Genocentrismo XII.
Manu Rodríguez. Desde Gaiia
(24/07/17).
*
*El hombre ha de ser
superado; dejado atrás. Los mundos humanos. Despegarse. Cortar amarras.
Limpiarse. Renacer a la vida; al Uno.
Las unidades biológicas
podemos considerarlas como mónadas. La sustancia genética es la mónada de las
mónadas; la unidad de las unidades –el Uno. Una nueva monadología que concierne
únicamente a los seres vivos.
La cifra genética de cada
organismo es la mónada particular de éste. El alma, la ‘psykhé’. No se trata de entes formales, espirituales,
metafísicos (como las mónadas de Leibniz).
Percepción, apercepción,
apetito… Cada ente vivo, cada organismo. El genoma de cada organismo –el
‘genouma’.
Los mundos biótico y abiótico
mutuamente se condicionan. Es un ciclo a dos.
La coordinación en los
organismos multicelulares. La sincronización. Es una sola cifra genética la que
anima la multitud de células. El papel del sistema nervioso en la percepción,
la apercepción, el apetito…
La singularidad de la
multiplicidad. La unidad del organismo. Cada organismo es un ‘yo’ (su genouma;
su genotipo particular).
No hay cuerpo, dada la omnipresencia de las
células del sistema nervioso en nuestro organismo. En todo momento siente y
percibe el genoma. Los sentidos son parte del sistema nervioso. Para la
percepción de cualquier sensación se requieren células nerviosas
(neuronas). No siente el soma (cuerpo)
sino el genoma.
Podríamos decir que las
células del sistema inmunitario y las del sistema nervioso (periférico, central…) saben del ‘yo’, de la
singularidad del organismo que animan y protegen. La sustancia genética, en
todas y cada una de las neuronas, es el origen y el término de la sensación, de
la percepción, de la apercepción, de la volición, de la memoria… E igualmente
en las células del sistema inmunitario, donde distinguen con claridad el yo del
no-yo. Se diría que los sistemas inmunitario y nervioso trabajan en paralelo.
El sistema endocrino está
subordinado al sistema nervioso.
El sistema nervioso, con sus
vías aferentes (las sensitivas) y eferentes (las motoras), no sólo reciben
información, sino que actúan (se mueven, se agitan) en función de lo recibido.
Tanto en la sensación como en el movimiento, es la sustancia genética la que
opera. La sustancia genética no es que mueva su ‘brazo’ (por ejemplo), sino que
ella misma se mueve.
Las sensaciones y los
movimientos del soma son las sensaciones y los movimientos del genoma.
El brazo se eleva. Pero hemos
de ver al sistema nervioso en ese acto, y a la sustancia genética en todas y
cada una de las neuronas que mueven ese brazo.
Si una neurona motora, en
virtud de algún accidente, deja de operar, el órgano correspondiente no
‘funciona’, deja de moverse. E igualmente sucede con las neuronas sensitivas
–cuando por algún motivo quedan incapacitadas para sentir o para transmitir la
información concerniente al sistema nervioso central, nada se siente.
Las actividades, tanto
inducidas como espontaneas, que observamos en los organismos son actividades
que tienen su origen en la sustancia genética –posean o no los organismos
sistema nervioso.
El soma, el cuerpo, no
experimenta nada. Nada siente; nada padece; nada sabe; nada quiere... Las
experiencias del soma son las experiencias de genoma.
No hay cuerpo. La textura
nerviosa (sensora y motora) recubre todo el organismo. No hay lugar donde no
esté presente.
El genoma es el único sujeto,
el único actor.
Organismos simples
(monocelulares) y organismos complejos (pluricelulares). En cualquier caso,
mónadas (células) simples y mónadas de mónadas (células de células); en
cualquier caso, ‘yo’ y ‘yo de yoes’ (un ‘nosotros’).
Un ‘yo’ de ‘yoes’ es un
organismo complejo (metazoos) –una mónada de mónadas.
Se habla de super-organismo
en lo que concierne a la coordinación y a la sincronización de los organismos
pluricelulares; a la unidad en la percepción y en el movimiento, por ejemplo.
Las células en un organismo
complejo están coordinadas, subordinadas… jerarquizadas.
Podemos considerar a los organismos complejos
como mónadas simples.
El ‘yo’/‘nosotros’ constituye
el centro receptor y emisor del organismo (sea simple o complejo). Y no hay otro centro que la sustancia
viviente única, la sustancia genética.
Hay aún otro ‘nosotros’ que
excede al individuo (como pluralidad), se trata del ‘nosotros’ que afecta a la
totalidad de los seres vivientes, a la sustancia genética que se encuentra en
todos los organismos vivientes.
La sustancia viviente única,
Nos, Xenus, Genousse y Genoussin… De los nombres del Uno.
Los organismos complejos, con
sus innumerables células, con sus sistemas, con sus órganos. El acoplamiento,
la coordinación, la jerarquización…
Cuando el sistema inmunitario
se ‘desmadra’. Las enfermedades auto-inmunes. El ataque al propio ‘yo’
(células, órganos, tejidos…).
La conciencia de sí del
organismo como unidad (en el cariotipo humano). El sujeto (el ‘subjectum’)
consciente, sapiente…
El camino del conocimiento de
sí, ahora, pasa por la superación del ‘hombre’. La sustancia genética en el
organismo humano se des-aliena de su soma, de su revestimiento, de su aspecto,
de su fenotipo…
La identidad genética. La
pedagogía futura ha de tener en cuenta esto; ha de encaminar a las nuevas
generaciones hacia el conocimiento de sí.
Nosotros somos la vida, la
sustancia viviente única… Esta cantinela han de escucharla nuestros pequeños
desde un principio.
El ‘hombre’, la ‘humanidad’…
tal etnia, tal cultura… Todo ha de ser dejado atrás. Desprenderse, desnudarse,
limpiarse… mudarse… mutar.
La instrucción de nuestros
pequeños ha de ser eminentemente biológica –las ciencias de la vida. Primero,
quiénes somos; qué somos. Nuestro ser genético.
La historia de la vida en la
tierra, desde los protobiontes, es nuestra historia.
La educación, la cultura…
Todo ha de girar en torno a la sustancia viviente única –al ser que somos.
El futuro del cariotipo
específico humano no tendrá nada que ver con su pasado –con su pasado humano.
Se trata de una mutación simbólica, lingüístico-cultural. Se trata de un cambio
esencial. Afectará a todos los grupos humanos.
La conciencia de sí genética
ha de ser implantada en nosotros desde nuestros primeros pasos.
Los futuros Xenus/Nexus. Los
milenios por venir, y por vivir, bajo esta conciencia.
Todo ha cambiado. Los mundos
humanos han caído, se han esfumado. Las ilusiones antropocéntricas. Ahora viene
el tiempo de la des-ilusión, del des-encanto, de la des-alienación…
Primero, quedar en nada.
Despojarse de todo lo humano. Silencio alrededor. La vía solitaria, silenciosa.
La noche del espíritu (del genouma). A la espera de Xenus; del Uno.
El ser que somos se revela a
sí mismo; a sí mismo se da a conocer.
Que nada te detenga. Ni
pueblo, ni razas, ni lenguas, ni culturas… Que nada humano te detenga
(ideologías, creencias…).
El despojamiento, la
desnudez. La purificación. La soledad; el silencio.
El camino de la vida hacia sí
misma.
La lucha por el ser. El
‘individuo’. La unidad lograda mediante la lucha, la conquista… La ‘dureza’ de
la purificación. La ‘multiplicidad’ coaligada, dirigida, plena, fuerte…
jerarquizada. Bajo la hegemonía del Uno.
La lucha interna en el camino
hacia el ser.
El ‘yo’ múltiple, plural. La
lucha interior. La voluntad de (auto)plasmación.
Una lucha entre pulsiones,
afectos, pensamientos, voluntades…
La vida una y múltiple,
simple y plural, homogénea y heterogénea, antitética, contradictoria, amiga de
sí, enemiga de si, libre y esclava… noble y vulgar, aristocrática y plebeya…
Sublime y abyecta.
La ‘síntesis’ imposible. La
jerarquización interior. La subordinación de las pulsiones dañinas,
perjudiciales… ‘feas’.
¿Qué futuro queremos?
Ser ‘noble’ significa ser
libre, independiente, estar emancipado… La conciencia de sí (genética) libera
del antropocentrismo, de la servidumbre a ‘ideales’ humanos, demasiado humanos…
Los esclavos son ahora los alienados, los privados de conciencia de sí…
La nobleza de un individuo se
mide por el grado de emancipación o liberación del medio social, del entorno
lingüístico-cultural, de la impronta del momento y del lugar en los cuales
vive…
La ‘inercia’ de los esclavos.
Su dejarse llevar…
Fuerza y debilidad… de
carácter, de voluntad… La línea ascendente y la línea descendente de la vida…
La expresión ‘nobleza obliga’
implica una suerte de servidumbre a una moral dominante, a un ordenamiento o
ideario cualquiera (religioso, político, filosófico…). Recuerda a aquel “llega
a ser el que eres” (Píndaro), esto es, responde al patrón, al modelo de
perfección en el que fuiste instruido. En la antigua nobleza el noble debía
plegarse hasta la perfección a la moral social al uso; debía ser su máximo
representante, incluso devenir modelo de perfección de la misma. La servidumbre
a las ‘normas’. No estamos ante una moral aristocrática (en el sentido
nietzscheano).
La moral aristocrática, de
señores (de sí), se opone a la moral del rebaño, de esclavos, de la ‘masa’
moderna y democrática.
La emancipación, la
independencia, la superación…
La superación del medio
humano nos devuelve a la vida –al ser que somos.
Los miles de años (de pasado)
de vida humana son difíciles de superar.
Recuperar el pasado, la
historia biológica, vital… Todo ser vivo es heredero de millones de años de
experiencia vital. Parafraseando a Nietzsche podemos decir que “la vida de los
orígenes sigue viviendo en mí” (“el hombre no es sólo un individuo, sino la
totalidad orgánica que continúa viviendo en una determinada línea”, FP IV, 7
[2]).
“Yo soy la vida virtualmente
imperecedera”. Nosotros somos la vida…
En principio, la propia
‘mirada’, la propia perspectiva –que, en último término, es la perspectiva de
la vida…
No es la carne, el cuerpo, o
la animalidad (sensualidad, instintos…), lo que hay que reivindicar, o
recuperar, sino la vida, la misma vida…
“Poder ser para sí para poder
ser otro…” (Nietzsche). La mutación, el cambio, la transformación, la
metamorfosis, el ‘renacimiento’… La singularidad de la experiencia misteriosa.
Su incomunicabilidad. No transferible.
El término ‘vida’ no dice lo
suficiente. Hay que contar con la vida ascendente y la vida descendente. La vía
luminosa y la vía tenebrosa…
Hay biologismo cuando se
habla de corporalidad, o de animalidad. Hay biocentrismo cuando se habla de la
sustancia genética.
No se trata de hablar desde
el animal, o como animal, sino desde la vida, como vida.
Genocentrismo, fenocentrismo.
Estos son los términos.
El fenotipo humano (su
cariotipo específico) ha sido desde un comienzo un medio para la vida. La vida
alcanza un particular clímax en el fenotipo humano.
La sustancia genética
necesitaba un fenotipo que le permitiera salir a la luz, conocerse a sí misma,
y darse a conocer.
Nunca la vida ha estado más
cerca de sí misma que en el cariotipo humano (su particular morfología y
fisiología; su sistema nervioso). El lugar del encuentro. Allí donde se produce
la autognosis (predestinada, se diría). Sólo tenía que encontrar la forma
adecuada –el ‘cuerpo’ idóneo.
Ver el ‘nóumeno’ en el
fenómeno, el genotipo en el fenotipo, el genouma en el soma.
El ‘nóumeno’, la ‘psykhé’, la
cosa en sí… En lo que concierne a la naturaleza viviente.
En todo organismo, en toda
forma viva anima la sustancia genética, la sustancia viviente única. El Uno
primordial.
No hay sino un solo viviente.
La multitud de formas vivas no debe confundirnos. Los fenotipos, los cuerpos,
son vehículos, instrumentos, medios… de la sustancia viviente única.
No hay sino un solo sujeto,
un solo actor en todas las manifestaciones de la vida. En cualquier forma que
adopte. Es siempre uno y el mismo. No hay otro en ti o en mí.
El mismo ser anima en todas y
cada una de las formas vivas que se nos aparecen.
Sólo Xenus siente, piensa,
quiere…
La esencia, el ‘alma’
material, virtualmente eterna. Las unidades contingentes, sin embargo,
perecederas.
Nosotros, las individuaciones
contingentes, mortales, de la esencia viviente única, del Uno primordial. Nos,
la vida.
Nietzsche afirma allí donde
Schopenhauer niega. Nietzsche comienza su particular odisea espiritual como un
‘schopenhaueriano’ heterodoxo. Tras el paréntesis ilustrado, crítico (Humano…,
Aurora, La Gaya Ciencia…), Nietzsche retoma, retorna, vuelve a su principio.
Termina como empezó. Retoma la ‘voluntad’ como ‘voluntad de poder’… Nietzsche
nunca perdió de vista a Schopenhauer.
Yo, modestamente, sigo ese
camino. Si bien mis palabras son otras. Yo no hablo de una causa primera
cósmica, me limito a la vida, a la sustancia viviente única –al mundo viviente.
Sólo puedo hablar de la vida, y desde la vida.
Es en la vida donde encuentro
el Uno primordial. Más allá de la vida, nada sé. No sé si mi sentir y mi querer
tienen su origen en la materia cósmica no viviente. Así pensaban los monistas
del siglo XIX (incluido Nietzsche). Yo no soy monista. Yo entiendo que hay
sustancia viviente y que hay sustancia no viviente. Cierto que la sustancia
viviente está formada con elementos materiales no vivientes (átomos…). Tal vez
en nosotros, la sustancia viviente, la impulsión y el movimiento se transforman
en pulsiones y apetencias… Nada puedo decir al respecto.
*En los humanos tenemos el
ser genético y el ser simbólico. El ser simbólico es el ser genético instruido
en una determinada tradición cultural. El ser simbólico es siempre relativo,
histórico, circunstancial… El ser genético es intemporal, está ligado a la
sustancia genética, a la sustancia viviente única, a toda vida, en el tiempo y
en el espacio. Es un fragmento del Uno; una cifra única e irrepetible. Tan
antiguo como la primera vida.
Nosotros, las unidades
sexuadas contingentes. Genousse y Genoussin. Las unidades pasan, pero la
sustancia viviente (el plasma germinal) permanece –atraviesa las generaciones.
En el cariotipo específico
humano la vida medita y reflexiona acerca de sí misma en lenguajes humanos.
*
Hasta la próxima,
Manu
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