Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 29 de abril de 2015

127) Sobre un reciente artículo de MacDonald (en TOO).

Sobre un reciente artículo de MacDonald (en TOO).

Manu Rodríguez. Desde Europa (28-30/04/15).


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*Kevin MacDonald escribe en su último artículo (publicado en “The Occidental Observer”) acerca del papel del cristianismo en los pueblos europeos (blancos). Tengo que decir que aprecio en lo que vale  los escritos de MacDonald, quizás uno de los mayores exponentes de lo que podríamos denominar ‘los intereses de los pueblos blancos’, y uno de los mejores analistas de la rasgos patológicos (sociales) de las sociedades blancas en los momentos presentes. Pero no puedo estar de acuerdo con sus reflexiones sobre el papel de cristianismo en nuestras culturas. Pueden consultarse sus trabajos y sus artículos (absolutamente recomendables) en el blog más arriba citado.
El cristianismo se limitó a acompañar la expansión de los pueblos blancos. Ni coadyuvó ni propicio aquellas expansiones. Las conquistas de territorio suponían también un aumento de poder para aquella jerarquía eclesiástica de origen extranjero. Las conquistas del decadente imperio romano o el bizantino, el periodo de las invasiones germánicas, la expansión del imperio de Carlomagno (el asesino de los sajones), el posterior ‘sacro imperio romano-germánico’, la conquista de las Américas… Allí donde avanzaba el poder blanco, allí le iban a la zaga los sacerdotes cristianos con sus tenebrosos estandartes. Era un buen negocio. Fue un buen negocio el cristianizar a aquellos pueblos. Se convirtieron en el brazo armado de la ambición de dominio de aquellos miserables; de aquella secta extranjera que se apoderó espiritualmente de Europa. Siempre fueron en Europa un cuerpo ajeno y parasito, y es de lamentar que los belicosos reyezuelos (me niego a llamarles ‘nobles’) pusieran la espada al servicio de aquellos monstruos estableciendo aquella siniestra complicidad entre la espada y la cruz. Ni unos ni otros creían en aquello que decían practicar. El cristianismo  era tan sólo un instrumento de poder (una religión para el ‘pueblo’ –para la ‘plebe’). Tanto unos como otros demostraron un absoluto menosprecio o desprecio  por los pueblos europeos  –por sus tradiciones ancestrales, por sus mundos.
Las autoridades eclesiásticas siempre estuvieron cerca de los poderosos  (de los violentos, tendríamos que decir). Y en cuanto a que estaban detrás (ideológicamente) de la Reconquista, Lepanto, la Batalla de Tours… hay que decir que sencillamente se limitaban a velar por ‘sus intereses’ (propiedades, prestigio, poder…). La jerarquía eclesiástica sabía bien cuál sería su situación en caso de que las tierras ‘cristianas’ cayeran en manos musulmanas. El ‘pueblo’ era su menor preocupación.
Nada les debemos, pues, a estos sacerdotes. Por el contrario, el daño étnico y cultural que nos hicieron es, y será, irreparable.
En los principios ‘morales’ que divulgaban aquellos sacerdotes e imponían aquellos guerreros hay que recalcar su carácter paralizante, invalidante. Su pacifismo y su altruismo desarman, promueven la pasividad ante el agresor, ante el invasor, ante el otro. No sólo anulaban la defensa, también lograban que los ingenuos cristianizados se pospusieran ellos mismos ante el otro en una suerte de altruismo suicida. Conseguían eliminar toda oposición ante el ‘alien’, ante el extranjero. La democracia universal y el comunismo parten de los mismos supuestos ‘morales’. Es un arma psicológica, sin duda. Se consigue desarmar a la víctima, a la presa (los pueblos a someter).
Los más resueltos negadores de ‘sí mismos’ recibían el elogio de las autoridades eclesiásticas (se les ‘santificaba’). Hoy día sucede lo mismo, aquellos que se desviven ayudando a los extranjeros (a los ‘otros’) y posponiendo a su propia gente (los intereses de su propio pueblo) reciben un amplio reconocimiento social y son considerados poco menos que como héroes. Hay numerosas organizaciones altruistas, que tienen como finalidad el ‘otro’, y que operan dentro y fuera de Europa.  Son los adalides del suicidio ‘blanco’. La psicología de estos personajes es una mezcla de estupidez criminal (con respecto a su propio pueblo, al que ignoran o descuidan), y de vanidad (narcisismo).
La izquierda y la ‘intelligentsia’ judía no necesitan debilitar las espurias raíces cristianas de los pueblos blancos, es incluso contraria a sus intereses. Además, el desarraigo cultural de los pueblos blancos ya fue conseguido cuando la cristianización. Se puede decir que de lo que se trata es de reforzar el cristianismo de nuestros pueblos. El cristianismo es un instrumento, y “quien quiere los fines, quiere los medios” (como decía Nietzsche). Esto lo supo ver claro aquel judío apóstol de los ‘gentiles’. Con su iniciativa se consiguió judaizar a nuestros pueblos con las deplorables consecuencias que todos conocemos –sí, ¿cuál resultó a la postre ser el libro sagrado de la mayoría, por desgracia, de los europeos; cuál su tierra sagrada, cuál su moral, cuál su dios…? No cabe mayor alienación cultural. La ‘intelligentsia’ judía contemporánea ya cuentan con ellos, ya los tienen a su favor… Recuérdese a ciertas sectas en USA como los “Cristianos Sionistas”.
La intención es la de unir el evangelio de Cristo con el evangelio de Marx. Pues no hay contradicciones entre ambos ‘credos’, están del mismo lado, avanzan desde las mismas barricadas (hay tantos curas ‘obreros’ como izquierdistas que hacen guiños al Vaticano); ambos tienen las mismas metas, ambos trabajan en la disolución de los pueblos, y en pos de una humanidad transétnica y transcultural (cuyas directrices ‘espirituales’ serán, empero, judías). Ambas ideologías trabajan, lo sepan o no lo sepan, en poner a esa ‘humanidad’ desarraigada (a esa masa salarial desarraigada) del futuro en manos de la minoría judía –el único grupo étnico que quedará.
En los momentos actuales probablemente no aparezcan en primer plano las ‘motivaciones cristianas’ (caridad, altruismo, pacifismo…) pero éstas están enmascaradas, subyacen en las ideologías políticas humanitarias que se nos imponen (democracia universal, declaración universal de derechos humanos, internacionalismo socialista...). El daño psicológico (psicosocial) ya está hecho. Los modernos ideales sociales, transétnicos y transculturales, están impregnados del ‘buenismo’ cristiano (la ‘hermandad universal’ de la que habla Jack Frost –un comentarista del artículo de MacDonald; o el ‘cristianismo secular’ del que habla César Tort en su último artículo). La propaganda ‘judía’ no necesita hacer mucho aquí. Cientos de años de educación cristiana, de entorno cristiano, de ‘mundo’ cristiano, no han sido en vano. Nuestro mundo moderno (desde la Revolución Francesa hasta el comunismo marxista) está moldeado por ideales judeo-mesiánicos.
Tampoco debemos olvidar el chantaje moral a que están sometidas las poblaciones europeas en nuestro mundo post-Núremberg –con  resultados no menos paralizantes que los citados ‘principios’ cristianos. Cualquier observación crítica acerca de los miles, de los millones de asiáticos, africanos y asiáticos que residen o fluyen hacia nuestras tierras, cualquier rechazo de estos incesantes flujos migratorios indeseados e indeseables será inexorablemente tachada de racista o nazi. A esta velocidad nuestro mundo milenario europeo desaparecerá en unas pocas generaciones. Esta vez lo perderemos todo (la tierra que heredamos de nuestros antepasados, la cultura, y nosotros mismos, que llegaremos a ser una minoría en esta tierra nuestra).
Por todo lo dicho podemos advertir entonces el doble chantaje a que estamos sometidos los pueblos blancos en los tiempos que corren. De un lado se incentiva, se premia socialmente el descuido de lo propio y el comportamiento altruista, y del otro se condena públicamente a los resistentes tildándolos de inhumanos, racistas, o nazis.
Parafraseamos las palabras de otro comentarista (Sweden), que menciona el citado artículo de Tort (en el blog “The West´s Darkest Hour”): los momentos actuales culminan el proceso de desposesión de los pueblos blancos que comenzó cuando la cristianización.
*La cristianización de los pueblos blancos, esto es, la destrucción de sus culturas ancestrales, su aculturación y posterior enculturación judeo-mesiánica, fue el primer paso hacia su desposesión integral.
La desposesión cultural (religiosa, simbólica) es lo primero para destruir a un pueblo –para  acabar con un pueblo. Privarlo de sus raíces culturales, simbólicas, religantes… Destruir sus ‘ídolos’, como decían arteramente los sacerdotes cristianos. Destruir su memoria colectiva; su ser simbólico colectivo y ancestral. El desarraigo cultural es el que da paso al posterior desarraigo étnico o racial. Un pueblo privado de sus raíces culturales ancestrales es un pueblo debilitado, sin fundamentos, sin ‘suelo’, sin ‘morada’, que corre pendiente abajo hacia su desaparición. Es cuestión de tiempo.
Lo vimos no hace mucho con la labor destructora del internacionalismo proletario (pues el proletario carece de ‘patria’ –en palabras de Marx). Lo vemos hoy con la universal globalización demo-liberal. El resultado en ambos casos es la paulatina desaparición de los pueblos indígenas (en Asia, en África, en las Américas…). Primero se atacan sus costumbres ancestrales tildándolas de arcaicas, supersticiosas, o ‘salvajes’ (cuando no se las hace incluso responsables de su ‘atraso’). Así como antaño, durante la globalización cristiana (y la posterior musulmana, igualmente universalista),  se las tildaba de paganas, idólatras, o bárbaras.
La cultura de un pueblo es lo que religa a un pueblo, lo que le hace ‘uno’ –el  nexo lingüístico-cultural, simbólico. Destruido ese nexo, la disolución de ese pueblo es cuestión de tiempo, como digo.
En los pueblos ancestrales era (y es) imposible desligar raza (etnia) y cultura. Piénsese en los primitivos pueblos aryas o indoeuropeos. Piénsese en China, o Japón (por no hablar de las pocas culturas paleolíticas supervivientes). Cada grupo étnico genera su propio mundo simbólico (estos es, común, colectivo, religante). Es la obra de incontables generaciones.
El cristianismo, el islamismo, el budismo, la democracia, el comunismo… que hacen caso omiso de las etnias y las culturas ancestrales son los culpables de la desaparición de multitud de pueblos. Y son la causa de  guerras y discordias desde hace miles de años. Pueblos destruidos, y masas desarraigadas divididas y enfrentadas, ésta es su obra, su legado. El caos y la destrucción. El mal para todos.
Lo primero es, pues, desarraigar: apartar de los antepasados, de las tierras ancestrales, del propio pueblo. Ésta es la estrategia de dominio que siguen las ideologías universales. Se requieren masas errantes sin vínculos con su tierra, su etnia, y su cultura; gente sin pasado, y sin futuro; sin memoria, sin conciencia. Gente nueva, dicen; nuevos hombres, se atreven a decir. Una nueva humanidad. He aquí su palabra tramposa, mentirosa, engañosa; su lengua doble, bífida, diabólica. Porque la finalidad es, en todo momento y lugar, la creación de una nueva especie, sí, pero de siervos, de esclavos.
Hay que insistir, la negación de las etnias, en la teoría y en la práctica, es el mayor ejercicio de etnocidio; es el genuino genocidio. Se combaten las etnias, los diversos pueblos, se va en pos de una humanidad general, indistinta, mezclada, donde los diferentes pueblos (las diferencias) hayan dejado de existir.
Tanto como nos desvelamos por las especies en vías de extinción, tanto o más deberíamos desvelarnos por las etnias (los pueblos y culturas) en vías de extinción, pues también éstas forman parte del árbol de la vida.
La misma inmoralidad que en estos tiempos asola fríamente el planeta buscando beneficios, asola y destruye pueblos con la misma finalidad. Estamos ante la misma codicia de oro y de poder.
¿Por qué el ‘sistema’ combate, criminaliza, y persigue al nacionalsocialismo étnico? Porque éste acaba con su diabólico régimen de explotación de la tierra y de los hombres (de los pueblos); porque supone el más formidable obstáculo a su codicia de oro y de poder.
Valgan estas palabras de Walter Darré (Política racial nacionalsocialista, 1941): “…Estamos en el centro exacto de la gran revolución de nuestro tiempo, en una revolución que probablemente puede llamarse la más integral de las que puedan pensarse en absoluto… Se nos combate porque nos hemos atrevido a realizar una de las revoluciones más integrales de la historia de la humanidad.”
Darré habla de la revolución étnica. La única revolución que podrá liberar a los pueblos de las sucesivas globalizaciones que hemos padecido. La que liberará a la misma tierra de la explotación inmisericorde a que la tiene sometida la oligarquía contemporánea (el ‘sistema’, el enemigo de los pueblos, el ‘mal’).
*En estas fechas se cumplen sendos aniversarios de la trágica, de la lamentable derrota del nazismo; de sus últimos días; de su dormición. Muerte de Hitler, muerte de Goebbels, capitulación de los ejércitos alemanes… Últimos días de abril, primeros días de mayo. Semanas trágicas, santas. Otro hubiera sido este mundo nuestro contemporáneo si el nacionalismo étnico hubiera prevalecido.
Nunca lamentaremos lo suficiente la derrota en aquella lucha en la que tantos pueblos habían depositado sus esperanzas. No sólo los pueblos blancos, sino todos los pueblos de la tierra. Se agostó el futuro; se ocultó el sol. Ahora vivimos la oscuridad, el silencio, el frío. La muerte, la extinción nos rodea por doquier. ¿Son acaso los últimos días?
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Hasta la próxima,

Manu

1 comentario:

  1. Gracias por este artículo. Es básico ver que el problema semita abarca no sólo al judaico sino al cristiano.

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