Genogramas
C.
Manu
Rodríguez. Desde Gaiia (25/02/23).
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1.
El cariotipo específico humano
le permite a la sustancia
viviente
única contemplar este asombroso
y enigmático universo-mundo
y ser consciente de ello.
Piénsate (concíbete, tente…)
como vida, y no como humano…
Es un maravilloso azar la génesis
de mi ser genético, el haber sido
engendrado en la línea específica
humana, el venir a la luz en
estos
tiempos primeros, en esta aurora,
en este nuevo periodo…
tras Darwin, Nietzsche, Weismann…
2.
El ser simbólico que reconoce
su historicidad, su relatividad,
y su contingencia y queda
en nada. Esa nada necesaria
para la emergencia, el surgimiento,
el advenimiento del ser primordial.
3.
El pensar primordial,
el querer primordial,
el sentir primordial…
4.
En nuestra especie la criatura
ignora su ser
primordial trans-específico, no
va más allá
de su organismo, de su especie,
de su ‘clan’,
de su historia ‘personal’... Los
humanos
no venimos al mundo dotados de
conciencia de sí
(como sustancia viviente única),
y nuestra
formación lingüístico-cultural
depende
del momento y del lugar en los
que venimos
a nacer (el fenocentrismo, la
mirada efectuada
sólo desde los organismos, desde
las criaturas,
desde la criatura humana
específica… es lo común
en todas las culturas/mundos del
neolítico).
No olvidemos que es el ser
genético el único
que resulta alienado o extrañado
de su ser
primordial (de sí-mismo) –por
causas naturales,
o por causas culturales. Nuestra
naturaleza
(nuestras características
fisiológicas) y nuestra
instrucción nos separan tanto de
nuestro
ser natural, como de nuestra
co-pertenencia
a la vida única –en desigual
medida, quizás.
Y esto conlleva una escisión
múltiple,
y una ignorancia múltiple.
En cualquier caso, se trata de
superar ambas
singularidades, la natural y
específica,
y la histórico-cultural. Son las
perspectivas
que nos extrañan de nosotros
mismos
y limitan nuestro horizonte. En
esos espacios
no se habla desde la sustancia
viviente única.
Las peculiaridades fisiológicas
del cariotipo
humano hacen posible a la
sustancia genética
el llegar a sí, el llegar a ser consciente de sí.
No sólo mediante el escrutinio y
las adecuadas
representaciones del mundo
entorno, no sólo
mediante la reflexión y el
‘conocimiento’.
Pienso que la experiencia
dionisíaca puede ser
interpretada como el instante en
el que la sustancia
viviente única llega a sí misma,
se alcanza,
se encuentra, topa consigo misma…
se tiene,
se posee, se recupera… deviene
‘una’.
Hay sensaciones agridulces, hay
alegría…
La experiencia dionisíaca tiene
una peculiaridad
que la hace ininterpretable, y es
su inefabilidad.
La experiencia dionisiaca no nos
dice nada,
no nos revela nada… Podemos
hablar
de conocimiento, pero de un
conocimiento
que no se acierta a decir, o que
es indecible de suyo.
Las interpretaciones de la
experiencia misteriosa
que nos vienen de las tradiciones
culturales
del neolítico se ajustan a su
momento
y a su lugar, y resultan ser
antropocéntricas
en grado sumo. Se sale de estas
interpretaciones
poniendo en el centro de atención
a la sustancia
genética –teniendo a la sustancia
genética como
el centro y el sujeto único de lo
viviente, aún más,
como lo único viviente, y
teniendo, por consiguiente,
a lo único viviente como el
sujeto único de todas
sus vivencias… incluidas las
vivencias dionisiacas.
La desaparición del ‘hombre’, de
la criatura.
La interpretación, la perspectiva
genocéntrica.
Para que haya unión consigo
mismo, se tuvo
que dar antes la separación. Los
inevitables
inconvenientes que traen consigo
tanto
la individuación natural como la
individuación
simbólica. La separación y el
alejamiento
de uno mismo. Cuando de uno se
hacen dos.
Las ‘incidencias’ en el camino
(de ida y de vuelta).
La instrucción de nuestras crías
lleva consigo
su inevitable individuación
simbólica
(tan necesaria como fatal). Pero
tal
individuación deja de ser
traumática y alienante
cuando partimos de la sustancia
viviente única
–de una instrucción genocéntrica
que sitúe
a los recién venidos en el centro
de lo viviente,
y en su común unidad con todo lo
viviente:
“Tú eres la vida, nosotros somos
la vida…”
Aquí es donde tenemos que llegar.
Es un recentramiento. Se pasa del
fenocentrismo
al genocentrismo; de la periferia
al centro.
Esto es lo que vivimos. Ahora
‘dialogamos’
con la sustancia viviente en
nuestros laboratorios…
la ‘interrogamos’… Vivimos cerca,
muy cerca
de nuestro ser, del ser
primordial y único.
Esta bendita época. Pero no hay
estremecimiento,
no hay asombro, no hay emoción.
No se vive, aún,
este saber que es común, que nos
concierne
a todos, que está al alcance de
todos... Seguimos
sin darnos por aludidos, pese a
las evidencias;
pasamos de largo ante esta
‘revelación’ y seguimos
con nuestras cosas humanas, como
‘siempre’.
Esta ‘revolución cultural’, este
paso, este tránsito,
este ‘salto evolutivo’ no puede,
aún, con la inercia
de miles de años de
comportamiento humano,
de hábitos ancestrales. Se sigue
viviendo
en el pasado pre-genocéntrico
–masivamente.
No somos conscientes de la
transición, de la potencia
de los nuevos modos, del nuevo
saber; de cuanto
nos ilumina; de en qué medida nos
saca de los laberintos,
de los atolladeros, de los
caminos sin salida del neolítico
y nos proyecta a un mundo nuevo,
a un nuevo período…
a un futuro otro. No somos
conscientes de ser los primeros.
5.
No, definitivamente, no son los
fuertes los que
se apropian de los valores de los
débiles, sino
los astutos, los diablos listos,
los demagogos,
siempre atentos a las demandas de
las clases
menos favorecidas, siempre ‘a la
escucha’.
Primero la demanda y luego la
oferta (se ofrece
o se promete lo que se pide,
simplemente).
Lo que la historia nos muestra es
la constante
alianza entre los violentos y los
astutos
(entre los leones y los zorros).
Salvo
en los últimos siglos (desde la
Revolución
francesa) donde advertimos cómo
los astutos
(encarnados ahora en la clase
política)
han conseguido poner a los
violentos a su servicio.
Los políticos son los herederos
de los sacerdotes.
Ambos grandes falsarios y
desfiguradores
del ‘mundo’; ambos responsables
de las utopías
que niegan la realidad y nos
emplazan a un mundo
otro sea en el más allá de la
vida, o en el futuro.
Estas utopías (que pretenden
poner fin al malestar
social o espiritual) son sus
instrumentos de dominio,
y son también las ‘ideologías
dominantes’.
Hay que decir que las utopías
religiosas y políticas
no sólo no han puesto fin a
ningún malestar,
sino que han aumentado la
represión, la persecución,
el control, la manipulación, la
violencia y la crueldad
en las sociedades humanas desde
su aparición misma.
Bajo su imperio desaparecen,
justamente, la justicia,
la paz, y la libertad que
arteramente prometen. Sacerdotes
y políticos no buscan sino el
poder, el máximo poder
posible, y nunca han reparado en
los medios
(por más criminales que estos
fuesen) para conseguirlo
y conservarlo. Son los más
grandes parásitos
sociales que ha parido la
‘humanidad’.
Parásitos y oportunistas
retardatarios, regresivos,
reaccionarios, oscurantistas… repugnantes…
que harán lo imposible por
detener nuestra
marcha hacia el futuro… por
mantener
‘vivas’ las tradiciones muertas
del pasado
–los ‘mundos’ donde únicamente
prosperan.
6.
Las distopías del neolítico se
hicieron realidad
cuando las utopías (la budista, la
cristiana,
la musulmana… las nacionalistas,
la comunista…)
se llevaron a la práctica. Las
pesadillas del neolítico.
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Salud,
Manu