Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

sábado, 24 de noviembre de 2018

177) Genocentrismo XXIX


Genocentrismo XXIX.


Manu Rodríguez. Desde Gaiia (24/11/18).

 

*

 

*Un mundo para el ser viviente único. Construido, visto, sentido, pensado… fundado por la sustancia viviente única.
Los mundos del pasado tuvieron como punto de partida al ‘hombre’, se trataba de perspectivas humanas; se giraba en torno al ‘hombre’. Aún hoy, en filosofía especialmente, se sigue girando alrededor del ‘hombre’.
Mundos fenocéntricos, centrados en las criaturas, en los organismos, en los animales o en las plantas… en los fenotipos. Lejos de la esencia, del ser único de lo viviente.
La sustancia viviente única vivía alienada, extrañada, lejos de sí. Se ignoraba.
Ese periodo acabó, el periodo de la ignorancia de sí. Ahora sabemos quiénes somos. Ahora la vida es lo primero y lo único. 
El saber de nuestra esencia transformará el mundo. Nuestra relación con el resto de los seres vivientes, con el planeta; las relaciones entre los seres humanos –el amor, la amistad… la sociedad en su conjunto, todo cambiará.
Culturas post-humanas, post-nacionales, post-étnicas… El mundo por venir.
Los mundos del pasado, los hombres del pasado, son un obstáculo y un peligro. Debemos superarlos, dejarlos atrás. En ello nos va el futuro, nos va la vida.
El futuro de la vida en este planeta depende de que dejemos atrás o no las culturas y los mundos del neolítico –ideologías religiosas, políticas, filosóficas, económicas, jurídicas… los estados nacionales, los imperialismos, los etnocentrismos…
Tiempos de locura, tiempos finales, de transición… los que actualmente vivimos. Mundo (humano) desnortado, desquiciado, loco, absurdo, estúpido, insensato, cruel, autodestructivo… Huida hacia el abismo.
Estamos destruyendo el planeta, el hogar, la obra de millones y millones de años, el trabajo de la vida… El aire, el agua, la luz, el manto fértil… todo contaminado, sucio, mancillado. Mundo impuro, mundo inmundo, mundo cada vez más inhabitable. El legado ‘humano’.
*Los tiempos presentes son el corolario, la flor, el remate de las prácticas, de los modos de vida de los hombres (pueblos, culturas, mundos) todos del neolítico (del ‘ser’ de los ‘hombres’ del neolítico). Seguimos viviendo en el pasado. El conocimiento de los últimos doscientos años (la física, la tecnología, las ciencias de la vida…) está puesto al servicio de la codicia insaciable de los humanos neolíticos; no han modificado en nada nuestra manera de vivir. El saber que nos viene de las ciencias de la vida carece de peso cultural, no influye en nuestras vidas. Los mundos del pasado siguen guiando nuestra conducta, nuestra cotidianidad; continúan marcando nuestros pasos.
El último capítulo de la ‘hybris’ (antropocentrismo, nihilismo) del neolítico. Los tiempos presentes. El último acto de las religiones, la filosofía (la metafísica…), las ideologías, los ‘mundos’… la historia entera del neolítico.
Hoy los poderosos no necesitan de religiones o de metafísica alguna, que no fueron otra cosa que instrumentos (transcendentes, sobrehumanos, celestiales) de alienación y de dominio. La ‘muerte del dios’ no fue más que el desgaste de un antiguo instrumento de poder. Entretanto han surgido nuevos modos de dominio (ahora inmanentes, humanos, terrenales) –la  democracia, el comunismo, el nacionalismo… Las nuevas identidades individuales o colectivas, los nuevos ‘seres’ humanos.
Ideologías antiguas o modernas que no sirven más que como coartadas para legitimar la codicia, la insaciable ambición de dominio de unos pocos (los monarcas o los oligarcas de siempre).
No es sólo Europa (la filosofía, la religión…), el hombre occidental o el pensar occidental, como piensa Heidegger (véase Nietzsche, II –El nihilismo europeo, 1940). Es la actitud del ‘hombre’ a lo largo de todo el neolítico histórico, hasta nuestros días, en todas las culturas, en todas las latitudes. La metafísica occidental o el génesis bíblico no son más que síntomas de este antropocentrismo que digo –no  causas, sino efectos.
El neolítico histórico es una suerte de Edad Media generalizada, con culturas muy similares (hasta la era tecnológica actual).
La rapidez con que se ha extendido por todo el planeta el actual régimen de explotación (de hombres y de cosas) denota la semejanza de las culturas neolíticas (la china, la india…). Tal vez no sea un azar que el paso a la era tecnológica actual hubiera comenzado en la cultura (greco-judía) occidental (Descartes, Newton, la Ilustración… Hegel, Marx…), pero todas estaban a punto de dar el paso, de ‘progresar’ –la industrialización, los dispositivos de poder sobre amplias muchedumbres (que va al unísono con la superpoblación)…
Lo que tenemos ahora es la unificación del planeta en punto a tecnología, a ideologías políticas, a ‘filosofías’… Es el culmen del antropocentrismo, del poder y del dominio del hombre sobre el resto de la naturaleza. Nunca los seres humanos estuvieron tan lejos de su ser natural, nunca tan alejados, tan distanciados de sí mismos.
Vivimos la culminación del proceso de extrañamiento del hombre del resto de la naturaleza (viviente y no viviente) que se inicia y que recorre todas las culturas del neolítico. La idea del hombre como otra cosa que naturaleza está implícita o explícita en todas las culturas del pasado (vivas o muertas).
El punto de partida, el principio, la interpretación, la visión… la ‘ontología’ antropocéntrica (fenocéntrica) del neolítico. Un error de perspectiva del que tarde o temprano íbamos a sufrir las consecuencias.
Estamos en un punto muerto. Recorremos una y otra vez los laberintos, los círculos viciosos del pasado. No salimos, no avanzamos ni un solo paso. Estamos detenidos. Son los mundos y las actitudes del pasado los que nos ciegan, los que nos impiden avanzar. No evolucionamos –el paso del fenocentrismo al genocentrismo es el siguiente en nuestra evolución.
El extrañamiento del ser único que somos; del ser viviente único. Retorno a lo Uno  primordial –es la salida.
Los seres nuevos, renovados, los futuros; los renacidos a la vida, a lo Uno primordial. ¿Dónde están?
*Los ‘valores’ que vendrán tras la autognosis, tras la anagnórisis –tras el periodo de ignorancia (o de olvido) del ser que somos. Valores genocéntricos, biocéntricos.
La perspectiva, el horizonte, la visión…  depende del lugar desde el cual se mira, se contempla, se juzga, se perciba y se conciba (el entorno, el mundo). Cambia la perspectiva y cambia el horizonte. Es otro mundo el que vemos.
Una es la visión desde la criatura humana (u otra), y otra es la visión desde la vida, desde la sustancia viviente única.
Todo depende de cómo los seres humanos se perciban y se conciban a sí mismos y su lugar en el mundo.
La mirada desde la criatura (desde el fenotipo) ha sido la predominante en los últimos miles de años. Es patente en la cultura egipcia, en la sumeria, en la china, en las indoeuropeas, en las semitas… Lo que tenemos son variaciones sobre un mismo tema. El tema, la tesis, el fundamento de todas estas culturas ha sido la excepcionalidad de la criatura humana, su ajenidad del resto de la naturaleza. Éste es el origen.
Tales culturas y tales fundamentos no podían concluir sino en el momento y lugar en el que hoy nos encontramos –en una disyuntiva, en una encrucijada.
¿Cómo continuar el camino; desde dónde? Un nuevo principio, un nuevo fundamento necesitamos. Un cambio de mirada, de perspectiva, de mundo.
*El nihilismo es la característica fundamental de las civilizaciones e imperios del neolítico desde su origen (desde su aparición) hasta el presente –los modos de vida, el morar de los distintos pueblos sobre la tierra; sus divinidades, sus filosofías… que venían a refrendar, a legitimar tales modos de vida –vida descentrada, fingida, irreal…
La codicia de bienes, de tierras, de esclavos… era (y sigue siendo) el verdadero y único motor en nuestras sociedades; la codicia de oro, de placer, de poder. No otra cosa importaba e importa. Hoy como ayer. Actitud nihilista donde las haya.
El ‘quantum’ de poder es lo que importa, lo que vale en ‘este’ mundo (lo único que importa, que vale, que tiene valor). Lo demás son cuentos, palabrerías, patrañas… Tanto puedes, tanto vales. El resto del mundo es como nada, puede hundirse en la miseria, arruinarse, pudrirse…  Hasta que punto era consciente ese ‘hombre’ codicioso de la nadería de sus mundos transcendentes y divinos –como ahora lo es de sus mundos inmanentes y humanos. El cinismo, la mentira, el engaño… es la moneda corriente en estos mundos pergeñados para mayor gloria de los poderosos.
Recordemos aquella reflexión de Nietzsche: “Los fuertes se apropian de los ‘valores’ de los débiles para así dominarlos mejor”.
La divinización (la sacralización) del poder, del poderoso (del violento y del mixtificador). Mundo nihilista desde su misma raíz.
Los valores que sustentaban, y sustentan, el mundo en el que aún vivimos. Los fundamentos reales de nuestro mundo de cada día; nuestra execrable cotidianidad. El retorno de lo mismo una y otra vez. Sin solución de continuidad. Sin salida.
Nuevos fundamentos y nuestras prácticas necesitamos. Nuevo mundo, en suma. Lejos del neolítico nihilista, lejos de los ‘hombres’ del pasado. Un mundo centrado en la vida, en la sustancia viviente única. Biocéntrico, genocéntrico.
Sin resolver la disyunción, detenidos en la encrucijada. Desnortados. Así estamos. Debido al peso que los mundos antiguos tienen aún sobre nosotros; sí, las viejas patrañas –lo que nunca fue. Los montajes, los dispositivos de poder.
 *“Nuestras pulsiones se desfogan en las astucias y las artes de los metafísicos, que son los apologetas de la soberbia humana…” (Nietzsche, Póstumos, 1875-1882, 6[31])
*En un organismo podemos distinguir el genoma y el soma (el genotipo y el fenotipo). La sustancia del genoma (o genotipo) son los ácidos nucleicos, la sustancia del soma son los aminoácidos.
Los ácidos nucleicos son la sustancia viviente del organismo, su ‘psykhé’ (su ‘alma’); el soma es el cuerpo formado por aminoácidos (la envoltura).
Los seres animados son los seres vivientes, dotados de ‘alma’, de genoma (o genouma).
El genoma tiene la clave de la forma y función del soma (de su ‘morphé’ y de su ‘eidos’). La sustancia genética es la ‘psykhé’ del cuerpo, su principio vital. Y aún más, lo único viviente en el cuerpo.
Los aminoácidos son materia no animada. Los ácidos nucleicos son materia animada.
Los ácidos nucleicos son la materia animada en cualquier organismo, sea simple o complejo. Son la única sustancia viva (viviente).
No siente o piensa, o quiere el soma sino su genoma (en virtud de sus receptores, o de su sistema nervioso (las vías aferentes y las eferentes)). Todo movimiento o actividad es llevada a cabo en todo momento por la sustancia genética.
La sustancia genética es el sujeto único en toda volición, en toda actividad, en todo pensamiento…
La misma nutrición está dirigida a restituir las pérdidas de sustancia en los núcleos de las diferentes células del organismo (cuando complejo), a mantener los genomas en plena actividad. La sustancia genética es el destinatario último en la nutrición.
Los aminoácidos son los ladrillos con los que la sustancia genética construye su organismo, su soma.
El soma perinuclear. El genoma, nucleado o no, y su soma –su cuerpo, su vehículo, su armadura…
El genoma siempre oculto, protegido, informado… ideando, construyendo, organizando, dirigiendo, pilotando su soma. El único sujeto en cualquier actividad.
Seres vivientes, cuerpos animados, que albergan vida, y cuya vida está en acto.
El genoma es el ingeniero de su soma –diseña, construye, y pilota su soma.
Digamos que no es el cuerpo o el soma el que se comporta, sino sólo su genoma.
*La muerte es la cesación del organismo (de las funciones orgánicas). La materia viviente que alberga (los ácidos nucleicos) puede seguir su vida en otros organismos (microorganismos, plantas, insectos…). Lo suyo es enterrar a los fallecidos, sin más (sin ataúdes ni nada que los aísle de la tierra), o entregarlos a las aguas de mares y océanos, a fin de que la materia viviente que le animaba (y la materia no viviente) pueda ser reciclada por la vida entorno.
La materia viviente y la no viviente que constituían un organismo, una vez pasado su ciclo de vida, debe ser restituida a la naturaleza entorno.
Quiero que mi cuerpo sea enterrado o arrojado al mar; mi cuerpo, no mis cenizas.
*La unión de herencia y desarrollo. La expresión del fenotipo (a partir del genotipo) y la epigénesis forman un solo proceso.
Los ácidos nucleicos están presentes tanto en el ADN nuclear como en los procesos epigenéticos (incluidas las ribonucleoproteinas).
La expresión del fenotipo se hace partiendo del genotipo y teniendo en cuenta el entorno. Las modificaciones (la activación o inhibición de determinados genes) en la expresión debido a particularidades del entorno es lo que llamamos epigénesis.
El contexto medioambiental ‘dice’ qué genes se expresarán y cómo.
Unir el genocentrismo y la epigénesis. Weismann y Waddington (por abreviar). El complejo genotipo-epigénesis.
El fenotipo o el soma resultante. La expresión del fenotipo no es un proceso mecánico, ciego… que partiera del genotipo (éste como ‘programa’).      
El complejo genoma-epigénesis debe ‘saber’ (tener conocimiento, información) de las condiciones físico-químicas del entorno para proceder en consecuencia. Aquí interviene la biocomunicacion.
La epigénesis regula la expresión (Buss) durante el periodo embrionario y más allá. El desarrollo no acaba en el nacimiento, prosigue en la infancia (lactancia, dentición…), en la adolescencia (el ‘desarrollo’, la madurez sexual, segregación células germinales); atraviesa toda la vida adulta y culmina con la extinción del organismo.
Podríamos decir que el exposoma (el cuerpo en exposición) forma parte del desarrollo del organismo (no se distingue de la epigénesis).
Las condiciones externas necesariamente influyen en el desarrollo.
La ontogenia es un permanente llegar a ser en el que intervienen la sustancia viviente y el entorno; comienza con la fecundación y concluye con la muerte. Es un despliegue –el despliegue o desenvolvimiento del ser que nunca llega cabalmente a ser. Como aquellos versos de Hernández: “Ser como nunca ser. Nunca serás en tanto”.
*El genocentrismo (de Weismann) es una suerte de preformacionismo (como acertó a ver Hertwig).
*Una prueba temprana de la ‘politización’ de las ciencias de la vida la recoge Fischer en un comentario sobre Chabry (Laurent Chabry,  Beginnings of experimental  embryology in France, 1991). Gilbert (Developmental biology) menciona este aspecto de la discusión entre preformacionistas y epigenetistas. Los partidarios de la preformación eran de ‘derecha’, los partidarios de la epigénesis eran de ‘izquierda’.
Los biólogos judíos siguen usando esta ficción para dividir y enfrentar el campo de las ciencias de la vida.  Con todo, me atrevo a decir que los biólogos judíos son genocentristas (o preformacionistas) en privado y epigenetistas en público. Es ‘su’ política étnica, su ‘éthos’.
*Todo parece indicar que la preformación (ahora fundada en la sustancia genética, en los ácidos nucleicos) y la epigénesis son las dos caras de una misma moneda. No puede ser lo uno sin lo otro. Son indisociables, interdependientes. Forman un complejo.
*No hay predeterminación o predestinación alguna cifrada en el genoma. Una vez constituido éste, tras la cariogamia, comienza el proceso de expresión del fenotipo. Es una lucha contra las condiciones y las constricciones ambientales. Pactos, adaptaciones, victorias… Viene a medias preparado.
El genoma acaba imponiéndose al medio, triunfa… La herencia es el mundo entorno.  El mundo en el que se viene a ser. Un mundo en gran medida elaborado, adaptado, modificado por los antepasados desde los tiempos más remotos.
El ser viviente único se adapta, y adapta, habilita.
La muerte no implica la cesación de la vida, pues la sustancia viviente única es imperecedera. Toda la sustancia viviente del organismo (el hologenoma) se reintegra en otras formas vivas.
*Hay un recuerdo que no se sabe (del que no somos conscientes), se trata de la memoria de la vida. La memoria del sujeto consciente, del sujeto cultural, del ser simbólico (del ‘yo’), es precisamente aquella que las religiones de salvación ‘personal’ quieren salvar –la memoria del sujeto histórico, relativo, circunstancial –el más efímero e inconsistente. Las tradiciones culturales del neolítico sólo consideran al ser simbólico, al sujeto consciente, a la ‘persona’ (a fulano de tal). Los individuos se aferran a esta ficción cultural como si fuera su único ser  (ahí ven su ‘alma’, su ‘identidad’). Pero este ser (este ‘alma’, esta ‘identidad’) es un producto de la época y de las circunstancias que le ha tocado vivir –sería ‘otro’ si la época y las circunstancias hubieran sido otras. El ser simbólico es el obstáculo que hay que superar para que el ser viviente único que somos advenga a la luz –se haga patente, manifiesto.
Vivir (pensar, querer, sentir...) como sustancia viviente única, como fragmentos del ser viviente único, de lo Uno primordial. De esto se trata. Desde el centro, desde el origen, desde el ser único que somos.
La perspectiva biocéntrica, genocéntrica.
                                                                                 *
Hasta la próxima,
Manu

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