El Uno primordial.
Manu
Rodríguez. Desde Europa (18/10/13).
*
*La
interrogación por el ser propio pasa tanto por la interrogación de nuestro ser
natural (étnico), como de nuestro ser simbólico o cultural –nuestra diferencia, nuestra especifidad tanto étnica
como cultural.
No hay un hombre
único; los seres humanos estamos étnica y culturalmente diferenciados. Esto
forma parte de nuestra riqueza. Justamente nuestra variedad, nuestra multiforme
presencia en el mundo. La variedad, natural y cultural, es sagrada.
A tal etnia, tal
cultura, añadimos. Ésta es la correlación más primitiva y natural que podemos
establecer al respecto. Cada etnia genera sus propias condiciones espirituales
de existencia –su propio ámbito lingüístico-cultural, su propio mundo. Un mundo adecuado a su ser. Cada etnia
trae al mundo su propia luz, su propia
sabiduría.
Las razas o
etnias son sub-tipos de un cariotipo específico (para nuestro caso, el humano).
Los rasgos fenotípicos caucásicos (los nuestros) han sido los últimos en
aparecer –el último hito en nuestra evolución. Esto está corroborado en los
estudios sobre la deriva evolutiva del ADN mitocondrial y del cromosoma Y, por
ejemplo. Todo parece indicar que somos el sub-tipo humano más joven, el más
reciente. Somos algo nuevo.
El cariotipo
humano se escande, se prodiga; se corrige, se renueva. Como sucede con la
multitud de formas vivas. La sustancia viviente única tiene ese poder. La
sustancia genética, único sujeto de toda actividad biológica, es el ser de todo
ente vivo. El ser del árbol, y el del ave –aquello que les hacer ser lo que
son–, es uno y el mismo.
La vida es el ser que nos importa en primer lugar, pues
nosotros somos la vida. La interrogación por el ser propio conduce a la
sustancia viviente única. Todo cuanto podamos saber acerca de la sustancia
genética (desde el nivel vírico y microbiano al humano), sobre nosotros lo
sabemos.
Hablamos de los ácidos nucléicos que conforman nuestro
ser genético; de la sustancia genética; de nuestro ser primordial y único. De
la sustancia creadora de los diversas formas vivas, de los innumerables
cariotipos que pueblan el planeta. Parafraseando a Aristóteles (en ‘Del Alma’)
podemos decir de tal sustancia que “es orden que ordena, y forma que informa”.
Orden y forma. Es el alma, sin duda, de toda criatura –su particular genoma, su
genotipo específico.
Los genotipos
son variaciones de un cariotipo específico. La sustancia genética aparece
siempre encarnada, provista de soma. El genotipo se hace carne, se despliega en
su fenotipo. El soma –el fenotipo– es
para el genoma protección, defensa, vehículo, transporte, puente hacia el
futuro (mediante la reproducción)… Un medio, un instrumento.
Incluyo en el
despliegue fenotípico las lenguas, sociedades y culturas desarrolladas por los
diversos grupos humanos. El ser genético o natural (orden y forma) subyace al
ser simbólico o cultural en todo momento y lugar. Es primero y único. La
sustancia genética, siempre una y la misma, es el origen absoluto –el centro
único de la vida en este planeta. El ser simbólico no es otro que el ser
genético instruido según una determinada cultura –el momento y el lugar en el que viene a ser le
dotará de un determinado ser lingüístico-cultural, social, e histórico.
El fenotipo,
pues, responde al genotipo, el genotipo al cariotipo, y el cariotipo, a su vez,
a la sustancia viviente única. Todo lo que podamos decir acerca del
comportamiento (de los modos y maneras de ser) de los seres vivos, de la sustancia
viviente única lo decimos.
El Uno primordial, la voluntad, la fuerza (‘vis’,
potencia)… la voluntad de poder. Las intuiciones de Schopenhauer y Nietzsche
hay que trasladarlas al lenguaje biocéntrico, o genocéntrico. En todo lugar se
habla de la sustancia genética, de la sustancia viviente única, del único ser
vivo, del único que subyace a toda actividad, a todo fenómeno viviente; del
único sujeto.
Ese ser único que se multiplica, que se escinde, que se
fragmenta… El ingeniero, el creador, el generador. El Uno primordial; la
sustancia viviente única. Nos.
*Las neurociencias actuales coinciden con las observaciones
‘psicológicas’ de Nietzsche (y Schopenhauer). Nosotros creamos el mundo, y es
en este mundo creado donde vivimos. En esto consiste la ‘representación’, y el
lenguaje simbólico. Estos mundos se construyen con símbolos o signos que se
comparten. Vivimos en el mismo mundo en la medida en que compartimos el mismo
mundo simbólico.
No tenemos modo de saber cuan
cerca de lo real estén estas representaciones simbólicas. Sin embargo, la ‘representación’ del mundo (cualquiera que ésta sea, se
diría) es esencial para todos los seres vivos. Los éxitos evolutivos de estos
dependen de la bondad de sus ‘representaciones’, de cuan pertinente y necesaria
es su información –el mundo creado. La ‘representación’ lograda es aquella que
mejor sirve a nuestra supervivencia.
La ‘representación’ es cosa de la sustancia genética. Es
la misma vida la que genera el mundo en el ha de moverse.
Los receptores de información son fundamentales en la
célula. Son varios los parámetros a tener en cuenta: información química,
mecánica, luminosa, eléctrica… Dominar el medio. Ésta es la interacción que los
seres vivos tienen con su entorno. Dominar aquí es moverse con pericia y
soltura en un mundo fluyente, en perpetuo devenir; con cambios súbitos e
inesperados ya favorables, ya adversos. La información aquí es vital. Con esa
información la sustancia genética que subyace en los diversos seres vivos se
construye el mundo exterior (a la medida de cada cariotipo). Es una
‘representación’ de ese mundo que está más allá de la membrana plasmática, de
la piel; es en esa ‘representación’ del mundo por donde voy, por donde vamos –por
donde nos movemos y somos.
El mundo como ‘representación’ ha de estar ya incluso en
las más simples de las criaturas (en los monocelulares desprovistos de núcleo).
Cada instante se pondera el medio, se recaba información. Los genomas se hacen
una ‘idea’ del entorno mediante la información que de él le traen los
receptores. Para poder responder en consecuencia se ha de controlar o dominar
el medio. Es esencial para la supervivencia el adelantarse, el saber por dónde
se va. En lo grande y en lo pequeño.
*Las palabras tienen el significado que les damos al
usarlas en tal o cual contexto. Son sustancias sonoras, como un conjunto de
vibraciones: cuasi-impulso, cuasi-algo, cuasi-partículas. Cuantas mensurables. Son
además simbólicas, y la mayoría tienen múltiples usos. El otro usa el mismo registro de frecuencias
sonoras simbólicas; nos entendemos pues. Cuando los humanos interaccionamos
mediante el lenguaje intercambiamos este material simbólico.
Es un material compartido, común, colectivo (pues esto
viene a decir el término ‘simbólico’). Es, además, “la actividad espiritual de
milenios depositada en el lenguaje” (Nietzsche) –en el lenguaje y en la
cultura, en el mundo simbólico todo. Una
actividad espiritual milenaria. Toda nuestra memoria ancestral. El espacio
simbólico. El reino del espíritu. El cielo, justamente.
*El nihilismo niega la voluntad, niega la acción; niega
este mundo. Schopenhauer. Pero también Buda, y Platón… Este mundo está negado
en todas las utopías, sean estas religiosas, filosóficas, o políticas. Siempre
hay otro mundo que ‘corrige’ a este en
el que vivimos, a este mundo nuestro; sea en el cielo, sea en la tierra
(en el futuro): el mundo que es y el que
debería ser, el mundo aparente y el mundo verdadero…
Es en Schopenhauer donde Nietzsche detecta el ‘nihilismo’.
En su obra, en su propuesta filosófica fundamental (la negación de la
voluntad), y en los autores y corrientes religiosas o filosóficas que trae a
colación en apoyo de su propio discurso –la ‘sabiduría’ nihilista de aquí y de
allá que recoge y difunde en sus textos. Estamos ante mundos antípodas y sombríos
–lejos de la vida, lejos de la luz. El nihilismo (la negación) es el fundamento
de todo idealismo. Es la negación de este mundo, implícita en todas las vías de
liberación religiosas, políticas, o filosóficas lo que detecta Nietzsche. Son
puntos de fuga de este mundo. La milenaria
subversión nihilista fue finalmente descubierta, desvelada. Ésta fue la labor
de Nietzsche –poner de manifiesto, mostrar la impostura nihilista.
Circulan culturas (creencias,
ideologías, tradiciones…) que niegan la vida y la voluntad (de poder) implícita
en la misma vida. Estas visiones negativas, nihilistas… de la sociedad, de la
humanidad, de la vida… no sólo circulan sino que triunfan –son las
predominantes y las más prestigiadas (la cumbre de la sabiduría, dicen; la
sabiduría perenne). Ésta es la subversión espiritual que padecemos desde
antiguo –todo cabeza abajo. Difunden la insatisfacción por el ser; el disgusto
por la misma vida. Predican la huida, la fuga; la muerte, el no-ser.
Como contrapartida a su ominoso discurso (la
auto-represión, la auto-extinción, la auto-aniquilación) los nihilistas
(desde Buda, desde Platón…) ofertan un mundo indoloro, y lleno de delicias. Un
mundo en el que todo lo negativo ha desaparecido: la enfermedad, la pérdida de
la juventud, la muerte… Se habla de salud eterna, de eterna juventud, de vida
eterna… La eterna mismidad de Narciso. Que nada le turbe, que nada le inquiete,
que nada le despierte… El sueño, el ideal, el ‘paraíso’ nihilista. Un sueño
hermano de la muerte.
La negación de la voluntad, de la pulsión, del deseo…
implícita en estas ‘representaciones’, en estas ‘visiones’. Lo que nosotros así
denominamos no es otra cosa que el motor de la célula, de todo ser viviente –la
vida misma. Se niega la vida, en
resumidas cuentas. “Mejor no haber nacido” es toda su ‘sabiduría’, y todo su
legado –su cantinela, su ‘slogan’. ¿Qué espíritu, qué genio; qué individuo, qué
pueblo puede cantar así –proyectar tal ‘representación’, tal mundo inmundo? Es
la canción de la muerte; el camino de la muerte, de la extinción, del no-ser.
Lo opuesto a la vida, y al ser.
*El abismo de la vida. Cada instante la vida se juega el
ser.
El abismo de la vida. Asomarse al mundo, a este cosmos sobrehumano
que es nuestro hogar. El asombro, el temblor, la inquietud, el miedo. El horror
cósmico. Pánico. Angustia. La magnitud del enigma. Espíritus valientes requiere
la vida, que miren de frente el abismo del ser.
No volverá a repetirse este ser biosimbólico nuestro –el
de cada uno de nosotros. Como seres contingentes que somos. Diremos adiós para
siempre jamás.
Apostad por la ‘bella muerte’; dejad un bello y digno recuerdo.
AMAG
*
Hasta la próxima,
Manu
No hay comentarios:
Publicar un comentario