Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

jueves, 20 de diciembre de 2018

178) Genocentrismo XXX


Genocentrismo XXX.


Manu Rodríguez. Desde Gaiia (20/12/18).


*
  

*La sustancia viviente única se ordena a sí misma, a sí misma se organiza, a sí misma se manda y se obedece. La unidad primordial, el ser viviente único, el sujeto único.
*La ‘psykhé’ de Aristóteles: “forma que informa, orden que ordena”.
*No estoy seguro de que Dawkins haya comprendido el alcance de su propia teoría. Un organismo dual –(holo)genoma/soma– en el que cada parte tiene su vida propia. ¿Un cuerpo autónomo de su genoma, independiente, con pensamientos propios? ¿Un soma que interpela a su genoma?
El dualismo de Dawkins recuerda a aquel de cuerpo y alma. Aunque aquí el cuerpo es el genoma (el ser natural) y el alma es el ser simbólico (el soma, el fenotipo).
No hay sino un solo ser viviente, y éste es el (holo)genoma, la sustancia viviente única. El cuerpo no es. No hay cuerpo, éste es sólo la envoltura.
El único sujeto de la actividad biológica en cualquier organismo es la sustancia genética que alberga. Es esta sustancia la única que se mueve, la única que se reproduce, la única que se alimenta… No hay otro (en el organismo) que piense, quiera o hable. Es lo único vivo en el organismo.
La “Canción de arpa para las mujeres danesas” (leído en “El cuento del antepasado”) denota la confusión de digo. Tanto la letrilla del gen egoísta como la respuesta del cuerpo. Dos mundos separados, con finalidades diferentes, incluso enfrentados. Un disparate.
Dawkins sostiene este dualismo desde el principio. Un dualismo que tiene carácter ético –recuérdese en “El gen egoísta”, donde el sujeto cultural, consciente (y con conciencia moral), se enfrenta a las demandas ‘egoístas’ del genoma.
El soma contra el principio vital (la ‘psykhé’). Una vez más. Repito, no cabe mayor confusión. En todo caso lo que tenemos es un ‘alma’ (una sustancia viviente única) dividida, y enfrentada. Y esto es debido a que durante los últimos milenios (quizás en el paleolítico, pero con toda seguridad a lo largo de las culturas del neolítico) sólo existía el ser cultural (consciente, moral…), y el ser natural era, paradójicamente, la carne, el cuerpo, la bestia o el animal en ‘nosotros’ –un ser natural al que había que dominar (véase Platón, véanse las tradiciones religiosas del neolítico de aquí y de allá). Y ésta es la concepción que hereda y sostiene, aún, y a pesar de nuestros conocimientos, y de su propia visión del asunto, el propio Dawkins.
Son estas culturas que digo, las que dividen, y enfrentan, al sujeto único. El ser natural (el ser viviente único) vive extrañado de sí mismo. Se ignora o se malentiende.
Los ‘humanos’ viven extrañados del resto de la naturaleza viviente, como si fueran otra cosa.
 Seguimos en el neolítico. En el mismo antropocentrismo y antropomorfismo del neolítico que han sostenido (y sostienen) las diversas culturas del neolítico. Y son concepciones que afectan a toda la biología y antropología del presente, pasando por la ecología y demás. No damos un solo paso adelante.
A nivel lingüístico-cultural, el paso del fenocentrismo al genocentrismo nos llevará siglos.
*Atiéndase a estas palabras de Dawkins en una convención celebrada en Brasil (Fronteiras do Pensamento, 2015) –son extractos del artículo que recoge su participación y posterior charla:
“Em cerca de 40 minutos, Dawkins dissertou sobre o que chama de "Corrida armamentista" (The arms race)...
O conviver com o diferente, tema das Fronteiras desse ano, foi defendido por Dawkins por meio de particularidades do ser humano que nada tem a ver com evolução, mas com valores como a empatia e o altruísmo.
– Quando doamos sangue, quando tomamos conta dos animais… O gene é egoísta, o indivíduo não.”  Las cursivas son mías.
“El gen es egoísta, el individuo no...” “Particularidades del ser humano que nada tienen que ver con la evolución...”  No sólo es una muestra del dualismo sostenido por Dawkins. En estas expresiones encontramos confusiones, errores, ignorancias... La vida, la evolución, es esencialmente egoísta, no encontrarás en ella ni empatía ni altruismo. Dejando aparte que términos como egoísmo y altruismo, o cooperación y competición, no son adecuados –demasiado antropocéntricos (como pensaba L. Margulis), se podría concluir de las palabras de Dawkins que nosotros no somos la vida –no somos ni genomas ni somas, no somos o no nos afecta la evolución. ¿Qué somos entonces; cuál es nuestro lugar en la naturaleza?
Las palabras de Dawkins al respecto se concilian perfectamente con los argumentos que sostienen los creyentes en almas inmateriales, o en almas reencarnables, o en la singularidad ‘espiritual’, y ‘no-animal’, de los seres humanos. No tardarán mucho estos en hacerlas suyas.
Hay que decir, con todo, que la vida es lo uno y lo otro, contiene todos los antónimos, todos los contrarios (desde el punto de vista humano, o desde las características de nuestros lenguajes).
*Algunos autores (De Tiège&Tanghe et al., From DNA- to NA-centrism, 2014) proponen que más que ADN-centrismo, genoma-centrismo, o genocentrismo se debería utilizar el término AN-centrismo. Y tienen toda la razón, porque son los ácidos nucleicos  los que llevan el peso de la expresión.
*No son los organismos los que se comportan, sino su sustancia genética. Es la sustancia genética la que mueve su organismo, lo conduce… la que se dirige hacia aquí o hacia allá. De la misma manera que nosotros conducimos nuestros vehículos.
El genoma, la sustancia genética, la sustancia viviente única, los ácidos nucleicos… el hologenoma de cualquier organismo.
Los organismos no están determinados, porque el organismo ‘no es’, es tan sólo la envoltura que usa la sustancia genética para trasladarse, protegerse, atacar…
Estamos atrapados por la perspectiva fenocéntrica u organismocéntrica.
Sólo la perspectiva genocéntrica (o AN-céntrica) nos da la justa mirada acerca de la biosfera y su evolución.
*La historia de la evolución es la historia de los diseños corporales o somáticos. Cambios y transformaciones en el diseño de los organismos. La evolución de los diseños mediados por el azar y la necesidad.
Para poder levantar un organismo la sustancia genética ha de tener en cuenta los recursos o materiales que encuentra a su alrededor y de los que puede disponer, son estos los que deciden el desarrollo del nuevo fenotipo, así como su normalidad o anormalidad.
Los ingenieros y los materiales de construcción. Hay que pensar en los ácidos nucleicos y en el conjunto (cohorte, consorcio) de sustancias que participan en la expresión.
*Organismos poligenómicos. Monogenomas (unicelulares) y poligenomas (multicelulares). En Dupré y O´Malley. Homogeneidad genómica y Heterogeneidad genómica. Heterogeneidad genómica en organismos pluricelulares. Metagenoma. Hologenoma.
Poligenómicos consorcios (hologenomas) como unidades de selección (Dupré&O´Malley, Gilbert, Rosenberg, Lloyd…), o como unidades de cooperación (Queller&Strasmann, Stencel&Wloch-Salamon…).
*“Si hortum in bibliotheca habes, deerit nihil”, Cicerón. “Si tienes un jardín en la biblioteca, de nada te faltará”.
La cita no está mal, pero yo diría que una biblioteca es tanto como un jardín, y aún más, es un bosque, una selva, un mundo…
Una biblioteca, un planeta, un mundo en el que se habita; un mundo que se cuida, que se enriquece…  Si tienes una biblioteca, de nada te faltara.
*El problema radica en la distinción o dualidad establecida entre el genotipo y el fenotipo o entre el genoma y el organismo, como si estos fueran sustancias separadas e independientes. De un lado ‘nosotros’, del otro los ‘genes’. Es corriente encontrar frases como “nosotros no estamos determinados por los genes o el genoma” (incluso en Dawkins). Aquí ‘nosotros’ es la superestructura orgánica –el soma. Se sigue sosteniendo la dualidad de cuerpo y alma. Un dualismo que no tiene lugar. No hay sino alma, ‘psykhé’, sustancia genética.
Los fenotipos u organismos no están determinados por sus genotipos o genomas, no tienen otra función que la de proteger (entre otras cosas) a sus ‘pilotos’ (‘kibernein’), no hay otro sujeto (ni otro objeto) que la sustancia genética.
La interacción o coexistencia se da únicamente entre el entorno y la sustancia genética. El cuerpo, el soma, el fenotipo o el organismo es el resultado de tal interacción.
Sólo se comporta el genoma. Los movimientos del soma son movimientos del genoma.
Los organismos son adaptados al entorno o a las condiciones (físico-químicas) ambientales por la sustancia genética. Y, a su vez, el entorno y las condiciones físico-químicas ambientales son adaptados o habilitados para facilitar la permanencia de los organismos.
El soma es la envoltura protectora (entre otras cosas –el vehículo, el arma...) de la sustancia genética. Carece de entidad: no piensa, no quiere, no siente… No puede ser, en ningún caso, ni el sujeto ni el agente de la evolución. No existe –ni deviene, ni es.
De la optimidad de los organismos depende la supervivencia y la perennidad de la sustancia genética.
Ver el genoma en el soma.
*Algunos usan el término ‘holobionte’ como sinónimo de organismo y hablan del “holobionte y ‘su’ hologenoma” (Roughgarden&Gilbert&Rosenberg&Zilber-Rosenberg&Lloyd, en “Holobionts as Units of Selection”, 2017) de la misma manera que hablarían del organismo y ‘su’ genoma (o del fenotipo y ‘su’ genotipo). Es la perspectiva organismo-céntrica o fenocéntrica.
En la colaboración de Lloyd en particular (en el artículo citado) se toma al holobionte como ‘replicador’/‘reproductor’, como ‘interactor’, como ‘manifestador de adaptación’, y finalmente como ‘beneficiario’ del proceso de selección (véase además Lloyd, Units and levels of selection, 2017). Son términos tomados de David L. Hull, George C. Williams y Richard Dawkins pero aplicados exclusivamente al holobionte, esto es, al organismo. Lloyd (y el resto de los autores) sigue a Lewontin para quien el organismo era el sujeto y el objeto de la evolución.
Pero no hay otro replicador, ni otro interactor, ni otro manifestador de adaptación, ni otro beneficiario de los procesos de adaptación, selección y evolución que la sustancia genética (el hologenoma del organismo/holobionte).
La sustancia genética es el único sujeto y el único objeto de la evolución, así como su único agente y su único paciente. Actor único y sujeto único. Se trata de la sustancia viviente única.
*Un mundo viviente fluido, fluyente, en constante devenir… procesos, ciclos…
*Toda la vida en este planeta es una y la misma.
*No hay cuerpo, no  hay soma, no hay organismo, no hay fenotipo… por lo tanto, no hay fenotipo extendido.
El cuerpo, el soma, carece de entidad, de existencia, de ser.
*La sustancia genética (la ‘psykhé’ de Aristóteles) es la causa eficiente, formal, y final de su ‘vehículo’ –el ingeniero de su dispositivo de supervivencia.
 La optimidad del vehículo es lo que garantiza la victoria del replicador en su lucha por la existencia.
*“Ser como nunca ser. Nunca serás en tanto”. Hernández.
*No hay seres vivientes, no hay más que un ser viviente en constante devenir. Se trata de la sustancia genética completa del planeta esparcida en los millones de organismos –bacterias, virus, plantas, animales… El ‘pool’ génico del planeta, el hologenoma o pangenoma. La mónada de las mónadas. Lo Uno primordial. 
Un monismo genocéntrico.
Hay un dualismo inconciliable tanto en Dawkins como en sus oponentes (Lewontin y otros). La sustancia genética de un lado y los organismos del otro. Como si fueran entidades separadas y ajenas entre sí, con historias o devenires independientes. Se mantiene el dualismo platónico, judío-cristiano, cartesiano…
*No hay cuerpos, ésta es la cuestión; no hay organismos, no hay fenotipos… En todo momento es la sustancia genética el único sujeto de la evolución. No  hay otro actor, ni otro interactor.
Los genes (las unidades de expresión de la sustancia genética) van y vienen de un organismo a otro, se mueven, se desplazan… se unen, se separan… se mezclan, mutan, se transforman… Son los únicos responsables de tal o cual fenotipo, de tal o cual cambio en tal o cual fenotipo…
La perspectiva genocéntrica. Ver todos los fenómenos de la vida desde la sustancia genética; desde la óptica de la vida –de la vida única.
*Los organismos no están ni preformados, ni predeterminados, ni predestinados. No hay predeterminación o predestinación. La conformación de un fenotipo depende de factores internos (genéticos) y factores externos (ambientales, en amplio sentido: bióticos y abióticos), o de fuerzas internas y fuerzas externas, en palabras de Weismann. Es una ‘obra abierta’, por así decir; depende, es relativa a…
Nosotros no somos los organismos o fenotipos resultantes. Nosotros somos la sustancia viviente única; fragmentos ordenados de lo Uno primordial, de lo viviente en este planeta.
*Genouss y Genoussin. El dimorfismo sexual. La reproducción, la replicación a dos. La gametogamia. La cariogamia. Amphimixis. 
¿Dos modos o maneras de percibir; de vivir? ¿Cada una con su propia voz? Diferentes funciones, diferentes determinaciones, diferentes destinos.
Con todo, nada más fácil que ponerse en lugar del ‘otro/otra’, ya que somos uno y lo mismo. No sólo con respecto al resto de las formas vivas. Identidad inter e intra-específica. Y no hablo de empatía.
La vida que somos se antepone a cualquier diferencia. Partir de la  unidad, más allá de las diferencias.
No hay nada en el comportamiento del resto de los organismos que nos sea extraño, o ajeno. El ‘ser’ es el mismo en el árbol y en el ave; en el depredador y en la presa. No hay ‘tú’, no hay ‘otro’ –en lo que a lo viviente concierne. ‘Yo’ estoy en todas las formas vivas.
*El proceso de individuación es cultural. La construcción del ‘yo’ simbólico, cultural, histórico… espurio. El ‘yo’, el ‘me’, el ‘mi mismo’  (el ‘self’, el ‘myself’…). La poética del ‘I’ o del ‘self’ (la poética ‘confesional’) en la literatura contemporánea (Robert Lowell, Anne Sexton…), por ejemplo. Estos individuos particulares no pueden ser universalizados porque remiten al ‘self’ histórico, cultural…. eventual, contingente… El que podría ser o no ser. Producto del azar, de las circunstancias históricas, ambientales, económicas, sociales, culturales; de la época, del momento y lugar en el que ha venido a ser.
Este ser simbólico carece de profundidad, de realidad… podría ser otro –depende, es función de, es relativo a…. Aquel ‘me canto a mí mismo’ de Walt Whitman, por ejemplo. Un ‘mí mismo’ con  nombre y apellidos no puede ser. El ‘self’, el ‘myself’, como ficción cultural.
Es este ‘yo’ simbólico, histórico cultural… el que hay que superar, vencer, dejar atrás. Digamos que la construcción de este ‘yo’ cultural y social es el que ha prevalecido en todas las culturas del neolítico hasta el momento presente.
Para allegarnos al ‘uno’, al ser natural, al ser único que somos, la costra simbólica, social, cultural… ha de disolverse, desaparecer. Quedarnos desnudos, a solas con el solitario ‘uno’.
El ‘uno’ ignorado, descuidado, desconocido… el alma (la ‘psykhe’) de lo viviente, lo viviente mismo, lo único verdaderamente existente.
Así pues, hay mucho que andar, mucho que recorrer, mucho que aprender. Y ni siquiera hemos empezado. Nuestras culturas neolíticas son culturas del ‘yo’, culturas individualistas, donde se potencia al individuo, al ‘self’ –las mismas religiones de salvación ‘personal’.
Hay mucho que dejar atrás; mucho que estorba, que entorpece, que oculta, que tacha, que borra, que ignora… Siglos, milenios de historia, de prácticas, de hábitos… de creencias, de ideas, de teorías, de visiones…
Un cambio radical se requiere; mudar de piel, de hábitos culturales, de dietas culturales… Ir de la periferia al centro; al centro único de todo lo viviente; a la sustancia viviente única; al ser único que somos.
Un arte y un pensamiento que partan del ‘uno’ –una poesía, una filosofía, una ciencia… Culturas enraizadas en lo Uno primordial. 
La voz de la Uno primordial y único. En todo pensamiento, en toda acción. No hay poetas aún, ni filósofos, que hablen desde el centro único de todo lo viviente, desde lo Uno primordial. No tenemos sino voces personales, individuales, cuasi-solipsistas… No podemos compartir esas voces particulares, no podemos hacerlas nuestras. Seguimos solos, apartados, aislados… rodeados de voces ‘singulares’; no tenemos nada que compartir –salvo el lugar y el momento que nos ha tocado vivir. Todo circunstancial, eventual, contingente, histórico… Incapaces de trascender la época, el momento, el lugar… las ‘circunstancias’ (personales, sociales, históricas…). Voces descentradas, desarticuladas, desmembradas… separadas, aisladas, solas; para consumo propio, personal, narcisista.
Hacia una poética o una filosofía de lo Uno primordial, necesitamos palabras que provengan de la mónada de las mónadas; la voz de la sustancia viviente única.
Apenas nada del pasado nos vale. Queda todo por hacer. Un nuevo mundo, una nueva cultura universal.
*
Hasta la próxima,
Manu

sábado, 24 de noviembre de 2018

177) Genocentrismo XXIX


Genocentrismo XXIX.


Manu Rodríguez. Desde Gaiia (24/11/18).

 

*

 

*Un mundo para el ser viviente único. Construido, visto, sentido, pensado… fundado por la sustancia viviente única.
Los mundos del pasado tuvieron como punto de partida al ‘hombre’, se trataba de perspectivas humanas; se giraba en torno al ‘hombre’. Aún hoy, en filosofía especialmente, se sigue girando alrededor del ‘hombre’.
Mundos fenocéntricos, centrados en las criaturas, en los organismos, en los animales o en las plantas… en los fenotipos. Lejos de la esencia, del ser único de lo viviente.
La sustancia viviente única vivía alienada, extrañada, lejos de sí. Se ignoraba.
Ese periodo acabó, el periodo de la ignorancia de sí. Ahora sabemos quiénes somos. Ahora la vida es lo primero y lo único. 
El saber de nuestra esencia transformará el mundo. Nuestra relación con el resto de los seres vivientes, con el planeta; las relaciones entre los seres humanos –el amor, la amistad… la sociedad en su conjunto, todo cambiará.
Culturas post-humanas, post-nacionales, post-étnicas… El mundo por venir.
Los mundos del pasado, los hombres del pasado, son un obstáculo y un peligro. Debemos superarlos, dejarlos atrás. En ello nos va el futuro, nos va la vida.
El futuro de la vida en este planeta depende de que dejemos atrás o no las culturas y los mundos del neolítico –ideologías religiosas, políticas, filosóficas, económicas, jurídicas… los estados nacionales, los imperialismos, los etnocentrismos…
Tiempos de locura, tiempos finales, de transición… los que actualmente vivimos. Mundo (humano) desnortado, desquiciado, loco, absurdo, estúpido, insensato, cruel, autodestructivo… Huida hacia el abismo.
Estamos destruyendo el planeta, el hogar, la obra de millones y millones de años, el trabajo de la vida… El aire, el agua, la luz, el manto fértil… todo contaminado, sucio, mancillado. Mundo impuro, mundo inmundo, mundo cada vez más inhabitable. El legado ‘humano’.
*Los tiempos presentes son el corolario, la flor, el remate de las prácticas, de los modos de vida de los hombres (pueblos, culturas, mundos) todos del neolítico (del ‘ser’ de los ‘hombres’ del neolítico). Seguimos viviendo en el pasado. El conocimiento de los últimos doscientos años (la física, la tecnología, las ciencias de la vida…) está puesto al servicio de la codicia insaciable de los humanos neolíticos; no han modificado en nada nuestra manera de vivir. El saber que nos viene de las ciencias de la vida carece de peso cultural, no influye en nuestras vidas. Los mundos del pasado siguen guiando nuestra conducta, nuestra cotidianidad; continúan marcando nuestros pasos.
El último capítulo de la ‘hybris’ (antropocentrismo, nihilismo) del neolítico. Los tiempos presentes. El último acto de las religiones, la filosofía (la metafísica…), las ideologías, los ‘mundos’… la historia entera del neolítico.
Hoy los poderosos no necesitan de religiones o de metafísica alguna, que no fueron otra cosa que instrumentos (transcendentes, sobrehumanos, celestiales) de alienación y de dominio. La ‘muerte del dios’ no fue más que el desgaste de un antiguo instrumento de poder. Entretanto han surgido nuevos modos de dominio (ahora inmanentes, humanos, terrenales) –la  democracia, el comunismo, el nacionalismo… Las nuevas identidades individuales o colectivas, los nuevos ‘seres’ humanos.
Ideologías antiguas o modernas que no sirven más que como coartadas para legitimar la codicia, la insaciable ambición de dominio de unos pocos (los monarcas o los oligarcas de siempre).
No es sólo Europa (la filosofía, la religión…), el hombre occidental o el pensar occidental, como piensa Heidegger (véase Nietzsche, II –El nihilismo europeo, 1940). Es la actitud del ‘hombre’ a lo largo de todo el neolítico histórico, hasta nuestros días, en todas las culturas, en todas las latitudes. La metafísica occidental o el génesis bíblico no son más que síntomas de este antropocentrismo que digo –no  causas, sino efectos.
El neolítico histórico es una suerte de Edad Media generalizada, con culturas muy similares (hasta la era tecnológica actual).
La rapidez con que se ha extendido por todo el planeta el actual régimen de explotación (de hombres y de cosas) denota la semejanza de las culturas neolíticas (la china, la india…). Tal vez no sea un azar que el paso a la era tecnológica actual hubiera comenzado en la cultura (greco-judía) occidental (Descartes, Newton, la Ilustración… Hegel, Marx…), pero todas estaban a punto de dar el paso, de ‘progresar’ –la industrialización, los dispositivos de poder sobre amplias muchedumbres (que va al unísono con la superpoblación)…
Lo que tenemos ahora es la unificación del planeta en punto a tecnología, a ideologías políticas, a ‘filosofías’… Es el culmen del antropocentrismo, del poder y del dominio del hombre sobre el resto de la naturaleza. Nunca los seres humanos estuvieron tan lejos de su ser natural, nunca tan alejados, tan distanciados de sí mismos.
Vivimos la culminación del proceso de extrañamiento del hombre del resto de la naturaleza (viviente y no viviente) que se inicia y que recorre todas las culturas del neolítico. La idea del hombre como otra cosa que naturaleza está implícita o explícita en todas las culturas del pasado (vivas o muertas).
El punto de partida, el principio, la interpretación, la visión… la ‘ontología’ antropocéntrica (fenocéntrica) del neolítico. Un error de perspectiva del que tarde o temprano íbamos a sufrir las consecuencias.
Estamos en un punto muerto. Recorremos una y otra vez los laberintos, los círculos viciosos del pasado. No salimos, no avanzamos ni un solo paso. Estamos detenidos. Son los mundos y las actitudes del pasado los que nos ciegan, los que nos impiden avanzar. No evolucionamos –el paso del fenocentrismo al genocentrismo es el siguiente en nuestra evolución.
El extrañamiento del ser único que somos; del ser viviente único. Retorno a lo Uno  primordial –es la salida.
Los seres nuevos, renovados, los futuros; los renacidos a la vida, a lo Uno primordial. ¿Dónde están?
*Los ‘valores’ que vendrán tras la autognosis, tras la anagnórisis –tras el periodo de ignorancia (o de olvido) del ser que somos. Valores genocéntricos, biocéntricos.
La perspectiva, el horizonte, la visión…  depende del lugar desde el cual se mira, se contempla, se juzga, se perciba y se conciba (el entorno, el mundo). Cambia la perspectiva y cambia el horizonte. Es otro mundo el que vemos.
Una es la visión desde la criatura humana (u otra), y otra es la visión desde la vida, desde la sustancia viviente única.
Todo depende de cómo los seres humanos se perciban y se conciban a sí mismos y su lugar en el mundo.
La mirada desde la criatura (desde el fenotipo) ha sido la predominante en los últimos miles de años. Es patente en la cultura egipcia, en la sumeria, en la china, en las indoeuropeas, en las semitas… Lo que tenemos son variaciones sobre un mismo tema. El tema, la tesis, el fundamento de todas estas culturas ha sido la excepcionalidad de la criatura humana, su ajenidad del resto de la naturaleza. Éste es el origen.
Tales culturas y tales fundamentos no podían concluir sino en el momento y lugar en el que hoy nos encontramos –en una disyuntiva, en una encrucijada.
¿Cómo continuar el camino; desde dónde? Un nuevo principio, un nuevo fundamento necesitamos. Un cambio de mirada, de perspectiva, de mundo.
*El nihilismo es la característica fundamental de las civilizaciones e imperios del neolítico desde su origen (desde su aparición) hasta el presente –los modos de vida, el morar de los distintos pueblos sobre la tierra; sus divinidades, sus filosofías… que venían a refrendar, a legitimar tales modos de vida –vida descentrada, fingida, irreal…
La codicia de bienes, de tierras, de esclavos… era (y sigue siendo) el verdadero y único motor en nuestras sociedades; la codicia de oro, de placer, de poder. No otra cosa importaba e importa. Hoy como ayer. Actitud nihilista donde las haya.
El ‘quantum’ de poder es lo que importa, lo que vale en ‘este’ mundo (lo único que importa, que vale, que tiene valor). Lo demás son cuentos, palabrerías, patrañas… Tanto puedes, tanto vales. El resto del mundo es como nada, puede hundirse en la miseria, arruinarse, pudrirse…  Hasta que punto era consciente ese ‘hombre’ codicioso de la nadería de sus mundos transcendentes y divinos –como ahora lo es de sus mundos inmanentes y humanos. El cinismo, la mentira, el engaño… es la moneda corriente en estos mundos pergeñados para mayor gloria de los poderosos.
Recordemos aquella reflexión de Nietzsche: “Los fuertes se apropian de los ‘valores’ de los débiles para así dominarlos mejor”.
La divinización (la sacralización) del poder, del poderoso (del violento y del mixtificador). Mundo nihilista desde su misma raíz.
Los valores que sustentaban, y sustentan, el mundo en el que aún vivimos. Los fundamentos reales de nuestro mundo de cada día; nuestra execrable cotidianidad. El retorno de lo mismo una y otra vez. Sin solución de continuidad. Sin salida.
Nuevos fundamentos y nuestras prácticas necesitamos. Nuevo mundo, en suma. Lejos del neolítico nihilista, lejos de los ‘hombres’ del pasado. Un mundo centrado en la vida, en la sustancia viviente única. Biocéntrico, genocéntrico.
Sin resolver la disyunción, detenidos en la encrucijada. Desnortados. Así estamos. Debido al peso que los mundos antiguos tienen aún sobre nosotros; sí, las viejas patrañas –lo que nunca fue. Los montajes, los dispositivos de poder.
 *“Nuestras pulsiones se desfogan en las astucias y las artes de los metafísicos, que son los apologetas de la soberbia humana…” (Nietzsche, Póstumos, 1875-1882, 6[31])
*En un organismo podemos distinguir el genoma y el soma (el genotipo y el fenotipo). La sustancia del genoma (o genotipo) son los ácidos nucleicos, la sustancia del soma son los aminoácidos.
Los ácidos nucleicos son la sustancia viviente del organismo, su ‘psykhé’ (su ‘alma’); el soma es el cuerpo formado por aminoácidos (la envoltura).
Los seres animados son los seres vivientes, dotados de ‘alma’, de genoma (o genouma).
El genoma tiene la clave de la forma y función del soma (de su ‘morphé’ y de su ‘eidos’). La sustancia genética es la ‘psykhé’ del cuerpo, su principio vital. Y aún más, lo único viviente en el cuerpo.
Los aminoácidos son materia no animada. Los ácidos nucleicos son materia animada.
Los ácidos nucleicos son la materia animada en cualquier organismo, sea simple o complejo. Son la única sustancia viva (viviente).
No siente o piensa, o quiere el soma sino su genoma (en virtud de sus receptores, o de su sistema nervioso (las vías aferentes y las eferentes)). Todo movimiento o actividad es llevada a cabo en todo momento por la sustancia genética.
La sustancia genética es el sujeto único en toda volición, en toda actividad, en todo pensamiento…
La misma nutrición está dirigida a restituir las pérdidas de sustancia en los núcleos de las diferentes células del organismo (cuando complejo), a mantener los genomas en plena actividad. La sustancia genética es el destinatario último en la nutrición.
Los aminoácidos son los ladrillos con los que la sustancia genética construye su organismo, su soma.
El soma perinuclear. El genoma, nucleado o no, y su soma –su cuerpo, su vehículo, su armadura…
El genoma siempre oculto, protegido, informado… ideando, construyendo, organizando, dirigiendo, pilotando su soma. El único sujeto en cualquier actividad.
Seres vivientes, cuerpos animados, que albergan vida, y cuya vida está en acto.
El genoma es el ingeniero de su soma –diseña, construye, y pilota su soma.
Digamos que no es el cuerpo o el soma el que se comporta, sino sólo su genoma.
*La muerte es la cesación del organismo (de las funciones orgánicas). La materia viviente que alberga (los ácidos nucleicos) puede seguir su vida en otros organismos (microorganismos, plantas, insectos…). Lo suyo es enterrar a los fallecidos, sin más (sin ataúdes ni nada que los aísle de la tierra), o entregarlos a las aguas de mares y océanos, a fin de que la materia viviente que le animaba (y la materia no viviente) pueda ser reciclada por la vida entorno.
La materia viviente y la no viviente que constituían un organismo, una vez pasado su ciclo de vida, debe ser restituida a la naturaleza entorno.
Quiero que mi cuerpo sea enterrado o arrojado al mar; mi cuerpo, no mis cenizas.
*La unión de herencia y desarrollo. La expresión del fenotipo (a partir del genotipo) y la epigénesis forman un solo proceso.
Los ácidos nucleicos están presentes tanto en el ADN nuclear como en los procesos epigenéticos (incluidas las ribonucleoproteinas).
La expresión del fenotipo se hace partiendo del genotipo y teniendo en cuenta el entorno. Las modificaciones (la activación o inhibición de determinados genes) en la expresión debido a particularidades del entorno es lo que llamamos epigénesis.
El contexto medioambiental ‘dice’ qué genes se expresarán y cómo.
Unir el genocentrismo y la epigénesis. Weismann y Waddington (por abreviar). El complejo genotipo-epigénesis.
El fenotipo o el soma resultante. La expresión del fenotipo no es un proceso mecánico, ciego… que partiera del genotipo (éste como ‘programa’).      
El complejo genoma-epigénesis debe ‘saber’ (tener conocimiento, información) de las condiciones físico-químicas del entorno para proceder en consecuencia. Aquí interviene la biocomunicacion.
La epigénesis regula la expresión (Buss) durante el periodo embrionario y más allá. El desarrollo no acaba en el nacimiento, prosigue en la infancia (lactancia, dentición…), en la adolescencia (el ‘desarrollo’, la madurez sexual, segregación células germinales); atraviesa toda la vida adulta y culmina con la extinción del organismo.
Podríamos decir que el exposoma (el cuerpo en exposición) forma parte del desarrollo del organismo (no se distingue de la epigénesis).
Las condiciones externas necesariamente influyen en el desarrollo.
La ontogenia es un permanente llegar a ser en el que intervienen la sustancia viviente y el entorno; comienza con la fecundación y concluye con la muerte. Es un despliegue –el despliegue o desenvolvimiento del ser que nunca llega cabalmente a ser. Como aquellos versos de Hernández: “Ser como nunca ser. Nunca serás en tanto”.
*El genocentrismo (de Weismann) es una suerte de preformacionismo (como acertó a ver Hertwig).
*Una prueba temprana de la ‘politización’ de las ciencias de la vida la recoge Fischer en un comentario sobre Chabry (Laurent Chabry,  Beginnings of experimental  embryology in France, 1991). Gilbert (Developmental biology) menciona este aspecto de la discusión entre preformacionistas y epigenetistas. Los partidarios de la preformación eran de ‘derecha’, los partidarios de la epigénesis eran de ‘izquierda’.
Los biólogos judíos siguen usando esta ficción para dividir y enfrentar el campo de las ciencias de la vida.  Con todo, me atrevo a decir que los biólogos judíos son genocentristas (o preformacionistas) en privado y epigenetistas en público. Es ‘su’ política étnica, su ‘éthos’.
*Todo parece indicar que la preformación (ahora fundada en la sustancia genética, en los ácidos nucleicos) y la epigénesis son las dos caras de una misma moneda. No puede ser lo uno sin lo otro. Son indisociables, interdependientes. Forman un complejo.
*No hay predeterminación o predestinación alguna cifrada en el genoma. Una vez constituido éste, tras la cariogamia, comienza el proceso de expresión del fenotipo. Es una lucha contra las condiciones y las constricciones ambientales. Pactos, adaptaciones, victorias… Viene a medias preparado.
El genoma acaba imponiéndose al medio, triunfa… La herencia es el mundo entorno.  El mundo en el que se viene a ser. Un mundo en gran medida elaborado, adaptado, modificado por los antepasados desde los tiempos más remotos.
El ser viviente único se adapta, y adapta, habilita.
La muerte no implica la cesación de la vida, pues la sustancia viviente única es imperecedera. Toda la sustancia viviente del organismo (el hologenoma) se reintegra en otras formas vivas.
*Hay un recuerdo que no se sabe (del que no somos conscientes), se trata de la memoria de la vida. La memoria del sujeto consciente, del sujeto cultural, del ser simbólico (del ‘yo’), es precisamente aquella que las religiones de salvación ‘personal’ quieren salvar –la memoria del sujeto histórico, relativo, circunstancial –el más efímero e inconsistente. Las tradiciones culturales del neolítico sólo consideran al ser simbólico, al sujeto consciente, a la ‘persona’ (a fulano de tal). Los individuos se aferran a esta ficción cultural como si fuera su único ser  (ahí ven su ‘alma’, su ‘identidad’). Pero este ser (este ‘alma’, esta ‘identidad’) es un producto de la época y de las circunstancias que le ha tocado vivir –sería ‘otro’ si la época y las circunstancias hubieran sido otras. El ser simbólico es el obstáculo que hay que superar para que el ser viviente único que somos advenga a la luz –se haga patente, manifiesto.
Vivir (pensar, querer, sentir...) como sustancia viviente única, como fragmentos del ser viviente único, de lo Uno primordial. De esto se trata. Desde el centro, desde el origen, desde el ser único que somos.
La perspectiva biocéntrica, genocéntrica.
                                                                                 *
Hasta la próxima,
Manu

domingo, 11 de noviembre de 2018

176) Genocentrismo XXVIII


Genocentrismo XXVIII.


Manu Rodríguez. Desde Gaiia (11/11/18).

 

*

 

*La causa del malestar radica en la separación de la unidad original –la  separación que se da en la individuación. Los seres individuales padecen el desgarro…  
Son los individuos, fragmentos del Uno, los que se duelen. Y por ello mismo es el Uno el que se duele.
El malestar, el dolor de la separación; el goce, la alegría de la reunión. Es el Uno, en último término, el que se duele en la individuación, y el que se goza en la unión. No hay sino Uno.
El Uno es la mónada de mónadas.
*El error del cariotipo humano ha sido el creerse autosuficiente y un ser ajeno al resto de la naturaleza viviente. Sí, la autosuficiencia y el extrañamiento de la naturaleza. Especialmente en las culturas del neolítico (en el que aún vivimos).
*Hacerse una idea del mundo entorno, tener (‘poseer’) una representación satisfactoria… la interpretación del devenir… la ‘creación’ de un mundo. Desde las bacterias y arqueas…
¿Cómo es posible operar sobre un mundo (un entorno) ideado, interpretado, o representado? ¿Cómo son posibles la adaptación y la adaptabilidad? Es un mundo que no es, es un mundo inventado… ¿Cómo es posible…?
*Multiplicidad, pluralidad de genomas (plásmidos, transposones, ADN víricos…) en cualquier organismo. Composición. Heterogeneidad. Y cada parte actúa por sí y para sí.
Sujeto múltiple, plural. Multitud de ‘yoes’, de agentes, de sujetos. Se requiere la jerarquización. La lucha interior… de voliciones, de interpretaciones…
Voliciones, fuerzas, impulsos… y agentes, sujetos.
*Nuestro ser es uno y múltiple…
*La sustancia genética es el fundamento sobre el que descansará el nuevo mundo a crear (los nuevos mundos). La perspectiva genocéntrica.
El carácter vinculante del nuevo saber. Su fuerza. La nueva existencia post-humana, trans-específica.
*Pensar desde la sustancia genética, como sustancia genética… como lo Uno primordial, como la sustancia viviente única…
*Cultura genocéntrica, la cultura que viene. Cultura universal, planetaria. Los pueblos, las razas, las naciones, las ideologías… los ‘mundos’ del neolítico… se esfumarán, palidecerán… desaparecerán –las pesadillas del neolítico.
La unidad de la humanidad bajo la perspectiva genocéntrica. La nueva ‘humanidad’.
La globalización ideológica, cultural, espiritual… que viene. Desde las ciencias de la vida.
Las sociedades multiculturales y multiétnicas en las que ya vivimos no sobrevivirán si se conservan los mundos (antropocéntricos, etnocéntricos…) del pasado neolítico. Mundos exclusivos, excluyentes –o uno u otro.  La globalización actual nos conducirá inexorablemente al enfrentamiento…
La ‘tolerancia’ no es la solución… el soportarnos unos a otros no durará mucho. La guerra entre mundos y entre grupos étnicos vendrá. Necesitamos un nuevo mundo que trascienda las diferencias de origen. Y un nuevo mundo que se ajuste a las ciencias de la vida, que se deduzca de ahí, que parta de nuestra identidad sustancial, de nuestra co-pertenencia al Uno primordial –que no afecta tan sólo a los diferentes grupos humanos, es toda la naturaleza viviente la agitada por lo Uno primordial.
Las nuevas sociedades, las sociedades por venir, serán genocéntricas o no serán. La perspectiva genocéntrica es la única salida. Un nuevo periodo. Un futuro otro. Post-neolítico, post-humano… Más allá.
Un nuevo período biocéntrico, ecológico… La gestión ecológica del planeta no será posible desde los mundos neolíticos (antropocéntricos) del pasado. Esos mundos nos dividen y nos enfrentan; nos mienten, nos confunden, nos desvían de nuestro verdadero ser; agostan, arruinan el planeta, lo contaminan… son un perjuicio para la vida, la destruyen. No fueron, no son, no serán el camino…
Una gestión planetaria no imperialista, no nacionalista, no etnocéntrica… no humana (no antropocéntrica), en cualquier caso.
*Conflictos, enfrentamientos, guerras entre identidades nacionales, culturales, étnicas, religiosas, económicas (de ‘clase’)… Identidades asesinas.
Las falsas identidades, las falsas ‘conciencias’, los falsos ‘yoes’. Nos extrañan de nuestro verdadero y único ser.
El extrañamiento del resto de la naturaleza, de nuestro ser natural (genético), comienza en la infancia con las educaciones religiosas, políticas, nacionalistas, étnicas… que recibimos. Las pedagogías (antropocéntricas) del neolítico –relativas, circunstanciales, contingentes, históricas…
No tenemos aún una pedagogía genocéntrica (biocéntrica) en la que se inicie a nuestros pequeños en nuestro ser genético, en la sustancia viviente única, en la unidad sustancial de todos los seres vivos.
Sacar a las futuras generaciones de los laberintos antropocéntricos del neolítico. La salida definitiva del neolítico. Hacia el nuevo periodo, hacia la nueva era post-neolítica.
La nueva cultura, ya universal, el nuevo ‘mundo’. Un nuevo comienzo.
La guerra ahora contra la destrucción del planeta, contra los viejos modos, contra la humanidad (los ‘hombres’) del neolítico. Contra la ignorancia (o el olvido) de nuestro ser.
La conciencia, la identidad, la perspectiva genocéntrica… La recuperación del ser que siempre hemos sido –que nunca hemos dejado de ser.
Las culturas generadas por los grupos humanos han ignorado hasta los tiempos presentes nuestro ser natural. No aparece sino el ser cultural. Se nos instruye para cultivar este ser, esta identidad, esta conciencia… Pero la ‘persona’, el ‘yo’ (el ‘sujeto’ el ‘alma’, el ‘si-mismo’…) es una ficción cultural, un epifenómeno lingüístico-cultural. Y como tal, relativo, histórico, circunstancial…
El ser cultural efímero, inconsistente, irreal…  Es este espejismo (este ‘yo’, este sujeto consciente) el que aspira a la inmortalidad, a la eternidad, a la ‘reencarnación’ (en las religiones de salvación ‘personal’, por ejemplo). (La ambición, la vanidad… se produce siempre desde este ‘yo’ (‘ser’) cultural –la ‘representación’ social.)
No es posible mayor confusión, mayor errancia, mayor desvío...
*Nuestro ser natural múltiple, complejo, jerarquizado… El metagenoma de todos y cada uno de los seres vivos que pueblan este planeta. Un ‘yo’ de ‘yoes’ –un Nos.
El hologenoma del planeta viviente, lo Uno primordial. El acervo génico del planeta. La materia viviente, la sustancia viviente única.
Nuestra existencia particular (aquella de la que somos conscientes) es ciertamente efímera, pero la materia viviente que nos constituye es virtualmente imperecedera, y la compartimos con todos los seres vivos que han sido, que son, y que serán. Vivimos intemporalmente. Y vivimos dentro y fuera. Estamos en todas las criaturas que  nos rodean. Estamos (somos), estuvimos (fuimos), y estaremos (seremos). Vivimos (en el pasado y en el presente) y viviremos –no dejamos de vivir desde hace millones de años. La vida que somos no cesa de vivir. Sin solución de continuidad.
*No son pensamientos o ideas lo que nos saca del neolítico, o lo que nos da la medida de nuestro ser, sino el conocimiento cierto acerca de nuestra esencia.
Nuestra liberación no viene de determinados pensamientos o ideas, sino del conocimiento cierto acerca de nuestro ser.
Aquello que arruina todo antropocentrismo y que transformará nuestra manera de vivir sobre este planeta, nuestra manera de ser, es el conocimiento cierto acerca de nuestra esencia.
El ser nuevo, renovado, reencontrado –el que siempre hemos sido, el que siempre seremos. Nuestra verdad.
El concepto ‘ser’ aplicado a la materia viviente. No hablamos del ente en su totalidad, sino del ente viviente, de la materia viviente, de la sustancia viviente única, del ser viviente único, de Nos.
Cambia nuestra manera de pensar, de ver, de sentir, de querer, de actuar… de ‘ser’. Cambios como resultados o consecuencias de ciertos conocimientos, de cierto saber. Ahora sabemos acerca de nuestra esencia, acerca de nuestro ser.
Un saber que da lugar a cambios en el comportamiento de los seres humanos, que da lugar a otra humanidad, a una humanidad otra que la que hasta aquí hemos vivido. La humanidad (los ‘hombres’) del neolítico desaparece –las numerosas ilusiones antropocéntricas; las culturas, los ‘mundos’ del neolítico (religiosos, filosóficos, políticos…), se esfuman, palidecen, desaparecen cada vez con mayor celeridad; los espejismos del pasado neolítico.
Un nuevo mundo, pues, en pos del nuevo saber, a la altura del nuevo saber.
Nuestra realidad, nuestra verdad, nuestro ser. Por primera vez en la historia de los grupos humanos.
Ahora es la sustancia viviente  única la protagonista, el sujeto único en las cosas de la vida. El periodo ‘humano’ de nuestro devenir es dejado atrás.
La visión desde la sustancia genética, el genocentrismo, la nueva perspectiva.
Ahora vemos el mundo –el ente en su totalidad– desde la sustancia viviente única, como sustancia viviente única. Ya no es el ‘hombre’ el perceptor (ninguna criatura, en verdad), sino la vida misma.
Hemos llegado al centro, al núcleo de nuestro ser. Es un punto sin retorno. Es un nuevo comienzo.
Las anteriores señas de identidad –nuestra pertenencia a pueblos, razas, naciones…, las ideologías religiosas, filosóficas, políticas…– han perdido su ‘magia’, su poder –ya no causan efecto. El suelo, el soporte, el ‘mundo’ sobre el que caminábamos ha desaparecido.
La vida desnuda, la vida sin más. Esto somos. El ser mismo de lo viviente. Lo viviente sin más. Ésta es la nueva conciencia, la nueva identidad, el nuevo ser (el que siempre hemos sido, dicho sea de paso).
*La visión del hombre como animal es puro fenocentrismo. Visión pre-genocéntrica.
Los pares animal/humano (hombre), o animalidad/humanidad remiten a concepciones del hombre (a antropologías) neolíticas. Están enredadas en distinciones carentes de realidad, de verdad, de ser. Pertenecen al período de la ignorancia.
La animalidad, la corporalidad. El cuerpo, el soma, los organismos, los fenotipos… son los medios, los instrumentos, los dispositivos, los vehículos… que la sustancia viviente única construye para su propio uso. No son esenciales, podemos decir que no son –carecen de ser. Su única función es la de servir de defensa o de transporte a la sustancia viviente única.
No el soma percibe, siente o quiere, sino su genoma. El único sujeto de la acción en cualquier organismo o cuerpo (metazoos) es la sustancia genética desplegada en éste (en su sistema nervioso, en su sistema inmunitario…). El genoma es el ingeniero y el piloto de su soma.
En la reproducción sexual los órganos sexuales masculinos son el tubo polinizador (el puente) a través del cual las células germinales masculinas (haploides) penetran en el cuerpo femenino al encuentro de las células germinales femeninas (también haploides). La fusión de ambas células germinales supone el comienzo de un nuevo ser viviente. El vientre femenino es la planta bioquímica donde se gestará el futuro organismo, el futuro vehículo.
Las perspectivas antropocéntricas, fenocéntricas del neolítico han desaparecido, se han esfumado. Todo ha cambiado al respecto. Ha habido un desplazamiento de la periferia al centro en lo que concierne a las ciencias de la vida, del fenocentrismo al genocentrismo, similar al desplazamiento del geocentrismo al heliocentrismo.
Ahora tenemos la visión justa, la perspectiva desde la cual podemos situar la correcta posición de la vida (la nuestra y la de todo ente viviente) en este planeta y en el cosmos entero (en el ente en su totalidad).
La vida son los ácidos nucleicos, la sustancia genética. No hay otra vida. Y nosotros somos esa vida única y virtualmente imperecedera.
Los cuerpos, los somas, nada son. Los cuerpos pasan, la sustancia genética permanece –lo Uno primordial.  
*Estado, nación, pueblo, raza… creencias religiosas, filosóficas, políticas… las instituciones jurídicas, políticas, económicas… Todo pasado, ido, muerto… lo que nunca fue. Las ficciones del pasado neolítico.
Empezar de nuevo. Nuevo comienzo, nuevo inicio. Nuevo principio.
El arraigo en la vida. Los ancestros no son tal o cual pueblo o raza, o tales o cuales antepasados, sino las primeas bacterias o arqueas. Y la herencia es la totalidad de este planeta viviente, la obra total de nuestros verdaderos antepasados.
Más allá, pues, de pueblos, razas, naciones, creencias… más allá del hombre, en verdad.
Nuestra esencia única desde los primeros genomas; desde los primeros replicadores.
Nuestra esencia individual –múltiple, coral–, la compartimos con todas las criaturas que han poblado, pueblan, y poblarán este planeta. No hay sino una sola vida.
Fragmentos de la sustancia viviente única, esto somos.
Este saber sobrevenido es el nuevo principio, el nuevo comienzo. Post-humano, post-histórico.
Este  saber es el que acabará con todas las instituciones del pasado neolítico (Estados, naciones, pueblos, razas; ideologías, creencias, culturas, ‘mundos’…).
*Todos aquellos humanos aún prendidos, enredados  en los mundos del neolítico (religiosos, políticos, filosóficos…), perdidos en sus laberintos… extraviados, confusos.
La ultima filosofía,  inútil para la labor que queda. Pienso en Heidegger (y su particular ‘humanismo’), pero también en aquellos que lo siguen o lo discuten. El último antropocentrismo –sobre animalidad y corporalidad– (Derrida, Agamben… entre muchos otros). Otros en la estela de Nietzsche, también sobre animalidad y corporalidad (B. Stiegler, V. Lemm…). Incluso en la ecología ‘profunda’ o en bioética, con su ‘hombre mejorado’ (Naess, Jonas…). La ignorancia o el descuido del genocentrismo en estos ‘teóricos’, en estos ‘pensadores’. Textos y discursos que nacen ya caducos, rancios, obsoletos.
El pensamiento de Heidegger no es sólo antropocéntrico, sino etnocéntrico, en la medida en que gira fundamentalmente alrededor del hombre occidental (o del pensar occidental) –al que da preeminencia sobre otros (a los que simplemente ignora).
Dicho sea de paso, el hombre no es algo que deba ser mejorado (¿‘mejorado’ en qué sentido, cabe preguntar?), sino que debe ser superado, dejado atrás.
Los futuros sólo cuentan con el saber que les viene de las ciencias de la vida: la genómica, la ecología, la biogeoquímica, la biocomunicacion… Los pilares del mundo nuevo, del mundo que viene, del mundo por crear.
*“Pero la vida, y aquí en especial la vida humana, regulará de antemano la posición de las condiciones propias de sí misma y en general la posición de las condiciones de aseguramiento de su vitalidad, de acuerdo con el modo en que ella misma determine su esencia”. Heidegger, Nietzsche,  T. I, p. 437 (La voluntad del poder como conocimiento, 1939).
¿De acuerdo con el modo en que ella misma determine (o ‘interprete’, dice más adelante) su esencia? ¿No hay, pues, búsqueda de ‘su’ verdad, o conocimiento cierto acerca de su esencia? ¿Depende tan sólo de cómo la vida (humana) se tenga o se conciba (se determine o se interprete) a sí misma?
El conocimiento que hoy tenemos acerca de la esencia (del ‘ser’) de lo viviente no admite dudas. Es el resultado de una búsqueda apasionada acerca de ‘nuestra’ verdad. La vida en el cariotipo humano estaba destinada a descubrir su genuina esencia (el motor puede haber sido la pulsión innata de conocimiento). La curiosidad, el afán por saber, por conocer, la sinceridad y la seriedad de la búsqueda… dieron finalmente sus frutos. Ahora recolectamos. Ahora sabemos, gustamos, disfrutamos de los frutos de nuestro conocimiento. Ahora, también, el saber acerca del ser que somos se nos impone, nos obliga  a “regular de antemano la posición de las condiciones propias de sí misma y en general la posición de las condiciones de aseguramiento de su vitalidad”. Y no precisamente como resultado de una libre o caprichosa determinación, o de la elección entre varias interpretaciones candidatas (las que han sostenido los grupos humanos en los últimos milenios, por ejemplo).
El ser que se es no se elige, no es el producto de una libre determinación o elección. El ser que se es nos viene dado. Es lo que es, sin más. Nuestro ser se ajusta al ser viviente único. Fragmentos de lo Uno primordial, esto somos.
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Hasta la próxima,
Manu