Nietzsche y el individualismo.
La batalla de Europa.
Manu Rodríguez.
Desde Europa (16/03/13).
*
*El individualismo a ultranza de Nietzsche tiene
raíces. Co-incide, es sintomático. El individualismo nietzscheano es de la
misma índole que los predicados por las ideologías de salvación personal. O, en
otro orden de cosas, al predicado por los moralistas griegos (y romanos) desde
el decadente período alejandrino hasta la caída de Roma. Responde a la misma
necesidad del individuo de sobrevivir en un entorno socio-cultural fragmentado;
en la confusión de lenguas, en el caos; en la falta de coherencia y unidad cultural
–las pérdidas de norte, de camino, de ‘hogar’ (ni manes ni lares).
El pueblo ha desaparecido, lo que nos queda es
una sociedad atomizada, desarraigada, aculturizada; una masa anónima, sin
personalidad, sin rostro, sin voz. Material humano, fuerza de trabajo carente
de pasado y de futuro –‘almas muertas’. Nietzsche salva, pues, al individuo de
ese cenagal. Podríamos decir que, respondiendo a las circunstancias, crea una
suerte de filosofía de liberación personal.
Nietzsche acepta
la multiplicidad y el desorden que vienen, el mundo que ya es (que siempre fue
y será), y no pretende poner orden. Pretende únicamente guiar a los individuos
soberanos en este caos; desinhibirlos, eliminar barreras (morales, culturales) a
su actuación; crear el clímax cultural adecuado. Su destrucción tiene que ver
con esto.
No se dirige a su pueblo (el cual él ya entiende
como inexistente), sino a los individuos –a los virtuales emancipados. Se trata
de formar espíritus libres. Es una vía de liberación individual. No quería dotar
de razones y de fuerza sino a determinados individuos cuya libertad de acción
está reprimida por las morales imperantes.
El entorno
ético-político que rodeaba a Nietzsche, y en el que nosotros nos movemos aún,
estaba (y está) profundamente marcado por el judeo-mesianismo –la utopía
socio-política (socialista) es ahora el nuevo reino de los cielos, la nueva Sión,
el novísimo evangelio judeo-mesiánico (“el indigno tópico judío del cielo en la tierra…”, en sus palabras).
La destrucción
nietzscheana no está pensada, pues, para liberar a los hombres, o al pueblo (a
su pueblo) de tales alienaciones –aunque pueda servir para ello–, sino a
determinados individuos, a los ‘individuos soberanos’.
Ni anarquistas,
ni socialistas, ni nacionalistas, ni demócratas están invitados a su mesa.
Estos pensaron, y piensan, que la destrucción llevada a cabo por Nietzsche les
liberaba, e incluso que estaba pensada para ellos. Fue, y es, un malentendido.
Tal destrucción metafísica y ética (cultural), insisto, no tiene la vista
puesta sino en los individuos excepcionales, en los ‘grandes hombres’.
Nietzsche practica
una suerte de aristocrático cosmopolitismo
europeo y detesta los nacionalismos
contemporáneos (por provincianos). Piensa en términos europeos. No era
demócrata, y carecía de preocupaciones sociales. Sólo le preocupaba la cultura,
la gran cultura, y el ‘genius’, el individuo excepcional (siguiendo en esto a
Schopenhauer). Su régimen político quizás hubiera sido una república
aristocrática.
(Nietzsche no es
sólo este individualismo que aquí tratamos. Toda su obra nos es vital. Es un héroe
cultural, un símbolo esencial en nuestro devenir; un sol sin igual. Pertenece
al período del alba, de la aurora; a los comienzos del nuevo día. Es uno de los
nuevos Manes colectivos, de los nuevos Padres; junto a Darwin y unos pocos
otros.)
*Nietzsche
parece estar de acuerdo con aquellos que piensan, entre los filósofos de la
naturaleza, que la unidad de selección en los seres vivos no es el grupo (o la
especie), sino el individuo. Pero hay una excepción a tal individualismo en los
llamados seres sociales –entre los que se encuentra el cariotipo humano. En
estos casos la unidad de selección es el grupo.
Los humanos
somos seres sociales (o ‘políticos’) –y esto no excluye aristocracia alguna.
Fuera de la ‘polis’ o se es una animal, o se es un dios, así dijo Aristóteles.
Lo ‘político’ y
lo social son, en este contexto, sinónimos. Ser un animal político, es ser un
animal social. Éste es el sentido que tiene para Aristóteles, y en su época, su
definición del hombre como animal político. La ‘polis’ era para los griegos lo
que la ‘sociedad’ para nosotros. Somos seres sociales, simplemente.
Por lo demás,
también en Aristóteles, la ética forma parte de la ‘política’. No hay ética que
no sea ‘política’ (concerniente a la cosa de ‘todos’), esto es, no hay ética
que no sea social. No hay ‘éthos’ (conducta, proceder, costumbre) que no sea
social. La ética de un individuo es la ética de su pueblo.
La ‘polis’ es la
reunión de los muchos (‘polloi’). Allí donde se reúnen muchos, donde encontrarás
a muchos. Puede que en un principio fueran reuniones eventuales de tribus
emparentadas, y que éstas tuvieran un carácter festivo, o de intercambios, o se
debieran a celebraciones como los juegos, las competiciones deportivas, que
reunían a muchos. Determinados lugares se convirtieron en asiento permanente de
muchos –por las razones que sean. Éste puede ser el origen de la ‘polis’, de la
ciudad –en las tradiciones aryas o indoeuropeas. El término védico ‘puru’, de
la misma raíz que el ‘polloi’ griego, tiene también el significado o uso de
‘ciudad’ (como lugar de asentamiento permanente de muchos).
El ‘muchos’
griego, el término ‘polloi’, es similar al término latino, de diferente raíz,
‘touta’ (totum…), ‘todo’ o ‘todos’ –‘la reunión de todos’, podríamos parafrasear. El término ‘diet’, o
‘deut(sch)’, germano viene a significar lo mismo que el latino ‘touta’. Ambos
términos provienen de una misma radical y han tenido evoluciones casi paralelas
en cuanto a uso o significado. En el caso germano el término ‘todos (nosotros)’
ha dado lugar al ‘todo germano’, es decir al pueblo: ‘deutschland’ es ‘la
tierra de todos (nosotros)’. Cuando el
germano dice ‘todos’ está diciendo ‘todos nosotros’. Había reuniones del pueblo
–de ‘touta’ o de ‘diet’, esto es, de ‘todos’. También los escandinavos
denominaron a estas reuniones ‘la cosa de todos’: ‘al-thing’. El ‘al (all)’
escandinavo no está relacionado con el ‘deutsch’ alemán, pero cubre el mismo
campo semántico o de significaciones/usos. En todos estos casos se trata de un
‘todos nosotros’.
El denominar a
estos ‘muchos’ que digo, a estos ‘todos’, como madre sólo se les ocurrió a los
griegos: ‘metro-polis’. La ‘madre’, la ‘ciudad-madre’. La muchedumbre que es
madre, el todo-madre. Esa multitud de ‘nosotros’ de donde procedemos, que es
como madre o matriz. La comunidad, el grupo, el colectivo… como madre.
Más allá, pues,
de la ciudad, de la sociedad; más allá de los muchos (de todos). Ésta parece
ser la consigna nietzscheana para los espíritus libres. Una suerte de desmadre,
podríamos decir; un salirse de madre. Desinhibir, desatar, liberar.
Se acepta el
caos, la lucha, el conflicto eterno. Nietzsche aboga por una sociedad atomizada,
y múltiplemente enfrentada –el caldo de cultivo apropiado para el surgimiento
de los grandes hombres, para que las grandes fuerzas se revelen.
Nietzsche, sin
desmentir a Darwin, introduce la filosofía en las ciencias de la vida. En la
vida es Polemos el que engendra todas las cosas (las pone en su lugar). Heráclito.
El eterno conflicto (la lucha por la supervivencia y el dominio) engendra el
orden natural, la diferencia, la excelencia. Promueve la evolución, multiplica las
estrategias evolutivas, selecciona rasgos, establece jerarquías.
Individuos y
pueblos, pues, viven en estado de guerra permanente. Peligra la existencia
individual, y la existencia de pueblos y culturas. El futuro hay que ganárselo;
es desde el presente que se conquista el futuro –que se tiene derecho al futuro.
El conflicto nos proporciona una vida intensa, estremecida, activa. Mientras
hay lucha hay vida. Se vive en tanto se lucha.
Vivimos una
guerra (fría y caliente), y hemos de comportarnos como guerreros.
Cuanto más
conflictivo y caótico es nuestro mundo tanto más pone a prueba la fuerza de
carácter y la voluntad de poder de los hombres. Vencer ahí, superar ahí, llegar
a ser superior ahí denota, justamente, la superior voluntad de poder. Era
necesaria la destrucción que él llevaba a cabo. Los grandes hombres (y las
grandes gestas) necesitan completa libertad de acción, y buena conciencia.
Propiciar la
aparición de estos ‘grandes hombres’, de estos grandes monstruos culturales, de
estos hacedores de historia, era el cometido de la enseñanza de Nietzsche;
desinhibirlos absolutamente. La nueva era. El nuevo patriciado, la nueva
aristocracia.
Hay que decir que
Nietzsche también era consciente de que la emergencia del individualismo en un
grupo o colectivo es un síntoma de descomposición, de debilidad; denota el ocaso
de un pueblo, y de sus valores sociales o políticos asociados. En uno de los fragmentos
póstumos de la primavera-verano de 1873,
podemos leer lo siguiente (de la edición de Sánchez Pascual, Consideraciones
intempestivas I: David Strauss…, p. 157): “Si es que todavía hemos de lograr
alguna vez una cultura, se necesitan fuerzas artísticas enormes para quebrantar
el instinto cognoscitivo no coartado, para volver a engendrar una unidad… Así
es como hay que entender a los filósofos griegos más antiguos, lo que ellos
hacen es domeñar el instinto cognoscitivo. ¿Cómo ocurrió que después de
Sócrates se fuera paulatinamente escapando de las manos ese instinto? Al principio vemos también en Sócrates y en su escuela esa
tendencia a domeñarlo: el cuidado que el individuo
debe prestar a la vida feliz coarta el instinto cognoscitivo. Es ésta una fase última, inferior. En
tiempos anteriores no se trataba de los individuos, sino de los helenos.” (Cursivas de N., subrayados
y negritas míos).
En aquellos tiempos
anteriores, y superiores, no se trataba ni de los individuos, ni de la vida
feliz, añado yo. Se trataba de los helenos y de su pujanza, de su fuerza. La
unidad percibida (de estilo, de modos de vida…) engendra en el colectivo fuerza,
firmeza, confianza.
La ‘vida feliz’
es tan sólo un síntoma de la fuerza y la pujanza adquiridas. Es la victoria la
que da lugar a la ‘vida feliz’ –la
conciencia de esa victoria, la sensación de poder; la alegría de la
victoria. La ‘vida feliz’ es una gracia concedida sólo a los victoriosos, a los
vencedores (individuos o pueblos).
El
aristocratismo que Nietzsche encontraba en Heráclito, Teognis, o Píndaro, era
un aristocratismo de clase, de grupo, de colectivo. Era la voz de un pueblo,
era un ‘nosotros’. Cuando Píndaro nos dice aquello de ‘Llega a ser el que
eres’, no está alentando el individualismo sino la identificación del ser
individual con el ser colectivo, esto es: compórtate como un espartano, o como
un ateniense…
*El destino de
Grecia, o de los helenos, merece siquiera una breve reflexión en esto que
tratamos. En mi opinión los proto-indoeuropeos estuvieron en contacto con los
sumerios y aprendieron de ellos. La tripartición, por ejemplo, védica de cielo
o firmamento (Varuna), atmósfera (Indra), y tierra (superficie de la tierra,
Nasatyas…) está tomada o calcada de la sumeria primitiva: cielo (An), atmósfera
(Enlil, una suerte de Indra), y la pareja de tierra y agua (generadoras de la
vida, de los productos, de los frutos…). Los guías o conductores, los
guerreros, y los productores. La inteligencia, la sabiduría, el saber, la
memoria…; la fuerza en la defensa y el ataque; y la producción y reproducción.
Estos tres niveles, que se encuentran en las arcaicas culturas indoeuropeas
(Dumézil), son equiparables a los sostenidos por el panteón sumerio primitivo
(pre-acadio, pre-semita). El contacto se tuvo que producir hace unos cinco o
seis mil años, o quizás más. Los pueblos proto-indoeuropeos vivían en una zona
cercana o dentro del área de influencia de la cultura sumeria más antigua.
Sabido es que de
aquella primitiva unidad se fueron desgajando de tiempo en tiempo grupos que
darían lugar a los posteriores pueblos indoeuropeos. La comunidad (el pueblo)
que, con el tiempo, más alteró o modificó dicha estructura fue la griega. Hay
un vago recuerdo tal vez en la tripartición de cielo y atmósfera (Zeus), las
tierras y los mares (Poseidón), y el subsuelo (Hades). La estructura olímpica
parece proceder de otros principios organizativos; es proyección de una
sociedad más rica y compleja. No está simplemente dividida en ancianos
consejeros, jóvenes guerreros, y agricultores y ganaderos. La vida ciudadana ha
ido engendrando formas de vida singulares: las artes, el comercio, la
metalurgia, la arquitectura, la guerra… Cada una de estas parcelas está regida
o tutelada por un dios, por una divinidad, por un ser paradigmático y superior
(un símbolo): Atenea, Hefaistos, Ares, Apolo, Hermes… Estos ‘dioses’ simbolizan
a sectores de la población vinculados a tal o a cual menester, pero reflejan
también el alma múltiple de aquellos hombres y mujeres, a la vez guerreros
(Ares), poetas (Apolo), mercaderes (Hermes), ingenieros (Hefaistos), sabios
(Atenea)… Seres completos.
Estos dioses son
además hijos del cielo (de Zeus/Dyaus) y de la tierra (Hera). Se distingue una
tierra estática, pétrea, estéril (Gea); una tierra dinámica, fluyente y fecunda
(Rea), ligada a los titanes; y una tierra ligada a las comunidades humanas
(Hera, Deméter, Hestia). Son tres períodos también.
Hera es la
comunidad como madre (somos hijos de la ‘polis’), Hestia es la comunidad como
familia (la hermandad, el parentesco). Deméter es la diosa madre, la tierra
como madre productora de todas las cosas; la que da a luz y nutre –el mundo de la agricultura y la generación; de
la producción y la reproducción. La re-generación del mundo. El orden, el
ciclo. El eterno retorno de lo mismo. Misterios eleusinos.
En el ‘corpus’
mitológico y teológico griego encontramos al hombre que los hizo posible; al
creador de tales mundos, de tales representaciones colectivas. Aquel grupo o
colectivo arcaico indoeuropeo que renovó
la estructura recibida.
La nueva
estructura parece responder a una sociedad más horizontal que vertical. Una
suerte de república aristocrática –entre iguales. Los distintos
dioses/colectivos tienen el mismo rango, todos participan de la soberanía.
Cuando se elige un monarca ocasional (Agamenón en la guerra de Troya) éste es
‘primus inter pares’.
Es una sociedad
de hombres libres, independientes, autosuficientes, autónomos. Orgullosos
también de su diferencia, de su especificidad. Cada cual su área de dominio, su
esfera de acción; su reino, su espacio. Al igual que Atenea, Hefaistos, Hermes,
Ares, o Apolo.
Cuando acabó el
modo de vida de aquellas comunidades, desapareció también el poder de
significación de aquel lenguaje mítico, de aquella representación/proyección
colectiva, de aquel mundo.
Prácticamente
todos los pensadores presocráticos consideraron el lenguaje alegórico de los
mitos como una representación no válida del mundo. Para los tiempos de Sócrates
(Platón), mitemas y teologemas han devenido definitivamente inútiles, superfluos,
meramente fantásticos, incluso perniciosos. No había nada que ‘leer’ allí.
Los nuevos modos
de vida –las nuevas configuraciones sociales–, ya patentes en tiempos de
Teognis, trajeron consigo además el individualismo, la sofística, la salvación
personal, las sectas…
Después de
Sócrates no hay sino escuelas, sectas, filosofías varias de la vida. Ninguna
unidad. Esta deriva (política, social, moral…) denotaba simplemente el fin de
un mundo. No causaba la decadencia o corrupción del mundo antiguo, sino que era
signo, efecto, síntoma de la decadencia de éste.
Las guerras
médicas, como vio Nietzsche, fueron el punto de inflexión en la decadencia del
mundo griego antiguo. La victoria ensoberbeció a los helenos y dio inicios a la
lucha por la supremacía entre los diversos pueblos de la Hélade. Fue el fin del panhelenismo y el comienzo de
la fragmentación, de la atomización, de la desintegración. Esto facilitó la
conquista de las tierras helenas por Filipo de Macedonia. Se perdió la tierra,
la autonomía, la libertad… El período alejandrino posterior coadyuvó a la
definitiva disolución de lo heleno –el cosmopolitismo del imperio.
Esta situación
coincide con la sedimentación del individuo y con las correspondientes éticas
individualistas que pulularon desde entonces. Roma, tras la conquista del
territorio, adopta esta Grecia atomizada y decadente, y prolonga este modelo
cultural y esta decadencia hasta su caída. La cultura y la sociedad romanas son,
salvo excepciones, profundamente alejandrinas, decadentes.
Sócrates es la culminación
del individuo (del individualismo). Síntoma, a su vez, de una decadencia espiritual
y cultural que se venía gestando desde los tiempos de los pitagóricos y los
pseudo-órficos, antes incluso de las guerras médicas. La aparición de la sofística; el individualismo, la salvación
personal. El período alejandrino es la consumación de esta decadencia; el
definitivo final del mundo heleno. Ya no había pueblo, sino sectas. Fue este
mismo proceso de desintegración –de atomización– el que acabó también con el
mundo romano.
Y nosotros, los europeos contemporáneos, vamos
también por el mismo camino: nos desintegramos, desaparecemos; perdemos ser,
identidad. La misma confusión, el mismo caos; la misma atomización espiritual,
cultural, conductual; la misma ausencia de representaciones colectivas o de
referentes comunes. La misma ausencia de unidad. Ya perdimos Grecia y Roma,
esta vez perderemos Europa, la tierra madre.
Dicho sea de
paso, la construcción de una civilización universal (cosmopolita,
multicultural, multirracial –alejandrina) en Europa nos está destruyendo, está acabando con nuestras patrias milenarias.
Perdemos hegemonía, presencia, poder… en nuestra propia tierra.
No hay remedio
individual al mal que nos afecta. No hay otro remedio que el colectivo. Aquí, o
nos salvamos todos, o no se salva ninguno.
*“Volver a
engendrar una unidad”, de esto se trata. De este caos que hablamos hemos de
emerger no como individuos, sino como pueblo. Sólo como pueblo, como un ‘todo’,
venceremos. El mundo humano está fragmentado, más que atomizado. Está múltiplemente
dividido y múltiplemente enfrentado. Esta fragmentación responde a diferencias
étnicas, ideológicas (religiosas o políticas), lingüístico-culturales… Estos
colectivos son como súper-organismos, como los insectos sociales que trata la
sociobiología (Wilson y otros). Son los
grupos los que concurren, no los individuos. Las estrategias del individuo
pasan por las estrategias evolutivas del grupo al que pertenece; la fuerza del
individuo es la fuerza de su grupo.
Podemos tomar la
destrucción de Nietzsche como labor realizada y necesaria para recuperar
nuestras raíces, para deshacernos de lo ajeno. Nos favorece tal destrucción,
sin duda; nos sirve como individuos y como pueblo. Pero sólo como pueblo nos
salvaremos; sólo como pueblo arraigado, y con memoria, tendremos futuro los
individuos.
Hay que hacer la
lectura ‘política’ del individualismo nietzscheano. Pasar del individuo al grupo,
al colectivo, al pueblo. Lo que vale para el individuo vale para el pueblo. El
pueblo como unidad, como individuo. El pueblo: muchos que cuidan de sí con
voluntad de futuro. Fuertes y armados. Europa es nuestro pueblo soberano,
nuestro gran pueblo, nuestro pueblo superior, nuestra gran fuerza. Paneuropeísmo.
Nuestra fuerza,
nuestra grandeza, nuestra independencia, nuestra soberanía dependen de la fuerza,
la grandeza, la independencia y el grado de soberanía del pueblo al que
pertenecemos. Y asimismo nuestro orgullo y nuestra dignidad. La libertad de mi
pueblo es mi libertad (soy tan libre, tan independiente y tan soberano como lo
es mi pueblo). Si mi pueblo carece de
libertad, ‘yo’ carezco de libertad; si mi pueblo carece de fuerza, ‘yo’ carezco
de fuerza… La ‘gloria’ de mi pueblo, es mi gloria.
Nosotros, los diversos
pueblos aryas, los claros, somos el pueblo de Zeus/Dyaus; hijos de
Zeus/Dyaus (el cielo) y de Gea/Rea/Hera/Europa (la tierra).
Europa es la metro-polis, la tierra madre de
todos los blancos que pueblan el planeta. La tierra santa, sagrada, de los
europeos que viven repartidos en los cinco continentes. Ur, el origen.
*
Hasta la
próxima,
Manu
Excelente...
ResponderEliminar