Proselitismo
arya.
Manu Rodríguez.
Desde Europa (09/09/13).
*
*Que nuestros
pueblos recuperen el nexo con sus culturas y con sus antepasados. Que volvamos a ser cultural y espiritualmente
aryas. Alcanzar la conciencia arya, y a nivel colectivo. Volver a situarnos en
el mundo como aryas (étnica y culturalmente aryas), y no como universalistas
cristianos, musulmanes, socialistas o demócratas. Y, repito, a nivel colectivo.
Si no, no haremos nada, no conseguiremos nada.
Proselitismo
arya entre los arya. Difundir nuestra aryanidad (étnica y cultural) entre los
nuestros –sólo para nuestros oídos. Volver a recuperar a nuestra gente.
Recordarle a nuestra gente quienes son –sus orígenes, sus culturas, sus
historias... Reavivar el fuego arya; que
volvamos a cultivarlo en nuestros hogares.
Que nuestros
pueblos vuelvan a pensar desde sí mismos; que vuelvan a centrarse en sí mismos.
Que se tengan en cuenta a sí mismos. Sólo así advertirán los peligros que nos
rodean –cómo peligra nuestro ser étnico y cultural; cuán tenebroso aparece
nuestro futuro. El acoso que padecemos. Y sin armas.
La indefensión
actual de las naciones aryas, en manos de ideologías (semitas) altruistas,
pacifistas, multiétnicas, multiculturales… que propician, que postulan nuestra
aniquilación, nuestra disolución. Esa ‘salida’ del pasado nuestro (malo, previamente
malignizado) en pos de ese hombre nuevo universal, transracial, transcultural,
transnacional, cosmopolita… que nos predican –una vez más. Esa ‘liberación’ que
exige el olvido de lo propio (del ser propio); el suicidio espiritual y
cultural; el sacrificio de nuestra diferencia, de nuestra especifidad, de
nuestra identidad, de nuestro genio, de nuestro ser biosimbólico ancestral.
Desbaratar los
planes de estos nocivos predicadores, de estos tramposos. Detener y revertir el
tempo –presto– de nuestra extinción
étnica y cultural. Renacer. Ésta son las tareas. ¿Cómo lo conseguiremos?
Lo primero que
hay que tener en cuenta es que nuestros pueblos carecen de conciencia y de
memoria puramente aryas (biosimbólicas). La semitización hizo lo suyo:
erradicar, desarraigar. Los tiempos pre-cristianos de los diversos pueblos
aryas europeos yacen finalmente en el olvido. Semi-destruidos, borrosos,
distantes; malignizados, reprimidos. La desposesión blanca viene de lejos.
Volver a
recuperar tales tiempos (y tales mundos), sin embargo, es una de las claves, si
no la más importante, de nuestro renacer. Volver a recuperar el norte, la dirección,
el sentido.
Los pueblos que
han conservado sus tradiciones ancestrales y el vínculo con los antepasados,
desde sus orígenes hasta los momentos presentes (chinos, japoneses…), sí tienen
conciencia y memoria biosimbólicas, y caminan hacia su futuro. Los pueblos que
han sido masiva e intensamente cristianizados, islamizados y demás tienen la
conciencia y la memoria tomadas, poseídas, instrumentalizadas; una identidad
espiritual prestada, ajena. Carecen de futuro propio. Un mundo simbólico
extranjero les domina; una conciencia y una memoria otras, un genio otro mueve
sus miembros y habla por su boca. Almas escindidas, rotas; con un antes y un
después. Alejadas de sus orígenes, y morando espiritualmente en tierra
extranjera.
Nuestra línea
del tiempo y nuestros mundos fueron quebrados, rotos. Nuestra memoria. Nuestra
rama del árbol de la vida.
Recordemos que
nuestro pasado pre-cristiano yace, además, denigrado: obra del diablo, era del
pecado, era de la ignorancia; tiempos oscuros, salvajes, bárbaros, ‘irracionales’,
‘paganos’ (agrestes, silvestres, incivilizados)… Y que el
renacimiento arya de los tiempos recientes (la experiencia germana), tras su frustración
y derrota, camina por el mundo caracterizado
por los vencedores como la imagen misma del ‘mal’ (universal). Todo lo nuestro
está, pues, anatematizado, señalado, maldito; prohibido, perseguido, difamado.
Estos son los
grandes obstáculos: la antigua alienación cultural y el consiguiente exilio espiritual
(la aculturación y la enculturación padecidas cuando (y desde) la
cristianización); y la proscripción de lo arya (viejo y nuevo) en todos los
rincones del planeta. Estos son los estigmas actuales de los pueblos blancos o
aryas europeos –las losas que pesan sobre todos nosotros.
Atrapados; enredados.
Paralizados. Así nos tienen. Sin otra salida, parece, que el sometimiento, la
claudicación, la ‘conversión’ –esto es, nuestra desaparición. Para mayor gloria
de los impostores. Otro pueblo caído, otra cultura extinguida. Otra victoria.
Estos milenarios
devoradores de pueblos y culturas (los que enarbolan dioses y credos
universales –semitas y otros); estos enemigos natos de los pueblos; estos
genocidas culturales son el verdadero, el genuino mal universal. El obstáculo
universal. Lo único que pone seriamente en peligro la existencia misma de los
pueblos (la aparición de tales credos, de tales dioses en su seno –vengan de
dentro o de fuera). Desde su nacimiento atentan contra el otro, contra
cualquier otro –no puede haber otro (otros dioses, otros pueblos, otras
culturas…). El árbol de los pueblos y culturas del mundo está dañado, mutilado,
irreconocible, desfigurado… por su causa; de la multitud de ramas arrancadas;
de la multitud de pueblos sacrificados a sus dioses. Sólo ellos (sus ramas) prevalecen
y prosperan –crecen y engordan (haciendo
suyos a los pueblos devorados).
El retorno a los
orígenes de los pueblos culturalmente alienados es una revolución que queda.
Poner las cosas en su lugar –a cada uno (pueblo) en su lugar. Sólo afianzados
en nuestros orígenes podemos aspirar a un nuevo comienzo. Pero no un comienzo
universal y único para todos los pueblos, lo que sería una nueva alienación
universal; sino un comienzo privativo y único para cada pueblo alienado. Que se
recuperen los pueblos, que recobren la conciencia y la memoria de lo que
fueron, y de lo que son (la restauración de la línea del tiempo de egipcios,
persas, europeos…). Un despertar. Una nueva mañana, un nuevo renacimiento; una
nueva aurora para cada pueblo.
*Todos los
caminos de reflexión que tomo me traen una y otra vez al mismo lugar. Un lugar
donde nuestra vida y nuestra muerte, nuestro ser y nuestro no-ser, nuestro bien
y nuestro mal… se enfrentan; combaten. Lo que nos hunde y lo que nos eleva; lo
que nos aniquila y lo que nos vivifica. De un lado: nuestra alienación
cultural, nuestro extrañamiento espiritual; nuestra ignorancia (que es olvido),
nuestra ceguera, nuestra inconsciencia... Nuestra sombra, nuestra noche,
nuestra nada. Del otro: limpiar la honra de los pasados, y avivar la de los
presentes. Recomponer la figura de nuestra gente; recuperar la plenitud y el
ser. Vuelta a casa. Rememorar. Reanudar. Renacer, rebrotar. Un nuevo ciclo, una
nueva primavera.
Hasta el momento
nos vence, nos puede la muerte; nos deslizamos como por una pendiente hacia el
no-ser. ¿Cómo detener esta caída? ¿Cómo inclinar la balanza hacia la luz, la
claridad, y el día; hacia la vida, el ser, y el futuro?
Necesitamos los
aryas más peso, más número; mayor presencia en el mundo. Más fuerza, más
conciencia, más memoria. Sumar y sumar… Crecer y crecer... No tenemos otra
salida –si queremos tener un futuro. De otra manera nos hundiremos más y más en
la muerte y en el olvido –dejaremos de ser, habremos sido.
*
Saludos,
Manu
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