Derrida, los judíos, y la batalla de
Europa.
Manu Rodríguez.
Desde Europa (22/02/13).
*
*Derrida es, sin
duda alguna, el pensador judío más grande de los últimos tiempos. Hablo de lo
que constituye la entera ‘intelligentsia’ judía del pasado siglo. Las ‘letras’,
las ‘humanidades’: Kafka, Freud, Lukács, Benjamin, Arendt, Adorno, Marcuse… Lévinas… (la lista
no es exhaustiva, claro está). Aprendió
de todos ellos el mejor modo de habérselas
con los gentiles; aprendió de los errores –de la escuela de Frankfurt, por
ejemplo. Había que usar otro tono.
A la vista de
los resultados –del actual estado de cosas–, podemos decir con toda tranquilidad
que buena parte de la labor intelectual de la ‘intelligentsia’ judía contemporánea
ha consistido, y consiste, en la destrucción (‘desconstrucción’, si se
prefiere) de nuestra cultura. Desde todos los ángulos. Han introducido el
desagradado, la desconfianza, la sospecha… el malestar, a lo largo y ancho de
nuestra cultura: en nuestra pintura, en nuestra música, en nuestra literatura,
en nuestra filosofía, en nuestro derecho, en nuestras tradiciones, en nuestra
historia toda. Desde Marx... Envenenan las fuentes de nuestro saber. Como Harpías
mancillan, profanan, manosean, ensucian, contaminan nuestro alimento
espiritual.
Es una vieja
guerra de la que no nos queremos enterar. Una guerra fría. Hace más dos mil
años que los judíos declararon la guerra a los goyim, a los gentiles europeos. Su
primera gran victoria fue la
cristianización de Europa, que fue también nuestra primera judaización (aquel
proceso masivo de aculturación e inculturación forzosas y violentas de las
poblaciones europeas de hace mil setecientos años cuya vigencia se prolonga,
aunque débilmente, hasta nuestros días). En estos últimos doscientos años
parecía que superábamos, que dejábamos atrás este triste período, pero… Con
Marx se abre una nueva fase en esta prolongada guerra que alcanza, de momento,
hasta Derrida. Derrida es uno de los últimos herederos de esa vía, de ese modo
y manera abierto por Marx: la destrucción de los viejas instituciones –la
familia, la nación, la religión…–; de los parámetros simbólicos de un pueblo;
del armazón, del esqueleto; de lo que nos tiene en pie.
La prédica actual
es la de siempre. La misma destrucción de nuestras instituciones y conceptos
fundamentales. La misma crítica a la nación, a la patria, al sentimiento de
pertenencia a una tierra y a una gente, a nuestro origen, a nuestro ser
ancestral y autóctono. Y el mismo elevar a las estrellas y ‘vender’ lo judío.
La escritura judía, la cultura judía… Las suyas –las señas de identidad judías-
son intocables. Al judío, a lo judío, no se le ‘desconstruye’, no se le
desmonta; no se le censura, no se le niega. Lo judío es siempre mimosamente
acogido, y seductoramente presentado (como algo deseable, e incluso tentador –como algo que te pierdes).
Nos tientan, nos seducen –nos desvían de nuestro camino. Con una mano destruyen
nuestra identidad y con la otra nos ofrecen la suya. Ilusionistas, prestidigitadores,
maestros de la distracción que nos escamotean lo propio y nos adosan lo ajeno.
Todo esto que
digo se nos muestra ahora de la manera más mediática. Es el triunfo de la
retórica de la publicidad –de la propaganda (Bernays). Son los tiempos. Ciertas
palabras –ciertas marcas–, ciertos slogans. Mensajes cortos, insinuantes,
chocantes, llamativos, atrevidos, fáciles, pegadizos; que dejan ‘huella’. Y,
además, el don, la justicia, el perdón, la amistad, la hospitalidad. Es un ‘negocio’ con ‘causa’.
Un nuevo
mesianismo nos viene ahora de la mano de Benjamin, Lévinas, y Derrida (entre
muchos otros; son legión –y los
conversos). Más allá del agrio proceder de la escuela de Frankfurt (de aquellos
macabeos). Más sutil ahora, más paulino;
más críptico, más ladino, más marrano.
El
internacionalismo que, de nuevo, se nos predica –la carencia de patria. Es un
credo político universal, transnacional, cosmopolita; es una perspectiva propia de apátridas, de
desarraigados. Con ello, además, se auto-promocionan
–promocionan su discurso, su mirada, su ser.
Los jorobados
quieren jorobarnos a todos. Los sin-patria quieren dejarnos a todos sin patria.
Los errantes, los nómadas. No sólo sin tierra, también sin cultura. Una cosa no
es sin la otra. Una cosa lleva a la otra. No se nos puede privar de tierra si
previamente no se nos priva de cultura, de ‘cielo’; de palabra, de luz. Primero
se arremete contra las super-estructuras simbólicas, contra el ser simbólico
nuestro; contra el conjunto de tradiciones acerca de nosotros mismos; contra
las bases, los fundamentos de nuestro ser simbólico; contra nuestras señas
milenarias de identidad, contra nuestra ancestral memoria colectiva –no somos otra cosa, por cierto.
La revolución
industrial acabará con los viejos modos, decía Marx, con los viejos órdenes,
con las viejas instituciones (europeas, occidentales). ¿Por qué esa esperanza, ese
deseo; y por qué tanta prisa? El ‘mundo’ entero en el que vivíamos fue
declarado viejo, enfermo, desquiciado, culpable, malo –digno de perecer. Se nos
condenó a muerte.
Nos enferman (discurso crítico-destructivo) y
nos sanan (el universalismo, el cosmopolitismo…) por igual. Por igual traen la
enfermedad y el remedio (a la manera del viejo judeo-mesianismo con su ‘pecado
original’ y su bautismo reparador).
Pero esas ‘curas’, o ‘remedios’ son igualmente
destructivos: el otro, la hospitalidad, el don, el perdón… Se nos arrincona, se nos empuja al abismo (a
la muerte y al olvido); se nos tacha, se nos niega, no se nos deja otra salida
que el ‘otro’.
Se nos elimina
mientras se nos ofrece la ‘diferancia’, el otro, la hospitalidad… el
cosmopolitismo, el internacionalismo… el altruismo más suicida, en verdad (la
cura, nos dicen) –que optemos por el
otro; que antepongamos los intereses del otro a nuestros propios intereses. La
negación de uno mismo, en suma (‘niégate a ti mismo’). Y esta perversa, malvada
idea nos la ofrecen como si fuera el más alto y sublime ‘ideal’. Miserables. Es
la manzana envenenada. Diseminando entre nosotros tales principios universales se
busca nuestra destrucción –que nos ignoremos a nosotros mismos, que nos
desprendamos voluntariamente de todo lo nuestro; que dejemos atrás lo nuestro. Además,
eso nuestro, es moralmente censurable, es condenable, es lo ‘malo’ a extirpar.
Forma parte,
pues, de la cura el destruir el apego a la tierra, a la sangre, a lo propio;
había que des-arraigar, que ex-patriar,
que ex-trañar a los ‘goyim’ europeos. Separarlos, alejarlos de su tierra, de su
gente… Desviarnos de nuestros fines, desviarnos de nosotros mismos. Esa era, y
es, la vía de salvación que nos predicaban, y predican; esa era, y sigue
siendo, la cura. Ahora como entonces.
Estos ataques
renovados, y brutales, de los últimos doscientos años. Desde Marx a Derrida. Las
nuevas armas, los nuevos proyectiles; los nuevos ‘razonamientos’, los nuevos
sofismas. Contra todo aquello que pueda fortalecernos, y afirmarnos. Ésta es toda
la estrategia, y éste es el cometido de la ‘intelligentsia’ judía entre los
gentiles europeos; esto es lo que tienen que hacer. Saben que sólo
desestructurándonos y desarraigándonos del todo lograrán vencernos algún día. Y
a esto se dedican con afán y codicia de fin. Y no sueñan sino con la
humillación de los pueblos blancos europeos. Quieren vernos derrotados,
vencidos; aislados, necesitados, pocos, solos. ¡Oh, viejo Shylock!
*No fueron los
primeros en esta ‘vía de destrucción’, le precedieron los ilustrados
post-renacentistas. Los escritos de los ilustrados de los siglos XVII y XVIII
les proporcionaron argumentos políticos, jurídicos, económicos, filosóficos, de
‘progreso’... Pero no es lo mismo combatir ideológicamente contra el Antiguo
Régimen, que intentar destruir la entera cultura europea. Nietzsche también,
desgraciadamente, les suministró abundante material. Y Heidegger. Con todo, la misma
crítica que un europeo hace a su patria o a su cultura suena distinta cuando es
realizada por un judío –en boca (y en manos) de judíos. Hay que tener en cuenta
al sujeto de la enunciación: quién habla aquí, quién dice eso. Mientras que en
boca de judíos estas críticas suenan como el discurso de un enemigo, en boca de
un europeo esas mismas palabras suenan como dichas por un padre o una madre, o por un hijo, o por un hermano. Reconviene,
corrige, aclara, matiza, alienta… busca el bien de Europa, su salud; quiere
hacerla mejor, más fuerte, más segura de sí; quiere afirmarla sobre bases
simbólicas nuevas y más puras. La intención de Nietzsche es que se supere, que
se deje atrás todo el periodo ideológico y espiritual platónico y
judeo-mesiánico. Un cambio simbólico, un cambio de ‘cielo’, una absoluta
regeneración, una nueva aurora; un retorno, tal vez. Marx (la estrategia judía)
busca la destrucción de nuestros mundos, Nietzsche procura su corrección, su
transformación, su renovación.
En cualquier
caso, lo que se le consiente a Nietzsche (a uno de los nuestros), no se le
consiente a ningún extraño, sea éste judío, cristiano, musulmán, o chino. Que
se metan en sus ‘cosas’.
¿Por qué permitimos
que estos extraños tercien en nuestros asuntos? Los nuestros son asuntos de
familia. Son antiguos, arcaicos, alcanzan a nuestros antepasados, a nuestros primeros
Padres verdaderos, a aquellos pueblos indoeuropeos: hititas, aryas védicos,
griegos, romanos, germanos, celtas, eslavos, baltos… Las relaciones entre los
diversos pueblos en Europa, nuestra tierra sagrada. Las relaciones, a veces
difíciles, entre germanos y celtas, por ejemplo (en Irlanda y las Islas
Británicas), o entre el sur romano, y los germanos, o entre eslavos y germanos
o baltos… Son asuntos estrictamente nuestros y milenarios. Ningún extraño está
invitado a esta re-unión, sólo a nuestros pueblos ancestrales les competen
tales asuntos. Ningún extraño tiene aquí ni palabra, ni oído; ni voz, ni voto.
Estos autores de
los que hablo son judíos antes que franceses, alemanes, españoles, o rusos, y
sólo su ‘nación’ les mueve –no les mueve Europa, ni su gente ni sus naciones. Al
igual que los cristianos o los musulmanes, son extranjeros en cualquier tierra o región. Sólo pueden hablar desde su
posición de apátridas. No tienen otra nación que la comunidad judía, o la
musulmana (la ‘umma’). Éstas son sus únicas perspectivas. No tienen nada, pues,
que decirnos. No pueden hablarnos sino desde fuera, desde su propio lenguaje/experiencia/perspectiva.
Por lo demás, siempre se les puede decir: “Ocúpense Vds. de los asuntos de su
‘nación’, y dejen en paz a los autóctonos, no los incordien más”. “Dedíquense
Vds. a comentar a sus ‘pedros’ y a sus ‘pablos’, y dejen en paz a Homero,
Aristóteles o Platón.” Esto les decía
Juliano a los ‘galileos’. Algo parecido podemos decirles nosotros a estos nuevos
apóstoles de la gentilidad nuestra recién recuperada: “Dedíquense Vds. a censurar
y a destruir vuestras propias tradiciones y costumbres, y dejen en paz de una
vez a nuestros filósofos… y a toda nuestra cultura”.
(La gentilidad
nuestra recién recuperada. Nuestra diferencia, nuestra ‘otredad’ –nuestro ser
otro de lo judío, nuestro no-ser judío. Nuestro ser arya o indoeuropeo. La
identidad bio-simbólica recuperada.)
Los
intelectuales judíos que operan entre nosotros no se presentan como judíos, y
pretenden pasar por ciudadanos occidentales corrientes y molientes –en su
aspecto no se distinguen de los demás (es importante, en su estrategia de
dominio, que los veamos como franceses, alemanes, o estadounidenses, y no como
judíos). No parecen judíos (de esto se trata). Mimetismo. No hacen alardes
públicos de judaísmo. Más bien se declaran ateos, o agnósticos, o heterodoxos,
o, simplemente, ‘progresistas’, o de ‘izquierdas’ (términos con los que, por lo
demás, se autodefinen buena parte de los occidentales). Su obra está dirigida a
ciudadanos occidentales en general. En todo caso, estos intelectuales que digo,
nunca dejan de ser judíos.
Es su eterno
doble juego –como extranjeros que son en cualquier tierra (salvo en la suya,
Israel); su doble nacionalidad, su doble discurso, su doble mentalidad… su
doble lengua, su doble ánimo, su doble intención; su diabolismo –su doblez
absoluta. Su lengua bífida, su veneno. No lo pueden evitar. Antes que
franceses, rusos, alemanes o americanos, son judíos. La perspectiva judía nunca
se abandona. La patria o la nación judía es la comunidad transnacional judía.
Al igual que sucede con los musulmanes y su ‘umma’, y sucedería también con los cristianos y su comunidad (el
‘pueblo’ del dios de los judíos) –si estos fueran coherentes con su ‘fe’.
*Hay que volver
a hablar de filosofía judía, o de pensamiento judío, distinguirlos bien de la
corriente de pensadores europeos (Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger…). Como
hacemos con la filosofía medieval, donde distinguimos pensamiento judío,
europeo (la mayor parte cristiano), y musulmán. Hay una ‘literatura’ o una ‘escritura’,
actual, en Occidente, que podríamos denominar judía o hebrea –por sus
contenidos, por sus referentes, por sus conceptos fundamentales, por sus
‘maestros’. Temas, citas, y autores
judíos (antiguos, medievales, modernos,
y contemporáneos) son frecuentes en estas escrituras.
Los actuales
pensadores judíos suelen llevar en su mascarón de proa la figura de alguno de
los más notables pensadores europeos de los últimos doscientos años (Kant,
Hegel, Nietzsche, y Heidegger, principalmente). Si bien se dejan guiar por
pensadores judíos –Marx, Freud, Lévinas, Adorno… Son estos pensadores los que forman su
conciencia, dicen. Y la conciencia de buena parte de los europeos de hoy, para desgracia
nuestra.
Envuelto en
bocaditos gentiles. Con un poquito de Kant, Hegel, Nietzsche o Heidegger se nos
hace tragar puñados de cuestiones judías; se nos judaíza –de nuevo. Algo
‘dulce’ en la punta de la cuchara, para engañar; algo distinto, algo otro de lo
que se nos quiere hacer tragar; algo familiar y nuestro, en definitiva, para
que no desconfiemos. Como se hace con los niños. Poco a poco, hasta que se
acostumbren del todo. Después se les podrá retirar eso poco dulce y ‘ajeno’, lo
otro de lo judío. El arte de Derrida. La patita enharinada que asoma por debajo
de la puerta. Escritura judía para gentiles europeos u occidentales; para los
‘primos’ europeos. Al igual que el viejo judeo-mesianismo.
Lo judío siempre
hace acto de presencia con aires de triunfo ante la ‘confusión’ gentil –como
‘deus ex machina’; como Sócrates en los (amañados) diálogos platónicos. Vayan a
la página derridiana en la red; pasen, vean y comprueben. Textos sobre Marx,
Freud, Benjamin o Lévinas; personajes y alusiones judías –antiguas y modernas–
que no faltan en cada plato (artículo, entrevista, conferencia...). Escritura
judía –autores judíos, cuestiones judías, preocupaciones judías, disquisiciones judías, bizantinismo judío;
cábala, talmud… mesianismo. El egocentrismo, en suma, la megalomanía –todo gira
en torno a los judíos y su reducido mundo.
No olvidemos que
cuentan con congresos y reuniones de filosofía, o de pensamiento, estrictamente
judíos. Reuniones en las que un no-judío, presumo, no puede participar –a no
ser como ‘artista’ invitado. Buena parte de las temáticas y los autores son,
empero, los de todo el mundo (marxismo, fenomenología, psicoanálisis, la
escuela de Frankfurt, Benjamin, Derrida…). Autores y ‘topoi’ filosóficos que
rigen, hoy por hoy, buena parte del pensamiento europeo y occidental.
Son la principal corriente de pensamiento, podríamos decir. Han logrado
imponerse. La nómina de autores judíos cuyo discurso es relevante en nuestra
cultura contemporánea es excesiva (de Marx a Derrida).
No usan fuentes
exclusivamente judías, como se ha dicho, éstas se combinan con ciertas dosis de
los autores europeos ya citados. Pero advirtamos que estos usos son más bien
para señalarlos, para marcarlos; para orillarlos, para bordearlos, para
dejarlos a un lado; para desmarcarse, para distinguirse de ellos. Combaten, en
definitiva, contra estos textos (estos autores): los tachan, los borran, les
desuponen saber; los anulan –procuran anularlos, vencerlos, derrotarlos;
desconectarlos, podríamos decir, privarlos de fuerza, de potencia, de utilidad,
de funcionalidad, de actualidad, de valor; estropearlos. Bloquear salidas, cortar caminos…
Pienso en la
labor realizada con Nietzsche –la poda. El Nietzsche de Blanchot, Klossowski,
Foucault, Deleuze, Lyotardt, Derrida… Vattimo. Los post-modernos. El
pensamiento débil. Pensamiento debilitado, apagado, extenuado, agonizante,
final. El nihilismo en toda su miseria. Esto panorama no se advierte en el
frente judío; allí se goza de otra perspectiva, se vive otra cosa. Han
conseguido que los pensadores europeos se precipiten, se arrojen ellos mismos
al abismo. Contemplan la auto-extinción, la auto-lisis del enemigo. Objetivo
casi cumplido.
Es la Europa
blanca, claro está, el destino final de estas maniobras y ataques; es esta
Europa la que se quiere ver debilitada, anulada, extinguida… borrada, ida,
desaparecida (así como desaparecieron Sumer y Egipto). Convertir a Europa en algo fantasmal, en un vago recuerdo.
Digamos que hay
una guerra entre el pensamiento europeo y el pensamiento judío: Darwin y Nietzsche
de un lado, y Marx y Freud del otro (para simplificar). Tenemos sociologías y antropologías que se
oponen. Mundos que se oponen. Es guerra dialéctica, cultural, simbólica;
mediática, incluso. Es una lucha por el dominio. Piénsese si la escritura de
Derrida no está planteada como una lucha contra ciertas tradiciones e
instituciones europeas, para influir en el futuro de tales instituciones y tradiciones.
Se trata de tomar, de dominar, de poseer. Son ‘posiciones’ en la lucha. Es una
guerra.
Hoy por hoy es
el entero pensamiento europeo (desde los griegos, desde Homero…) el demonizado,
el que está bajo sospecha –el derrotado,
vale decir. Es toda la cultura milenaria europea la que está en entredicho –y
la que corre el peligro de desaparecer.
El futuro del
pensamiento (y del ser) europeo se dirime en estos tiempos, aunque gran parte
de los ‘profesionales’ no se den cuenta de ello –no advierten que ya participan
en esta lucha bien de un lado, bien del otro. Hay que preguntar, ¿cuál es el
pensamiento dominante? ¿Qué autores dominan o predominan –guían o conducen? Es
una lucha ideológica, es una lucha en los cielos. Es la batalla de Europa.
Se trata de
tomar la ‘cabeza’, la ciudadela de lo alto (la ‘acrópolis’), los centros de
gobierno; de pilotar, de dirigir. Al igual que algunos retrovirus que
penetrando en el núcleo de las células logran insertarse en el ADN y, desde
éste, replicarse usando los dispositivos celulares. La ‘replicación’ del
discurso desde el núcleo rector. Los replicantes. La cibernética y la máquina o
el cuerpo social.
Los judíos
pretenden dominar el entero campo del pensamiento, judaizar definitivamente el
pensar filosófico, económico, político, ético, psicológico, antropológico…
europeo. Se han diseminado en todos los campos de la cultura –del saber. Que
circulemos preferentemente por figuras y caminos de reflexión propiamente
judíos, creados por judíos; ésta es la intención.
Para el buen
logro de este fin, es esencial que los europeos y occidentales no sospechen ni
por un momento que están leyendo prensa judía, o literatura judía, o pensamiento
judío, o viendo cine judío (o que propaga mitos judíos –como la nueva Sión de
Matrix). Hay toda una serie de ‘productos’ netamente judíos que pasan por
ser arte y cultura (de masas) simplemente
occidental. Consumimos preparados culturales ‘kosher’ (especial para gentiles) sin
saberlo.
Como cuando el
antiguo judeo-mesianismo –un judaísmo ‘ad hoc’ para gentiles europeos (ni
circuncisión, ni prescripciones alimentarias, y poco más; todo lo demás, judío
–el dios judío, el libro sagrado judío, la tierra sagrada judía…).
Es literatura y
arte de propaganda lo que tenemos siempre con los judíos. Se propagan ellos
mismos. De sí mismos cuidan y hacen publicidad. Se venden; se postulan, se
ofrecen, se promocionan –unos a otros. Es su arte; el arte fenicio, el arte
semita.
(De lo que se ha
tratado siempre, entre judíos, es de cómo sobrevivir, y dominar, en tierra
(siempre) extraña, e incluso influir en
la vida y obra de los ‘goyim’ (los ‘otros’, la ‘gente’) –entre semitas
se busca en todo momento y lugar transformar la cultura de los anfitriones para
hacerla más favorable a los propios intereses.)
De momento ganan
la batalla en las mentes y en los corazones de los europeos y occidentales. Incomprensiblemente,
sus nocivas consignas auto-destructivas circulan. Sus mortíferos abalorios
conceptuales. Hay muchos ‘conversos’ o partidarios que no se saben tales, o que
no se tienen por tales (marxistas, freudianos, derridianos… universalistas,
internacionalistas, multiculturalistas…). Los que abandonan su oro y hacen gala
de la más negra calderilla.
¡Ay, simples
europeos; ingenuos, crédulos, confiados! Raza joven, nueva, última, inexperta,
adolescente. ¿Cuándo alcanzaréis algo de madurez?
*¿La reciente
aportación cultural o intelectual judía? Es una habitación –cuatro paredes y un
techo– construida insidiosa, lenta, y laboriosamente desde Marx a Derrida. El
legado ‘intelectual’ judío, el regalo envenenado para las futuras generaciones
europeas. Un receptáculo, una celda, un zulo. Los nuevos textos y autores canónicos;
los nuevos ‘Padres’ de la nueva ‘ecclesia’ (comunidad) europea, de los nuevos
europeos –los arquitectos de esta nueva Sión, de esta nueva Matrix. ¿Es este
nuestro destino; el destino de nuestros herederos? ¿De nuevo encerrados entre
cuatro paredes? ¿Vivir a la sombra, bajo la techumbre de este mínimo recinto
–que nos niega espacio y horizonte e impide que veamos nuestros cielos? ¿Será esa ennegrecida y sucia techumbre
nuestro futuro único ‘cielo’? Nauseas. Asco.
El ‘universo’,
el ‘mundo’ de Marx… Kafka, Freud, Lukács, Trotsky, Benjamin, Arendt, Adorno,
Lévinas… Derrida. El sombrío mundo judío; su atmósfera irrespirable, impura.
Así como con el
llamado ‘nuevo testamento’ judeo-mesiánico nos vino el entero mundo judío (del
que parece que salíamos), con el discurso de Marx, Freud, Lévinas, Benjamin, o
Derrida se nos devuelve de nuevo a ese mundo. Lo uno lleva a lo otro. Nos
detienen, nos paralizan; nos retienen en su mínimo laberinto desde hace siglos.
No salimos de su estrecho y tedioso mundo.
La
‘intelligentsia’ judía pretende modelar y dirigir nuestras vidas por milenios. El
novísimo testamento; los nuevos apóstoles de la gentilidad. Un nuevo milenio
judeo-mesiánico; un nuevo invierno supremo. Ésta es la amenaza.
El ‘holocausto’
es ahora su Gólgota –su signo, su cruz,
su pálido estandarte.
El cielo está
enladrillado, ciertamente. Nuestros cielos están enladrillados por los cielos judíos
y judeo-mesiánicos Ahora tenemos un nuevo enladrillado; y ambos, el viejo y el
nuevo, se conservan. Un doble enladrillado, pues; una doble llave. En ambos
casos las llaves (las claves) están en manos de judíos.
Estos ‘cielos’
son los caminos de salvación elaborados por los judíos para los gentiles
europeos. Ambos nos destruyen; destruyen nuestro ser. Tanto el viejo judeo-mesianismo
como el nuevo –el novísimo testamento.
Clarividencia y coraje
les deseo a los míos para salir de este enredo, para desenladrillar estos
cielos ajenos, para derribar estos muros; para recuperar la luz de nuestros
cielos, para respirar este aire nuestro puro. Para vencer, al fin.
*Hemos de ser más fuertes
que la enfermedad, más vigorosos que el mal que nos invade.
Ya es hora de que frustremos
los planes de estos charlatanes, de estos embaucadores, de estos tramposos; de
estos impostores y usurpadores.
*
Hasta la
próxima,
Manu
No hay comentarios:
Publicar un comentario