Genogramas
LIV.
Manu
Rodríguez. Desde Gaiia (25/03/21).
*****
1.
Parece que los contemporáneos
no nos damos cuenta de en qué mundo
otro vivimos hoy. No sólo Darwin
y el neo-evolucionismo, la genómica,
la ecología y demás. También el
nuevo
atomismo, la actual física de partículas,
la nueva cosmología relativista…
Es
este nuevo mundo renovado,
desde
sí mismo renovado,
el que ha de responder a las llamadas
culturales
del pasado. Otra es la conciencia
hoy del ciudadano medio en cualquier
rincón
del planeta. Su memoria colectiva
reciente está llena de novedades aún
sin digerir,
sin asimilar. Es un mundo incipiente
y nuevo.
Son tiempos inaugurales, de
fundación.
Es una nueva aurora lo que vivimos.
Cualquier otro ‘escenario’ o ‘mundo’
es,
para nosotros, una regresión. Y una
pérdida
de pie, por el uso de ‘juegos de
lenguaje’
obsoletos, vetustos, rancios,
idos;
que harían reír, si su prédica no
tuviera
aún tan macabras consecuencias.
Los
neolíticos quieren hundirnos
en ese sombrío pasado, hacernos
regresar a ese ‘mundo’,
muerto ya para nosotros. Pretenden
que abandonemos nuestras armas
conceptuales nuevas, nuestros
términos
nuevos; el ‘terreno’ conquistado,
el futuro alcanzado. Que cedamos
esta cumbre nuestra, este baluarte
inexpugnable nuestro.
Se necesitan, pues, valor, y
claridad.
Una oposición clara y sin tapujos.
Masiva. Un rechazo y un desprecio
abiertos y masivos. Sin temor ni
pudor.
Rechazamos, simplemente, aquello
que amenaza nuestro nuevo ser,
nuestro ser renovado.
2.
Hay algo que reprochar a la
totalidad
del pensamiento contemporáneo; no va
más allá del hombre. Sigue siendo
antropocéntrico y antropomórfico,
pese a Darwin y al descubrimiento
del código genético. Todavía no ha
asumido, y no sé si se ha percatado
siquiera, del paso del fenocentrismo
al genocentrismo, paso infinitamente
más importante que aquel del geocentrismo
al heliocentrismo. Éste que digo es
el paso
de las criaturas al creador, el paso
del fenómeno al (ge)noúmeno (en lo que
concierne a las formas vivas). Hemos
llegado
al verdadero sujeto de todo hecho
biológico,
incluido el lenguaje y el pensamiento;
al sujeto único en toda actividad
biológica, no hay otro.
No podemos hablar ya como hombres
sino cómo los genoumas o seres
biosimbólicos que somos. Ha habido
una mutación biosimbólica; un saber
nuevo, un cambio de paradigmas
culturales
semejante al que tuvo lugar en la
transición
del paleolítico al neolítico. Tenemos
nueva
naturaleza, nuevo cosmos, nueva
biología,
nueva antropología (biológica y
cultural).
Nuestro mundo es otro, nuestra mente
o conciencia es otra, nuestro
lenguaje es otro.
No habla, pues, el hombre sino la
vida,
las bases nucléicas conformadas en
genoumas;
la sustancia viviente única, el
sujeto único
en ti y en mi, y en la ameba, en el
helecho,
en el delfín, o en el tigre; en todo
ser vivo
(es el único ser). Los genes son los
únicos
sujetos de la actividad; proteínas,
aminoácidos
y demás son sustancias inertes, los
genes
les dan vida, las ponen en
movimiento;
las usan (como si fuera un lenguaje
o una escritura). Con estas
sustancias
se cubren, se construyen cuerpos,
somas;
protegen así su delicado ser. Hasta
ayer
nos guiábamos por lo que aparece
(el fenómeno, el fenotipo), pero
con
el descubrimiento de los genes
hemos llegado al ser (al noúmeno),
y al ser nuestro. No habla ni piensa
sino el genouma, en ti y en mí.
Este genouma es la forma del cuerpo;
contiene el secreto de nuestros
pulmones,
de nuestro cerebro, de nuestro
corazón…
Es nuestro ser único.
Este saber nuevo que digo no ha
llegado
todavía al pensador filosófico.
Mucho temas
filosóficos (‘metafísicos’,
antropológicos,
o éticos) han quedado inútiles,
inservibles,
impropios de los seres biosimbólicos
del nuevo período (post-neolítico);
inexplicablemente antropocéntricos,
anacrónicos; vanos o fútiles. Esta
debacle
alcanza incluso al existencialismo,
uno de los últimos ‘humanismos’.
Me parece que soy el único (lo digo
con extrañeza) que hace uso de este
saber,
que usa y vive este saber nuevo;
que sigue sus corolarios novedosos,
y sublimes. Sujeto nuevo, vida
nueva;
tierra nueva y cielo nuevo.
Yo soy, tú eres, nosotros somos…
la sustancia viviente única.
Admirado
y estremecido. Así vivo ‘yo’ este
asunto.
Como una revelación.
3.
Todo ha cambiado, todo cambiará
–pese a quien pese. Es natural
que los que más se resistan al nuevo
período sean los ideólogos
religiosos
del pasado (las castas
sacerdotales),
son los que más tienen que perder;
estos desaparecerán sin remedio.
No hay huecos para ellos en el nuevo
paradigma. No tienen futuro. Su
discurso,
el que les legitimaba, el que
legitimaba
su poder, se ha visto arruinado,
pulverizado por la nueva luz.
Esta resistencia que practican
denota,
más que su ignorancia, su perverso
interés. Les interesa mantener los
viejos
mundos, los mundos del neolítico
(sus antropologías, sus cosmologías,
sus psicologías, sus estructuras
sociales…); los únicos mundos en los
que
tienen vigencia, y poder. Se
resistirán
hasta el final. Y lo harán de manera
violenta,
como nos lo está demostrando el Islam
en los tiempos que corren. Son los
coletazos,
la violenta agonía de las
monstruosidades
ideológicas que dio a luz esa Edad
Media
generalizada que fue (y aún es) el
neolítico.
Nosotros, las presentes
generaciones,
somos testigos privilegiados de esta
nueva
transición (que no se ha producido
más
que un par de veces en la historia
reciente
del cariotipo humano –la transición al paleolítico,
y la transición al neolítico). Somos
las primeras
generaciones de este nuevo período.
4.
Vivimos
un nuevo período tan ajeno
al
neolítico como éste lo fue al paleolítico.
Me
refiero a las claves simbólicas, aquellas
que
forman, rigen, conducen… nuestro
ser
simbólico. Las claves simbólicas
del
neolítico (antropológicas, cosmológicas,
biológicas…)
no rigen ya, no mueven ya,
no
dicen nada.
Hay
nuevo hombre, nuevo cielo,
nueva
vida, nuevo mundo en fin.
Nueva
luz. Nuevos puntos de partida;
para
construir, para ser. Apenas
comenzamos,
queda todo por hacer.
No
ilumina, no impulsa a prácticamente
nadie
esta luz nueva en las sociedades
‘avanzadas’
nuestras. Seguimos
moviéndonos
con consignas del neolítico;
seguimos
siendo hombres del neolítico.
La
mentalidad de los ciudadanos
en
estas sociedades avanzadas, digo.
Sus
‘mundos’ y ‘mentalidades’ siguen
perteneciendo
al neolítico. Sus ‘utopías’
antropocéntricas,
sus mitos, sus figuras
emblemáticas,
sus ‘grandes hermanos’…
Para
nada la luz.
El
éxito de ciertos movimientos ciudadanos
–sus
tópicos ‘revolucionarios’–nos muestra
claramente
el retraso, el desfase,
el
anacronismo en el que vivimos
en
nuestras sociedades avanzadas.
Y
no son de los menos rezagados
aquellos
que piden “extender los derechos
humanos
(universales, desde la perspectiva
occidental)
al resto de los ‘animales’”
(tal
es su lenguaje). No se vive al día
en
nuestras sociedades occidentales
contemporáneas.
El nuevo conocimiento,
el
nuevo saber, aún no ha transformado
las
mentes, las miradas. Aquellos que
a
sí mismos se consideran la vanguardia
social
y cultural del planeta, los más avanzados,
no
perciben aún la luz de este nuevo período.
Sus
razones, su lógica, su lenguaje, sus ‘mundos’…
siguen
siendo antropocéntricos, aún.
(Véase
su arte de masas –su imaginario
colectivo
(su cine, su literatura…)).
No
es común la nueva atmósfera,
el
nuevo día, la nueva claridad.
Sólo
unos pocos la viven. Aquellos
que
la crearon y la crean cada día.
La
nueva realidad. La nueva cotidianidad,
la
nueva vida. La nueva mirada,
el nuevo ser; el ser renovado.
*****
Hasta la próxima,
Manu