Genogramas
XCVI.
Manu
Rodríguez. Desde Gaiia (27/12/22).
*****
1.
La especie ‘inteligente’ que
habita
en un pequeño planeta de un
sistema
solar –que es apenas visible
desde
los planetas más cercanos– sigue
dominada
por la fragmentación y la
discordia.
Movimientos sociales, modas y
culturas
regresivas, retrogradas,
reaccionarías…
No parece que vivamos en los
albores
de un nuevo periodo.
Un futuro inquietante, absurdo,
caótico.
No se logra la unidad, la
‘humanidad’,
pese a vivir en los tiempos más
propicios
de toda nuestra historia para
alcanzarla.
Nunca como hasta ahora hemos
estado
más unidos, más sincronizados.
Los fundamentos de la cultura
actual
transcienden lo local, lo
nacional,
lo histórico, lo étnico… Es una
cultura
terráquea, solar, cósmica… Nos
sentimos
integrados, como especie, en la
gran
corriente de la vida, habitantes
de un planeta,
de un sistema solar, de una
galaxia, de un cosmos…
Desde esta perspectiva, ¿dónde
quedan las naciones,
los pueblos, las razas, las
culturas del pasado…?
Es la misma evolución cultural la
que ha dejado
atrás a los pueblos, a las razas,
a las naciones…
de manera inexorable e
irreversible.
El pasado humano muerto,
hediondo,
inhabitable… Ese ‘territorio’
imposible ya.
El nuevo espacio conquistado nada
tiene
que ver con patrias, razas,
culturas…
2.
La sensación de insignificancia
se agudiza.
La insignificancia de nuestras
vidas,
perdidas en las superpobladas
ciudades,
en el superpoblado planeta. La
conciencia
cada vez más clara, más nítida de
nuestra
superfluidad. Las muchedumbres anónimas.
Los individuos aislados,
desconectados,
desarraigados… solos; sin
finalidad, sin sentido.
La perspectiva cosmológica, la
perspectiva
biológica, la perspectiva
sociológica…
Cualquiera de ellas bastaría para
disipar
la vanidad, el engreimiento de los seres
humanos, aún envueltos en
ilusiones
etnocéntricas, nacionalistas,
religiosas
y otras. Nuestra especie sigue
viviendo
en el pasado, lejos de alcanzar
la sabiduría
implícita en los nuevos tiempos;
sigue sin darse por aludida.
3.
Sólo la perspectiva genocéntrica
es capaz de transmutar la
relación
que hasta ahora mantienen entre
sí
hombres y mujeres.
Una humanidad otra. Sólo
asumiendo
la identidad genocéntrica
podremos
alcanzar la unidad no sólo entre
los seres
humanos, sino también la unidad
de los humanos con el resto de
las formas vivas.
Un futuro no sólo post-humano,
sino trans-específico. La vida
una;
la vida única. Sólo desde lo Uno
primordial
cabe pensar la unidad de lo
viviente.
Ver en lo otro lo mismo (la
‘misma’ vida).
4.
La aurora de la vida,
la primera de las auroras…
La odisea de la vida.
5.
La duplicación, la replicación,
la reproducción,
la expansión… la multiplicación;
la escisión…
la individuación… La deriva de la
sustancia
viviente única. Siempre una,
siempre la misma.
La totalidad de la sustancia
viviente única
del planeta. El pan-genoma, el
metagenoma,
el hologenoma del planeta –lo Uno
primordial.
El ser primordial. Lo que somos.
La vida,
lo Uno primordial, la sustancia
viviente única…
y la voluntad de poder.
En el instante misterioso se
saborea
la eternidad… El instante eterno…
La vida, la sustancia viviente
única,
no conoce la muerte. La vida que
somos
es indestructible.
6.
Para hablar de la vida el
comportamiento
en general de las criaturas puede
valernos.
Los fenómenos que advertimos en
la superficie
(el camuflaje, el mimetismo, la
simulación,
la violencia, la depredación, el
dominio,
la explotación, el comensalismo,
el parasitismo,
la simbiosis…) nos remiten a la
misma vida.
Es la vida la que se camufla, la
que depreda,
la que explota, la que agrede, la
que simula,
la que compite, la que coopera…
Todos
los comportamientos concebibles
debemos
atribuirlos a la misma vida (a la
sustancia
genética). Lo suyo, pues, es
hablar
de las estrategias de dominio de
la vida
(estrategias que van desde los
cuerpos o somas
hasta los comportamientos
individuales o colectivos).
La astucia o la violencia que
advertimos
en la superficie (en los
fenotipos) no deben
distraernos del hecho de que el
único agonista
en los fenómenos biológicos es la
sustancia
viviente única. No hay otro sujeto,
no hay otro agente, no hay otro
actor.
La vida no es comparable, no es
‘como’ tal o cual
comportamiento, tal o cual
género, o tal o cual
especie (nos quedaríamos
cortos). Los sexos,
las razas, las especies, las
individuos… no son sino
máscaras de la vida única, de lo
Uno primordial.
Los vestidos, los velos, las
cápsides,
los vehículos… que usa la misma
vida
nos distraen. Es la sustancia
genética
la que opera en todo momento
oculta
y protegida tras sus dispositivos
de supervivencia y de dominio
(tras el ‘zorro’ o el ‘león’).
No es el avión el que aterriza,
no es el coche
el que aparca… El lenguaje ordinario
tiene
en común con el biológico o el
filosófico
en que todos por igual ignoran al
piloto
en la máquina. Síntomas del
fenocentrismo
reinante por doquier.
El fenocentrismo sigue afectando
al comportamiento de la mayoría
de los seres humanos (hombres y
mujeres)
en lo individual y en lo
colectivo,
y no sólo en lo lingüístico, o en
lo académico
(biología, sociología,
filosofía…). Toda nuestra
vida cotidiana, todas nuestras
tradiciones
están marcadas por el
fenocentrismo.
Es la inercia de miles de años de
vida
en la ‘superficie’. Lleva su
tiempo
el ir más allá del ‘mundo’
que nos proporcionan los
sentidos.
7.
Dejar atrás las viejas
civilizaciones,
las civilizaciones muertas.
Acabar
definitivamente con los viejos
mundos
y crear un ‘mundo’ nuevo. Éste es
el reto
que tienen las presentes
generaciones.
En cierto modo ya vivimos en un
mundo
nuevo. Las ciencias físicas, la
nueva
cosmología, las ciencias de la
vida…
han cambiado por completo la
‘visión’
que del mundo entorno teníamos
los humanos
hasta hace bien poco. La
instrucción al respecto
que desde hace decenios recibimos
en nuestras
escuelas, institutos y
universidades nos han
transformado por completo, somos
en cierta
medida seres nuevos (seamos
conscientes
de ello o no). Los viejos mundos,
las viejas
visiones no tienen ya nada que
decirnos,
han quedado derogados,
devaluados.
8.
Las viejas culturas nos resultan
cada vez
más lejanas, remotas… extrañas,
ajenas,
incomprensibles, incoherentes,
impropias…
absurdas… Sentimos que no tienen
nada
que ver con ‘nosotros’. El
‘nosotros’
post-humano, trans-humano,
biocéntrico
tiene cada vez más presencia, más
actualidad,
más fuerza… El futuro nos
pertenece.
9.
Nuestro ser genético es nuestro
ser único. Nuestro ser simbólico
es un epifenómeno histórico,
circunstancial, relativo
a tiempo y lugar.
Nuestro ser genético lo
compartimos
con todas las criaturas que
poblaron,
pueblan, y poblarán el planeta.
Es uno y el mismo;
es virtualmente imperecedero.
*****
Saludos,
Manu