Sobre religión y
cultura. Dedicado al Sr. Jaume Farrerons.
Manu Rodríguez.
Desde Europa (011/06/13).
*
*“Sea Europa la causa de los
europeos de las presentes y futuras
generaciones. Sea Europa nuestra tierra sagrada. Sea la cultura europea nuestra
religión. Con éstas consignas venceremos”. Estas palabras constan en el frontis
de más arriba. El lector que inicie la lectura de este post puede alzar un poco
la vista y las verá. Coronan el blog.
Vaya por delante
que considero un disparate el discutir la pertinencia o no de algunos aspectos
de nuestras viejas culturas frente a la filas del enemigo. Promover debates tan
nocivos para nuestra lucha. A estas alturas. Un sistema inmune enloquecido. Éste
es el aspecto que ofrecen multitud de webs, blogs, y foros de los grupos
nacionalistas o identitarios europeos. Discutiéndose, negándose unos a otros. Ni
la menor ‘co-herencia’, ni la menor unidad. Pura diversión para el enemigo: los
gentiles se pelean entre sí en la arena.
Todo esto
mientras que el noventa por ciento de nuestros pequeños europeos sigue recibiendo
una educación judeo-mesiánica que promueve el universalismo, el pacifismo, el
altruismo… Cuando deberían estar recibiendo una educación arya inspirada en
nuestros mitos o relatos históricos; una educación étnica, épico-heroica. Una
moral de combate. Cabe imaginar la fuerza de una generación así instruida. (Véanse
los textos de H. Stellrecht (“Fe y acción”, 1938) que César Tort incluye de vez
en cuando en su blog (http://chechar.wordpress.com/).
No comprendo
cómo desde nuestras filas no se acaba de reconocer que la reivindicación de los
aspectos míticos o fabulosos de nuestras viejas culturas pre-cristianas tiene
su importancia y su valor en nuestra lucha (y me atrevo a decir: de cualquier
forma que se haga). Que es un aspecto esencial para acabar con ciertas
debilidades, carencias, y olvidos; para
completar nuestro ser. Que es esencial tener en cuenta ese legado, esa herencia
común. Que nos viene bien, que nos fortalece su rescate o recuperación. Que se
trata de recuperar la memoria colectiva desde los tiempos más remotos; de
recuperar el ser milenario nuestro; de llegar a ser lo que somos.
Tenemos que ser
cada vez más indoeuropeos, más aryas.
Más dentro de nuestros mundos (de aquí y de allá; míticos, filosóficos,
científicos, o políticos; pasados y presentes), más dentro de nuestro ser
milenario. Encarnar. Ser el indoeuropeo de hoy, de ayer, y de mañana; el arya
eterno.
*La palabra ‘religión’
es hermosa y fecunda. La ‘re-ligión’
romana implicaba una re-ligación deliberada y voluntaria de los individuos con
su propia tradición. Un hombre ‘re-ligioso’, en tiempos pre-cristianos
(romanos), era un hombre doblemente ligado a sus propias tradiciones (el ‘mos
maiorum’ romano); respetuoso con los Padres, con los antepasados, fiel…
El uso que de la
palabra ‘religión’ comenzaron a hacer los sacerdotes cristianos pervirtió por
completo su primitivo uso. Ahora la ‘religión’ (el acto de re-ligación) no se
cumplía en el interior de la cultura romana, sino en la tradición
judeo-mesiánica, extranjera, que se nos imponía. Ahora el hombre religioso era el
seguidor fiel de dichas tradiciones extranjeras, y no el ciudadano romano fiel
a sus tradiciones todas (en las que todo era poco menos que sagrado).
Tenemos, pues, en
principio, dos usos del término ‘religión’. El uso romano primitivo, y el uso
cristiano. Podemos añadir un tercer uso de éste término que tiene que ver con los
dos usos ya citados. La cultura de un pueblo es su religión, digo. Y llamo
cultura al conjunto de tradiciones lingüístico-culturales compartidas y
consensuadas por un pueblo y con las cuales el pueblo se identifica (su música,
su cocina, su literatura, su arquitectura, su derecho, sus mitos… su historia toda).
Y llamo religión a aquello simbólico que religa a una comunidad, a un pueblo, y
le hace uno. Pero aquello simbólico que religa a la comunidad y la hace una es
la propia cultura generada a través de las generaciones –algo propio, íntimo y colectivo.
Así interpretado,
el término ‘religión’ no tiene otro contenido que la cultura: cuando decimos
que la religión es ‘aquello simbólico que…’, el término ‘religión’ pasa de
designar un acto y un comportamiento social (su uso primitivo), a designar una
‘cosa’, un ‘algo’, ‘aquello que…’. Y es la entera cultura ese algo sustancial
que religa y hace uno a un colectivo, a un pueblo. La materia simbólica, el
soma simbólico, el corpus lingüístico-cultural de un pueblo. La materia santa,
sagrada.
Cambiar de
religión es, desde este punto de vista, cambiar de cultura; abandonar la
cultura/religión de tu pueblo, de tus antepasados todos, y adoptar una
religión/cultura extranjera (hebrea, árabe, india…) –enlazarte o religarte a
otro pueblo; adoptar su destino, su legado, sus antepasados, su voluntad de
futuro… como propios. Algo aberrante, a
mi manera de ver.
Los pueblos
aryas o indoeuropeos, pues, no necesitamos una religión otra –que no sería sino una cultura otra. Aquello simbólico
con lo que nos identificamos y que nos une, que es nuestra cultura, es nuestra
religión. Esto digo.
Se trata de
establecer un pacto religioso (de fidelidad) con nuestras tradiciones
lingüístico-culturales todas. Se trata de tener por sagradas las palabras y las
obras del propio pueblo. Y lo que esto conlleva.
Añado que esta consideración
‘religiosa’ y ‘sagrada’, de nuestras
propias culturas es una condición necesaria, aunque no suficiente, para vencer
a nuestro multiforme enemigo. Es un pilar fundamental de nuestro ser. Eleva el
orgullo, la dignidad, el honor. Proporciona fuerza, firmeza, legitimidad en la
lucha.
La fidelidad religiosa
al propio pueblo, a la propia historia, y al propio legado, confieren fortaleza
y entereza a los pueblos, y les garantiza la pervivencia, el futuro. Si
pudiéramos educar a nuestra próxima generación bajo estas premisas, tendríamos
garantizada media victoria.
*El camino se
hace de palabras y obras; yo tengo las mías,
tú tienes las tuyas, y cada cual tiene las suyas. ¿Por qué dices que
estoy engañado o equivocado (aunque de buena fe, apostillas); por qué quieres
que abandone mi posición y adopte la tuya –que abandone mi voz, mi mirada y mi
ser, y adopte los tuyos?
No quieras
duplicarte. Es el mal de Narciso –aquel
que no ama más que su propia ‘imagen’ (su propia representación, su
propio mundo). El que sólo se ama a sí mismo. El peor amante. El peor amigo. No
ha lugar para el amor y la amistad en el reino de Narciso. Éste no quiere voces
a su alrededor, sino ecos de su voz.
Ve tu vía,
Jaume. Deja estar, deja ser. ¿No ves que no va contra ti lo que aquí se dice;
no ves que lucha contra el mismo enemigo? Cada cual tiene sus armas; sus modos
y maneras; su mirada, su ser. Y hay muchos frentes en esta guerra; y muchas
posiciones que reconquistar o recuperar.
Combatamos
juntos, y cada uno con sus propias armas. Venzamos juntos al multiforme
enemigo. Tú cortarás y enmudecerás aquellas cabezas, yo haré lo mismo con estas,
y aquél hará otro tanto con las de más allá…
Y entre todos acabaremos con nuestro mal. De esto se trata en esta
guerra.
*La actividad que realizamos hunde sus raíces en la tierra y, más allá del espacio intermedio, se eleva al cielo. Las raíces del
acto fortalecen la tierra; sus ramas
y frutos llenan la
atmósfera; su cima soporta la bóveda y consolida el cielo.
La tierra es la
comunidad, la madre comunidad –en nuestro caso, la comunidad arya. El espacio
intermedio o la atmósfera es el espacio heroico, el espacio del guerrero; el
espacio de Heracles, de Indra, de Thor… de Atenea Promachos. El cielo es la
memoria colectiva ancestral y propia; el espacio de los antepasados (desde que
tenemos memoria hasta nuestros días). Es el espacio donde se encuentra el
secreto de nuestro ser simbólico. El cielo arya. Lo que no debe caer, nunca.
*
Saludos,
Manu
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