Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 11 de agosto de 2021

241) Genogramas LXIII

 Genogramas LXIII.

 

Manu Rodríguez. Desde Gaiia (11/08/21).

 

                                                                  *****

 

1.

La vida ha llegado a su cumbre.

La autognosis de la misma vida

en el cariotipo específico humano.

La especie elegida, como dicen.

Elegida como lugar de la revelación,

de la autognosis. El específico soma

humano; nuestra morfología y fisiología

(nuestro sistema nervioso…)

–obra de los genes, no se olvide.

 

El antropocentrismo del neolítico

es el gran obstáculo para tal revelación.

La confusión del ‘hombre’, del fenotipo,

de la criatura. Si bien no es la criatura

sino el mismo creador el alienado

en su criatura, en su obra. Digamos

que el sujeto cultural  sojuzga

o se impone al sujeto natural.

O mejor, el sujeto natural se sojuzga

a sí mismo (no hay otro ‘sujeto’)

en nombre del ‘hombre’

(la idea que de éste se tenga).

 

No saberse o no reconocerse como

vida. Creerse ‘hombre’. El olvido,

o la ignorancia, del ser propio.

El ser que somos ha de distanciarse

de su soma, de su fenotipo, de su

aparecer específico. Abstraerse,

concentrarse en sí. Librarse, despojarse

de los ‘yoes’ culturales,  de las ficciones

(antropocéntricas) acerca del propio ser.

 

2.

Hay un vía purificativa nueva que conduce

a la revelación del ser que somos

(a la recuperación del saber esencial).

Ahora se trata de desprenderse de todo

lo humano (en pensamientos, palabras,

y obras); de abandonar la perspectiva

antropocéntrica (de decirle adiós al ‘hombre’).

La iluminación mística puede ser interpretada

como el instante de la auto-gnosis de la misma

vida. Finalmente la vida se alcanza a sí misma,

se tiene, sabe de sí. La alegría misteriosa

deviene de ese alcanzarse, tenerse, saberse.

 

Hay que decir que el instante misterioso

nos sobreviene de manera indeliberada

e involuntaria. Ni pensado, ni imaginado,

ni supuesto, ni buscado, ni querido… 

Pero es, tal vez, inevitable si uno se

mantiene en la vía purificativa (las ‘noches’).

 

No es el ‘yo’ cultural, social…

el que alcanza conciencia de sí

en la iluminación. El sujeto (el ‘yo’)

cultural es un ente social, histórico,

relativo; es una suerte de complemento

circunstancial del sujeto natural

(éste sí intemporal). El sujeto cultural 

es justamente el que se desvanece

para dar lugar al sujeto natural;

al único sujeto, en verdad. El sujeto

natural recupera su lugar central.

Es el sujeto natural (el genouma)

el que ‘renace’. La vida re-cobra

conciencia y saber de sí; alcanza

lo propio, lo olvidado. Se reencuentra.

Se recupera. Rememora, se reconoce.

La súbita anamnesis.

 

En Platón el ‘alma’ (inmaterial, en su caso),

en su ‘descenso’ a la tierra, olvida las ‘ideas’

eternas, no se trata en ningún caso del olvido

de sí (del saber de sí). En nuestra interpretación

es la culturización, la socialización, la humanización…

del genotipo aquello que le aleja o desvía de ese saber

–accedería a él si viniera a nacer en un entorno

‘humano’ consciente de sí como sustancia viviente

única (un entorno que transmitiese ese saber).

 

El sujeto, para Platón, como para el mundo

clásico en general, es el hombre en cuanto

animal ‘racional’ (dotado de alma inmaterial

y racional), esto es, el sujeto consciente,

parlante, dialogante, cultural, social, moral… 

Este sujeto, a su vez, debe tener como meta,

en su formación (paideia), el dominar

el ámbito pulsional, instintivo, deseante…

(la carne, o el cuerpo). El cuerpo es lo animal,

el alma es lo super-animal, lo cuasi-divino.

Ésta es la visión que se sostiene en todas

las tradiciones espirituales del neolítico

(hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo,

islamismo…). El hombre, el sujeto cultural,

social…, ha de luchar contra sus apetitos

y deseos (interpretados como naturales,

como animales; como causas de infelicidad…).

Este viejo y torpe dualismo (que desencamina)

ha sido actualizado en tiempos recientes

por el muy afamado biólogo R. Dawkins

en su obra ‘El gen egoísta’ –ahora el sujeto

consciente, racional, moral… debe controlar,

dominar… las pulsiones y demandas

que le vienen de su dotación genética.

 

Se trata en todos los casos del ser meramente

simbólico, el producido por su medio

lingüístico-cultual; el ser histórico, relativo…

Éste es el que quiere liberarse, salvarse,

renacer… el que desea la vida eterna. Ese ‘yo’.

El ser más evanescente, el más contingente,

el más circunstancial, el más relativo…

el más superfluo.

 

El ser simbólico es el ser genético instruido,

culturizado, humanizado (según el lugar,

la época, el medio lingüístico-cultural

en el que viene a nacer). Es este ‘ente de razón’

cultural, histórico, relativo… el que oculta,

sepulta, sotierra, acalla… suplanta,

usurpa… el ser único que somos –el ser genético.

Ocupa el lugar que nos corresponde.

Es un mundo al revés, como se puede observar.

 

Es el ser genético que somos el único

que olvida y recuerda. El único que se ignora,

se desconoce, y el único que se recuerda,

se recupera; el único que alcanza –que ‘vive’,

que experimenta– el conocimiento, el saber de sí.

No hay sino un sólo sujeto, una única sustancia

viviente. No hay otro/otra de la sustancia viviente

 única a no ser ella misma –para ella misma,

su insondable profundidad...

 

El tiempo de los ‘hombres’ y de sus ‘mundos’

pasó; el periodo antropocéntrico en su conjunto.

Han devenido (unos y otros) lejanos, remotos,

extraños, ajenos…

 

Profunda insatisfacción en los ‘renacidos’

produce el legado cultural del pasado

humano. Por más que busquen, no se

encuentran en ese legado. Nada en ese

pasado les dice; nada, cabalmente, les vale.

Desde la sustancia viviente única, desde

sí mismos, tendrán que crearlo todo

de nuevo –rehacer el ‘mundo’,

reconfigurarlo; crear un mundo nuevo

a la altura del nuestro ser único –a  nuestra

medida; un mundo genocéntrico.

 

La soledad de los renacidos;

la soledad de los primeros.

La soledad de las primicias.

La soledad de la vida.

 

3.

Un cambio de mirada, de discurso,

de cultura; un cambio profundo que haga

otro, absolutamente otro, nuestro

comportamiento para con el resto

de la naturaleza (viviente y no viviente),

y el resto de los grupos humanos.

Una revolución radical que afecte

a todas nuestras actividades.

 

La salida del neolítico (ideológico, cultural,

antropocéntrico…) es esencial. La mirada

nueva ha de ser la mirada de la vida.

La vida ha de ocupar el lugar que aún

ocupa el ‘hombre’. La vida debe hablar.

El hombre debe callar; debe desaparecer.

 

La vida ha de dejar de comportarse

como hombre (criatura) y comenzar

a comportarse como vida (como creador)

–a mirar, a contemplar, a escuchar, a ver,

a sentir, a pensar, a hablar, a actuar…

desde Nos; como Nos.

 

Que el único sujeto comience a actuar…

Que no escuchemos

sino la palabra de la vida.


Es un nuevo periodo lo que necesitamos,

post-neolítico, post-antropocéntrico,

post-humano… Iniciar un nuevo ciclo

en nuestro devenir. Proseguir nuestro

camino sobre la tierra como vida,

no como un cariotipo específico (el humano).

 

La revolución que viene.

La nueva era que se inicia.

El período genocéntrico.

 

La magnitud de esta revolución que digo

no tiene comparación con las del pasado.

Es infinitamente más radical. Es un vuelco

sin precedentes. Es la vida la que ‘manda’ ahora.

Es la vida la que cuida ahora de la vida.

Es la vida ahora lo primero y lo último.

La vida es el sujeto único en toda actividad

biológica; Nos, la sustancia viviente única.

 

Varias son las fidelidades y devociones

que guiarán la conducta de los futuros.

El referente primordial será en toda ocasión

la vida. No el hombre, no la criatura

–su futuro, su bienestar…–, sino la vida.

La vida es lo primero por lo que hay que mirar.

 

Vienen nuevos deberes,

nuevas obligaciones…

La vida es ahora la medida.

 

*****

 

Saludos,

Manu

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