Réquiem por
Europa.
Manu Rodríguez.
Desde Europa (08/09/15).
*
*Estamos asistiendo al fin de
la Europa milenaria, de la Europa europea, de la Europa nuestra. Las últimas
oleadas migratorias son definitivas, y hay alrededor de veinte millones de africanos
y de asiáticos que aguardan su oportunidad para entrar –y que se sumarán a los
ya incontables millones que pululan por nuestras tierras. No se les considera
intrusos o invasores. Son ‘refugiados’, dicen. Es la última excusa; el último
subterfugio.
Los patriotas que nos
atrevemos a alzar la voz contra este estado de cosas somos denominados, entre
otras cosas, ‘gentuza’ (Merkel, en una de sus últimas apariciones). Se nos
niega el derecho a la legítima defensa. Se nos insulta; se nos demoniza.
La derrota de la Alemania
nazi –del nacionalismo étnico– fue el principio del fin. Se nos privó de
independencia, de libertad, de soberanía.
Henos aquí, pues, maniatados
ante estas últimas avalanchas. Con lazos invisibles, mediante hechizos malvados
nos paralizan. Como encantados o embrujados vivimos. Engañados, manipulados. La
población arya (y no arya: finougrios, vascos) europea. Impotentes.
Una alucinación, un hechizo.
Algo nos ciega, algo nos detiene.
Una pesadilla de la que no
acabamos de despertar. Una pesadilla que comenzó cuando aquella capitulación
incondicional; una pesadilla que se nos impuso tras los juicios de Núremberg.
El destino, el futuro, el devenir de Europa estaba ya trazado. Los caminos de
su destrucción. La tragedia de Europa.
Pueblos míos derrotados,
confundidos, extraviados, perdidos.
Se nos ha extirpado el
corazón, los nervios, el cerebro… el sexo. Carecemos de sentimientos, de
decisión, de luz… de coraje, de valor.
Débiles, apocados, cobardes.
Cegados. Apáticos. Enmudecidos. Ninguneados. Otros mandan e imponen su palabra,
su ley. Nos llevan por donde quieren –nos llevan al matadero, a la extinción.
*Se anuncia el final de
Europa, de la Europa blanca. Será el final de la luz nuestra; se extinguirá
nuestra luz. ¿Qué será de nosotros, aryas y no aryas europeos? Perderemos la
tierra de nuestros antepasados, la tierra que nuestros antepasados nos legaron.
Esta tierra, que es una sola cosa con nuestras historias, con nuestras gestas.
No hay rincón de Europa que no esté marcado, señalado, roturado… por nuestros
ancestros. Nos reconocemos en nuestra flora, en nuestra fauna, en nuestros
mares, en nuestros lagos y ríos… en nuestros pueblos y ciudades. Son milenios
de vida entretejidos con sus bosques y montañas. Somos co-creadores de Europa.
De su aspecto, de su atmósfera, de su luz. Tierra amasada con nuestra carne y
nuestros huesos, regada con nuestra sangre. Suena, y huele, y sabe a nosotros,
esta nuestra tierra. Tiene nuestro rostro, nuestra faz. El hogar milenario de
los pueblos blancos. La tierra que nuestros Padres fundaron. Europa, nuestra
madre patria.
Perderemos tierra y cielo; lo
perderemos todo. Quedaremos huérfanos de madre y de padre. A los escasos
europeos del futuro no les quedará apenas suelo, apenas sangre, apenas cielo.
Pobres, aislados, ignorantes, solos. Serán los últimos europeos; será nuestro
último ocaso. No tendremos más auroras. El sol, nuestro sol, no nos volverá a
iluminar nunca más.
Hermanos, connacionales. Si
todo continúa como hasta ahora, esto último que os digo es nuestro futuro más
probable; el futuro que padecerán nuestros descendientes. En las manos de las
presentes generaciones está el impedirlo. ¿Qué vamos a hacer al respecto? ¿Qué
haremos?
Debemos retomar nuestras
armas, nuestra palabra, nuestra voz. Nuestro legítimo derecho a repeler esta
agresión, esta invasión. ¿Cómo lo conseguiremos?
*Es preciso, es
vital, que las actitudes y los grupos identitarios se multipliquen en Europa. Es
importante que la mayor parte de nuestra gente tenga conciencia de la situación
en la que nos encontramos desde la IIGM. Los flujos migratorios incontrolados
que padecemos, y ante los que no podemos hacer nada, son consecuencia de
nuestra derrota en la ya citada guerra,
y la posterior demonización del nacionalismo étnico en nuestras tierras (que
destruye nuestros argumentos, nuestras razones, nuestra única arma de defensa).
Basta cualquier
acto de patriotismo o de nacionalismo para ser acusado de ‘nazismo’ o
‘fascismo’ (además de ser presentado ante la opinión pública con términos infamantes).
Previamente estos conceptos, que nos definen, y de los cuales nosotros no
renegamos, han debido ser, como digo, demonizados. Es un chantaje moral,
político; una amenaza jurídica, policial. Estamos atados de pies y manos. Prohibidos,
perseguidos. Paralizados y enmudecidos.
La estrategia
que se sigue, pues, para acabar con los pueblos blancos tiene su origen en la
derrota de Alemania y en los posteriores Juicios de Núremberg –como vengo
diciendo. No podemos quejarnos, no podemos invocar los intereses de nuestros
pueblos, o las preocupaciones que tenemos por el futuro de nuestra gente. No
podemos defendernos. Éste es el resultado de aquella vergonzosa derrota, que
fue en verdad, la derrota de los pueblos blancos; el comienzo del fin de
nuestros pueblos.
La constante y
ubicua propaganda anti-nacionalista y anti-patriótica que padecemos desde hace
decenios se la combina con la prédica, igualmente omnipresente, del altruismo (ciertamente
suicida) y la sociedad abierta (sociedades multiculturales, multiétnicas…)
–para curarnos de nuestro egoísmo y de nuestro etnocentrismo, nos dicen. Es
pura propaganda de guerra –operaciones psicológicas (‘psyops’), como ahora se las
llama. En estas estrategias combinadas coinciden, y no por casualidad, judíos,
cristianos, musulmanes, demócratas, comunistas, progresistas, izquierdistas… a
los que se les añaden las organizaciones internacionales (la ONU y sus
tentáculos europeos). Éstas son las variadas fuerzas del ‘sistema’. Ellos se
dicen los buenos, los humanitarios. Pero
su ‘bondad’ acabará destruyéndonos étnica y culturalmente –que es lo que, en
último término, se pretende.
La primera
medida ha de ser, pues, limpiar nuestro nombre, acabar con la imagen que del
nacionalismo étnico europeo sale de los Juicios (es la coartada del enemigo).
Con esa imagen se nos paraliza y se nos enmudece. Es un arma en manos de
nuestros enemigos, de los enemigos de los pueblos blancos –es su única arma.
Advierte que la
afirmación del nacionalismo étnico y su negación están en guerra. La negación
deslegitima, persigue, prohíbe, penaliza… el nacionalismo étnico. Una minoría
tiene el poder de negar y deslegitimar el nacionalismo étnico de los europeos
–de los pueblos blancos –, privándole así de su única arma, de su derecho a la
defensa; de su identidad, de su ser.
Es preciso
preguntarse quién exige, quién ordena, quién impone tal deslegitimación, y en
base a qué (hay toda una legislación al respecto). Pregúntate quién manda aquí;
quién es el amo. Quién o quiénes son los represores de los pueblos blancos;
quién o quiénes procuran nuestra destrucción. Advierte también que la
afirmación del nacionalismo étnico es nuestra única arma; y que la negación (previa
demonización) de nuestro nacionalismo étnico es la única arma del enemigo –del
‘sistema’.
Advierte,
finalmente, que hay una guerra declarada y abierta (jurídica, política,
policial, moral, social, cultural…) contra los pueblos blancos; y que hasta
ahora vamos perdiendo.
Tenemos que
recuperar la legitimidad del nacionalismo étnico. Ésta es nuestra primera
lucha, nuestro primer combate. Tenemos que recuperar el derecho a defendernos
legítimamente de estas invasiones, de este flujo migratorio incontrolado que
asola nuestras tierras –sin que se nos acuse de nada. Y tenemos que hacerlo con
argumentos jurídicos, e históricos.
Tenemos que desmontar, pues, la farsa de los Juicios de Núremberg, y la infame
historia ‘oficial’ del nazismo y de la IIGM que nos cuentan por todos lados (en
películas, en documentales, en nuestra literatura, en nuestros libros de
textos…). Esto es, tenemos que
neutralizar el arma (la única arma, repito) que usan contra el nacionalismo
étnico europeo y que hace poco menos que imposible nuestra defensa.
Los momentos que
viven nuestros pueblos no pueden ser más angustiosos. Y el tiempo urge, en
pocas generaciones llegaremos a ser minoría en nuestras propias tierras. Si
todo continúa como hasta ahora, ¿qué será de nuestros nietos, de nuestros
herederos, de los que vendrán después de nosotros? ¿Qué será de nuestros logros
sociales, culturales y demás? Estos extranjeros africanos, asiáticos,
amerindios, chinos… heredarán nuestras tierras y nuestras cosas (nuestras
bibliotecas, nuestros museos… nuestras ciudades). No tienen nada que ver con
nuestro pasado, ni con nuestra historia, ni con nuestra gente. No cuidarán
nuestro legado; nuestra labor milenaria se arruinará, se perderá para siempre. Nuestro
recuerdo; nuestra memoria. Nuestro ser. Será como si nunca hubiéramos sido.
*¡Oh, Europa; Madre
Europa! ¡Despierta, despabila a los tuyos! ¡Oh, Padre! ¡Oh Dyaus! ¡No
consientas nuestra perdición, nuestra ruina, nuestra extinción!
*
Hasta
la próxima,
Manu
No sólo imponen esta invasión, sino que además prohiben y persiguen cualquier forma de disidencia, con la creación de esos términos como xenófobo, racista, islamófobo,etc. No sólamente la creación de estos términos sino además también la persecución judicial a quién se atreva a exponer libremenre y publicamente su punto de vista.
ResponderEliminarSi esto fuera poco, tampoco se puede uno desahogar votando votando a un partido identitario, por el número de firmas que se exigen por circunscripción.