Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

jueves, 26 de enero de 2012

77) Carta a Florián. "Lo que de verdad importa es nuestra Europa..."

Carta a Florián. “Lo que de verdad importa es nuestra Europa…”

Manu Rodríguez. Desde Europa (20/01/12).


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*Ciertamente Europa (territorio y cultura) es la clave para nosotros los europeos. En primer lugar nuestra antigüedad, puedes percibir la huella de nuestra presencia en este territorio desde hace milenios. Son recuerdos nuestros las cuevas pintadas de Lascaux o Altamira, o las vidas y las obras de Aristóteles o Cicerón. Es también la obra de nuestra carne y nuestra sangre; la remota huella de nuestra alma, de nuestro espíritu, de nuestro genio. Esta Europa tiene nuestro color, nuestra faz.
El pensamiento cristiano o musulmán no sería nada sin los pensadores greco-latinos -físicos, matemáticos, filósofos, poetas… Lo que le valieron a los cristianos y a los musulmanes fueron el saber y la ciencia de los pueblos conquistados –Grecia, Roma, Egipto, Persia, o India. De no ser por el aporte intelectual de estas grandes culturas y civilizaciones ambas religiones se hubieran consumido en la mediocridad, y así sucedió en territorios donde no existían precedentes culturales de tal complejidad –fíjate en el cristianismo en Etiopía, pongamos por caso. Sólo en Europa se podía producir una patrística griega y latina, o una filosofía escolástica medieval, que también se produjo en el ámbito musulmán y que tuvo como punto de partida a los mismo autores –Platón y Aristóteles, como es bien sabido, entre otros muchos.
En lo que respecta a la Europa cristianizada el mundo clásico (pese a las pérdidas y a la censura) pervivió con plenitud hasta finales del XVIII. Puedes recorrer nuestra historia cultural (romana y bizantina) desde los siglos V y VI hasta la Revolución francesa. Síguela en la ciencia, en la filosofía, en el derecho, en la política, en la literatura, en las técnicas más diversas. Allí encontrarás siempre a los clásicos griegos y latinos guiando e instruyendo.
Te recuerdo el Renacimiento carolingio (siglo VIII), o el más tardío del siglo XII (Juan de Salisbury, Pedro Abelardo, la poesía y la novela del período trovadoresco, las primeras muestras en lenguas vernáculas…), verdadero arranque del Renacimiento propiamente dicho de los siglos XIV y XV. Los tres siglos siguientes desarrollan con amplitud líneas de pensamiento político, filosófico, o científico trazadas cientos de años antes. En estos siglos se agotan y superan todas las posibilidades del pensamiento físico-matemático heredado (Copérnico, Kepler, Galileo, Descartes, Newton...). Un siglo más tarde se remozaría el atomismo (Dalton, Mendeleiev), y se superaría el pensamiento biológico liderado por Aristóteles (Darwin).
La gran ruptura con el pasado se ha producido a lo largo de estos dos últimos siglos (Darwin, Einstein, Watson y Crick…). Las novedades son excesivas, es la verdad. Y, en mi opinión, estamos en una nueva era. Somos criaturas nuevas en muchos aspectos. Son los mundos del neolítico los que han quedado atrás. A esos mundos pertenecen Grecia y Roma, pero también judíos, cristianos o musulmanes, y todas las culturas del período. Multitud de creencias, saberes, conocimientos y técnicas del neolítico han sido ampliamente sobrepasados. Vivimos en un mundo (simbólico) nuevo. Nueva naturaleza, nuevo mundo; nueva tierra y nuevo cielo. Es una revolución semejante a la que dio lugar al neolítico. Y aunque haya tenido su origen en nuestro territorio, afecta a toda la humanidad.
Son momentos trascendentales los que vivimos, más allá de las regresiones culturales (religiosas) que eventualmente podamos padecer. Los mundos (culturales, simbólicos) del neolítico han perecido; el nuevo mundo, más universal que nunca, está en estos momentos haciéndose, forjándose. Este mundo nuevo se impondrá sobre todos; a todos vencerá y convencerá. Y lo hará solo, por sus propios méritos. Por su justicia, por su bondad, y por su verdad.
Por lo demás, hay que decir que es la filosofía de la naturaleza de nuestros antepasados lo que ha sido superado, no su filosofía y su sabiduría ética y social.
En efecto, hay algo del pasado que merece ser rescatado. Me refiero a la ética, ya individual, ya familiar, ya social (o política o ciudadana). Con respecto a este legado nada podríamos añadir las presentes generaciones a lo dicho por los pasados, cabe agregar tan sólo la ética biológica o ecológica, la que tiene en cuenta al resto de la naturaleza, la que concierne a la biosfera. Pero volviendo a la ética que concierne a los humanos, sigue siendo válido mucho de lo pensado, dicho, y vivido por nuestros ancestros. Seguimos necesitando tales palabras, tales enseñanzas, tales ejemplos. Seguimos necesitando los valores que guiaban sus vidas.
Tengamos en cuenta, pues, las reflexiones éticas y políticas de nuestros antepasados griegos y latinos. Las vías abiertas, las posibilidades. Cicerón es un pensador que puede instruir mucho al respecto. Sabido es que este autor fue convenientemente desarraigado, podado, y trasplantado en suelo cristiano, como tantos otros. Lo más ‘actual’ de la filosofía ética cristiana de la Europa occidental procede de él (sus conceptos fundamentales: derecho natural, derechos humanos, libertad…).
Está, además, toda la gnómica (las reflexiones, dichos o sentencias acerca de la moral, la conducta, o las costumbres), que se prolonga desde los textos de Homero, Hesíodo y los siete sabios, hasta los últimos momentos en los que el mundo antiguo pudo hablar con su propia lengua (Símaco, Juliano, Libanio…). La sabiduría ética que nos proporcionan es y será válida mientras el ‘homo sapiens’ perdure. Y lo mismo puede decirse de la gnómica china (Confucio), india, o persa, y asimismo la de los pueblos cazadores-recolectores supervivientes. La búsqueda de la ‘excelencia’ se produjo en todas las culturas étnicas. No encontrarás pueblo que carezca de sabiduría moral y espiritual.
Es importante advertir el carácter social de todas estas sabidurías. Aquí se está bien lejos de la liberación o salvación personal que promueven ciertas ideologías religiosas. Aquí no hay vías de salida o puntos de fuga individuales que trasciendan al grupo o al legado –en la tierra o en el cielo. No es el individuo, sino el pueblo, la totalidad, lo que importa; y con el pueblo, el legado, la memoria, el ser (simbólico). Es una salvación universal, podríamos decir, lo que encontramos en estas sabidurías. Aquí, si hay que salvar y salvarse, o se salvan todos y todo, o no se salva nada ni nadie. Salvarse es perdurar como pueblo y como cultura, no salvarse es desaparecer como pueblo y como cultura. Eso es todo.
Si la tierra europea y sus pueblos son nuestra madre natural, las lenguas y culturas europeas son nuestra madre espiritual.
Son tu propio pueblo y tu propia cultura los que te dotan de ser simbólico (alma o conciencia si lo prefieres); las palabras y las obras de la tribu. Son éstas las que configuran y apadrinan tu ser. Los dichos y los hechos. Es una deuda, pues, un deber lo que tenemos con el legado. Le debemos fidelidad. Este legado y esta fidelidad son los bienes más preciados de un pueblo. Su cultivo garantiza la prosperidad, y la prolongación en el tiempo; su olvido o su descuido denotan la decadencia y presagian el final.
Seres agradecidos, puros, y los únicos fieles en verdad son aquellos hombres y mujeres que, en cualquier latitud, en cualquier cultura, y bajo cualquier circunstancia, no desertan de los Padres y permanecen fieles al legado. De estos podemos decir que son los únicos nobles, los únicos biennacidos; los buenos hombres, los mejores, los excelentes; la mejor humanidad.
Dicho esto, ¿qué podemos decir de sociedades desatadas o desligadas como las que vivimos en Europa (y en occidente), con el legado abandonado, con ciudadanos culturalmente debilitados, asténicos, y presas fáciles para cualquier depredador cultural?
Lo que está sucediendo en la Europa actual es algo insólito y absurdo. Ningún gobierno le está prestando la debida atención al incremento de musulmanes asiáticos y africanos en nuestra tierra (¿cuántos millones ya?), ni a la constante amenaza y a las declaraciones explícitas de conquista de sus líderes, ni a sus insidiosas y violentas estrategias de dominio (demandas constantes de lugares de culto, de prerrogativas exclusivas; violencia callejera, violaciones, robos, asesinatos, intimidaciones, no-go áreas…). Esta población está exultante, cada vez más segura de sí y de su futuro éxito –a la vista de nuestra debilidad, de nuestra negligencia (dejación de soberanía), o de nuestra cobardía. Si todo continúa como hasta ahora estos miserables se saldrán con la suya; se apropiarán de nuestro amado continente, de nuestra madre-patria. Puedes repasar las webs anti-islamistas que circulan por Europa. Impotencia y desesperación, y angustia es lo que siento ante la nula reacción de nuestra conciudadanos, de estos europeos hermanos nuestros. Estamos solos y somos una ridícula minoría. A esto puedes añadir la actitud que hacia nosotros, la resistencia, mantienen buena parte de la clase política y los medios de comunicación (o nos silencian, o nos denigran).
Triste, muy triste lo que nos está sucediendo, querido amigo. Tengo el horrible presentimiento de que perderemos nuestra Europa, la Europa heredada de nuestros ancestros, y la perderemos para siempre. Nosotros somos las últimas generaciones de europeos. Es cuestión de tiempo, unas cuantas generaciones.
*Hace tiempo escribí esto en el ‘Desde Europa’ (p. 136): “La felicidad de tu pueblo es tu felicidad; la prosperidad de tu pueblo, la tuya; la dignidad de tu pueblo es tu dignidad.
Si permites que tu pueblo pierda, caiga, o desaparezca, tú pierdes, caes, o desapareces.
Si tu pueblo está hundido en la miseria, tú estás hundido en la miseria aunque nades en oro. Si tu pueblo es infeliz, tú eres infeliz aunque tengas todo lo que se pueda desear. Si tu pueblo ha perdido la dignidad, tú careces de ella aunque tengas el cetro, aunque detentes el más alto cargo del grupo. El destino de tu pueblo es tu destino, con tu pueblo te salvas y te pierdes, te hundes y te elevas.
Lo que encuentres, se lo debes a tu pueblo, porque lo que eres y lo que tienes se lo debes a las palabras que te formaron.
‘Se lo debo a mi pueblo’, éstas son las palabras que deben salir de tu boca, tus pensamientos más íntimos; lo que logres, lo que encuentres, ha de redundar en beneficio de todos, ha de incrementar el patrimonio común; el legado, la herencia, la fundación, el espacio que abrieron nuestros antepasados.”
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Saludos,
Manu