Sobre el
inicio. Jaeger y Heidegger.
Manu
Rodríguez. Desde Europa (18/09/14).
*
*Werner
Jaeger nos dice algo importante en su obra “Paideia. Los ideales de la cultura
griega” (publicadas entre 1933 y 1945), en su introducción (“los griegos en la
historia de la educación”). Cito textualmente (en página 13 de la edición del
FCE, 1985): “La superior fuerza del espíritu griego depende de su profunda raíz en
la vida de la comunidad. Los ideales que se manifiestan en sus obras
surgieron del espíritu creador de aquellos hombres profundamente informados por la vida
sobreindividual de la comunidad. El
hombre, cuya imagen se revela en las obras de los grandes griegos, es el hombre político. La
educación griega no es una suma de artes y organizaciones privadas orientadas
hacia la formación de una individualidad perfecta e independiente. Esto
ocurrió sólo en la época del helenismo, cuando el Estado griego había
desaparecido ya –la época de la cual deriva, en línea recta, la pedagogía moderna.”
La
paideia mítica y arcaica griega tiene su meta en “la formación de un alto tipo
de hombre” (en palabras de Jaeger). Es un camino hacia la ‘areté’ –hacia la ‘excelencia’.
La
paideia que corresponde al periodo helenístico
(y al posterior romano) es la paideia de un imperio multiétnico y
multicultural. Universalista, cosmopolita… Las corrientes filosóficas sólo
atienden al individuo, y todas ofrecen una liberación o salvación personal. Es
el caos, la fragmentación, el atomismo. Únicamente las corrientes
universalistas (filosóficas o religiosas) pueden prosperar en estos medios –en
un mundo roto, degradado, decadente, corrompido. ¡Sálvate a ti mismo! ¡Sálvese
el que pueda! El dios personal y la liberación personal. El posterior
judeo-mesianismo no ofrecía otra cosa.
Podemos
decir que toda la Europa (y la Magna Europa) contemporánea está espiritualmente
modelada según el decadente helenismo alejandrino, el decadente imperio romano,
y el mundo extranjero judeo-mesiánico (el huésped indeseado e indeseable que
quedó, a la postre, como único ‘heredero’; el usurpador). Todo nuestro
universalismo, toda nuestra mala metafísica, toda nuestra miseria espiritual,
toda nuestra historia; todas nuestras pesadillas, toda nuestra ‘realidad’. Nuestra
historia ha sido impostada, usurpada. Hace cientos, miles de años que no
tomamos el timón. Otros nos llevan. No cabe mayor alienación.
El
humanismo universalista, transnacional, transétnico, transcultural… de los
tiempos que corren deriva, en línea recta, de ahí. Se reproducen los momentos,
los malestares, los síntomas. Incluso la filosofía que hoy se vende es la
filosofía decadente del helenismo y del judeo-mesianismo, como en el
divulgadísimo “más Platón y menos ‘Prozak’”. Ahí puedes encontrar a platónicos,
estoicos, cínicos, epicúreos, cristianos, budistas… La sabiduría perenne, osan
decir. La sabiduría que se sublima y se promueve es aquella de la fuga, de la
huida, de la salvación personal. La sabiduría nihilista. La propia de un mundo
arruinado, fragmentado, roto, deshecho, atomizado… sin futuro.
Poco más
adelante (en página 14) nos dice: “Los grandes hombres de Grecia no se
manifiestan como profetas de Dios, sino como maestros independientes del pueblo
y formadores de sus ideales. Incluso cuando hablan en forma de
inspiración religiosa descansa ésta en el conocimiento y la formación personal.
Pero por muy personal que esta obra del espíritu sea, en su forma y en sus
propósitos, es considerada por sus autores, con una fuerza incontrastable, como
una función social. La trinidad griega del poeta (ποιητής), el hombre de estado
(πολιτικός) y el sabio (σοφός), encarna la más alta dirección de la nación. En
esta atmósfera de íntima libertad, que se siente vinculada, por conocimiento
esencial y aun por la más alta ley divina, al servicio de la totalidad, se
desarrolló el genio creador de los griegos hasta llegar a su plenitud
educadora, tan por encima de la virtuosidad intelectual y artística de nuestra
moderna civilización individualista.”
En todo
concuerda con Heidegger. Para encontrar el ser griego en su máxima pureza hay
que remontar el helenismo, hay que ascender hasta el origen, hasta el inicio.
Aquellas figuras. En arte y pensamiento. Desde Homero a los trágicos. La
‘Paideia’ de Jaeger es también un buen camino a la fuente, al origen (griego),
para los que permanecemos en provincias.
Jaeger
entiende la cultura como ideal de formación –como ‘paideia’–; asocia la cultura
con la ‘formación’ (la ‘bildung’ germana –formación o configuración) y, por
consiguiente, con la instrucción o educación (‘paideia’) griega.
El uso
actual y más corriente del término ‘cultura’, como la totalidad de
manifestaciones o tradiciones de un pueblo, nada tiene que ver con el uso y la
concepción griega de ‘paideia’ o formación de los miembros de la comunidad. No
se trata de que prescindamos de este uso ya enraizado (que proviene de la
antropología cultural), pero conviene tener en cuenta el uso que relaciona la
cultura con la formación (con el dar forma) y con una formación específica.
En la
Grecia mítica y arcaica la paideia (la formación), la areté (la excelencia), la
‘política’ (la ciudadanía, el ser social)… son todas una misma cosa –son
conceptos que, atendiendo a su lenguaje y a su mundo, no se pueden deslindar. La
educación era eminentemente política, y llevaba a la excelencia a los miembros
de la comunidad (de la ‘polis’). La gloria, la fama imperecedera era el
galardón.
Podemos añadir
que no hay dicotomía entre ‘naturaleza’ y ‘cultura’ (‘fisis’ y ‘nomos’).
Mediante la paideia la naturaleza alcanza la perfección, la excelencia.
Estamos
tan lejos de aquel inicio, de aquella aurora, de aquellos momentos sublimes; de
aquel espíritu.
Necesitamos
recuperar la ‘paideia’ griega del inicio, aquel espíritu. Esto forma parte de nuestro
camino en los momentos presentes, de nuestra liberación –del desencantamiento
de nuestros pueblos.
*Podemos
correlacionar los términos ‘cultura’ (como el conjunto que tradiciones…),
‘religión’ (como aquello que religa), y ‘paideia’ (los ideales de formación
implícitos en la misma cultura).
Si
cambia la ‘cultura’ (¿cómo; por qué; quién la cambia…?), cambia la ‘religión’
(lo que religa), y cambia la ‘paideia’ (la meta, la finalidad de la formación).
Jaeger
estudia en “Paideia y cristianismo primitivo” la adopción (la apropiación) de
la paideia del helenismo tardío (y decadente) por los primeros ‘teóricos’ cristianos
(Clemente, Orígenes, Basilio, Gregorio…).
*La
evolución de la ‘paideia’ y del mundo griego desde el período arcaico hasta el
periodo alejandrino. La evolución del ser griego. Desde su origen hasta su definitiva
caída.
Los
primeros ‘maestros de la verdad’ son los poetas. Ellos son, si no los
creadores, sí los plasmadores del ser griego arcaico. El trasfondo de modelos,
de ejemplares, es el período mítico. Las estirpes. Las gestas. Las hazañas.
Todo aquel mundo semi-divino. La guerra de Troya marca el final de aquel
período semi-histórico/semi-legendario. Las últimas generaciones
heroico-trágicas son los hijos de los héroes de Troya: Orestes (hijo de
Agamenón), Neoptólemo, también llamado Pirro (hijo de Aquiles), Telémaco (hijo
de Ulises)…
Aquellas
figuras del período mítico proporcionan los modelos de excelencia (areté). El
modelo épico-heroico que encontramos en Homero, por ejemplo, o en Píndaro.
Durante
este período prevalece la ‘teología’ que recogen Homero y Hesíodo. La
representación del mundo de los dioses. La ‘cosmogonía’, la ‘teogonía’, la
‘antropogonía’… El carácter fabuloso y enigmático de estos mundos –“buenos para
pensar”.
Los
conceptos fundamentales de aquellos primeros. La tierra y el cielo; el destino,
el poder de los celestes, de los inmortales; la excelencia, la fama, la gloria,
el buen nombre. El mal consistía en la soberbia, en la arrogancia… en la
desmesura (la ‘hybris’), no había otro ‘pecado’, otros desvíos. Estos son
también los fundamentos de la primera ‘paideia’. Éste fue el mundo, la cultura,
el ser primero de los helenos. El origen (el ‘arkhé’), el inicio griego.
El
mundo (cielo y tierra, mortales e inmortales) que acompaña a los hombres y
mujeres a lo largo de todo el periodo arcaico (hasta el período clásico) es
aquel del inicio. Píndaro tal vez sea su último heraldo.
También
el resto de los pueblos aryas europeos tuvieron inicios semejantes. Romanos,
germanos, celtas… Y nos quedan afortunadamente testimonios escritos; nos queda
memoria de aquellos inicios. Incluso los pueblos de los que no conservamos
testimonios escritos vivieron como aquellos griegos del período mítico y
arcaico. Roma nos proporciona información sobre pueblos cuya vida podríamos
calificar de ‘arcaica’, en el sentido que aplicamos éste término a los griegos
del período arcaico, en Hispania, en la Galia, en Britania, en la Germania… Sociedades/mundos
épico-heroicos.
Por
lo que respecta a la Península ibérica, recordemos las estelas de guerreros
lusitano-tartesias, los pueblos celtas y celtiberos, los lusitanos, los astures
y cántabros… (más de doscientos años le costó a Roma dominar por entero la
península ibérica). Podemos referirnos a todas las culturas pre-romanas del
Bronce y Hierro europeo (los dos mil años que precedieron a la entrada de Roma
en nuestras vidas). Estos pueblos no constituían ‘sociedades’ (o ‘polis’
–también este término había evolucionado desde la ‘polis’ arcaica) tal como la
consideraban los romanos y el tardo-helenismo. A juzgar por los datos muy
tempranos que nos proporcionan geógrafos e historiadores griegos y romanos, y las
reliquias arcaicas que han llegado hasta nosotros, estas sociedades están muy
cerca de los griegos del período creto-micénico y del período arcaico. Estamos
ante sociedades guerreras y aristocráticas. Su ‘ethos’, su ‘epos’, su
‘paideia’, su ‘areté’… sus ‘mundos’, no
podían ser muy diferentes.
No
olvidemos el parentesco etno-lingüístico de estos pueblos; su hermandad. Todos
provienen de un primitivo grupo étnico de hace seis u ocho mil años. Allí donde
tuvo lugar el primer inicio; la primera de las auroras.
Cuan
deseable es la recuperación de estos inicios. Del espíritu del inicio.
*Podemos
considerar el término ‘paideia’ como ‘los ideales de formación’, cualesquiera
estos sean. Es un uso que podríamos dar a este concepto. Hay que especificar
pues, en cada caso: “¿de qué ‘paideia’ se trata?”
Decimos:
La excelencia es la revelación, el desvelamiento, el des-encubrimiento (la
verdad) del ser. Y ése es el fin de la paideia arcaica griega. Pero también la
excelencia tiene que ser especificada. La excelencia va ligada a la paideia.
Según sea la paideia así será la excelencia. Paideia, ser, excelencia… son
términos relativos al ‘qué’, al ‘quién’, al ‘cuándo’, al ‘dónde’… Son términos
que deben ser interrogados. Localizados, situados, vectorizados, contextualizados.
No
hay ‘paideia’, ni ‘excelencia’, ni ‘cultura’, ni ‘religión’ (religación), ni
‘ser’ (humano)… que sean universales e intemporales. Cada pueblo genera su
mundo. Irrumpe en el tiempo y en el espacio. Evoluciona. Va.
Heidegger
habla del ser, nos habla a nosotros, occidentales, acerca del ser. Pero se
trata en todo momento del ser nuestro; de la historia nuestra. De la evolución
de este ser nuestro desde el inicio arcaico griego a nuestros días. A Heidegger
hay que leerlo en clave nacionalista arya.
Heidegger,
el infierno de los filósofos… judíos.
*La
areté (el término) pasa de unos a otros. Cada grupo se apropia de la areté (el
concepto), y lo interpreta a su manera –lo vacía y lo llena de nuevo contenido.
Ahora la areté es el saber (algún saber) (Sócrates), o el bien (Platón). Cambia
la paideia, y la areté.
Jaeger,
aunque consciente de la evolución de estos conceptos, considera que ésta es una
evolución ‘perfectiva’, que va perfilando y mejorando (en el sentido ‘humanista’
platónico-cristiano) su contenido. El resultado final es la universalización de
la paideia helenística (platónico-aristotélica), o del moralismo universalista
de cínicos, estoicos y epicúreos. Jaeger está muy lejos de la paideia
heideggeriana (y nazi en general) –aunque no iba mal encaminado. Propone un ‘tercer
humanismo’ (entre el modelo romano-helenístico y el del Renacimiento) inspirado
en la paideia griega, pero se trata de la paideia (y el humanismo) del
helenismo tardío (una vez más). Opta por el final, y no por el principio.
Piensa que lo ‘dórico’ (aristocrático) de la paideia arcaica llega hasta
Platón.
Heidegger,
sin embargo, comparó el destino de ‘aletheia’, con el destino de la ‘areté’, y ambos, con el
destino del ser nuestro. Heidegger estaba situado en el inicio. Jaeger, pese al
aprecio en que tiene a la primitiva paideia, la ve como un punto de partida a
lo que será; pasa de largo ante el inicio. No se sobrecoge ante el misterio del
ser del inicio. No estaba predestinado al ser.
El
olvido del ser es el encubrimiento del ser… Lo descubierto se vuelve a ocultar.
El ser es el genio, el fuego, la aurora, la luz de un pueblo.
Se
puede decir que no hay olvido del ser sino robo o expropiación del ser
(alienación, privación del ser propio). Perdimos el ser, perdimos el fuego. Los
primitivos usos épico-heroicos de estos términos (areté, polemos, ethos…)
durante el periodo mítico-arcaico son abandonados cuando este grupo social
desaparece o pierde la preeminencia y el poder. Se retoma la paideia y la areté
(los conceptos), pero se llenan de nuevo contenido, según el nuevo amo. ¿Quién
habla, quien tiene la palabra, quien es el amo? Cambia la justicia, la
educación, la excelencia, el discurso, la verdad… el ser. “¿De qué excelencia, justicia o verdad me
hablas?”
Arkhé, epos, polis, politeia; paideia, areté;
aletheia, logos; polemos, agon; ethos, aidos, themis… La evolución de estos
conceptos. En cada paso de su deriva pierden rasgos y adquieren rasgos nuevos
(según el ‘amo’) –algunos se quedan en el camino, otros nuevos aparecen según
necesidad. Hay que tener en cuenta la historicidad de estos conceptos, del
mismo ser nuestro. Los avatares del ser nuestro –sus sucesivos amos desde la
pérdida del inicio; sus sucesivas ‘excelencias’, sus sucesivas ‘verdades’. Desde
la pérdida del fuego.
Estos
conceptos tienen su cuna en los períodos mítico y arcaico. Su esencia reside en
su origen, en el inicio. ¿Se trata de desandar el camino? ¿Un camino de vuelta?
¿Un volver; un girarse?
Hay
una degradación desde su primitivo uso. Una pérdida paulatina. El ethos
épico-heroico desaparece.
Parece
como si nuestro ser estuviera encadenado, más que ligado, a la era técnica. El
ser que ahora se pretende es el de una masa salarial universal, planetaria. Sin
patria, sin hogar. Sin memoria. Es un ser que se nos impone desde las ‘alturas’.
Las ‘salidas’ que se les deja a esa ‘masa’ indiferenciada son, falsamente,
engañosamente individuales, personales, o sectarias. Habitamos en sociedades (‘polis’)
fragmentadas, atomizadas.
¿Quién
posee la paideia, quién escribe los textos educativos; quién ordena, quién
manda, quién es el amo? ¿Quién tiene la palabra?
El
ser se crea, se establece. Se crea un mundo, y ese mundo puede ser perdido. El
ser se gana y se pierde. Hay que merecerlo. Como la excelencia, como la verdad.
El
inicio épico-heroico, éste es el inicio al que aspiramos. El que nos fue
arrebatado a los pueblos aryas primero con la romanización (helenizada), y
posteriormente con la cristianización (igualmente helenizada).
El
primero que perdió de vista el ser del inicio fue el pueblo (los pueblos)
griego. Las transiciones (los pasos hacía el olvido) están magníficamente
expuestas en la ‘Paideia’ de Jaeger. La decadencia económica y social de la
clase aristocrática. La competencia que los ‘maestros de la verdad’ arcaicos
tuvieron con los primeros pensadores independientes (jonios). La desconsideración
del mundo de Homero (heroico), y de Hesíodo (la cosmogonía, la teogonía…). La
lírica individualista (monódica) que se abre paso (los nuevos ‘hombres’). El
individualismo y la ‘salvación personal’ en Pitágoras y ‘pseudo-órficos’. La
nueva sociedad economicista y mercantil. Las ‘polis’ y sus ‘constituciones’. El
dominio paulatino de las masas sobre las minorías. Los esclavos y comerciantes
extranjeros que llenan las ciudades. La conquista de la Hélade por Filipo de
Macedonia. Alejandro. El imperio. El cosmopolitismo. El lenguaje universal… La caída en el olvido de aquel mundo primero,
de aquel cielo.
Platón
y Aristóteles, así como las nuevas escuelas moralistas post-socráticas
(cínicos, estoicos, epicúreos), dan el finiquito al viejo mundo de los orígenes,
al viejo mundo de los mayores, al viejo mundo étnico. La cristianización
posterior colmó el cáliz del olvido. Atravesamos el Leteo, morimos.
Los
pueblos blancos necesitan una anamnesis colectiva (beber del cáliz de la
memoria). Una vuelta al origen (a los orígenes). Un recordar. Un retomar el ser
del inicio. Un revivir.
El
ser del inicio arya es como espíritu que anima. El genio íntimo. Recobrado,
recuperado, despierto. Creador, activo.
Más
allá de los inicios de las ramas griegas, romanas, celtas, germanas, baltas o
eslavas tenemos el primer inicio, la primera aurora de nuestro pueblo. Aquella
del origen absoluto, cuando aparecimos hace siete u ocho mil años en algún
lugar de Europa. La tribu arya de los orígenes. Allí donde Mannus. Allí donde
‘Dyaus’. La primera tierra y el primer cielo.
*La
Grecia arcaica y la clásica; la aristocrática y la democrática; la dórica y la
jónica. Esparta y Atenas. Estos son los dos primeros tomos de la ‘Paideia’ de
Jaeger. Escritos en los años que precedieron a la llegada de Hitler y el
movimiento arya germánico al poder. Publicado justamente el año 33. Los dos
últimos tomos son los platonizantes y alejandrinos; la decadencia final (aunque
Jaeger piense lo contrario).
Los
primeros tomos están claramente alineados en el movimiento nacionalista arya.
Es el mismo espíritu. Obra anti-individualista, patriótica, completamente
greco-germánica. También en la línea de los escritos de los 30’ de Heidegger,
cuando éste deja atrás el relativo individualismo de ‘Ser y Tiempo’. El papel
del poeta como educador durante el período arcaico (o del inicio), por ejemplo,
es fundamental en ambos autores.
Sabido
es que Jaeger dejó Alemania el año 36 y emigró a EEUU. Estaba casado con una judía.
Esto tuvo que pesar en su decisión. Su obra, no obstante, puede pasar como uno
de los mejores textos publicados durante el período nazi; un texto incluso
providencial, diría yo. Proporcionaba los fundamentos históricos de la nueva
pedagogía que se estaba pergeñando, igualmente anti-individualista y
patriótica, la ‘paideia’ arya. Clarificaba el camino. Hubiera sido un gran
mentor del nuevo inicio, junto con Heidegger y pocos otros.
*Pienso
que Heidegger fue injusto en algunas de sus críticas al nazismo tras su
renuncia al Rectorado. Yo sí pienso que el movimiento nazi fue un inicio, un
verdadero nuevo inicio. Heidegger no podía esperar que en unos pocos años
cuajara la esencia –“la interna verdad y grandeza”– del movimiento nazi. No
tuvo en cuenta las extremas dificultades y obstáculos que tuvo el movimiento en
su breve vida –la guerra, fría y caliente, que se le declaró y se le hizo desde
su llegada al poder. Y a pesar de todo, la ‘paideia’ arya estaba forjándose, en camino.
No hubo
tiempo, no tuvieron tiempo, no se les dio tiempo. Las circunstancias hostiles desbordaron
a los mandatarios nazis. No tuvieron tiempo para evolucionar, para perfilar su
discurso, para configurar un mundo; para atender a las reflexiones de
Heidegger, Jaeger (Paideia), Schmitt u otros –de las cuales estaban tan
necesitados.
Heidegger
se impacientó –citando a Hölderlin llega a decir: “…pero son incapaces de
sentir que les hago falta”. Se sintió como un maestro, un sabio para el pueblo
tan necesario como ignorado. Heidegger se limitó a seguir escribiendo y
aconsejando a aquellos que gobernaban –en los comentarios sobre Hölderlin, en
‘Contribuciones a la filosofía’, en los trabajos sobre Nietzsche… Se podría decir que no hizo otra cosa hasta su
muerte. El destino de los alemanes, el destino de los occidentales, el destino
de Europa. El destino y el ser de Europa. Éstas fueron sus preocupaciones.
No fue
leído, no fue escuchado por quienes debían, aunque no por desdén o menosprecio
de su obra; las circunstancias, simplemente, lo impidieron. Pero la obra y las
observaciones quedan para los futuros; para ese acontecimiento, para ese nuevo
inicio que aún debe tener lugar. Lo que el futuro nos tiene reservado a nosotros
los aryas.
Algunos
sacan a colación la cobardía de Heidegger cuando, tras la guerra, reniega de
sus vínculos con el movimiento
nacionalsocialista y los nazis. En cierta ocasión llama a estos ‘gente
impresentable’. Renegó ante el jurado de la ‘depuración’ (la
‘desnazificación’); ante Löwith, ante Arendt, ante Marcuse (todos judíos), ante
Jaspers… Hay que decir que Heidegger tenía en aquellos momentos (los inmediatos
años de la postguerra) un hijo prisionero en la URSS. Tal vez temiera por su
vida si no colaboraba, si no mostraba algún signo de ‘arrepentimiento’.
*Tengo
para mí que el giro hacia lo colectivo en la escritura de Heidegger a partir de
los 30’ tiene algo que ver con la ‘Paideia’ de Jaeger (digo esto sin disminuir
la importancia que tuvo para Heidegger la llegada de Hitler (del ‘movimiento’)
al poder). La lectura de su primer tomo (1933), sobre todo, tuvo que
sorprenderle. Heidegger llega a escribirle aludiéndole a la similitud de los
destinos de conceptos tales como ‘aletheia’ (palabra clave en Heidegger) y
‘areté’ (palabra clave en la ‘Paideia’ de Jaeger), e incluso a la intima
conexión de estos conceptos. Sin embargo Jaeger no se queda en la ‘areté’ del
inicio (su campo de aplicaciones y usos), no profundiza ahí, como hace
Heidegger con ‘aletheia’, sino que se
limita a seguir la deriva de este concepto desde el inicio hasta su momento
platónico. Para Jaeger el camino de areté culmina en (su amado) Platón.
Aquí
se separan los caminos. Y aquí se advierte también el alcance de esos caminos.
Es en
los inicios cuando se inaugura un tiempo y un espacio; una tierra y un cielo;
un mundo. Los sublimes momentos del principio. El crepúsculo matutino, el que
trae la luz, el que anuncia el día. El alba de un pueblo; su primera aurora.
Heidegger
no sólo se demora en torno al primer inicio, sino que extrayendo enseñanzas de
aquel momento nos propone un segundo inicio.
¿Cómo
se alcanza esa nueva aurora? Heidegger reflexiona y nos responde en sus
escritos de los 30’ y 40’; desde el 33 al 44-45 (hasta “La pobreza”, una suerte
de homilía dada ante un pequeño grupo de oyentes en los días que siguieron a la
claudicación de los ejércitos nazis; antes de la ‘depuración’ –la
‘desnazificación’). La mayor parte de lo escrito en ese período gira alrededor
del inicio. Primero con la oportunidad del ‘movimiento’, su providencial
llegada al poder. Desde el conocido ‘Discurso del Rectorado’. Ahí se mostró
como un verdadero pedagogo, como un maestro de la verdad, como un guía
espiritual del pueblo alemán (y occidental). El ‘movimiento’ era justamente
eso, movimiento –una voluntad, un impulso, una fuerza, un poder. Un viento
impetuoso. Un pueblo entero dispuesto a renacer.
La
‘visión’ del momento, de los acontecimientos, de la novedad del ‘movimiento’,
del entusiasmo popular… Heidegger aporta al ‘movimiento’ aún más grandeza, aún
más significación, aún más verdad; un ‘norte’ claro. El hecho de que las
circunstancias impidieran la adopción por los mandatarios nazis de las
directrices ‘espirituales’ de Heidegger no resta ni interés ni valor a sus
enseñanzas.
Dada
la deriva de los acontecimientos, Heidegger termina escribiendo para el
‘movimiento’ por venir; para los futuros. Si no pudo ser entonces, la próxima
lo será.
Nos
frustraron aquel inicio, aquel brote. Quedó en nada; roto, descompuesto. Las
reflexiones de Heidegger (y unos pocos otros) sobre el inicio aguardan su
momento –el inicio que vendrá.
Los
nacionalistas aryas deben beber del inicio, de esas fuentes. La revolución arya
por venir será, ahora sí, la del nuevo inicio. Aún más radical y consciente que
la primera.
El
‘movimiento’ nacionalista arya profundiza ahora acerca del alcance y de la
magnitud de ‘su’ revolución. Y es más consciente de su interna verdad y
grandeza.
Será
nuestra propia revolución. Un movimiento propio, íntimo, nuestro. De o desde
nosotros, por nosotros, para nosotros. En el nombre de nuestro pasado, nuestro
presente, y nuestro futuro. El resto de los pueblos no están convocados.
¿Qué nos queda,
pues, a las presentes y futuras generaciones aryas? Valgan como respuesta estos
versos del Rig Veda: “La oculta luz los Padres descubrieron; // con palabras verdaderas
engendraron a ‘Ushas’ (a la aurora).” (Rig Veda, VII,
76, 4).
Descubrir/engendrar... la oculta luz/la aurora. Mediante
palabras verdaderas. A tientas; a oscuras. La espiritualidad arya del inicio.
*
Hasta la próxima,
Manu
Das pena creyendo en un futuro ideológico "genocéntrico". El racismo es lo contrario de la civilización. Cuanto más avance la civilización menos racismo habrá y los nazis tarados mentales como tú se extingurán por selección natural sin necesidad de una "solución final". Si a alguien han de extinguir no es a lo que llamáis razas inferiores, sino a los especímenes como tú. ¿Por qué no sigues el ejemplo de tu querido Hitler y te pegas un tiro?
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