Genocentrismo XXIII.
Manu Rodríguez. Desde Gaiia (17/02/18).
*
*Las ‘señales’ que del mundo
entorno nos vienen llegan al núcleo de nuestras células (al respirar, al
ingerir, al oler…). Nuestro genoma se ‘entera’ de lo que pasa, del estado de
cosas alrededor. Los genomas de todas las criaturas están al corriente de todo
lo que sucede en la biosfera en virtud del lenguaje universal físico-químico.
El hologenoma, la totalidad de la sustancia viviente del planeta, ‘sabe’ ya lo
que sucede en punto a la contaminación ambiental, el aumento de temperatura, o la
radiación… Hace ya tiempo que detecta y pondera los cambios.
Como humanos apenas
comenzamos a comprender lo que ya sabe (o ya ha advertido) la sustancia
viviente –por conocimiento directo. La conciencia o inteligencia humana (la
superficial, la lingüístico-cultural) alcanza únicamente un conocimiento
indirecto tanto de sí misma, como de su entorno.
Unir al sujeto cultural con
el sujeto genético –son ciertamente el mismo. Acentuar la sensibilidad
físico-química. Saber lo que respiramos, ingerimos, u olemos como si de la sustancia
genética se tratase. Identificarnos absolutamente con la sustancia genética.
Necesitamos más conocimiento
acerca de la vida (el plasma germinal, la sustancia viviente…) y de sus
interacciones con el medio entorno. Que nuestro ser cultural consciente sepa lo
que sabe nuestro genoma. Una convergencia entre el lenguaje humano (al
respecto) y el lenguaje (la semiosis) de nuestras células. Una traducción
coherente.
El saber que la vida adquiere
de inmediato y de manera directa ha de alcanzarlo el cariotipo específico
humano (el ‘hombre’) a nivel
lingüístico-cultural.
Como humanos, como criaturas,
llevamos eones de atraso. El azar (o la necesidad) que nos trae aquí, a la
vida, al cosmos, al ser… nos trae en la ignorancia más absoluta… Duramente se
alcanza el saber de la vida en lo que concierne a sus condiciones de
existencia, por ejemplo. Milenios nos ha llevado, como humanos, y apenas si
estamos al principio, apenas si empezamos a comprender y a comprendernos.
Lo que la sustancia genética
sabe casi desde el principio, eones de experiencia.
Cuanto más sepamos de la
sustancia viviente, más sabremos acerca de nosotros mismos y de nuestras
circunstancias. Saber sobre el origen de la vida, sobre su evolución, sobre la
comunicación (la biosemiosis)… sobre la biosfera… Saber acerca de nosotros
mismos. Porque nosotros somos la
sustancia viviente única, sencillamente.
Podemos añadir a lo dicho más
arriba que la sustancia genética universal ya ‘sabe’ lo que pasa (en el
planeta), y puede que esté respondiendo. ¿Cómo podríamos advertir su respuesta?
¿Cómo distinguirla? No podemos confundir los síntomas de la enfermedad con una
respuesta.
La ubicuidad de la vida y la
ubicuidad de la atmósfera, pongamos por caso. La biosfera. La vida ya percibe
los cambios, ya sabe lo que pasa. Porque la vida conoce las señales
(físico-químicas) del entorno. Los sujetos lingüístico-culturales necesitamos
medios, instrumentos, artefactos para ponderar el medio. La sustancia viviente
única no los necesita.
El genoma es su propio saber.
La sustancia genética es inteligencia y saber puros.
Podemos decir que la
sustancia genética del planeta, el hologenoma planetario, el Uno, ya conoce, ya
sabe, ya es consciente de lo que pasa –de la alteración del ‘status quo’ del
planeta, de cómo peligran las mínimas condiciones de existencia (la
contaminación ambiental, el calentamiento global, la extinción de especies, la
desforestación…).
La vida responde en el medio
abiótico y en el medio biótico. Respuestas físico-químicas que inciden en la biosfera
(atmósfera, temperatura…), y respuestas biológicas (nuevos órganos, nuevos
organismos). Ambas cosas: adaptación del medio, y adaptación al medio.
Es más que posible que la
vida esté respondiendo ya y que no acertemos a distinguir su respuesta (debido
al flujo de señales (físicas, químicas…) que inunda el planeta).
La vida en un organismo
complejo es múltiple. Un organismo es en sí mismo un ecosistema. A la multitud
de células diferenciadas del ser propio (que comparten el mismo genoma)
tendríamos que añadir las numerosas poblaciones bacterianas que alberga.
La semiosis interna de un
organismo (el lenguaje físico-químico) es compartida por todos los miembros
(los genomas) que lo habitan y lo conforman.
Hay una semiosis universal
que toda la vida del planeta comparte. Toda la sustancia genética del planeta
habla la misma lengua (físico-química). Las mismas señales, la misma
mensajería. Un único ser, un único sistema de señales.
La sustancia viviente única
del planeta se informa constantemente acerca del medio; pendientes de las
noticias que le vienen del medio. Nada le pasa desapercibido. Está al día,
podríamos decir.
Es la sustancia genética la
que pondera en todo momento y lugar las noticias (físico-químicas) que le
llegan del planeta. Y esto lo hace desde su origen.
Las perturbaciones del medio
(de la biosfera en su conjunto), las que tienen que ver con la luz, con la
temperatura, o con la atmósfera, son percibidas de inmediato por la sustancia
viviente; por toda la sustancia viviente del planeta. Las aguas y los vientos
dispersan las señales, las difunden, las llevan hasta los últimos rincones.
Únicamente en estos tiempos
los seres humanos hemos accedido a esta comprensión físico-química de nuestro planeta.
La biosfera, la geobiología… Las ciencias de la vida y de la tierra,
conjuntamente. Sin olvidar el papel de la luz (del sol), la energía que nos
viene de fuera. Apenas si empezamos a comprender, nosotros los humanos, lo que
la vida sabe, y ha sabido desde siempre.
Hay que descender a la vida
pequeña, a la microvida, a la microbiología. La semiosis a nivel celular –en
unicelulares y en pluricelulares. La mensajería físico-química universal. Los
humanos tenemos que aprender, que dominar ese ‘lenguaje’. Es la única forma de
estar al día.
Hablamos de las señales que
circulan en el micromundo. Un lenguaje de fotones, electrones, átomos,
moléculas y macromoléculas… Cómo recibe la vida estos elementos, cómo los
entiende, qué uso hace de estos… La vida a nivel del suelo, del subsuelo
incluso.
*La biosfera conlleva la
semiosfera. La vida consigo mismo se comunica.
Medios mecánicos, térmicos,
químicos, eléctricos… en la comunicación de los seres vivos. La comunicación
interna (endosemiosis) y la externa (exosemiosis).
La holosemiosis. El conjunto
de señales (físico-químicas) que circulan en un ecosistema dado y que es
compartido por todas las especies involucradas.
Hay que tener en cuenta que
para la materia viviente todo es signo, quiero decir que fotones, electrones,
átomos, moléculas… son ‘signos’ ante los que se responde, pero también la
temperatura, la gravedad, el campo magnético… Los procesos semióticos no se
limitan a la comunicación entre seres vivos, sino a toda interacción de la
sustancia viviente con su entorno físico-químico.
La materia viviente percibe y
conoce su entorno. Cosas o sucesos son para la materia viviente signos mediante los cuales ponderar el mundo alrededor.
Toda cosa o suceso es, pues, información
para la materia viviente.
Las respuestas rápidas e
inmediatas a los cambios del entorno. La familiaridad de la materia viviente
con el medio entorno. La materia viviente conoce, sabe de su entorno. La
materia viviente tiene como respuestas ensayadas ante los cambios (favorables,
o no) que se producen a su alrededor.
Hay que distinguir, pues, la
semiotización, de la comunicación.
En la semiotización se
produce una interacción de la materia viviente con la no viviente, un diálogo,
podríamos decir. La vida responde a la deriva del entorno, a los cambios que se
producen a su alrededor, al estado de cosas siempre fluyente, en devenir. Y
procura en toda ocasión guardar el tipo, salvar el pellejo (la homeorresis).
La comunicación es la
interacción de la materia viviente con la materia viviente. El intercambio de
señales propiamente dicho. La materia viviente distingue, entre los signos/estímulos
que la rodean, los signos que le vienen de sus congéneres o de otras formas
vivas. Aquí se trata de mensajes enviados y recibidos.
Todos los procesos de lectura
o decodificación de signos requieren inteligencia y memoria. La emisión
consciente y voluntaria de signos que sólo otra vida puede decodificar. Signos
que avisan, que recomiendan, que mandan… que afectan a la conducta del receptor.
Y esto sucede en todos los niveles de la materia viviente –desde las formas de
vida más simples y arcaicas (bacterias…).
El lenguaje primero o
físico-químico (el lenguaje celular) es universal y tiene, por supuesto, miles
de millones de años (eones) –desde la aparición de la vida. Y es un lenguaje
que aún se usa, y que las formas complejas macroscópicas, como la nuestra, la humana,
pueden aprender.
Signos que predicen, o
anuncian… la temperatura, las nubes, el color del cielo, del mar, la humedad…
Nosotros los humanos semiotizamos el mundo entorno, ponderamos los ‘signos’ que
nos vienen del exterior. Exactamente lo mismo que hacen los microorganismos,
los seres microscópicos que viven a ras del suelo.
Los ‘signos’ físico-químicos
de origen abiótico. Es obvio que no hay tales signos, que el entorno abiótico
no se comunica con la materia viviente. Que es la vida la que convierte cosas y
sucesos en signos, la que semiotiza el entorno desde su aparición. Esta
semiotización es también el resultado de su familiaridad con el entorno, de la
reiteración de cosas y sucesos, de la conexión de estos… de la implicación (si
‘a’ entonces ‘b’). La vida ‘entiende’ el entorno previa aprehensión y
semiotización del mismo. Se requiere inteligencia y memoria para que tales
procesos se produzcan. La vida sabe lo que hacer en cada momento, en cada caso,
dependiendo de las circunstancias físico-químicas de su alrededor. Responde al
entorno abiótico.
Otra cosa es la comunicación;
la comunicación de la vida con otra vida (consigo misma, en verdad). Aquí hay lenguaje, comunicación, intercambio
de mensajes, de señales, algo para el otro. La vida a sí misma se interpela, se
avisa, se manda…
Los signos o señales que
emite y recibe la vida a nivel celular son universales, son colectivos –son
simbólicos. En bacterias, protistas, algas… Signos químicos, mecánicos,
térmicos, eléctricos…
Polisemia y sinonimia en la
mensajería. Sustancias diferentes que en determinadas circunstancias cumplen la
misma función (son sustituibles); sustancias que pueden cumplir varias
funciones (que son interpretadas o decodificadas de maneras diferentes por
diferentes receptores). Usos semejantes, usos múltiples.
Los procesos de nutrición y
de comunicación parecen solaparse entre sí. No acaban de distinguirse (en los
manuales o libros de texto). De un lado la endo- y la exocitosis, del otro lado
la endo- y la exosemiosis. La entrada y la salida de información. También se
metaboliza la información.
A nivel de la sustancia
viviente única podemos decir que una sola cosa es el ser y el saber. La
sustancia genética sabe en sí misma. Posee un conocimiento cifrado en su propio
ser. Conocimiento y conciencia de sí misma, de su entorno…
Percepción, apercepción, y
memoria. En la memoria se recurre a lo ya vivido, a lo ya sabido, a lo
experimentado; a la genoteca, a las reservas de conocimiento.
Los genes son técnicas,
saberes… modos de responder a las incidencias del camino. Intercambio de genes
en las bacterias, genes que son conocimientos, técnicas, saberes… complementos
del ser propio. Es quizás en las bacterias allí donde la sustancia viviente
única es más ‘una’.
El intercambio de simbolemas
y culturemas en los seres humanos. Los simbolemas, al igual que los genes (para
las bacterias), son técnicas, saberes… que los humanos nos intercambiamos
–damos y recibimos. Complementan el ser
simbólico. La transmisión de conocimientos y demás.
En la sustancia viviente
única una sola cosa es el ser, el saber, el pensar, el sentir o percibir…
La materia viviente ha ido
enriqueciendo su acervo, su ser, su saber… Son eones de experiencia y vida.
El genoma único del planeta.
El hologenoma. En mi organismo, por ejemplo, el conjunto de genomas que lo
constituyen (el propio y los ajenos). La comunicación físico-química universal.
Una sola lengua.
Si hay vida hay semiotización
y comunicación. Decir biosfera es decir semiosfera, entendiendo semiosfera como
el espacio de los signos y de la comunicación.
La capacidad de la vida para
interpretar su entorno inmediato. Esta interpretación se hace de acuerdo con su
morfología y su fisiología. Cada forma de vida busca ambientes favorables o
neutros, y huye de los ambientes desfavorables. Éste puede ser el criterio de
interpretación fundamental. Lo bueno y lo malo para cada organismo (lo que
viene bien, lo que viene mal; lo que fortalece, lo que debilita…).
La vida atenta a los ‘signos’
(cosas y sucesos) que le vienen del exterior.
La vida (la materia viviente)
ha de distinguir entre ‘signos’ y ‘mensajes’ (comunicación). La información que
envuelve a cualquier organismo procede del mundo abiótico (signos –cosas y
sucesos interpretados) y del mundo biótico (mensajes –que sólo pueden provenir
de otros organismos). En ambos casos podemos hablar de signos y de información,
pero conviene distinguir.
La vida pondera (interpreta)
el medio en función de sus necesidades, de su ‘salud’, de su seguridad…
Si la interpretación (la
semiotización) del entorno es relativa a cada organismo, la comunicación no lo
es. La comunicación, a nivel celular, parece ser universal (transespecífica). Hablo de la información
físico-química –la mensajería físico-química (mecánica, térmica, química,
eléctrica…). No sucede lo mismo con la comunicación intraespecífica en los
metazoos, por ejemplo. Las especies comparten ‘lenguajes’ exclusivos, si bien
en un nicho ecológico las diferentes especies están atentas a los mensajes de unos
y de otros –la coexistencia de
diferentes especies en un determinado espacio les hace compartir mensajes que les
avisan de cualquier novedad (la llegada de un depredador notificada por una
especie es ‘entendida’ rápidamente por el resto de las especies).
La comunicación
físico-química parece ser tan universal como ciertas rutas metabólicas. La
mensajería que circula es universalmente válida; es un lenguaje colectivo,
simbólico, compartido por todas las células –tanto las individuales como las
integradas en un organismo. Aunque se advierten diferencias que podríamos
denominar ‘dialectales’.
Un proceso semiótico es un
proceso de interpretación (hermenéutico), pero también de ponderación, de
valoración (axiológico)… ¿Quién interpreta…? La misma vida. Un organismo que
vela por sí.
El carácter simbólico
(compartido) de la comunicación celular en las bacterias, por ejemplo. Su
carácter social –que afecta al comportamiento del colectivo. En las amebas… en
los unicelulares todos.
Semiosis y comunicación. En
la semiosis hay signos, en la comunicación hay mensajes; hay un lenguaje
compartido; hay símbolos. En los actos comunicativos hay un intercambio de
símbolos (de términos, expresiones y textos comunes).
La comunicación requiere un
intercambio de ‘signos’ comunes, colectivos –los dialogantes comparten un sistema de signos
común. No hay duda o incertidumbre en la emisión y en la recepción de estos
signos o mensajes.
Los mensajes en los actos
comunicativos se enuncian, se ponen en circulación. Son signos, señales para el
otro.
(La palabra ‘signo’ parece
imprescindible. Con todo me gustaría separar lo sígnico o semiótico, de lo
comunicativo. En lo comunicativo se trata de sustancias elaboradas ad hoc;
hechas para comunicar. El origen de estos signos de comunicación, de estas ‘palabras’
(términos, expresiones…) que pululan, es la misma vida. No son meras cosas o
sucesos que ‘yo’ (la vida) interpreto según las circunstancias o en vistas a mi
salud o integridad. Son sustancias a mí dirigidas. La vida consigo misma se
comunica, a sí misma se notifica o avisa.)
Los signos alrededor son sólo
signos para un ente perceptor (receptores de membrana, sentidos…), que pondera o
interpreta los datos del entorno (cosas y sucesos) según su conveniencia. Las
cosas o sucesos destacados y semiotizados (los ‘mundos’) son relativos a la
morfología y a la fisiología de los organismos perceptores. No hay signos,
pues, en tanto no haya vida.
La exocitosis y la
exosemiosis. Las sustancias de origen biótico que las sustancias excretan al
exterior y que encuentran por doquier en su deriva, en su deambular. A estas
sustancias se les añade la cantidad de sustancias y fenómenos de origen
abiótico (fotones, átomos, moléculas (los antagonistas metabólicos)… gravedad,
presión, campos magnéticos…).
De todo el flujo de señales
que la envuelven la sustancia viviente ha de distinguir entre las señales de origen abiótico (cosas y
sucesos semiotizados) y las señales elaboradas
(metabolitos, mensajes) –obviamente, de origen biótico. Todas le dicen
algo, claro está, pero cada una a su manera. De todas es posible inferir o
deducir el estado del medio y las acciones que se requieren en vistas a éste.
El ‘mundo’ (los
‘mundos’) a nivel celular. El mundo de
las células (tanto las independientes como las integradas en organismos). La
semiosis y la comunicación a nivel celular.
El acto comunicativo requiere
la socialización, la colectivización de los signos que median. En las
bacterias, y en los humanos.
La realidad o mundo percibido
es según la morfología y fisiología del percipiente. La interpretación o
semiotización la hace un determinado organismo, una determinada especie, una
determinada configuración morfo-fisiológica. Se trata de constricciones o
determinaciones genotípicas o cariotípicas.
Quien semiotiza y quien se
comunica es la sustancia viviente única. Un ente capaz de semiotizar el medio y
de comunicarse con otros entes semejantes a él. Además de un ente capaz de
adaptar o habilitar el medio que le rodea.
El murmullo de la vida. El
flujo de mensajes. La comunicación universal a nivel celular. Un planeta
viviente que se comunica consigo mismo, que se informa, que se mantiene al día.
Nada le pasa desapercibido a
la sustancia viviente única.
*
Hasta la
próxima,
Manu
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