nuestra crianza e instrucción en los últimos cientos de años en manos de sacerdotes de divinidades extranjeras y sus credos universalistas y altruistas. Ésta espantosa transformación.
Tiene razón MacDonald en aludir al individualismo, a la atomización de nuestras sociedades blancas en lo que concierne a la indefensión y a la falta de ayuda en la que se encuentran los blancos agredidos, intimidados, o violados por ‘grupos’ de extranjeros (musulmanes asiáticos y africanos, y otros). Pero tal individualismo y tal atomización son tan sólo síntomas. Síntomas de un pueblo destruido, aniquilado; de multitud de individuos desarraigados, dispersos, aislados, debilitados, perdidos.
Hay que reforzar, sí, la conciencia de grupo entre nosotros los blancos, en Europa y en la Magna Europa. Pero, ¿desde dónde; desde que bases o fundamentos? ¿Qué palabras, qué conceptos, qué espacio simbólico nos agrupará haciendo de nosotros uno, un ‘uno’?  ¿En qué terreno arraigaremos? ¿Cuál es el mejor terreno?
La conciencia de grupo ha de incluir raza y cultura, que es como decir cuerpo y alma. Llevamos tanto tiempo lejos de casa (desde la cristianización), y con vientos tan contrarios, que hemos perdido la ruta, el camino, la memoria. Tendremos que empezar desde el principio, tendremos que preguntarnos a nosotros mismos quiénes somos, de dónde venimos, y hacia dónde vamos. Tenemos que recuperar la memoria, nuestra memoria. Una auto-gnosis colectiva de los pueblos aryas.
Hay que partir de la multitud de razas y culturas; del árbol de los pueblos y culturas del mundo –que es también el árbol de la vida, el árbol más puro. Reconocer, afirmar esta multiplicidad genuina, pura, natural, verdadera; velarla, protegerla incluso. Tenerla por sagrada. En ese árbol nos encontramos, nos reconocemos.
Nosotros somos la rama arya o indoeuropea (término que atiende a nuestras lenguas y culturas emparentadas) de ese árbol eterno.
Lo primero es la conciencia de sí de un pueblo; que los individuos se sientan y se sepan miembros de un pueblo. Antes que nada tenemos que recuperar la conciencia arya, la memoria arya; la voz, la palabra, el ser ancestral y autóctono; las señas de identidad simbólicas, colectivas. Esto nos devolverá el orgullo, la dignidad, y el honor; el coraje moral, en suma. Auto-legitimación colectiva.
Cuando se insulta, se agrede, o se daña a un noruego (o a un alemán, o a un francés, o a un inglés…) se insulta o se agrede al pueblo arya. Se avasalla y se arrincona a la entera comunidad arya. Se humillan sus valores, su existencia, su ser. Son derrotas de nuestro pueblo.
Se trata, pues, de nuestra gente, de nuestras tierras, y de nuestras culturas. No consentiremos ni agravios, ni amenazas, ni agresiones dirigidas a los nuestros o a nuestras tradiciones pre-cristianas o contemporáneas. No quedarán impunes. No quedarán sin respuesta. Y será el mismo pueblo el que responderá. Tendremos multitud de voces aryas. Responderá el orgullo blanco, el orgullo arya.
*No nos valen estos discursos universalistas en los que desaparecemos los pueblos y las culturas. En este terreno, con tales fundamentos, solo es posible hablar en nombre de la ‘humanidad’ o del ‘hombre universal’.  En estos discursos no se reconoce ni siquiera nuestra existencia. Los pueblos, las razas, y las naciones han de ser transcendidos, superados, negados, extinguidos… a fin de alcanzar ese hombre nuevo y universal. Ésta es la eterna consigna universalista –la vieja, y la nueva– que nos ofrece nuestro enemigo. Su caballo de Troya. Su manzana envenenada. Su insidia, su falacia, su trampa, su mentira.
¿Acaso deberíamos esperar otra cosa del enemigo (la vieja bruja, la comunidad judía) que ‘manzanas envenenadas’? Tendríamos que desconfiar de todo lo que estos miserables nos ofrecen desde hace miles de años: cristianismo, marxismo, psicoanálisis…  Estas ‘producciones’ no tienen otra función que destruirnos –destruir nuestras culturas, nuestro status, nuestra confianza en nosotros mismos… Hacernos desaparecer, eliminarnos étnica y culturalmente.
Es una guerra milenaria y hasta el momento no conocemos sino pérdidas, derrotas. Con la cristianización de nuestros pueblos perdimos nuestras culturas autóctonas y ancestrales. Los modernos movimientos (marxismo, psicoanálisis, escuela de Frankfurt, post-estructuralismo) culminarán el proceso de destrucción iniciado por aquellos apóstoles de la gentilidad europea. Nada diferencia a los ‘pedros’ y ‘pablos’ del pasado de los Marx, Freud, Boas, Adorno, Marcuse… Derrida… del presente. La misma finalidad, la misma intención.  
*Los pueblos aryas contra las ideologías religiosas, económicas, políticas… de origen semita (judaísmo, judeo-mesianismo, islamismo, comunismo…). Contra los mayores difusores de estos credos universales cuya invención no tuvo, ni tiene, otra finalidad que la de diseminar la discordia y la disensión en el seno de un pueblo; y la de dividir y enfrentar a los diversos pueblos entre sí. Contra la intrincada red semita; contra la araña universal. Contra el universalismo, el totalitarismo; contra la homogeneización (judeo-mesiánica, musulmana, demócrata, o comunista) del planeta. Contra los destructores de pueblos y culturas. Ésta es la misión. Ésta es nuestra lucha (‘unser Kampf’).
Aquí tienes el dragón, aquí tienes la hidra. Los eternos enemigos de nuestro pueblo, de nuestro luminoso ser: Vritra, Tifón, Surt. Son los oscuros, los tenebrosos, los sombríos. Les haremos la guerra dondequiera que se encuentren. Hasta su extinción. Libraremos al planeta entero de esta ominosa  plaga.
En honor de la primera nación arya, del nacimiento de nuestra nación. En honor de su creador. “Ad maiorem Hitleri gloriam” (AMHG).
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Hasta la próxima,
Manu

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