Genogramas
LX.
Manu
Rodríguez. Desde Gaiia (24/06/21).
*****
1.
No es la era técnica la que hará
desaparecer el antropocentrismo
y los mundos del neolítico. De hecho,
estos aún viven en nosotros
(en las tradiciones religiosas
judeo-cristiano-musulmanas,
en el hinduismo, en el budismo,
en la filosofía occidental,
en las ideologías políticas…
incluso en el lenguaje técnico
y jurídico que trata temas ecológicos
o de medio ambiente). El ‘hombre’
como criatura excepcional: como
centro de la naturaleza, como señor
de las criaturas, como rey de la creación…
Nuestro comportamiento con el resto
de los seres vivos, así como con el hábitat
geofísico (tierra, agua, aire…), lo denota.
Menosprecio, desprecio, indiferencia…
Seguimos siendo criaturas del neolítico
en plena era técnica
–nuestras
‘superestructuras ideológicas’,
nuestras ‘representaciones’, nuestros
‘mundos’, siguen siendo los del neolítico.
No es el subjetivismo, ni el ‘mundo
extenso’ de Descartes. Esto lo tenemos
ya en el ‘génesis’ judío. Descartes
es una muestra, un síntoma del período;
de ese antropocentrismo que impregna
todas las culturas y civilizaciones
del neolítico. El mundo moderno
y contemporáneo (la era técnica)
se mueve a sus anchas en tal
antropocentrismo –tiene patente
de corso. El ‘hombre’ es (sigue
siendo) el señor de la creación.
2.
El nuevo período que vivimos
lo inaugura la revelación,
el encuentro con la sustancia
viviente única, con el ser
único
nuestro. Los ‘humanismos’ resultan
ya absurdos, incoherentes… ofensivos.
El neolítico ha concluido.
Este descentramiento (o mejor,
recentramiento) lo padecerán
tarde o temprano todas las etnias,
todas las culturas; implica una mutación
espiritual sin precedentes. Afectará
a todos los pueblos de la tierra.
El antropocentrismo y los mundos
del neolítico (que aún alimentan
nuestras mentes), desaparecerán.
3.
El
reino encantado. La pérdida
y
la recuperación del ser.
La
catarsis y la anamnesis.
La
fuente del olvido
y
la fuente del recuerdo.
El
doble camino, la bifurcación.
El
camino que conduce al olvido
y
el camino que conduce al recuerdo.
El
camino ‘malo’ y el camino ‘bueno’.
La
decisión, la elección.
Lo
que nos viene ‘bien’,
y
lo que nos viene ‘mal’.
Lo
que nos fortalece,
y
lo que nos debilita.
Lo
que nos sana,
y
lo que nos enferma.
Discriminar;
discernir.
Voluntad
de esclarecimiento,
de
verdad, de luz. Catarsis;
purificación.
El no querer,
el
no saber, el no probar.
Se
rechaza el agua del olvido.
Se
abandona el mal camino.
Es
el tiempo del anhelo de otra agua.
Es
el tiempo de encontrar los propios
manantiales.
Es el tiempo del ‘dónde’,
y
del ‘cómo’; del recuerdo,
de
la rememoración. Se va, al fin,
por
el buen camino –el que nos fortalece,
el
que nos sana, el que nos vivifica,
el
que nos ilumina.
Se
acrisola el ser en este anhelo
y
en esta búsqueda; se templa,
se
cuece; se purga, se purifica.
Poco
a poco desaparece la espuma,
la
escoria. Inadvertidamente
se
des-oculta, se revela,
emerge
la realidad, la verdad, el ser.
El
desvelamiento, el des-ocultamiento,
la
emergencia del ser. El momento
sublime,
el beso del recuerdo.
El
despertar, el volver a la vida;
el
volver a ser. La súbita anamnesis.
La
misteriosa iluminación. El momento
misterioso.
El baño de verdad y de luz.
La
alegría.
Amigo,
bebe de lo tuyo;
apura
la copa del recuerdo.
Purifícate.
Renace.
4.
El
neolítico, en el cual aún vivimos
y al que
podemos considerar como
una Edad
Media generalizada
(entre
el paleolítico, primer período,
y el
post-neolítico, tercer período,
aún por
nacer, aún sin nombre),
nos ha
dejado secuelas indeseables.
Ha sido
(y es) la era del antropocentrismo
(el
endiosamiento del hombre), y el
consiguiente
desarraigo o extrañamiento
de la
naturaleza en los grupos humanos.
Es el
período pleno de la codicia
de
poder. Poder sobre todas las cosas,
sobre
todos los entes. Sin medida,
sin
control, sin freno. Es la época
de la
adoración del poder –de dioses
(étnicos)
poderosos, omnipotentes.
Se
caracteriza por la explotación
despiadada
y sin miramientos (sin medir
las
consecuencias) de la naturaleza,
y la
explotación del hombre por el hombre.
No es
sólo, pues, el menosprecio del resto
de la
naturaleza, es también el menosprecio
del
hombre por el hombre –que supone
el
menosprecio o desprecio del hombre
por sí
mismo.
El
arrogante proceder para con el resto
de la
naturaleza que practican todas
las
culturas del período –la soberbia,
la
‘hybris’ del neolítico que culmina
en la
era tecnológica actual.
La era
técnica es simplemente el culmen
de las
prácticas de explotación del entorno
propias
del antropocentrismo del neolítico.
El
hombre es el centro, la medida
–de la
naturaleza, y de la vida.
Los
males del neolítico afectan a todas
las
culturas o civilizaciones del período.
Aún
vivimos en el neolítico. Nuestros ‘mundos’
siguen
siendo los ‘mundos’ (antropocéntricos
y
antropomórficos) del neolítico. Sean los
religiosos/culturales
clásicos (tradición
judeo-cristiano-musulmana,
hinduismo,
budismo…),
sean los políticos (comunismo,
democracia...) o filosóficos de última hora
(el
existencialismo, el postmodernismo…).
No
salimos, no acabamos de salir.
Y esto
afecta (sigue afectando) a nuestro
comportamiento
con la naturaleza
y con el
resto de las sociedades humanas.
Se
degrada sin tasa, sin freno, sin medida,
el
entorno medioambiental. Se degradan
igualmente
sin tasa las relaciones entre
los
diversos grupos humanos.
El
problema está, pues, en los modos
del
neolítico, en sus ‘mundos’,
que aún
nos dominan.
El nihilismo,
pese a lo que pudiera parecer,
tiene su
origen en las prácticas y modos
del
neolítico. Todo el neolítico –hasta
el
momento presente– está atravesado,
guiado,
marcado… por el nihilismo.
La
codicia de poder y el nihilismo
son las
verdaderas ideologías del neolítico;
sus
motores. Sus dioses. Su aliento,
su
espíritu. Su faz. Conducen a la muerte,
a la
destrucción, a la aniquilación.
Es un
reto, es un deber, para todas
las
culturas y civilizaciones del presente,
superar
este periodo de soberbia
y
arrogancia; vencer la ceguera
de este
sombrío periodo. Dejarlo atrás.
Nos va
en ello el futuro, no sólo
el de
las sociedades humanas,
también
el futuro de la vida
en este
planeta. Nos lo jugamos todo.
La
transición hacia el tercer período
ni
siquiera ha comenzado. Otra mente,
otro
espíritu, otros mundos necesitamos.
Otras
claves culturales. Un nuevo comienzo
para
todos y cada uno de los pueblos.
Las
ciencias de la vida –el saber
que
acerca de la vida hoy tenemos–
iluminarán
nuestros caminos.
El
triunfo del genocentrismo
(la
sustancia viviente única
que
somos) ha de ser absoluto.
La
ecología viene de suyo,
por
supuesto (el futuro será
ecológico
o no será).
*****
Saludos,
Manu