Genogramas
LXX.
Manu
Rodríguez. Desde Gaiia (27/11/21).
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1.
La vida
se interroga a sí misma.
¿Qué
soy…? Nosotros somos la vida.
Pero,
¿qué es la vida?
No hay
una respuesta unívoca acerca
del ser
de la vida (de su esencia).
Significación
plural, múltiple,
de la
vida –de la vida que somos.
Todo
aquello que advertimos
en los
organismos (o las criaturas)
podemos
atribuirlo a la vida. Todo.
Dado que
la esencia de los organismos
resulta
ser el sujeto único en cualquiera
de sus
actividades. Crueldad, voracidad,
violencia…
ternura, piedad… Sagacidad
y
torpeza… En la vida coinciden
todos
los opuestos.
La vida
no admite definición unívoca.
La lucha
se establece en todos los niveles,
pero
también la cooperación. La discordia,
pero
también el amor. No hay combate
entre lo
uno y lo otro, sino que en el mismo
ser es
lo uno y lo otro.
Polivalente,
proteica. Múltiple. Inasible.
No
podemos aprehendernos. Todo y nada.
Cualquier
definición que podamos
avanzar,
y su contraria.
2.
Al
definir me defino; al describir,
me
describo. Así soy (así me comporto).
Nada
vital me es ajeno.
3.
Es la
vida la que inquiere, la que interroga…
y la que
a sí misma se responde.
Las
respuestas que la vida se da
a sí
misma acerca de su propio ser.
La vida
se pregunta, y la vida se responde.
¿Puede
juzgar la vida acerca de sí;
acerca
de su sentido? ¿Está capacitada
la vida
para responderse
a sí
misma acerca de su ser?
4.
Un ser
inefable. Que no admite definición
–ni
univoca ni polívoca. Más acá de toda palabra.
Se
requiere, pues, el silencio acerca
del ser
que somos. Es una suerte
de vía
negativa al ser. Una vía purgativa.
Purificarnos,
limpiarnos, quedar en nada.
Silencio
–la noche del espíritu.
Sólo la
experiencia directa puede
‘decirnos’ algo acerca del ser que somos.
La
conexión consigo mismo.
El
auto-conocimiento.
La
inefabilidad de la experiencia misteriosa.
La vía
misteriosa al ser (que somos).
Es una
vía solitaria. Es conocimiento
incomunicable
–inefable.
Sabernos,
tenernos, poseernos
–no como
hombres, sino como vida.
El
instante misterioso. El instante extático.
La
‘iluminación’. El ‘renacimiento’.
La
alegría. El sentimiento de poder.
El
‘hombre’ se ha adueñado
de la
experiencia misteriosa.
Se ha
considerado como el sujeto
y el
beneficiario de la experiencia
(la ha
considerado como liberación
o
salvación, o como conocimiento
‘intuitivo’
del ‘dios’, o como ‘don’ del dios…).
Se
consideraba que el hombre se purificaba
en la
vía negativa, se hacía ‘mejor’.
El
ascetismo tenía una finalidad ética
(en el
budismo, en el cristianismo…).
La vía
silenciosa y la experiencia
misteriosa
eran interpretadas
antropocéntricamente.
El ‘hombre’
no salía
de sí. El ‘místico’ se convertía
en un
hombre ‘superior’ (a sus ojos,
y a los
ojos de los demás).
La
vanidad, el narcisismo, la ambición…
subyacen
en estas interpretaciones.
La
codicia de honores, de prestigio…
personal.
El comercio con el ‘dios’,
el
elegido del ‘dios’…
El
hombre es lo superado,
lo
dejado atrás en la vía silenciosa
(consciente o inconscientemente)
–las
palabras de los hombres,
sus
interpretaciones, sus deseos,
sus
apetencias…
Se sepa
o no se sepa, es la vida
la que
se purga; es la misma vida
la que
inicia la vía purgativa.
Y es la
vida la única receptora
de la
experiencia extática
(la
auto-gnosis); la única
que
experimenta la ‘iluminación’.
El
‘hombre’ nada tiene que ver
ni con
la vía purgativa, ni con
la
experiencia extática.
Pero se
adueña de ambas
–piensa
que es cosa suya.
Repensar
la vía silenciosa desde
la
sustancia genética, desde
el
genocentrismo –desde el sujeto único.
La vía
solitaria. La vía silenciosa.
La
aprehensión de sí directa,
sin
intermediarios.
Se
abandona la ‘montura’,
se
abandonan los caminos…
Se
abandonan las palabras,
la
‘semiosis’ –toda ‘representación’.
No
saber… Es fundamental
el no
saber, el quedar en nada.
La vida
al encuentro de sí misma.
La
revelación, la iluminación.
La
inefabilidad. Sin palabras.
Conocimiento
directo. Ininterpretable.
El
momento y el lugar han incidido
en la
interpretación de la experiencia
extática
–las diversas culturas
y los
diferentes momentos históricos.
Las
interpretaciones religiosas judías,
cristianas,
musulmanas, budistas, hinduistas…
desvían
absolutamente. Antropocéntricas.
Históricas.
Relativas a su tiempo
y a su
medio entorno étnico y lingüístico-cultural.
Téngase
en cuenta que lo que se interpreta
en las
tradiciones del neolítico es tanto
la causa
de la experiencia, generalmente
trascendente
(el dios, la divinidad…),
como su
sentido o significado (salida
de la
rueda de las reencarnaciones,
liberación,
salvación, elección…).
Mi
interpretación es que la causa
es
inmanente (la sustancia genética),
y su
sentido es la unión consigo mismo
del ser
(genético) que se es. Digamos
que la
sustancia genética es el origen
y el
término de la experiencia.
El
abrazo constitutivo de las partes.
La
fusión. La unión. La unidad.
Sentimientos
de unidad, de cohesión…
de
victoria, de poder, de alegría…
Síntomas
concomitantes de la experiencia.
La
brevedad y la fugacidad del instante…
Es una
experiencia que se siente.
Una
cascada de impresiones súbita,
inesperada…
Indeleble.
Experiencia
involuntaria e indeliberada.
Cuando
menos lo esperas. Te sorprende.
Algo se
cuece en tu interior mientras
haces el
camino (solitario, silencioso…).
Algo
inadvertido (no conscientemente
advertido).
Se prepara la ‘implosión’.
Experiencia arrebatadora,
sublime…
inefable. Experiencia
imborrable,
indeleble. Parte en dos
la vida
del que la ‘padece’.
Sol que
nunca se pone.
Cabe la
interpretación fundada
en la
sustancia genética.
La
unificación. El sujeto
deviene
uno con lo Uno.
Lo Uno
que somos.
El ser
genético, el genotipo.
Se hace
presente el ser (genético)
que se
es; adviene a la luz.
Es la
hora del ser genético,
de la
sustancia genética,
de la
sustancia viviente única,
del
sujeto único, de lo Uno –de Nos.
Lo Uno
tiene ahora la palabra.
Xenus/Nexus. Genousse&Genoussin.
*****
Saludos,
Manu
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