Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

domingo, 8 de mayo de 2016

138) La cuestión identitaria y el 'sistema' (II)

La cuestión identitaria y el ‘sistema’ (II).

Manu Rodríguez. Desde Europa (07/05/16).


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*Las ideologías universales que se produjeron en Grecia y Roma –el estoicismo, el epicureísmo…– respondían a entornos sociales alejados de la propia etnia y la propia cultura, eran transétnicas y transculturales. No tenían en cuenta a los connacionales, iban dirigidos a ‘todos los hombres’… Eran ideologías apropiadas para el ambiente cosmopolita de las sociedades alejandrina y romana.
Cuando en los siglos XVII y XVIII se intentó superar (o complementar) la visión cristiana acerca del hombre se recurrió de nuevo al cosmopolitismo de estoicos y epicúreos. Filósofos, historiadores y juristas (Grocio, Hobbes, Locke, Hume… Diderot, D’Alembert, Rousseau… Kant…) se afanaron en combinar ideologías universales de distinta tradición que confluyeron finalmente en los principios universales de la Revolución Francesa, donde se plantaron las nuevas bases para el derecho (internacional) y la moral (universal) que hoy ‘dominan’.
Con la Revolución francesa volvíamos, pues, a tener un ‘hombre universal’ que se aplicaría a todos los individuos de todas las latitudes, de todas las naciones. Es ese hombre ‘construido’ de nuestras sociedades demo-liberales el que hoy se le impone a todo el mundo; un ‘hombre’ (una ‘naturaleza humana’) que trasciende y que avasalla a las diferentes identidades étnicas y culturales.
No hubo ninguna invención del ‘hombre’ en los comienzos de la modernidad (como pretende Foucault). Se trataba de ‘enriquecer’ las consignas del universalismo cristiano… y se recuperaron las antropologías de los clásicos –de los estoicos, sobre todo: Zenón, Epicteto, Cicerón, Séneca, Marco Aurelio…
No fue un retornó al paganismo, como algunos se atreven a sostener, sino a las filosofías (a las ‘éticas’) del cosmopolitismo alejandrino y romano, propias de las decadentes sociedades multiétnicas y multiculturales. Y esto tal vez explique el éxito de estas ideologías universales en nuestro mundo global contemporáneo.
Tampoco fue una lucha entre la ‘fe’ y la ‘razón’, como se acostumbra a decir. La nueva clase emergente –la burguesía, el ‘capital’– necesitaba legitimarse jurídicamente, filosóficamente; necesitaba un nuevo Estado, privar del poder a los antiguos estamentos (nobleza y jerarquía eclesiástica). La violencia y crueldad de la Revolución francesa (una ‘farsa sangrienta’, en palabras de Nietzsche) puso fin a aquella querella y les dio definitivamente el poder.
Podríamos decir, pues, que los fundamentos ideológicos de nuestras modernas sociedades (democráticas y liberales) y su carácter ‘universal’ se encuentra en el judaísmo y en el cristianismo, sí, pero también en las tradiciones filosóficas de estoicos y epicúreos.
Una vez acabado con los poderes antiguos (el Antiguo Régimen) a la ambición de poder absoluto de la nueva clase emergente les quedaba otro obstáculo. El éxito completo de la nueva ‘mentalidad’ requería la homogeneización de las poblaciones, la eliminación de las diferencias. Ahora eran los pueblos, las diferentes tradiciones e identidades étnicas y culturales las que les estorbaban. Y había que acabar con ellas. Aquí comenzó la guerra de los ‘ilustrados’ y ‘progresistas’ contra los pueblos de Europa (y del mundo), cuyo último episodio clave fue la IIGM y la derrota del nacionalismo étnico alemán.
No hay, pues, ninguna diferencia entre el Antiguo Régimen y el nuevo. En el antiguo Régimen se le hacía la guerra a los pueblos ‘paganos’  en nombre del cristianismo, en el Nuevo Régimen se le hacía (y se le hace) la guerra a los pueblos y naciones o Estados en el nombre de la civilización, del progreso, de la democracia, o de los derechos humanos.
De nada sirvieron, en su momento, las observaciones de críticos de la Ilustración como Burke, Hamann, Herder, o las posteriores de Fichte, y otros, acerca de las diferencias inconmensurables, de las identidades y particularidades étnicas y lingüístico-culturales, acerca de la ausencia de aquel hombre universal.
Fueron, tal vez, los pre-románticos y los románticos alemanes los primeros escritores nacionalistas y anti-globalistas (anti-universalistas) en Europa. Herder, Novalis, Hörderlin, los hermanos Schlegel, Schelling, Fichte, G. de Humboldt, los hermanos Grimm… se opusieron radicalmente al proyecto transnacional de los ilustrados  y de la posterior Revolución Francesa y pusieron el énfasis en las diferentes peculiaridades e identidades lingüísticas y culturales de los pueblos. Podemos considerarlos como los padres de los nacionalismos post-ilustrados. Es, de todos modos, el origen del nacionalismo alemán, aunque también tuvo eco en pensadores italianos (Alemania e Italia no llegaron a convertirse en Estados-nación hasta la segunda mitad del siglo XIX (Alemania en 1871 e Italia en 1861), hasta entonces estuvieron divididos en pequeños reinos y condados sólo unidos por la lengua y la cultura). Fue también en este período romántico cuando se realizan los primeros estudios sobre las lenguas indoeuropeas o aryas, se comienza el estudio de las tradiciones populares (el folklore), surgen términos como ‘volksgeist’ (genio o espíritu del pueblo o etnia), ‘volkstum’ (etnicidad)…
Dicho sea de paso, estos nacionalistas románticos, en ocasiones injustamente olvidados y que están en los orígenes de la conciencia étnica y cultural de nuestros pueblos, deberían ser recuperados por todos los identitarios europeos contemporáneos. Un nacionalismo romántico y culto, que tenga en cuenta a los modernos Padres, de esto se trata. Su impulso alcanza a nuestros días en los estudios sobre las lenguas y culturas indoeuropeas (Dumézil y otros), en la filosofía (Heidegger), en el derecho (Schmitt)… Son alrededor de doscientos años de historia, de pensamiento, de reflexión acerca de nuestros orígenes, acerca de nuestros ser.
Las críticas que aquellos proto-nacionalistas le hacían al nuevo orden, al nuevo régimen, eran las mismas que tenían que haberle sido aplicadas al viejo orden (al Antiguo Régimen, el orden cristiano). El nuevo despotismo (y globalismo) ‘ilustrado’ no era muy diferente del antiguo despotismo cristiano –igualmente alienante de la diferencia, de la etnicidad, de la peculiaridad.
Hay una deriva espiritual que padecemos –los pueblos europeos– desde antes incluso de la cristianización y la pérdida de nuestras tradiciones autóctonas, desde el período alejandrino y la romanización. Los imperios multiculturales griego y romano fueron el caldo de cultivo de las ideologías universales (transétnicas y transculturales) de estoicos y epicúreos y la antesala de la posterior cristianización de nuestros pueblos. Estas ideologías se han convertido hoy, junto con el demo-liberalismo y el marxismo, en los fundamentos (jurídicos, políticos, filosóficos, morales…) del Nuevo Orden.
Se produce un curioso paralelismo entre la difusión del cristianismo y la difusión de los ideales de la Revolución francesa. Así como cuando la cristianización a los resistentes, a los rebeldes, se les denominaba con palabras insultantes, con términos peyorativos –paganos, salvajes…–, así también el Nuevo Orden denominaba (y denomina) a los resistentes con términos como ‘reaccionarios’, ‘conservadores’, ‘tradicionalistas’, ‘irracionalistas’, ‘chauvinistas’, ‘antiguos’, ‘carcas’, ‘fachas’, ‘intolerantes’, ‘xenófobos’…
Los instrumentos de alienación de masas son hoy más sofisticados y poderosos que nunca, sobre todo desde finales de la IIGM. Hoy el ‘sistema’ dispone de los medios de comunicación de masas, del cine, de la literatura, de la prensa especializada (histórica, económica, sociológica, filosófica…), de la educación en nuestras escuelas y universidades… La propaganda de guerra contra el nacionalismo étnico que padecemos por todos lados desde hace decenios –la guerra psicológica (Psychological warfare), o las operaciones psicológicas (Psychological Operations –PsyOps), como hoy se la denomina.
La resistencia nacionalista e identitaria actual está, en definitiva, mal vista, negativamente conceptuada, demonizada –se nos ha convertido en el ‘mal’.
Es obvio que los partidarios de la Ilustración (del despotismo Ilustrado), los demócratas e izquierdistas de ayer y de hoy, a sí mismos se consideran ‘progresistas’, ‘modernos’, ‘vanguardistas’, ‘tolerantes’, amantes de la ‘libertad’… Pero lo cierto es que estos movimientos son verdaderos etnocidas, resultan ser los únicos responsables de la desaparición de innumerables pueblos y culturas en el nombre de sus ideales universales. Esta observación podemos hacerla extensible a todas las ideologías universales (religiosas o políticas): cristianismo, islamismo, budismo, hinduismo, democracia universal, internacionalismo proletario…
La derrota del nacionalismo étnico alemán (de Hitler) supuso la derrota de los nacionalismos europeos. La IIGM fue una guerra civil entre pueblos étnica y culturalmente emparentados. Fue una guerra de ese Nuevo Orden, que se inaugura con la Revolución francesa, contra los pueblos europeos que se resistieron.
Los enemigos con los que tenemos que enfrentarnos hoy los identitarios no son pocos, ni poca cosa: la tradición judeo-mesiánica (el universalismo cristianismo), el nuevo orden global demo-liberal que se abre tras la Revolución francesa, el marxismo internacionalista, la masiva emigración asiática y africana, mayoritariamente  musulmana (el Islam, otra ideología universalista), que inunda nuestras tierras…
Los etno-nacionalistas no somos reaccionarios sino resistentes; somos fuerzas resistentes. Combatimos la globalización anti-nacionalista, los universalismos transnacionales, anti-nacionales, o post-nacionales –sean de origen religioso o de origen político– cuya única finalidad es, justamente, acabar con las diferencias étnicas y culturales. No somos, por consiguiente, xenófobos; nosotros aceptamos, reconocemos, afirmamos, glorificamos la existencia de razas (etnias, pueblos). Los únicos etnocidas son aquellos que niegan en la teoría y en la práctica a las diferentes etnias que pueblan el planeta, aquellos que niegan las diferencias étnicas y culturales y quieren imponer normas y credos universales, los que quieren destruir las fronteras nacionales e identitarias que han hecho posible el frondoso árbol de los pueblos y culturas del mundo, los que quieren destruir tal riqueza biocultural y convertirla en algo del pasado.
En mi opinión, lo que persigue la globalización actual (su carácter demo-liberal) es convertir a los habitantes del planeta en una masa desarraigada, mezclada, mestiza… una masa de siervos sin pasado, sin historia, sin una identidad precisa (ni étnica ni cultural), sin nada en común, sin nada que les una (salvo su nueva condición de proletariado apátrida). Persigue, pues, un nuevo ‘lumpen’, una nueva raza de esclavos.
El ‘sistema’ (el nuevo orden) actual cuenta con la simpatía y la colaboración de todas las ideologías universalistas religiosas y políticas de ayer y de hoy, todas ellas transnacionales, transétnicas, y transculturales. Todas persiguen la misma finalidad. Los diferentes pueblos y culturas, las diferentes sensibilidades, voluntades, y mentalidades, les suponen un obstáculo para sus ambiciones de dominio. Por esto los combaten.
La educación que desde hace decenios se le imparte a nuestros infantes es, por ello mismo, la proclive al desarraigo, y tiende a extirpar o a demonizar la memoria ancestral (étnica y cultural) –todo conato de nacionalismo e identitarismo. Se nos predica en nuestras escuelas, en nuestros medios de manipulación de masas, en nuestras universidades, en nuestras calles… las bondades de las sociedades multiétnicas y multiculturales.
Los milenarios pueblos y sus reivindicaciones étnicas y culturales no son, como dicen, un obstáculo al ‘progreso’ (cualquier cosa que esto pudiera significar), son, sencillamente, un problema para el ‘sistema’, para los nuevos amos.
Así pues, hay que decir que el opresor es el ‘sistema’ (la hegemonía económica, política… cultural en amplio sentido, de determinados grupos), y los oprimidos son los diferentes pueblos (etnias) de la tierra –los pueblos indígenas, que están siendo aniquilados  uno a uno.
*En estos días se cumple el aniversario de la derrota militar del primer y único Estado étnico en Europa, la derrota de la Alemania nazi. No pudo ser. Hoy el nacionalismo étnico europeo está criminalizado incluso. Es el poder del ‘sistema’. La criminalización del nacionalismo étnico está teniendo funestas consecuencias; está acabando fría y lentamente con la ancestral homogeneidad étnica y cultural de nuestros pueblos y naciones. En pocas generaciones ya no seremos. Será el fin de la Europa milenaria.
Las naciones europeas pertenecientes a la execrable Unión Europea (UE) están obligadas a acoger a miles y miles de refugiados y emigrantes. De nada valen las reticencias de los Estados. La última medida coercitiva que se va a tomar al respecto es penalizar a los Estados con doscientas cincuenta mil euros por cada uno de los refugiados que se nieguen a acoger. Estas humillantes medidas deberían bastar para hacer saltar por los aires esta Unión Antieuropea. Esta Europa multiétnica y multicultural que nos están construyendo, a nuestro pesar y contra nuestra voluntad, debe ser combatida, destruida, dejada atrás. Sus supuestos teóricos (jurídicos, políticos, económicos…) van contra los europeos originarios, contra los pueblos indígenas europeos; busca nuestra destrucción.
Deshacer esta monstruosa Babel, esta monstruosa Europa, este híbrido espantoso; acabar con esta pesadilla. Éste ha de ser el primer combate, la primera labor ‘revolucionaria’ de los europeos identitarios (de los indígenas europeos) –la revuelta de los ‘nativos’ europeos. Luchar contra los fundamentos ‘teóricos’ (políticos, económicos, jurídicos, éticos…), contra los partidos políticos, contra las sectas religiosas (cristianos o judías), contra los intelectuales del ‘sistema’ (judíos, cristianos, demócratas, socialistas, comunistas…) Contra la anti-Europa y sus partidarios. Comenzar de nuevo, y cuanto antes, la construcción de una Europa europea. Con ardor, con pasión, con furia… ¿Seremos capaces?
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Saludos, y hasta la próxima

Manu