Sobre un
reciente artículo de MacDonald (en TOO).
Manu Rodríguez.
Desde Europa (28-30/04/15).
*
*Kevin MacDonald
escribe en su último artículo (publicado en “The Occidental Observer”) acerca del
papel del cristianismo en los pueblos europeos (blancos). Tengo que decir que
aprecio en lo que vale los escritos de
MacDonald, quizás uno de los mayores exponentes de lo que podríamos denominar
‘los intereses de los pueblos blancos’, y uno de los mejores analistas de la
rasgos patológicos (sociales) de las sociedades blancas en los momentos
presentes. Pero no puedo estar de acuerdo con sus reflexiones sobre el papel de
cristianismo en nuestras culturas. Pueden consultarse sus trabajos y sus
artículos (absolutamente recomendables) en el blog más arriba citado.
El cristianismo
se limitó a acompañar la expansión de los pueblos blancos. Ni coadyuvó ni
propicio aquellas expansiones. Las conquistas de territorio suponían también un
aumento de poder para aquella jerarquía eclesiástica de origen extranjero. Las
conquistas del decadente imperio romano o el bizantino, el periodo de las
invasiones germánicas, la expansión del imperio de Carlomagno (el asesino de
los sajones), el posterior ‘sacro imperio romano-germánico’, la conquista de
las Américas… Allí donde avanzaba el poder blanco, allí le iban a la zaga los
sacerdotes cristianos con sus tenebrosos estandartes. Era un buen negocio. Fue
un buen negocio el cristianizar a aquellos pueblos. Se convirtieron en el brazo
armado de la ambición de dominio de aquellos miserables; de aquella secta
extranjera que se apoderó espiritualmente de Europa. Siempre fueron en Europa
un cuerpo ajeno y parasito, y es de lamentar que los belicosos reyezuelos (me
niego a llamarles ‘nobles’) pusieran la espada al servicio de aquellos
monstruos estableciendo aquella siniestra complicidad entre la espada y la
cruz. Ni unos ni otros creían en aquello que decían practicar. El cristianismo era tan sólo un instrumento de poder (una
religión para el ‘pueblo’ –para la ‘plebe’). Tanto unos como otros demostraron
un absoluto menosprecio o desprecio por
los pueblos europeos –por sus
tradiciones ancestrales, por sus mundos.
Las autoridades
eclesiásticas siempre estuvieron cerca de los poderosos (de los violentos, tendríamos que decir). Y
en cuanto a que estaban detrás (ideológicamente) de la Reconquista, Lepanto, la
Batalla de Tours… hay que decir que sencillamente se limitaban a velar por ‘sus
intereses’ (propiedades, prestigio, poder…). La jerarquía eclesiástica sabía
bien cuál sería su situación en caso de que las tierras ‘cristianas’ cayeran en
manos musulmanas. El ‘pueblo’ era su menor preocupación.
Nada les debemos,
pues, a estos sacerdotes. Por el contrario, el daño étnico y cultural que nos
hicieron es, y será, irreparable.
En los
principios ‘morales’ que divulgaban aquellos sacerdotes e imponían aquellos
guerreros hay que recalcar su carácter paralizante, invalidante. Su pacifismo y
su altruismo desarman, promueven la pasividad ante el agresor, ante el invasor,
ante el otro. No sólo anulaban la defensa, también lograban que los ingenuos
cristianizados se pospusieran ellos mismos ante el otro en una suerte de
altruismo suicida. Conseguían eliminar toda oposición ante el ‘alien’, ante el
extranjero. La democracia universal y el comunismo parten de los mismos
supuestos ‘morales’. Es un arma psicológica, sin duda. Se consigue desarmar a
la víctima, a la presa (los pueblos a someter).
Los más
resueltos negadores de ‘sí mismos’ recibían el elogio de las autoridades
eclesiásticas (se les ‘santificaba’). Hoy día sucede lo mismo, aquellos que se desviven
ayudando a los extranjeros (a los ‘otros’) y posponiendo a su propia gente (los
intereses de su propio pueblo) reciben un amplio reconocimiento social y son
considerados poco menos que como héroes. Hay numerosas organizaciones
altruistas, que tienen como finalidad el ‘otro’, y que operan dentro y fuera de
Europa. Son los adalides del suicidio
‘blanco’. La psicología de estos personajes es una mezcla de estupidez criminal
(con respecto a su propio pueblo, al que ignoran o descuidan), y de vanidad
(narcisismo).
La izquierda y
la ‘intelligentsia’ judía no necesitan debilitar las espurias raíces cristianas
de los pueblos blancos, es incluso contraria a sus intereses. Además, el
desarraigo cultural de los pueblos blancos ya fue conseguido cuando la
cristianización. Se puede decir que de lo que se trata es de reforzar el cristianismo
de nuestros pueblos. El cristianismo es un instrumento, y “quien quiere los
fines, quiere los medios” (como decía Nietzsche). Esto lo supo ver claro aquel
judío apóstol de los ‘gentiles’. Con su iniciativa se consiguió judaizar a
nuestros pueblos con las deplorables consecuencias que todos conocemos –sí, ¿cuál
resultó a la postre ser el libro sagrado de la mayoría, por desgracia, de los europeos;
cuál su tierra sagrada, cuál su moral, cuál su dios…? No cabe mayor alienación
cultural. La ‘intelligentsia’ judía contemporánea ya cuentan con ellos, ya los
tienen a su favor… Recuérdese a ciertas sectas en USA como los “Cristianos
Sionistas”.
La intención es
la de unir el evangelio de Cristo con el evangelio de Marx. Pues no hay contradicciones
entre ambos ‘credos’, están del mismo lado, avanzan desde las mismas barricadas
(hay tantos curas ‘obreros’ como izquierdistas que hacen guiños al Vaticano);
ambos tienen las mismas metas, ambos trabajan en la disolución de los pueblos,
y en pos de una humanidad transétnica y transcultural (cuyas directrices ‘espirituales’
serán, empero, judías). Ambas ideologías trabajan, lo sepan o no lo sepan, en
poner a esa ‘humanidad’ desarraigada (a esa masa salarial desarraigada) del
futuro en manos de la minoría judía –el único grupo étnico que quedará.
En los momentos
actuales probablemente no aparezcan en primer plano las ‘motivaciones
cristianas’ (caridad, altruismo, pacifismo…) pero éstas están enmascaradas,
subyacen en las ideologías políticas humanitarias que se nos imponen
(democracia universal, declaración universal de derechos humanos,
internacionalismo socialista...). El daño psicológico (psicosocial) ya está
hecho. Los modernos ideales sociales, transétnicos y transculturales, están
impregnados del ‘buenismo’ cristiano (la ‘hermandad universal’ de la que habla
Jack Frost –un comentarista del artículo de MacDonald; o el ‘cristianismo
secular’ del que habla César Tort en su último artículo). La propaganda ‘judía’
no necesita hacer mucho aquí. Cientos de años de educación cristiana, de
entorno cristiano, de ‘mundo’ cristiano, no han sido en vano. Nuestro mundo
moderno (desde la Revolución Francesa hasta el comunismo marxista) está
moldeado por ideales judeo-mesiánicos.
Tampoco debemos
olvidar el chantaje moral a que están sometidas las poblaciones europeas en
nuestro mundo post-Núremberg –con
resultados no menos paralizantes que los citados ‘principios’
cristianos. Cualquier observación crítica acerca de los miles, de los millones
de asiáticos, africanos y asiáticos que residen o fluyen hacia nuestras
tierras, cualquier rechazo de estos incesantes flujos migratorios indeseados e
indeseables será inexorablemente tachada de racista o nazi. A esta velocidad
nuestro mundo milenario europeo desaparecerá en unas pocas generaciones. Esta
vez lo perderemos todo (la tierra que heredamos de nuestros antepasados, la
cultura, y nosotros mismos, que llegaremos a ser una minoría en esta tierra
nuestra).
Por todo lo
dicho podemos advertir entonces el doble chantaje a que estamos sometidos los
pueblos blancos en los tiempos que corren. De un lado se incentiva, se premia socialmente
el descuido de lo propio y el comportamiento altruista, y del otro se condena públicamente
a los resistentes tildándolos de inhumanos, racistas, o nazis.
Parafraseamos
las palabras de otro comentarista (Sweden), que menciona el citado artículo de
Tort (en el blog “The West´s Darkest Hour”): los momentos actuales culminan el
proceso de desposesión de los pueblos blancos que comenzó cuando la
cristianización.
*La
cristianización de los pueblos blancos, esto es, la destrucción de sus culturas
ancestrales, su aculturación y posterior enculturación judeo-mesiánica, fue el
primer paso hacia su desposesión integral.
La desposesión
cultural (religiosa, simbólica) es lo primero para destruir a un pueblo
–para acabar con un pueblo. Privarlo de
sus raíces culturales, simbólicas, religantes… Destruir sus ‘ídolos’, como
decían arteramente los sacerdotes cristianos. Destruir su memoria colectiva; su
ser simbólico colectivo y ancestral. El desarraigo cultural es el que da paso
al posterior desarraigo étnico o racial. Un pueblo privado de sus raíces
culturales ancestrales es un pueblo debilitado, sin fundamentos, sin ‘suelo’,
sin ‘morada’, que corre pendiente abajo hacia su desaparición. Es cuestión de
tiempo.
Lo vimos no hace
mucho con la labor destructora del internacionalismo proletario (pues el
proletario carece de ‘patria’ –en palabras de Marx). Lo vemos hoy con la
universal globalización demo-liberal. El resultado en ambos casos es la
paulatina desaparición de los pueblos indígenas (en Asia, en África, en las
Américas…). Primero se atacan sus costumbres ancestrales tildándolas de
arcaicas, supersticiosas, o ‘salvajes’ (cuando no se las hace incluso
responsables de su ‘atraso’). Así como antaño, durante la globalización
cristiana (y la posterior musulmana, igualmente universalista), se las tildaba de paganas, idólatras, o
bárbaras.
La cultura de un
pueblo es lo que religa a un pueblo, lo que le hace ‘uno’ –el nexo lingüístico-cultural, simbólico.
Destruido ese nexo, la disolución de ese pueblo es cuestión de tiempo, como
digo.
En los pueblos
ancestrales era (y es) imposible desligar raza (etnia) y cultura. Piénsese en
los primitivos pueblos aryas o indoeuropeos. Piénsese en China, o Japón (por no
hablar de las pocas culturas paleolíticas supervivientes). Cada grupo étnico genera
su propio mundo simbólico (estos es, común, colectivo, religante). Es la obra
de incontables generaciones.
El cristianismo,
el islamismo, el budismo, la democracia, el comunismo… que hacen caso omiso de
las etnias y las culturas ancestrales son los culpables de la desaparición de
multitud de pueblos. Y son la causa de guerras y discordias desde hace miles de años.
Pueblos destruidos, y masas desarraigadas divididas y enfrentadas, ésta es su
obra, su legado. El caos y la destrucción. El mal para todos.
Lo primero es,
pues, desarraigar: apartar de los antepasados, de las tierras ancestrales, del
propio pueblo. Ésta es la estrategia de dominio que siguen las ideologías
universales. Se requieren masas errantes sin vínculos con su tierra, su etnia,
y su cultura; gente sin pasado, y sin futuro; sin memoria, sin conciencia.
Gente nueva, dicen; nuevos hombres, se atreven a decir. Una nueva humanidad. He
aquí su palabra tramposa, mentirosa, engañosa; su lengua doble, bífida,
diabólica. Porque la finalidad es, en todo momento y lugar, la creación de una nueva
especie, sí, pero de siervos, de esclavos.
Hay que
insistir, la negación de las etnias, en la teoría y en la práctica, es el mayor
ejercicio de etnocidio; es el genuino genocidio. Se combaten las etnias, los
diversos pueblos, se va en pos de una humanidad general, indistinta, mezclada,
donde los diferentes pueblos (las diferencias) hayan dejado de existir.
Tanto como nos desvelamos
por las especies en vías de extinción, tanto o más deberíamos desvelarnos por
las etnias (los pueblos y culturas) en vías de extinción, pues también éstas forman
parte del árbol de la vida.
La misma
inmoralidad que en estos tiempos asola fríamente el planeta buscando
beneficios, asola y destruye pueblos con la misma finalidad. Estamos ante la
misma codicia de oro y de poder.
¿Por qué el
‘sistema’ combate, criminaliza, y persigue al nacionalsocialismo étnico? Porque
éste acaba con su diabólico régimen de explotación de la tierra y de los
hombres (de los pueblos); porque supone el más formidable obstáculo a su
codicia de oro y de poder.
Valgan estas palabras
de Walter Darré (Política racial nacionalsocialista, 1941): “…Estamos en el
centro exacto de la gran revolución de nuestro tiempo, en una revolución que
probablemente puede llamarse la más integral de las que puedan pensarse en
absoluto… Se nos combate porque nos hemos atrevido a realizar una de las
revoluciones más integrales de la historia de la humanidad.”
Darré habla de
la revolución étnica. La única revolución que podrá liberar a los pueblos de
las sucesivas globalizaciones que hemos padecido. La que liberará a la misma
tierra de la explotación inmisericorde a que la tiene sometida la oligarquía
contemporánea (el ‘sistema’, el enemigo de los pueblos, el ‘mal’).
*En estas fechas
se cumplen sendos aniversarios de la trágica, de la lamentable derrota del
nazismo; de sus últimos días; de su dormición. Muerte de Hitler, muerte de
Goebbels, capitulación de los ejércitos alemanes… Últimos días de abril,
primeros días de mayo. Semanas trágicas, santas. Otro hubiera sido este mundo
nuestro contemporáneo si el nacionalismo étnico hubiera prevalecido.
Nunca lamentaremos
lo suficiente la derrota en aquella lucha en la que tantos pueblos habían
depositado sus esperanzas. No sólo los pueblos blancos, sino todos los pueblos
de la tierra. Se agostó el futuro; se ocultó el sol. Ahora vivimos la
oscuridad, el silencio, el frío. La muerte, la extinción nos rodea por doquier.
¿Son acaso los últimos días?
*
Hasta
la próxima,
Manu
Gracias por este artículo. Es básico ver que el problema semita abarca no sólo al judaico sino al cristiano.
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