Genogramas
XCIX.
Manu
Rodríguez. Desde Gaiia (09/02/23).
*****
1.
Los simbolemas y culturemas se
integran
en el orbe simbólico, en el
‘mundo’
en el que nos movemos. Nuestra
mente
consciente e inconsciente (el ámbito
total de nuestra
conciencia-memoria;
nuestro ser simbólico, nuestro
complejo ‘yo’)
se encuentra constituida y
articulada
por el lenguaje/mundo en el que
hemos
venido a nacer. El ser natural es
instruido
e iniciado en el lenguaje/mundo
desde que nace
–hasta hacerse uno con él,
podríamos decir.
Lo que da unidad y coherencia y
sentido a los seres
simbólicos es el mundo
lingüístico-cultural que guía
sus pasos desde que nacen. Su
mundo ‘interior’ está
formado por retazos del mundo
lingüístico-cultural
que le envuelve, es una ‘muestra’
que nos permite
ubicarlos en su momento y en su
lugar. El ser
simbólico propio es un ser
compartido. Nuestros
seres simbólicos individuales son
como ‘variaciones
sobre un tema común’. Son,
incluso, predecibles.
Son comparables el ser genético y
el ser simbólico.
Ambos están compuestos y
articulados por un acervo
común, compartido (el génico, y
el cultural).
Ambos son fragmentos de un ‘uno’.
Ambos mónadas
entre mónadas que responden a un
patrón único.
Ambos ‘variaciones sobre un mismo
tema’. Ambos
configuraciones contingentes,
efímeras, pasajeras.
Es el complejo ser natural que
somos el que aprende
a hablar, el que aprende a andar…
el que aprende
a manejar su ‘vehículo’, su
‘soma’. La sustancia
genética es el sujeto único en
todas y cada una
de las actividades que advertimos
en el soma.
Es la sustancia genética la que
se hace ‘una’
con el lenguaje/mundo. Y es esta
‘individuación’
simbólica la que da origen al
extrañamiento del ser
natural consigo mismo (de uno, se
hacen dos)
–desde que el lenguaje/mundo se
apropia de ese ser
natural y lo hace suyo (lo adopta
y adoctrina).
Esa escisión. Esa alienación. Esa
ignorancia.
Ese alejamiento –se inicia un
camino que hace
casi imposible el retorno a la
unidad, a lo Uno.
La deriva del ser natural en
entornos simbólicos
hasta nuestros días (los días de
Darwin…)
ha puesto fin a la ignorancia.
Ahora sabemos.
Ahora tenemos un conocimiento
preciso acerca
de nuestro ser único. Lo
palpamos, casi. Vivimos
otros tiempos. No volveremos a
ser vagabundos.
El ser simbólico futuro. Seres
simbólicos conscientes
de su ser natural, viviendo sus
vidas en un ‘mundo’
genocéntrico, biosimbólico.
2.
Desde dónde y cómo la sustancia
viviente se expresa,
habla, y se comunica con otros de
su especie determina
quién habla. Es el lenguaje el
que da constancia
del mundo en el que vivimos, de
la perspectiva que rige
nuestro decir, de ‘quién’ verdaderamente
habla.
Cuando sólo habla el momento y el
lugar
–el relativo, el contingente, el
vano ser simbólico.
3.
Hay el ‘llegar a ser’ genético,
natural;
hay el ‘llegar a ser’ simbólico;
y hay el ‘llegar a ser’
Xenus/Nexus.
La individuación simbólica,
apolínea.
Peligrosa, alienante… Nos ata a
un tiempo
y un lugar. Nos hace casi
imposible
el allegarnos a nuestro ser
natural,
a nuestro ser dionisiaco. Es
justamente
el obstáculo mayor hacia lo Uno.
También la individuación genética
nos ata a una criatura
determinada,
a una determinada fisiología…
a unas experiencias limitadas
(a horizontes parciales,
relativos)
que nos separan de lo Uno.
Son las diversas individuaciones
las que se desvanecen en el
instante
‘dionexus’. Cuando la fusión entre
el ser genético y el ser
simbólico;
cuando el encuentro, el hallazgo.
Se repara la escisión; se
recupera
la ‘unidad’ (se retorna a la
unidad);
desaparecen el malestar
existencial,
el anhelo inexplicable…
Es preciso deshacernos de lo
histórico,
de lo temporal, de lo
circunstancial…
Limpiarnos, purificarnos,
purgarnos…
Trascender tanto la individuación
genética
(lo específico) como la simbólica
(lo histórico, lo cultural). Para
llegar a ser
aquello que somos –fragmentos de
vida,
de sustancia viviente única; para
llegar
a Xenus/Nexus; para alcanzar la
unidad, lo Uno.
Vivir desde la sustancia viviente
única, y como sustancia viviente
única,
cambia la mirada, el habla… el
horizonte,
el panorama… Se nos abren puertas
insólitas,
inusitadas; caminos nuevos no
hollados.
4.
El ‘soma’ del futuro.
El brebaje maravilloso.
El que trae la alegría.
5.
Conforme las nuevas generaciones
vayan
adentrándose en el nuevo período,
y experimentando los nuevos
caminos;
las nuevas vistas… El entusiasmo
es fruto
del encuentro, de lo
recientemente descubierto,
de los comienzos –la mirada
fascinada, alucinada…
de sorpresa en sorpresa. Nosotros
somos
las generaciones primeras, los
pioneros
de este nuevo y viejo mundo que
nos esperaba;
somos las generaciones del
amanecer,
de la aurora, de la mañana… Las ulteriores
generaciones estarán tan inmersas
en el mundo
genocéntrico que apenas si
advertirán
su poesía y su verdad –las galas de
la aurora,
cuando los primeros tiempos.
Nosotros, los ‘primeros’,
convivimos
con los ‘últimos’, con las
generaciones
postreras de los mundos del
neolítico
–que resultan ser la inmensa
mayoría.
Nos adentramos en un ‘mundo
nuevo’
poblado masivamente por los
habitantes
de los antiguos mundos.
Los primeros, aislados y solos.
Pero con cada nueva generación
nos internamos más y más en el
nuevo
período. Es inevitable el nuevo
mundo
por venir, en el que parcialmente
ya vivimos. Nada ni nadie podrá
impedir
la nueva aurora, el nuevo día…
Los ‘últimos
hombres’ tienen sus días
contados.
La aurora es, sin duda, la mejor
parte.
El encanto del amanecer, de la
mañana,
de las primeras luces del día… El
murmullo,
los aromas, el frescor, la
agitación,
el despertar de las criaturas… Un
coro
concorde, armónico… Un continuum
pautado, ritmado… múltiple,
diverso.
6.
Lo ‘trágico’ consiste en la individuación,
en la diferenciación específica, individual,
sexual… simbólica. Lo propio de la vida
es la unidad, la mismidad. En lo que concierne
a lo viviente todo es uno y lo mismo.
Tras el sufrimiento y el dolor en cualquier
ser humano es el ser primordial (la sustancia
viviente única) el que sufre y el que se duele.
Lo Uno primordial es el único actor y el único
espectador (el único sujeto y el único objeto).
En el amor y en el odio, en el deseo
y en el temor, en el placer y en el dolor,
en la alegría y en la tristeza… no hay otro sujeto
que la sustancia viviente única.
7.
La individuación (o singularidad) natural,
específica (la que responde al cariotipo
específico humano) y la individuación
simbólica son los obstáculos a superar
para alcanzar la unión con el ser primordial,
con la sustancia viviente única. El ‘cuerpo’
y el ‘alma’ de la vieja antropología.
El fenocentrismo y el antropocentrismo.
El ‘centro de individuación’ de mi fenotipo
es mi ser genético. Mi ser simbólico
es un epifenómeno histórico, relativo,
circunstancial… El ser genético (el ‘centro
de individuación’) de las criaturas todas
es la sustancia viviente única, el ser primordial,
lo Uno primordial. No hay otra ‘alma’ (‘psykhé’),
no hay otro/otra que sienta, piense o quiera.
8.
El instante ‘dionexus’,
la experiencia misteriosa.
La
inefable experiencia dionisiaca…
La
superación de lo humano…
*****
Saludos,
Manu
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