El
inicio.
Manu
Rodríguez. Desde Europa (15/10/14).
*
*El
inicio nos precede. El inicio está dado. Nos encontramos en el vórtice del
inicio. Ahora se trata, para los diversos pueblos, de estar a la altura del
inicio.
No
se trata del trabajo, o del trabajador. Como si el ser estuviera ligado al
‘modo de producción’ (la era técnica), como una vulgar ‘superestructura’, como
un ectoplasma. Los cambios ideológicos que se produjeron a lo largo del
neolítico no estuvieron necesitados o precedidos de cambios en el modo de
producción. Obsérvese la evolución de la paideia griega (en Jaeger). O los
cambios ideológicos en la misma Europa –antes de la era técnica.
No
es la era técnica la que hará desaparecer el antropocentrismo y los mundos del
neolítico. De hecho, estos aún viven en nosotros (en las tradiciones religiosas
judeo-cristiano-musulmanas, en el hinduismo, en el budismo, en la filosofía
occidental, en las ideologías políticas… incluso en el lenguaje técnico y
jurídico que trata temas ecológicos o de medio ambiente). El ‘hombre’ como criatura
excepcional: como centro de la naturaleza, como señor de las criaturas, como
rey de la creación… Nuestro comportamiento con el resto de los seres vivos, así
como con el hábitat geofísico (tierra, agua, aire…), lo denota. Menosprecio,
desprecio, indiferencia… Seguimos siendo criaturas del neolítico en plena era
técnica –nuestras ‘superestructuras ideológicas’, nuestras ‘representaciones’,
nuestros ‘mundos’, siguen siendo los del neolítico.
No
es el subjetivismo, ni el ‘mundo extenso’ de Descartes. Esto lo tenemos ya en
el ‘génesis’ judío. Descartes es una muestra, un síntoma del período. Ese
antropocentrismo que impregna todas las culturas y civilizaciones del
neolítico. El mundo moderno y contemporáneo (la era técnica) se mueve a sus
anchas en tal antropocentrismo –tiene patente de corso. Es (sigue siendo) el
señor de la creación.
Nuestra
transición es, espiritualmente hablando, semejante a la transición del
paleolítico (primer período) al neolítico. Fue la interacción y la familiaridad
con el medio lo que transformó el modo de vida de los hombres y mujeres que
dieron lugar al neolítico. Y aquel modo nuevo de relacionarse y de tratar con
el entorno dio lugar a nuevas ‘representaciones’ más acordes con el estadio
presente. Con el neolítico comienza la desacralización de la naturaleza
(viviente y no-viviente). La veneración de la naturaleza (viviente y
no-viviente) es propia de las culturas del paleolítico.
Vivimos
un nuevo período. Este nuevo período lo inaugura la revelación del código
genético. Se pasa de un fenocentrismo a un
genocentrismo. Cambia radicalmente el centro. Se pasa de la criatura al
creador. El antropocentrismo o el antropomorfismo (los ‘humanismos’) resultan
ya absurdos, incoherentes… ofensivos.
La
sustancia genética es la única sustancia viva en este planeta. Y lo viviente es
el ser –no hay más ser (Nietzsche). Nosotros somos el ser. Tú que lees.
La
sustancia viviente única es el ser virtualmente imperecedero. Y nosotros somos
esa sustancia.
Este
descentramiento (o mejor, recentramiento) lo padecerán tarde o temprano todas
las etnias, todas las culturas… El antropocentrismo y los mundos del segundo
período –de las culturas del neolítico (que aún alimentan nuestras
mentes)–, desaparecerán. No tendrán
lugar en este tercer período.
El
neolítico ha concluido. El ‘arkhé’ (el origen, el principio, el inicio; la
aurora) del nuevo período es la revelación, el encuentro con la sustancia
viviente única, con el ser único
nuestro. Este des-encubrimiento. Este auto-conocimiento.
Es
la sustancia creadora de todas las formas vivas; el ser de todas y cada una de
ellas. El ser viviente único. No es que sea nuestra esencia, sino que nosotros
somos la esencia. No hay otro que hable, no hay otro que piense –no hay más
ser.
Del
ser vienen las palabras. Es el ser quien las articula, quien habla. En todo
momento. Es el único que dice yo y hace yo.
El
nuevo estadio, el nuevo lugar, el nuevo mundo. El nuevo inicio.
La
nueva naturaleza y la nueva cultura. La nueva paideia, la nueva excelencia.
Nueva
poesía, nueva música, nuevo arte, nueva paideia, nueva cultura, nuevo amor…
para este eterno y recién nacido ser nuestro. El ser sin nombre ni apellido, el
más puro ser, el ser nuestro. Este viejo/nuevo ser carece de poetas, de
filósofos, de creadores. Tampoco ha tenido profetas, nadie le anunciaba. Es el
acontecimiento de los acontecimientos.
A
este nuevo ser todo lo que escucha o ve le resulta rancio, antiguo, neolítico;
demasiado superficial, demasiado humano. Ahora el centro es la vida. Ahora debe
hablar la vida. No la criatura (el fenotipo), sino el creador (el genotipo, el
‘genoúmeno’; la sustancia viviente única).
*El
cariotipo o cromosoma humano se escande en sub-grupos, en etnias o razas. El
árbol de la vida que concierne a los humanos nos habla de la evolución del
cariotipo humano, de su escansión o ramificación. Este árbol es sagrado.
La
etnia es, pues, sagrada. La etnia, el ser natural, es lo primero. La base, el
fundamento. Las etnias generan (de sí mismas, por sí mismas, y para sí mismas)
sus propios mundos lingüístico-culturales. A tal rama o etnia, tal mundo
simbólico (tal cultura, tal paideia).
La
etnia es el genio, es el ser. Hablar desde la sustancia viviente única, desde
la etnia, desde el genio, desde el ser nuestro. Hablar a la sustancia viviente
única; al genio nuestro.
Conocimiento
de la rama que somos, del ser que somos. Todo cambia. La mirada, la palabra, la
voz. El ‘hombre’ queda atrás, desaparece. Devenimos seres nuevos, renovados,
conscientes de su ser. Yo no humanos, ya no criaturas. Ahora habla el creador,
el ser, la misma vida (la sustancia viviente única).
La
nueva hermandad inter-étnica. La preservación de las ramas etno-culturales.
Actualmente nos encontramos en vías de extinción. Si llegara a producirse el
mestizaje universal calculado y previsto, en unos pocos cientos de años las
razas se extinguirían. Desaparecería todo nexo con el pasado; desaparecería
todo pasado. Las masas absolutamente desarraigadas, errantes. La futura masa
salarial universal; la futura raza de esclavos. Ni tierra, ni cielo; ni manes,
ni lares. Sin pasado, sin presente, sin futuro.
El
árbol de la vida tiene enemigos. El árbol de la humanidad. Demasiadas ramas han
sido ya arrancadas. Apenas si quedan grupos etno-culturales puros. Las oleadas
universalistas los han destruido. La tendencia a la homogeneización, a la
homologación. Es una tendencia perversa, asesina, fratricida. La muerte, la
extinción de los hermanos.
Preservar
la propia etnia mientras el resto de las etnias se mezclan, se disuelven, se
auto-eliminan. Éste es el plan del enemigo universal de los pueblos –del
enemigo universal del árbol de la vida.
Estos
universalismos homogeneizadores
(religiosos, filosóficos, políticos…) hablan el lenguaje del amor, de la
concordia, de la fraternidad… pero su obra es división, discordia, odio,
muerte. El globalismo demo-liberal parece ser su último avatar. Otros vendrán.
Los
universalismos transétnicos, transculturales, transnacionales… Los destructores
de etnias, culturas, y naciones.
Es
la hidra, un monstruo con varias cabezas. Las filosofías universalistas del
periodo alejandrino (cínicos, estoicos, epicúreos), el judeo-mesianismo, el
islamismo, el budismo, el hinduismo, el judeo-bolchevismo, la democracia
universal… Los rostros del enemigo. Las cabezas de la hidra.
El
mayor peligro nos viene ahora de la universalización de esa ‘civilización’
occidental que procede del decadente helenismo y del judeo-mesianismo (su
derecho, su democracia, su economía, su antropología, sus ‘creencias’… su
‘mundo’). Esa cultura, ese mundo, esa paideia indeseable, malsana, letal.
Las
ideologías universales tienen, todas, un origen étnico. Es un discurso étnico
el que se universaliza, sea de origen judío (las globalizaciones cristiana y
musulmana), indio (el hinduismo en el sudeste asiático; el budismo en Tíbet,
China, Corea, Japón…), o europeo (el actual proceso de globalización liderado
por ‘Occidente’). Un discurso étnico (su derecho, su ciencia, su lengua, su
mundo…) se impone sobre los demás. Es el triunfo de un discurso étnico sobre
otros. Estos universalismos expansivos son una guerra declarada contra el
particularismo de los pueblos. No admiten diferencias, no admiten ‘otros’. El
otro, al cabo, tanto más pequeño o débil, desaparece, es engullido. Así han
desaparecido multitud de pueblos bajo los imperios (las globalizaciones) persa,
alejandrino, romano, cristiano, musulmán…
*Preservar el ser que se es, la verdad
ancestral de cada pueblo, es un deber para todos y cada uno de los moradores de
las diversas etnias/culturas que pueblan el planeta. Todas nuestras
‘identidades’, en los momentos presentes, corren el riesgo de desaparecer para
siempre.
*Heidegger
nos habla de un nuevo inicio y un nuevo arraigo para nuestro pueblo. Estos son
los momentos. El nuevo inicio ya está dado, anunciado. El nuevo espacio, la
nueva tierra donde arraigar.
La
rama arya es nuestro espacio reservado en el árbol de la vida. Nuestro ser,
nuestras historias, nuestros mundos. Nuestro ser histórico, en devenir. Desde
aquel remoto origen de hace seis o siete mil años. Dondequiera que fuese. El
nacimiento de la rama arya. La primera aurora.
Apropiarnos
de nuestro devenir, ser dueños de nosotros mismos. Regir nuestro destino.
Despertar. Recuperar la conciencia, el juicio, la memoria. Retomar el camino
que nos viene de los antepasados.
Nuestra
lucha es compleja. No es tan sólo recobrar el inicio, es también recobrar el
ser que somos. Nuestro ser alienado, robado; impostado, usurpado.
Repetir
el inicio, sí, pero ¿desde dónde? Sólo desde el lugar nuestro, desde nuestro
lugar reservado. La morada arya.
*Una
palabra clave es religión –aquello que religa y hace uno a un pueblo, grupo, o
colectivo. Lo que religa a un pueblo y le hace uno es su propia cultura –el
mundo generado a través de las generaciones; el conjunto de sus heteróclitas
tradiciones –su completa historia, vale decir.
¿Cómo
religar, aquí y ahora, a los pueblos aryas europeos? Dos claves identitarias
nos proporcionan la respuesta: la identidad étnica y la identidad
lingüístico-cultural. Los pueblos aryas europeos estamos emparentados étnica y
culturalmente. Compartimos el mismo origen. Más allá de las familias aryas o
indoeuropeas a las que unos y otros pertenecemos, el origen común nos une. Compartimos
señas de identidad biosimbólicas ancestrales.
El nuevo inicio no puede venir ya sino mediante
la re-unión de los pueblos aryas. Devenir, de nuevo, un solo pueblo. Esto, sólo
para comenzar; como punto de partida.
El
nuevo inicio ha de reunir a todos los pueblos aryas; el ‘movimiento’ ha de ser
pan-arya, o pan-indoeuropeo. No será, por consiguiente, un movimiento expansivo
o universalista.
Este
re-encuentro no podrá realizarse en su máxima pureza si no se produce una
suerte de catarsis o purgación entre nuestra gente. La mayor parte de nuestros
pueblos están cristianizados (algunos islamizados), y esto quiere decir que
viven o moran espiritualmente fuera de sí. Sus lugares sagrados, sus
patriarcas, sus dioses… son extraños, extranjeros. No son nuestros. No tienen
su origen en nuestros pueblos. Esta alienación espiritual colectiva que padecen
nuestros pueblos es, quizás, el mayor obstáculo para el genuino re-encuentro.
Se
exige antes que nada un retorno a lo nuestro pre-cristiano o pre-islámico. Un
re-anudar el nexo con nuestros verdaderos antepasados (griegos, romanos, germanos,
celtas, albanos, baltos y eslavos), con nuestras historias.
Una
catarsis, y una anamnesis. Un deshacernos de lo ajeno, y un recuperar la
conciencia y la memoria de lo que fuimos, y de lo que aún somos. Esto queda a
la casi totalidad de nuestra gente. Una autognosis, una revelación, un ‘desencantamiento’
colectivo.
Un
retorno al hogar, a lo propio, al origen.
El
‘movimiento’ y el nuevo inicio han de ser totales, radicales, absolutos
(siguiendo la estela de aquel primer intento frustrado –el período nazi, el
período épico-heroico de la nación arya).
*Este
nuevo inicio –este nuevo período– (genocéntrico, centrado en la vida, étnico) implica
una mutación espiritual sin precedentes. Afectará a todos los pueblos de la
tierra. Los pueblos aryas liderarán este movimiento; serán los primeros.
*
Hasta la próxima,
Manu
Esa catarsis colectiva enpieza a dar sus frutos, cada vez veo a más identitarios europeos renegando del cristianismo, desenmascarandolo y colocandolo en su sutio, y en este pais tambien Es significativo el cambio en relación al ańo pasado, aunque todavia incipiente, en sus primeras fases..
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