Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 12 de junio de 2013

93) Sobre religión y cultura

Sobre religión y cultura. Dedicado al Sr. Jaume Farrerons.

Manu Rodríguez. Desde Europa (011/06/13).


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*“Sea Europa la causa de los europeos de las presentes y  futuras generaciones. Sea Europa nuestra tierra sagrada. Sea la cultura europea nuestra religión. Con éstas consignas venceremos”. Estas palabras constan en el frontis de más arriba. El lector que inicie la lectura de este post puede alzar un poco la vista y las verá. Coronan el blog.
Vaya por delante que considero un disparate el discutir la pertinencia o no de algunos aspectos de nuestras viejas culturas frente a la filas del enemigo. Promover debates tan nocivos para nuestra lucha. A estas alturas. Un sistema inmune enloquecido. Éste es el aspecto que ofrecen multitud de webs, blogs, y foros de los grupos nacionalistas o identitarios europeos. Discutiéndose, negándose unos a otros. Ni la menor ‘co-herencia’, ni la menor unidad. Pura diversión para el enemigo: los gentiles se pelean entre sí en la arena.
Todo esto mientras que el noventa por ciento de nuestros pequeños europeos sigue recibiendo una educación judeo-mesiánica que promueve el universalismo, el pacifismo, el altruismo… Cuando deberían estar recibiendo una educación arya inspirada en nuestros mitos o relatos históricos; una educación étnica, épico-heroica. Una moral de combate. Cabe imaginar la fuerza de una generación así instruida. (Véanse los textos de H. Stellrecht (“Fe y acción”, 1938) que César Tort incluye de vez en cuando en su blog (http://chechar.wordpress.com/).
No comprendo cómo desde nuestras filas no se acaba de reconocer que la reivindicación de los aspectos míticos o fabulosos de nuestras viejas culturas pre-cristianas tiene su importancia y su valor en nuestra lucha (y me atrevo a decir: de cualquier forma que se haga). Que es un aspecto esencial para acabar con ciertas debilidades,  carencias, y olvidos; para completar nuestro ser. Que es esencial tener en cuenta ese legado, esa herencia común. Que nos viene bien, que nos fortalece su rescate o recuperación. Que se trata de recuperar la memoria colectiva desde los tiempos más remotos; de recuperar el ser milenario nuestro; de llegar a ser lo que somos.
Tenemos que ser cada vez más indoeuropeos,  más aryas. Más dentro de nuestros mundos (de aquí y de allá; míticos, filosóficos, científicos, o políticos; pasados y presentes), más dentro de nuestro ser milenario. Encarnar. Ser el indoeuropeo de hoy, de ayer, y de mañana; el arya eterno.
*La palabra ‘religión’ es hermosa y fecunda.  La ‘re-ligión’ romana implicaba una re-ligación deliberada y voluntaria de los individuos con su propia tradición. Un hombre ‘re-ligioso’, en tiempos pre-cristianos (romanos), era un hombre doblemente ligado a sus propias tradiciones (el ‘mos maiorum’ romano); respetuoso con los Padres, con los antepasados, fiel…
El uso que de la palabra ‘religión’ comenzaron a hacer los sacerdotes cristianos pervirtió por completo su primitivo uso. Ahora la ‘religión’ (el acto de re-ligación) no se cumplía en el interior de la cultura romana, sino en la tradición judeo-mesiánica, extranjera, que se nos imponía. Ahora el hombre religioso era el seguidor fiel de dichas tradiciones extranjeras, y no el ciudadano romano fiel a sus tradiciones todas (en las que todo era poco menos que sagrado).
Tenemos, pues, en principio, dos usos del término ‘religión’. El uso romano primitivo, y el uso cristiano. Podemos añadir un tercer uso de éste término que tiene que ver con los dos usos ya citados. La cultura de un pueblo es su religión, digo. Y llamo cultura al conjunto de tradiciones lingüístico-culturales compartidas y consensuadas por un pueblo y con las cuales el pueblo se identifica (su música, su cocina, su literatura, su arquitectura, su derecho, sus mitos… su historia toda). Y llamo religión a aquello simbólico que religa a una comunidad, a un pueblo, y le hace uno. Pero aquello simbólico que religa a la comunidad y la hace una es la propia cultura generada a través de las generaciones –algo propio, íntimo y colectivo.
Así interpretado, el término ‘religión’ no tiene otro contenido que la cultura: cuando decimos que la religión es ‘aquello simbólico que…’, el término ‘religión’ pasa de designar un acto y un comportamiento social (su uso primitivo), a designar una ‘cosa’, un ‘algo’, ‘aquello que…’. Y es la entera cultura ese algo sustancial que religa y hace uno a un colectivo, a un pueblo. La materia simbólica, el soma simbólico, el corpus lingüístico-cultural de un pueblo. La materia santa, sagrada.
Cambiar de religión es, desde este punto de vista, cambiar de cultura; abandonar la cultura/religión de tu pueblo, de tus antepasados todos, y adoptar una religión/cultura extranjera (hebrea, árabe, india…) –enlazarte o religarte a otro pueblo; adoptar su destino, su legado, sus antepasados, su voluntad de futuro… como propios.  Algo aberrante, a mi manera de ver.
Los pueblos aryas o indoeuropeos, pues, no necesitamos una religión otra –que  no sería sino una cultura otra. Aquello simbólico con lo que nos identificamos y que nos une, que es nuestra cultura, es nuestra religión. Esto digo.
Se trata de establecer un pacto religioso (de fidelidad) con nuestras tradiciones lingüístico-culturales todas. Se trata de tener por sagradas las palabras y las obras del propio pueblo. Y lo que esto conlleva.
Añado que esta consideración ‘religiosa’  y ‘sagrada’, de nuestras propias culturas es una condición necesaria, aunque no suficiente, para vencer a nuestro multiforme enemigo. Es un pilar fundamental de nuestro ser. Eleva el orgullo, la dignidad, el honor. Proporciona fuerza, firmeza, legitimidad en la lucha.
La fidelidad religiosa al propio pueblo, a la propia historia, y al propio legado, confieren fortaleza y entereza a los pueblos, y les garantiza la pervivencia, el futuro. Si pudiéramos educar a nuestra próxima generación bajo estas premisas, tendríamos garantizada media victoria.
*El camino se hace de palabras y obras; yo tengo las mías,  tú tienes las tuyas, y cada cual tiene las suyas. ¿Por qué dices que estoy engañado o equivocado (aunque de buena fe, apostillas); por qué quieres que abandone mi posición y adopte la tuya –que abandone mi voz, mi mirada y mi ser, y adopte los tuyos?
No quieras duplicarte. Es el mal de Narciso –aquel  que no ama más que su propia ‘imagen’ (su propia representación, su propio mundo). El que sólo se ama a sí mismo. El peor amante. El peor amigo. No ha lugar para el amor y la amistad en el reino de Narciso. Éste no quiere voces a su alrededor, sino ecos de su voz.
Ve tu vía, Jaume. Deja estar, deja ser. ¿No ves que no va contra ti lo que aquí se dice; no ves que lucha contra el mismo enemigo? Cada cual tiene sus armas; sus modos y maneras; su mirada, su ser. Y hay muchos frentes en esta guerra; y muchas posiciones que reconquistar o recuperar.
Combatamos juntos, y cada uno con sus propias armas. Venzamos juntos al multiforme enemigo. Tú cortarás y enmudecerás aquellas cabezas, yo haré lo mismo con estas, y aquél hará otro tanto con las de más allá…  Y entre todos acabaremos con nuestro mal. De esto se trata en esta guerra.
*La actividad que realizamos hunde sus raíces en la tierra y,  más allá del espacio intermedio,  se eleva al cielo. Las raíces  del  acto fortalecen  la tierra; sus ramas y frutos llenan  la  atmósfera; su cima soporta la bóveda y consolida el cielo.
La tierra es la comunidad, la madre comunidad –en nuestro caso, la comunidad arya. El espacio intermedio o la atmósfera es el espacio heroico, el espacio del guerrero; el espacio de Heracles, de Indra, de Thor… de Atenea Promachos. El cielo es la memoria colectiva ancestral y propia; el espacio de los antepasados (desde que tenemos memoria hasta nuestros días). Es el espacio donde se encuentra el secreto de nuestro ser simbólico. El cielo arya. Lo que no debe caer, nunca.
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Saludos,

Manu

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