Genocentrismo VIII.
Manu Rodríguez. Desde Gaiia (27/5/17).
*
*La soledad de la vida en el
cosmos. No hay otra soledad que la nuestra. Es una soledad y un abandono total,
radical, absoluto. Islas vivientes en el cosmos. Distancias insalvables.
Eternamente aislados.
*El periodo genocéntrico que
ahora iniciamos modelará la vida en la tierra. La vida será lo principal, lo
primero.
El Uno que somos. El triunfo
del Uno, el triunfo de la vida.
Xenus/Nexus.
Dioxenus/Dionexus. El dos veces nacido. Este conocimiento nuevo, esta
revelación, supone un renacimiento de la misma vida. Ahora la vida nace a sí
misma. Se reconoce, se conoce, sabe de sí.
El instante misterioso en el
que la vida se nos revela; en el que la vida se revela a sí misma. Instante
brillante, luminoso. Inefable. El instante que trae la alegría.
Los ojos de la vida, el oído
de la vida… La vida que mira y oye con los receptores de su cariotipo
específico humano. Que habla la lengua de los humanos. Que parte del mundo de
los humanos.
Las nuevas palabras que
vienen. Los nuevos discursos. La nueva poesía, la nueva música… Cuando la vida
desempeñe y rubrique toda actividad… Nos la vida.
No habrá discursos
individuales humanos. No habrá otro actor, ni otro autor, que la misma vida.
Cambia la mirada, la
perspectiva; el lugar desde el cual se habla, se piensa, se escucha… Es otra
visión, otro horizonte… Es otro el que mira.
Transformación, vuelco…
Desplazamiento hacia el centro. Todo cambia. La mirada. El ser. El que palpa, y
lo palpado. El mundo todo cambia.
Nuevo mundo, pues. Nuevos
horizontes…
Hay que purgarse del hombre,
de la criatura; deshacerse de él. Quedar en nada, vacío. Para que la vida pueda emerger, revelarse,
hacer su aparición. El instante súbito y fugaz de la revelación. La
iluminación. Instante indeleble –pese a su inefabilidad. Como sol que nunca se
pone permanece en nuestra memoria –en nuestro mundo interno de cada día.
Ésta es mi interpretación del
instante misterioso. Así lo siento y lo vivo ahora.
¿Qué paso allí? Que la vida
se me reveló. A sí misma, de sí misma, para sí misma… La vida se da a conocer a
sí misma. Esto quiere decir que antes no se conocía, no sabía de sí.
¿Por qué? ¿Cómo puede la vida
ignorarse a sí misma? ¿Qué la aparta de sí misma?
El mundo (los mundos) de los
hombres apartaba a la vida de sí misma. Los mundos antropocéntricos que
elaboraron los grupos humanos.
La vida alienada de sí. Si
esto es posible. La esencia. El ser que no se sabe.
El ser distraído, confundido,
disperso… Pero también, suplantado, impostado. Alguien ocupaba su lugar.
La vida desaparecida;
hundida, subyugada... explotada. Desconocida para sí misma. Sin voz.
Todo eso ha pasado ya. La
vida se ha liberado –a sí misma, de sí misma. Ya no es vida alienada (en otro,
por otro, para otro), sino vida consciente de sí.
Cansa, aburre ya el mundo
(los mundos) de los humanos, tan erráticos, tan descentrados. Tan endiosados,
también. Ya no es ni siquiera una criatura interesante.
El hombre no sabe conducir el
carro de la vida (o de gobernar el planeta, como ahora se pretende). No es
apto, no vale.
El hombre se ha llegado a
convertir, incluso, en un obstáculo para la vida. Su pertinaz antropocentrismo.
Se sigue creyendo el señor de las bestias.
La vida aparece confundida en
el hombre. Ha permitido que el hombre hable y obre a su antojo durante miles de
años creyéndose el centro de la naturaleza y de la vida. Y así va todo. El
planeta parece que va a derrapar, que va a comenzar a dar vueltas y vueltas…
que va a quedar destrozado.
La pulsión cognoscitiva en la
criatura humana era la pulsión cognoscitiva del creador. La vida empujaba,
instaba al hombre (a su criatura) a conocer, a investigar…
Hace más de sesenta años del
descubrimiento de la sustancia genética, y aún nada. Sigue hablando el hombre.
Parece como si ese saber no le concerniera, o no tuviera nada que decirle como
ser viviente. No se da por aludido. Ni siquiera aquellos que viven desde dentro
las ciencias de la vida –los biólogos, que tendrían que haber sido los primeros
en advertir la desmesurada importancia de tal conocimiento.
Ni siquiera los biólogos se
tienen a sí mismos como vida. Filosofías y teorías ‘ad usum hominis’. Filosofía
de la biología, biosemiótica, ecosofía, ecología profunda…
La vida sabe ahora acerca de
sí misma. Los hombres creen que acumulan conocimientos, pero es la misma vida
la que aprende acerca de sí. Podríamos decir que la vida se experimenta a sí
misma por primera vez. Se contempla, se contempla a sí misma en su ser
material.
El Uno primordial. La
conciencia que la vida, ahora, puede tener acerca de sí misma.
La misma vida en todos y cada
uno de los organismos que pueblan el planeta. La sustancia viviente única. La
unidad de todo lo viviente.
Conocimientos que son como
iluminaciones que la vida recibe acerca de sí misma.
Sigo sin comprender cómo
después de tantos años la perspectiva genocéntrica no se ha impuesto; cómo es
posible que aún siga hablando el hombre. Cómo es que éste no ha desaparecido
(siquiera fuese en el campo de las ciencias de la vida). Pero todo sigue igual.
Recuérdese el caso de las
patentes genéticas de la industria farmacéutica. Esto es tan solo una anécdota
que denota cuán lejos estamos aún de nosotros mismos. Para el ‘hombre’ la
sustancia genética es otra fuente de lucro, otro negocio. ¿Cómo se consiente
esto? Se comercia con la esencia de la vida, con la misma vida. Esto sucede
porque aun prevalece el hombre. El último hombre, por cierto.
El acontecimiento de los
acontecimientos. Tarde o temprano la vida en este planeta triunfará, se
impondrá. La perspectiva de la vida, la mirada de la vida.
Cuando la perspectiva
genética prevalezca nada humano tendrá sentido. Sus querellas, sus conflictos,
sus creencias… Sus Estados, sus naciones, sus pueblos… No tendremos más que el
aire, la tierra, el agua, la luz… El hogar quedará limpio de trastos humanos.
La corriente animalista, aún
fenocéntrica, antropocéntrica… Aquellos que hablan de los derechos de los
animales, de extender los derechos humanos a los animales… Ese lenguaje
arcaico, obsoleto. Ya no procede hablar así.
El desquiciamiento
generalizado en el planeta. La locura humana. La huida hacia adelante. Los
paliativos, los parches… las enmiendas. Lo escandaloso del comportamiento
humano. Se ha perdido por completo el control.
Sólo la toma de conciencia
genética salvará el planeta, el hogar. Cuando los hombres se vean a sí mismos
como vida.
La ruina del hombre, esto es
lo que viene. Su desplazamiento a la periferia. Cuando la conciencia genética
se generalice, cuando triunfe la mirada de la vida.
Es un mundo nuevo lo que
viene. No hay duda.
Es la vida la que debe
despertar en el hombre y cobrar conciencia de sí.
El hombre sigue creyéndose en
la tierra el señor de las criaturas, o el pastor del ser, o el que debe lograr
su autorrealización… Se afianza, en
cualquier caso, a sí mismo.
El hombre debe ser superado,
dejado atrás. Es, hoy por hoy, el mayor obstáculo, el mayor enemigo de la vida.
Una vida ligada a la tierra,
al suelo, al aire, al agua, a la luz… Una vida que se reconoce en toda vida.
Porque no hay sino una sola sustancia viviente. Porque es la misma en el árbol
y en el ave.
Maestría, dominio absoluto
sobre las cosas de la vida. Sobre nosotros mismos y nuestro entorno abiótico.
Conocernos cada vez más y mejor.
El camino de la vida. La
autorrealización de la misma vida. El llegar a ser lo que se es. Pura vida.
El Uno primordial. La unión
con el Uno. La identificación. La experiencia reveladora del propio ser.
Nuestra pertenencia al Uno. Nosotros somos el Uno primordial. Nosotros somos la
esencia, el ser, la vida.
El Uno fragmentado,
escindido, roto… repartido en las criaturas. Enfrentado consigo mismo,
devorándose a sí mismo. Regenerándose eternamente.
Unidades geno-somáticas
eventuales, contingentes, perecederas. Las unidades pasan pero la sustancia
genética permanece.
La reproducción es un deber.
Mediante la reproducción la sustancia genética se garantiza la perduración, la
eternidad.
Una sustancia que cuenta con
millones y millones de años de experiencia, y de vivencias. Una sustancia
arcaica, ancestral. El Uno primordial.
El horizonte temporal de la
vida es la eternidad.
La sustancia genética, el
príncipe, el principio destronado. El hombre sigue llevando las riendas de este
planeta. El hombre sigue siendo el dux, el conductor de este planeta; sigue
siendo el piloto de la nave. Es la codicia de oro y de poder de los humanos la
que se enseñorea en el planeta. La falta de escrúpulos de esta criatura
enloquecida. Se talan bosques (por su apreciada madera), se contaminan las
aguas, el suelo, el aire… Se perjudica a la vida una y otra vez. Comportamiento
indecente, cínico, cruel… e indiferente a las consecuencias, como ajeno… Éste
será el recuerdo que quede de los hombres –del período humano.
El hombre domina el planeta.
Lo explota, lo exprime… lo contamina, lo seca. Mancilla el aire, el agua, el
suelo, la luz… Su codicia no conoce límites ni tolera barreras. Guerra, guerra,
guerra… la cotidianidad de los humanos. Guerra por el prestigio, por el poder,
por las materias primas, por el territorio…
Trascender. Más allá. Lo
trans-humano. Conciencia trans-específica.
Dejar atrás todo lo humano.
Los parámetros culturales, lingüísticos, étnicos, nacionales… personales. Los
deseos, las necesidades, las demandas… Purgarse de lo humano. Renacer a la
vida, al Uno. Reconocerse en el Uno. No hay otro camino, otra salida.
Deshacernos del hombre en nosotros –de la criatura.
La vida confundida por su más
admirable realización. La criatura humana. Alienada en su obra.
Es la vida la desnortada, la
extraviada. La que tiene que cobrar conciencia de sí. La que tiene que alcanzar
la autorrealización. La que ha de purgarse.
Es la vida la que toma el
camino de recuperación. La iniciativa parte de la misma vida. Algo me sobra.
Algo me impide ser más plenamente. Algo me impide ser lo que soy.
Las seducciones, los engaños
de las religiones de salvación o liberación. De sus iniciadores. Se apostan en
el camino y desvían a los viandantes de sí mismos. Los seducen (los atraen
hacia ellos): “Yo soy el camino…”. Los narcisos. Trampas letales que alejan del
propio ser.
Es la vida la que ha de
espabilarse. El cometido no es la liberación o la realización del hombre (como
cristiano, como budista, como…). Es la vida la que ha de realizarse o
liberarse; la que ha de reconocerse; la que ha de cumplir su destino.
Volver sobre sí. Retornar.
Reencontrarse. Recuperarse. Tenerse a sí mismo. Esa experiencia. La vida que a
sí misma se tiene, se posee.
Cuando la vida ya nada desea
porque se tiene a sí misma. Nada le falta, nada necesita… Esa sensación de
autosuficiencia. El ser que a sí mismo se tiene. Uno consigo mismo. Ya no
escindido, ya no enfrentado consigo mismo. La unidad, la cohesión. Una sola
cosa.
Los hombres se interponen
constantemente en el camino de realización de la vida. Los ‘humanismos’ (los
‘hombres’) pululan. La realización estoica, la cristiana, la budista… la
marxista, la existencialista, la ecológica de última hora… La multitud de
‘conciencias’…
Purgarse de lo humano. Es lo
primero.
¿Qué puede ser tomado del
pasado? ¿Qué puede serle útil a la vida? ¿Qué poesía, qué música, qué
filosofía...? La menos antropocéntrica. La que pueda ser tomada por la vida sin
desmedro de su ser. Aquello que la misma vida hubiera creado. Lo menos humano.
Aquello que puede ser suscrito por la vida. Es una labor que queda. Sopesar el
pasado creativo de la humanidad.
Lejos de todo patetismo
humano. Su histrionismo, su sobreactuación…
Su vano narcisismo.
Lo sublime vital –no lo
sublime humano. Esto es lo que hay que rescatar del pasado.
Apenas nada del pasado nos
vale. La vida debe valorar ahora. Qué del pasado le viene, le dice. Es un
juicio.
El cuerpo es el cuerpo del
genoma. El cuerpo, el soma, es la morada del genoma.
El cuerpo es expresión del
genoma. La gracia del soma es la gracia del genoma.
El genoma es el alma (la
‘psykhé’ de Aristóteles, el principio vital y formal del soma).
Los gestos, las facciones,
las posturas… El genoma se expresa en su soma.
El genoma es el sujeto único
en toda actividad que el soma realice. Es el genoma el que eleva su brazo…
Dentro de la jerarquía del
cuerpo podemos decir que en las células que conforman el cerebro-sistema
nervioso (el sistema nervioso central-periférico) radica el sujeto. Sin olvidar
las relaciones que cerebro-sistema nervioso mantiene con el sistema endocrino y
el sistema inmunitario. Estos tres parecen regir el cuerpo.
Los estados de ánimo que
advertimos en el soma, son los del genoma, son estados del genoma.
La coordinación del soma es
obra del genoma. Su sincronización. Las células que pilotan, que velan, que
protegen al soma.
El soma es la morada, el
vehículo… del genoma.
Podemos ver las células (el
entramado) del sistema nervioso mover ese cuerpo, alzar el brazo, saludar…
Mover las cuerdas vocales, hablar…
Las enervaciones… El genoma
está repartido por todo el cuerpo. Las sensaciones, las percepciones… Las
terminales nerviosas. Los perceptores y los efectores.
En todo momento el genoma
interacciona con el exterior (lo más allá de la piel, de la membrana). Recibe y
emite. Con sus ojos, con sus oídos…
Es un ejercicio de
imaginación. Tras la piel, las terminales nerviosas periféricas, neuronas que
transmiten (y transducen) el mundo entorno, que llevan esa información al
sistema nervioso central (al encéfalo). Tras el encéfalo, las neuronas. En las
neuronas, el núcleo con su genoma. La entrada (la vía aferente) y la salida (la
vía aferente). Las neuronas sensitivas y las motoras. El vertiginoso
procesamiento de la información.
La coordinación y la
sincronización de los millones de células del sistema nervioso. Y todo sucede
en milisegundos.
El mismo genoma en cada una
de las células del soma. La super-coordinación a una velocidad de vértigo.
Hemos de acostumbrarnos a ver
el genoma en el soma. El genoma, el que subyace en cualquier actividad; el
sujeto único.
Ver o percibir al genoma (el
genouma, el alma…) en la mirada, en los gestos, en la voz… En todo el aparecer
del soma.
La superficie, la piel –la
membrana. Una unidad delimitada por su piel o su membrana.
Las terminales nerviosas se
extienden por todo el organismo, y con ellas el genoma.
La expresión simbólica
(colectiva, compartida, universal). La señalización. La semiotización. La
socialización de los signos. El aprendizaje de los signos…
El genoma no puede expresarse
sino histórica y culturalmente.
En cualquier caso, ver el
genoma en el soma (el alma en el cuerpo, si se prefiere).
El genoma. El ser genético.
La vida. El Uno.
*
Hasta la próxima,
Manu
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