Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

144) La salida


La salida.

Manu Rodríguez. Desde Europa (21/12/16).

*

*Las ideologías humanas, demasiado humanas, del neolítico nos tienen atrapados; los antropocentrismos del neolítico –los religiosos, los políticos, los filosóficos…
El laberinto del neolítico. Los mundos del neolítico. Las ideologías se han revelado como instrumentos de alienación y de dominio de las masas sociales, y como fuentes de auto-legitimación de las castas dominantes (de las oligarquías dominantes). No les bastaba con tener el poder, tenían que fundamentarlo y legitimarlo a los ojos de las masas desposeídas mediante textos religiosos revelados (por algún dios), o textos jurídico-políticos (laicos). Las castas dominantes tenían (y tienen) que hacerle creer a las masas dominadas lo fundado y legítimo de su poder. Forma parte de la farsa.
Todo ‘sistema’ de poder cuenta con dispositivos ideológicos, y dispositivos policiaco-militares. Con unos se convence, se persuade, con otros se reprime… El engaño y la violencia han sido, y son, las armas de las clases dominantes.
Ya desde principios del neolítico histórico (desde hace unos seis mil años) los astutos y los violentos acabaron aliándose con vistas al poder. Y este estado de cosas se continúa en nuestros días.
 Las masas no se rebelan; a las masas se las manipula, se las moviliza, y se las lanza como arma contra unos o contra otros –según quien las use y según el caso.
La conciencia de las masas desposeídas en nuestros días está polarizada por los mundos del neolítico (religiosos, políticos, económicos, filosóficos…). Las ideologías del período limitan su visión –la antropomorfizan–, y facilitan su instrumentalización por las clases dominantes. Las ideologías son las banderas, los estandartes que ondean en los enfrentamientos entre los diversos sistemas de explotación, y de poder. Es un conflicto permanentemente abierto, no entre pueblos o naciones, sino entre élites codiciosas que compiten entre sí por el poder. Las masas sociales son, aquí y allá, ahora como entonces, la fuerza de trabajo, la carne de cañón…
La revolución iniciada por Darwin tiene una relevancia meramente anecdótica en nuestras sociedades. Carece de peso cultural. No marca rumbo, no hace reflexionar. La mirada que sobre este nuevo mundo post-darwiniano se hace es demasiado humana (darwinismo social, etología humana, psicología evolutiva, sociobiología…). No va más allá de las criaturas, de los fenotipos, no va al ‘centro’ –a la causa última. Prevalece la mirada superficial, relativa, interesada… de los diversos grupos humanos (étnicos, culturales, ideológicos, económicos, sociales…); la perspectiva antropocéntrica. La perspectiva no alude sólo al lugar desde el cual se mira, sino también a ‘quién’ ocupa ese lugar.
El mundo de lo viviente tal y como nos lo revelan las ciencias de la vida desde el descubrimiento del ADN apenas si ha tenido influencia en nuestra vida cotidiana (nada ha cambiado desde entonces). Hay mucho ecologismo, y corrientes ‘animalistas’ y demás, pero todo se hace desde el ‘hombre’. El ‘hombre’ del neolítico sigue siendo el sujeto de la actividad, sigue siendo el protagonista de la acción –lo de extender los derechos ‘humanos’ a los animales, por ejemplo (adviértase la ridícula arrogancia antropocéntrica). Se trata, en cualquier caso, de los derechos humanos que emanan de la Rev. Francesa, o de la ‘Declaración de los derechos humanos’ (ONU)… Obviando el caso de que bajo otro ‘sistema’ de poder tendríamos otro ‘mundo’, otro ‘hombre’, otros ‘derechos’… en ningún caso se mira desde la vida, como vida.
El descubrimiento del ADN nos ha revelado nuestra esencia única; nuestro ser único. Por más que hables como ser humano, la vida habla en ti. El sujeto ha cambiado. Ya no habla la criatura (el fenotipo), sino el creador (el genotipo).
Ésta es la revolución que viene. La revolución biocéntrica, genocéntrica. Ahora hemos descubierto el centro de la vida, y resulta que el centro somos nosotros (los genes, la sustancia genética). Nosotros somos la vida. No hay otro sujeto que la sustancia genética, la sustancia viviente única. Y esto es lo que nosotros somos.
Más allá de mi ser específicamente humano (que responde al cariotipo humano), y más allá de mi pertenencia a un grupo étnico determinado (que responde a un subtipo del cariotipo humano), soy vida, sustancia genética…
El ser genético es el ser que anima todo organismo. Es el ánima, el alma de las criaturas. Más aún, es lo único vivo en la criatura.
Los fenotipos nos distraen –lo  que aparece. La sustancia genética es el ser de lo que aparece. El ‘noúmeno’ del ‘fenómeno’ (biológico).
Los fenotipos son cuerpos, somas, que la sustancia genética se proporciona. Son funcionales –como vehículos, armas, escudos… Los diversos ‘somas’ protegen el delicado y frágil ser que somos. El ‘cuerpo’ protege, transporta… a la sustancia genética. La sustancia genética es en todo momento el piloto único de su ‘soma’.
Las conclusiones y derivaciones que se siguen del descubrimiento del ADN no pueden ser otras que estas que digo. Nosotros no podemos ser sino la misma vida, la sustancia viviente única.
El movimiento del soma, es el movimiento del genoma –del ‘genouma’ o ‘genoúmeno’, podríamos decir.  Los pensamientos y las palabras del soma son los pensamientos y las palabras del ‘genouma’.
Esta conciencia de nuestro ser único es la que cambiará la faz del planeta. El verdadero ecologismo está por venir, y el conservacionismo…  La perspectiva genocéntrica. Desde la sustancia viviente única, desde los genes; desde Nos, como Nos.
Esto que digo es el indudable futuro. No hay otro. No habrá otro. La ‘humanidad’  sobrepasada, dejada atrás. Sus discursos, sus pretensiones, sus querellas…
Ese futuro es la salida única del pasado humano; de nuestro pasado como humanos (como criaturas). Es el único camino para llegar a ser lo que somos –sustancia genética, sustancia viviente única.
La vida ha llegado a su cumbre. La autognosis de la misma vida en el cariotipo específico humano. La especie elegida, como dicen. Elegida como lugar de la revelación, de la autognosis. El específico soma humano; nuestra morfología y fisiología (nuestro sistema nervioso…) –obra de los genes, no se olvide.
El antropocentrismo del neolítico es el gran obstáculo para tal revelación. La confusión del ‘hombre’, del fenotipo, de la criatura. Si bien no es la criatura sino el mismo creador el alienado en su criatura, en su obra. Digamos que el sujeto cultural  sojuzga o se impone al sujeto natural. O mejor, el sujeto natural se sojuzga a sí mismo (no hay otro ‘sujeto’) en nombre del ‘hombre’ (la idea que de éste se tenga).
No saberse o no reconocerse como vida. Creerse ‘hombre’. El olvido, o la ignorancia, del ser propio. El ser que somos ha de distanciarse de su soma, de su fenotipo, de su aparecer específico. Abstraerse, concentrarse en sí. Librarse, despojarse de los ‘yoes’ culturales,  de las ficciones (antropocéntricas) acerca del propio ser.
*Hemos descubierto algo que ya sabíamos. Nosotros somos la vida. Ahora la vida se sabe a sí misma; sabe de sí. Esta revelación, este conocimiento, ha sido también un recordar, un rememorar.
La vida siempre ha sabido de sí. El saber de sí es intrínseco a la misma vida. El entorno lingüístico-cultural (relativo, histórico… antropocéntrico) en el que se viene a nacer es la causa primordial del olvido de sí. El parloteo sobre el ‘hombre’.
Las almas, las configuraciones de genes que conforman el genotipo (la cifra genética de cada uno de nosotros), no renacen, no vuelven a la vida cuando vienen a ser engendrados (tras la cariogamia) –los genotipos son únicos e irrepetibles. Lo que sucede es que esa ‘alma’, esa esencia genética, la recibe de sus padres, y por sus padres, de remotos antepasados. La vida nueva hereda inscrita en su propio ser la sabiduría acumulada en millones de años; la sabiduría de la propia vida. Nuestro ser, que es uno y el mismo en todas las criaturas, es virtualmente imperecedero. La nueva vida es la vieja vida también –la vida se sucede a sí misma. La unidad intemporal de la vida, de Nos.
Hay un vía purificativa nueva que conduce a la revelación del ser que somos (a la recuperación del saber esencial). Ahora se trata de desprenderse de todo lo humano (en pensamientos, palabras, y obras); de abandonar la perspectiva antropocéntrica (de decirle adiós al ‘hombre’). La iluminación mística puede ser interpretada como el instante de la auto-gnosis de la misma vida. Finalmente la vida se alcanza a sí misma, se tiene, sabe de sí. La alegría misteriosa deviene de ese alcanzarse, tenerse, saberse.
Hay que decir que el instante misterioso nos sobreviene de manera indeliberada e involuntaria. Ni pensado, ni imaginado, ni supuesto, ni buscado, ni querido…  Pero es, tal vez, inevitable si uno se mantiene en la vía purificativa (las ‘noches’).
No es el ‘yo’ cultural, social… el que alcanza conciencia de sí en la iluminación. El sujeto (el ‘yo’) cultural es un ente social, histórico, relativo; es una suerte de complemento circunstancial del sujeto natural (éste sí intemporal). El sujeto cultural  es justamente el que se desvanece para dar lugar al sujeto natural, de base; al único sujeto, en verdad. El sujeto natural recupera su lugar central. Es el sujeto natural (el genouma) el que ‘renace’. La vida re-cobra conciencia y saber de sí; alcanza lo propio, lo olvidado. Se reencuentra. Se recupera. Rememora, se reconoce. La súbita anamnesis.
Habrá observado el cuidadoso lector la similitud de esta interpretación de la ‘iluminación’ con la teoría platónica del conocimiento. También aquí hay olvido y recuerdo. En Platón el ‘alma’ (inmaterial, en su caso), en su ‘descenso’ a la tierra, olvida las ‘ideas’ eternas, no se trata en ningún caso del olvido de sí (del saber de sí). En nuestra interpretación es la culturización, la socialización, la humanización… del genotipo aquello que le aleja o desvía de ese saber –accedería a él si viniera a nacer en un entorno ‘humano’ consciente de sí como sustancia viviente única (un entorno que transmitiese ese saber).
El sujeto, para Platón, como para el mundo clásico en general, es el hombre en cuanto animal ‘racional’ (dotado de alma inmaterial y racional), esto es, el sujeto consciente, parlante, dialogante, cultural, social, moral…  Este sujeto, a su vez, debe tener como meta, en su formación (paideia), el dominar el ámbito pulsional, instintivo, deseante… (la carne, o el cuerpo). El cuerpo es lo animal, el alma es lo super-animal, lo cuasi-divino. Ésta es la visión que se sostiene en todas las tradiciones espirituales del neolítico (hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo, islamismo…). El hombre, el sujeto cultural, social…, ha de luchar contra sus apetitos y deseos (interpretados como naturales, como animales; como causas de infelicidad…). Este viejo y torpe dualismo (que desencamina) ha sido actualizado en tiempos recientes por el muy afamado biólogo R. Dawkins en su obra ‘El gen egoísta’ –ahora el sujeto consciente, racional, moral… debe controlar, dominar… las pulsiones y demandas que le vienen de sus genes.
Se trata en todos los casos del ser meramente simbólico, el producido por su medio lingüístico-cultual; el ser histórico, relativo… Éste es el que quiere liberarse, salvarse, renacer… el que desea la vida eterna. Ese ‘yo’. El ser más evanescente, el más contingente, el más circunstancial, el más relativo… el más superfluo.
El ser simbólico es el ser genético instruido, culturizado, humanizado… (según el lugar, la época, el medio lingüístico-cultural… en el que viene a nacer). Es este ‘ente de razón’ cultural, histórico, relativo… el que oculta, sepulta, pugna, soterra, acalla… suplanta, usurpa… el ser único que somos –el ser genético. Ocupa el lugar que nos corresponde. Es un mundo al revés, como se puede observar.
Es el ser genético que somos el único que olvida y recuerda. El único que se ignora, se desconoce, y el único que se recuerda, se recupera; el único que alcanza –que ‘vive’, que experimenta– el conocimiento, el saber de sí. No hay sino un sólo sujeto, una única sustancia viviente. No hay otro/otra de la sustancia viviente única a no ser ella misma –para ella misma, su insondable profundidad...
El tiempo de los ‘hombres’ y de sus ‘mundos’ pasó; el periodo antropocéntrico en su conjunto. Han devenido (unos y otros) lejanos, remotos, extraños, ajenos…
Profunda insatisfacción en los ‘renacidos’ produce el legado cultural del pasado humano. Por más que busquen, no se encuentran en ese legado. Nada en ese pasado les dice; nada, cabalmente, les vale. Desde la sustancia viviente única, desde sí mismos, tendrán que crearlo todo de nuevo –rehacer el ‘mundo’, reconfigurarlo; crear un mundo nuevo a la altura del nuestro ser único –a  nuestra medida; un mundo genocéntrico.
La soledad de los renacidos; la soledad de los primeros. La soledad de las primicias. La soledad de la vida.
*El futuro será genocéntrico (ecologista, biocéntrico…), o no será. El deterioro medioambiental, el deterioro social y cultural, el deterioro de nuestras naciones hasta ayer mismo étnica y culturalmente homogéneas… El futuro negro, negro, negro… que nos viene en todos los sentidos (étnico, cultural, económico, medioambiental…).
La codicia de oro y de poder de la sempiterna y versátil oligarquía dominante (económica-ideológica-militar) acabará con el planeta. La insaciable oligarquía dominante; su ciega voluntad de poder. Vivimos inmersos en catástrofes no sólo medioambientales, biológicas, sino humanas, sociales, bioculturales también. El futuro de la vida (de toda vida) está en peligro. Estamos en peligro.
Si hay una sola sustancia viviente (la sustancia genética) y, por consiguiente, un único sujeto, no podemos atribuirle a la criatura (a los fenotipos) ningún hecho. No es, entonces, la criatura (el ‘hombre’, en nuestro caso) contra la vida, sino la vida contra la vida. Movida por una ciega voluntad de poder cierta vida destruye la vida otra, y las condiciones medioambientales que ella misma requiere para poder seguir siendo.
Nuestro momento actual es más que complicado. Se requieren cambios, transformaciones, en prácticamente todas nuestras actividades. Un cambio de ruta, de camino... Nosotros los identitarios somos los más cercanos a dar ese paso. Nuestro ideario estuvo desde un principio ligado a la etnia, esto es, a la biología, a la naturaleza viviente. Las etnias son ramas del árbol de la vida. Nuestro biologismo de partida nos hubiera hecho reparar en la importancia del ADN, en la trascendencia de este conocimiento, de esta ‘revelación’. Nos hubiera conducido a otro futuro, de esto estoy completamente seguro. Un futuro más favorable a la tierra, a la vida, a los diferentes grupos humanos… Un futuro (genocéntrico) que todavía es posible construir.
(Es preferible el término ‘genocentrismo’ a términos como ‘biologismo’ o ‘vitalismo’. El término ‘genocentrismo’ hace alusión a la sustancia genética, a la sustancia viviente misma. Los términos ‘biologismo’ y ‘vitalismo’ se centran en la vida en general, en los seres vivos, en las formas vivas (en los fenotipos)… Revela una mirada fenocéntrica, previa al período genocéntrico que hoy vivimos. Es una mirada arcaica, neolítica; ‘ptolemaica’, descentrada, podríamos decir.)
Un cambio de mirada, de discurso, de cultura; un cambio profundo que haga otro, absolutamente otro, nuestro comportamiento para con el resto de la naturaleza (viviente y no viviente), y el resto de los grupos humanos. Una revolución radical que afecte a todas nuestras actividades.
La salida del neolítico (ideológico, cultural, antropocéntrico…) es esencial. La mirada nueva ha de ser la mirada de la vida. La vida ha de ocupar el lugar que aún ocupa el ‘hombre’. La vida debe hablar. El hombre debe callar; debe desaparecer.
La vida ha de dejar de comportarse como hombre (criatura) y comenzar a comportarse como vida (como creador) –a mirar, a contemplar, a escuchar, a ver, a sentir, a pensar, a hablar, a actuar… desde Nos; como Nos.
Que el único sujeto comience a actuar… Que no escuchemos sino la palabra de la vida.
Es un nuevo periodo lo que necesitamos, post-neolítico, post-antropocéntrico, post-humano… Iniciar un nuevo ciclo en nuestro devenir. Proseguir nuestro camino sobre la tierra como vida, no como un cariotipo específico (el humano).
La revolución que viene. La nueva era que se inicia. El período genocéntrico.
La magnitud de esta revolución que digo no tiene comparación con las del pasado (antropocéntrico). Es infinitamente más radical. Es un vuelco sin precedentes. Es la vida la que ‘manda’ ahora. Es la vida la que cuida ahora de la vida. Es la vida ahora lo primero y lo último. La vida es el sujeto único en toda actividad biológica; Nos, la sustancia viviente única.
Los identitarios han que tener un papel determinante en el genocentrismo que viene. Han de ser, en principio, los primeros transformados, los primeros futuros; los nuncios, los mensajeros del nuevo ciclo. Han de ser también sus configuradores.
Varias son las fidelidades y devociones que guiarán la conducta de los futuros. El referente primordial será en toda ocasión la vida. No el hombre, no la criatura –su futuro, su bienestar…–, sino la vida. La vida es lo primero por lo que hay que mirar. Vienen nuevos deberes, nuevas obligaciones… La vida es ahora la medida.
La ética que viene, la bioética. Lo que es bueno y lo que es malo para la vida. Para Nos. Lo que nos beneficia y lo que nos perjudica… Ésta es la correcta perspectiva.
El genocentrismo no podía surgir más que en nuestra época (después del descubrimiento de los ácidos nucléicos, de la sustancia viviente única). Y el previo biologismo de los identitarios era el más cercano al nuevo período, y el más proclive a reconocerlo, incluso a ‘engendrarlo’.
El genocentrismo es la revolución de la revolución; la corona de la revolución étnica. Del biologismo (o vitalismo) identitario surge, necesariamente, una conciencia no fenocéntrica (no centrada en las criaturas), y no antropocéntrica (no inspirada ni centrada en alguna idea acerca de la ‘humanidad’), sino genocéntrica (centrada en los genes, en la sustancia genética); una conciencia no sólo trans-étnica, sino trans-específica también (más allá de la especie). Ahora nos identificamos como vida, como sustancia viviente única –ni como tal etnia, ni como tal especie. Los genotipos (los sujetos naturales, genéticos) que se reconozcan en dicha sustancia  vivirán un retorno a la fuente, al origen, a la vida, al ser viviente único; ‘saborearán’ su co-pertenencia al Uno. Nosotros somos la vida –no esta o aquella vida, sino la misma vida.
Vivirán los futuros el cambio más radical y más integral de toda nuestra historia, de todo nuestro devenir (como vida). Nunca hubo un antes y un después como el que ahora vivimos –ni lo habrá. Es una transformación, una mutación biosimbólica que dividirá en dos nuestro devenir sobre este planeta. Es un nuevo comienzo absoluto; un comenzar desde cero.
Todo lo que conlleva la autoconciencia de la sustancia viviente única; la conciencia de sí del ser único que somos –los corolarios, las consecuencias de este saber de sí. Lo que vendrá inexorablemente. Nada ni nadie podrá detener este futuro.
El saber acerca de la sustancia genética, y el reconocernos en ella –la conciencia de sí como sustancia viviente única–, nos convierten de hecho en seres biosimbólicos nuevos, y nos sitúan ya en el futuro. Ya damos los primeros pasos. Ya estamos; ya vivimos, ya somos el futuro.
Las nuevas criaturas: Genousse & Genoussin.
El futuro genocéntrico ya ha comenzado. Este séptimo milenio (de la escritura) es también el primer milenio de Xenus/Nexus.
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Saludos,
Manu

martes, 6 de diciembre de 2016

143) Los sistemas de poder y sus beneficiarios


Los diversos sistemas de poder y sus beneficiarios.


Manu Rodríguez. Desde Europa (06/12/16).


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*El ‘sistema’ dominante. El ‘imperio’ nuevo. Su codicia de tierras, de riquezas, de cuerpos y de almas… Las consecuencias devastadoras en la naturaleza y en la cultura.
*El ‘sistema’. Los beneficiarios. En nuestro ‘sistema’ (capitalista, demoliberal) los beneficiarios son principalmente la clase económicamente fuerte (el poder financiero, industrial, mercantil…), la clase política en su conjunto (partidos, sindicatos…), el ejército (y la industria armamentística), las instituciones del Estado en general y quienes de ellas se benefician…
En el capitalismo de Estado (URSS, China, Cuba…) es la clase político-militar, principalmente, la que establece y administra el ‘sistema’ de poder (el dispositivo político-militar-policial de poder). La ‘inteligencia’ político-militar, y los intelectuales orgánicos, los portavoces y defensores del régimen de dominio, del sistema de poder (desde la cátedra, desde los medios de comunicación…), son sus creadores y sus únicos beneficiarios.
Hay que preguntar, en todos los casos, por quién se beneficia, a quién le interesa que el estado de cosas político y demás continúe; por todos los que viven del ‘sistema’, por todos los beneficiarios y privilegiados (directos e indirectos) del régimen de dominio. Las ‘clases privilegiadas’. El resto de la población está excluida por completo de los círculos de poder.
La mayor parte del pueblo no se beneficia del ‘sistema’ de poder (cualquiera fuese éste), más bien lo padece, o lo sobrelleva, cuando no incluso lo sufraga. En nuestro caso: Trabajadores de todo tipo (por cuenta ajena –Estado o empresa privada); pequeños empresarios y autónomos (en los que podemos incluir a escritores y artistas independientes –no subvencionados), amas de casa, desempleados… Los que viven fuera de los dispositivos de poder (bajo cualquier ‘sistema’ global). Hablamos del ochenta o noventa por ciento de la población.
Los beneficiarios directos son los que no quieren que el ‘sistema’ cambie, claro está. Según los casos: la clase política, la clase militar, la clase político-militar, la clase económicamente fuerte, la clase ‘intelectual’ (que provee al régimen de dominio de fundamento, de legitimación –filosófica, política, ética, jurídica…)… Las élites del poder. Los creadores o cocreadores del ‘sistema’. Las clases dominantes.
Conocemos Estados, naciones, o imperios teocráticos, militares, políticos, económicos… Son las clases dominantes las que en cualquier caso detentan el poder. Allí donde dominan exclusivamente el clero, o los monarcas-guerreros, o la clase política, o los militares, o la clase económica, el resto de las clases o grupos dominantes le están subordinados. Lo normal son las alianzas entre las élites poderosas.
Cuando los cambios (de ‘régimen’) se avecinan los beneficiarios (las clases dominantes) se las arreglan para seguir teniendo poder, para seguir teniendo un papel en el nuevo ‘sistema’ de poder. No perder ‘status’. Mutaciones, transformaciones… (ahora comunistas, ahora demócratas y liberales –y viceversa; ahora cristianos, ahora musulmanes…).
Desde el punto de vista étnico –como pueblo, y no como masa social– todo esto resulta aberrante. El nulo valor de las ‘identidades’ religiosas o políticas transétnicas o transculturales comparadas con las identidades étnicas ancestrales. Se puede dejar de ser comunista o cristiano, pero no se puede dejar de ser chino ‘han’, japonés, europeo, o masai. Por lo demás, los pueblos carecen de ideología (religiosa, filosófica, o política), lo que tienen son culturas ancestrales (sabiduría ancestral).
El ‘sistema’ capitalista y el comunista (el capitalismo de Estado) son ambos universalistas, internacionalistas, trans-nacionales…  Comparten el universalismo con las llamadas religiones universales (judeo-mesianismo, islamismo, budismo…). Las ideologías universalistas, religiosas, filosóficas, o políticas, compiten entre sí por el dominio de los pueblos y naciones. Las ideologías universales son, por definición, enemigas de los pueblos (son el ‘mal’ para los pueblos).
Los ‘sistemas’ de poder no son comparables entre sí, naturalmente, ni siquiera aquellos emparentados –los ‘comunistas’, por ejemplo. El capitalismo de Estado, el Estado político-militar, no es el mismo en la URSS, en China, o en Cuba.
De un lado: Las clases dominantes con sus beneficiarios,  sus gratificados, sus favorecidos… y ‘su’ masa social manipulada e instrumentalizada (su mano de obra, sus consumidores, sus votantes…) –los ‘sudras’. Del otro lado: La opción oprimida o reprimida; los prohibidos, los perseguidos, los calumniados…
Todo ‘sistema’ de poder tiene su bien y su mal, lo que le beneficia y lo que le perjudica… Lo que es bueno para el ‘sistema’ global resulta  malo para los pueblos, y viceversa, simplemente.
El ‘sistema’ étnico también tiene su bien y su mal…
Los ‘sistemas’ universalistas, los ‘globales’, se enfrentan a los étnicos, o locales. En este enfrentamiento van perdiendo los étnicos, los locales. Son los ‘sistemas’ universalistas o internacionalistas (religiosos, políticos, filosóficos…) los que dominan, vencen, y se imponen. El planeta está dividido en áreas de dominio de los diferentes ‘sistemas’ universales, a veces solapados entre sí (areas mixtas donde coexisten dos o más ‘sistemas’ universales, si bien uno de ellos es el dominante).
En esta guerra de dominio (globalismo multiétnico y multicultural versus localismo o etnicismo) la justicia no está de un lado o de otro. La justicia no existe –no  hay justicia o derecho trascendente al que apelar (más allá de unos y de otros). Quien vence impone su ‘ley’, su ‘orden’, su discurso, su ‘mundo’. No hay más.
Hay que decir que en el ‘sistema’ étnico los usufructuarios o beneficiarios son los miembros pertenecientes al grupo étnico de que se trate. Estos serán los beneficiados, los gratificados, los premiados… Los Estados étnicos son Estados necesariamente sociales. Al menos en el único ejemplo que conocemos (la Alemania nacional-socialista). Los perseguidos o fuera de la ‘ley’ (el ‘mal, lo ‘malo’) serán, por consiguiente, todos aquellos que pongan en peligro el Estado étnico.
El ‘sistema’ étnico es un auto-poder, ejerce el poder sobre sí mismo; es autónomo, cuenta con una ‘ley’ antigua, heredada, que tiene poder sobre los miembros del grupo (no sobre otros). Aquí los términos son auto-poiesis, auto-organización, auto-poder; autonomía, autarquía, autogobierno...  Los ‘sistemas’ universales privan a los pueblos de independencia, de soberanía, de autonomía… de identidad (cultural). Los ‘sistemas’ universales son hostiles a los pueblos.
El ‘sistema’ global, trans-étnico y trans-nacional, que hoy impera en nuestras tierras europeas es el demo-liberal. Como para el resto de los ‘sistemas’ universales, las naciones o grupos étnicos son el obstáculo, la resistencia, el adversario o enemigo, el ‘mal’ a combatir, a erradicar. Tanto más perseguidos y calumniados cuanto más resistentes al ‘sistema’ global, al nuevo orden.
No queda otro remedio que luchar. Pero no se trata de luchar en el nombre de ningún derecho o de ‘la justicia’, sino por el dominio, por el ser (el seguir siendo). Tenemos que conquistar o reconquistar, no ‘la’ independencia, o ‘la’ libertad, sin más, sino nuestra independencia, nuestra soberanía, nuestra libertad…
Sólo desde nuestro punto de vista étnico o identitario es ‘malo’ lo que nos está sucediendo (la pérdida de nuestros territorios, de nuestras culturas; la pérdida de soberanía, de autonomía…). Desde la perspectiva del ‘sistema’ dominante somos los enemigos de la ‘ley’ y del ‘orden’ nuevo.
El ‘sistema’ global actual usa su ‘ley’ para perseguirnos, para anularnos. En su ‘ley’, los nacionalistas étnicos, los identitarios, los resistentes, son contrarios a los derechos humanos universales, a la democracia universal… al ‘jus solis’… al Estado multiétnico y multicultural… son ‘nazis’, son ‘fascistas’… son horribles, son el ‘mal’… Hoy se sataniza y se persigue a los nacionalistas étnicos (los ‘nazis’) como ayer se satanizaba y se perseguía a los ‘paganos’ (los resistentes a la cristianización).
Con este nuevo ‘sistema’ de poder las naciones ancestrales (europeas o no) pierden independencia y soberanía (una vez más). El área de dominio del ‘sistema’ actual (del imperio nuevo) ocupa casi todo el planeta –salvo China, Corea del Norte… y poco más. Este ‘sistema’ cuenta además con instituciones internacionales (trans-nacionales) de carácter político, económico, jurídico,  militar… mediante las cuales impone (por las buenas o por las malas) su ‘ley’ –su perspectiva, su discurso, su palabra, su ‘historia’, sus argumentos, sus razones… sus enemigos… su bien y su mal. No podemos apelar a la ley, pues, porque la ley que impera es la que impone el ‘sistema’. En cuanto a la oposición, el ‘sistema’ no tiene más que señalar públicamente (con los medios de comunicación a su alcance) a tal o cual grupo o nación acusándole de no reconocer los ‘derechos humanos universales’ o la ‘democracia universal’ (los ‘principios’ del nuevo orden). A tal grupo o nación se le sitúa entonces fuera de la ley y se le persigue, o se le hace la guerra (económica, militar, de propaganda…). Los poderes del nuevo orden, del imperio nuevo, son innumerables y absolutos.
Así pues, en esta lucha contra el ‘sistema’ los pueblos no contamos sino con nosotros mismos. Nosotros somos nuestras fuerzas. No tenemos otras. Los identitarios europeos, por ejemplo. Que cada pueblo contemple su caso –su grado de independencia, de autonomía, de soberanía… Los pueblos sojuzgados podríamos unirnos contra el ‘sistema’. No queremos un ‘sistema’ global transnacional, transétnico, transcultural… Queremos un sistema de pueblos, no un ‘sistema’ de naciones multiétnicas y multiculturales, de naciones que devendrán, tarde o temprano, indistinguibles. Será el fin, nuestro fin. Y el ‘sistema’ actual verá cumplido sus sueños: Un mundo desnacionalizado, sin fronteras; una población desnacionalizada, desarraigada, apátrida; una nueva ‘humanidad’ sin pasado, sin historia; una masa de ‘iguales’, de entes sociales indiscernibles. ¿Qué pueblos quedarán en el futuro? El pueblo judío, sin duda. El pueblo judío forma parte del ‘sistema’ de dominio imperante. Es uno de los ‘aliados’.  Es un pueblo contra todos los demás; un pueblo que persigue a los otros pueblos, que busca su extinción; que persigue los fines del ‘sistema’. De esta manera se garantizan su supervivencia. Los miembros de los pueblos supervivientes de esta catástrofe biocultural a la que nos conduce el ‘sistema’ serán los únicos que contarán con historia, con pasado, y los únicos que tendrán futuro.
Todos los ‘sistemas’ universales, transétnicos y transculturales, del pasado y del presente (cristianismo, islamismo, democracia universal, internacionalismo proletario…), han resultado nefastos para los pueblos. Se han destruido cientos de pueblos y culturas en nombre de Cristo, de Mahoma, de los principios democráticos universales, o de la dictadura del proletariado. Ha sido un crimen étnico y cultural a escala planetaria el cometido por estos universalismos a lo largo de los últimos milenios. Hemos padecido una historia demencial, absurda, criminal…
Los pueblos debemos resistirnos y combatir a esta nueva globalización (a la globalización en curso) si queremos tener un futuro.
El futuro será, tal vez, de los pueblos con vocación de futuro. Superar estos tiempos adversos, dominar, vencer en esta ‘guerra’ de dominio que el ‘sistema’ global sostiene contra los pueblos. Ser más fuertes que este nuevo diluvio, esta nueva oleada, este nuevo ‘invierno supremo’.
El nacionalismo étnico tiene que habérselas con todas las corrientes ideológicas universales, del pasado y del presente –las religiosas y las políticas o económico-políticas. Cristianismo, islamismo, democracia, comunismo…
La democracia y el comunismo fueron fuerzas aliadas contra el nacionalismo étnico en Europa durante la IIGM. Son universalismos, globalismos… imperialismos rivales. Ambos se oponen entre sí porque concurren, compiten por lo mismo –por el dominio total. Pero ambos se aliaron contra el nacionalismo étnico. Esto debería hacernos pensar.  
El nacionalismo étnico se opone a todo universalismo. Los universalismos (religiosos o políticos) son enemigos mortales de los pueblos (son el ‘mal’ para los pueblos, insisto).
El ‘sistema’ actual goza de las simpatías de todos los universalismos (dejadas atrás las querellas entre comunistas y demócratas tras la caída de la URSS). Todos están embarcados en esta nueva empresa de dominio global. Han devenido fuerzas aliadas del ‘sistema’; ahora son los ‘aliados’. La oligarquía dominante (económica, política, militar…); los judíos, los cristianos, los comunistas… Salvo el islam (los países musulmanes, y los musulmanes en general), que es otro globalismo, otro imperialismo. Es lucha entre ‘imperialismos’.
El islam se resigna a tirar la toalla, a darse por vencido. Pienso que serán finalmente absorbidos por el ‘sistema’ actual (como otros universalismos), tarde o temprano advertirán que este globalismo no les perjudica. Piénsese que  el ‘sistema’ les permite difundirse por todo el planeta. Son ya millones los musulmanes asiáticos y africanos establecidos en nuestras tierras europeas en virtud de los fundamentos jurídicos y políticos del ‘sistema’. El ‘sistema’ les abre las puertas. Son ya uno de sus beneficiarios. Tal vez sean astutos y esperan que su número y su poder aumente de tal manera que llegado el momento puedan hacerse con nuestras naciones. La vocación totalitaria, imperial, universal (el califato universal), no ha desaparecido de las mentes de los musulmanes. Volver a ser poderosos, a tener el poder.
Los nacionalismos étnicos tenemos enemigos por doquier. Nos rodean. Todos los universalismos que han circulado y circulan por el planeta. Todos los codiciosos universalismos. Todos los regímenes de dominio, todos los ‘sistemas’ de poder transnacionales. La vocación transnacional, más allá… el mundo entero. Siempre hambrientos de pueblos y naciones; de cuerpos y de almas. Lo quieren todo. Transformarlo todo a su medida, a su imagen. Tierras y hombres. Para mejor esquilmar, para mejor explotar… Un mundo sin obstáculos, sin fronteras… Un mundo cristiano, musulmán, demócrata, comunista… El sueño de todos y de cada uno de estos universalismos. Un mundo homologado, único (ya musulmán, ya demócrata…). Estos universalismos son los verdaderos enemigos de la pluralidad, de la diversidad, de los pueblos. Son los únicos etnocidas, los únicos genocidas. Tienen a su cargo la destrucción de cientos, de miles de pueblos y culturas. Han atentado (y atentan) contra el árbol de los pueblos y culturas del mundo, contra el árbol de la vida.
Los diversos universalismos y los diversos fundamentos. Hablo de los fundamentos que legitiman el régimen de poder. Los fundamentos del poder sacerdotal, militar, económico-político… Los fundamentos religiosos (textos ‘sagrados’) o políticos (constituciones, leyes…) que legitiman el poder de sacerdotes, guerreros, monarcas, políticos, político-militares, capitalistas…
Se podría hacer una tabla cartesiana con estos tipos. Potentados, sacerdotes/políticos, guerreros/militares… Sistemas puros y sistemas mixtos. Nueve pares (seis mixtos). En los mixtos, quien va primero es el que tiene la preeminencia (el grupo dominante, el que lleva la iniciativa). Aquí no opera la propiedad conmutativa (‘AB’ no es igual a ‘BA’). Lo normal son las ‘triples alianzas’ de potentados económicos, sacerdotes/políticos, y monarcas-guerreros/militares. Oligarquías con tres cabezas –la económica, la ideológica (religiosa, política, jurídica), la militar.
El poder ideológico, el poder económico, el poder militar… Políticos/sacerdotes, potentados, guerreros… Las instituciones internacionales del ‘sistema’ –políticas, económicas, jurídicas, militares… (ONU, OTAN, FMI, CPI…). El ‘sistema’ dominante actual. Las armas, y las fuerzas con las que cuenta este ‘sistema’. Las fuerzas aliadas.
China es una oligarquía político-económico-militar. Se diferencia de nuestro ‘sistema’ en que no es democrática. China es un capitalismo de Estado (como lo fue la antigua URSS). Nuestro ‘sistema’ es un ‘super-Estado’ (imperio) capitalista y democrático (demoliberal); es una alianza de fuerzas o de poderes relativamente independientes (económicos, políticos, militares…). Es, también, una oligarquía.
El ‘sistema’ de poder (religioso o político, democrático o comunista) es siempre oligárquico. Son siempre unos pocos los creadores y los beneficiarios directos del ‘sistema’. Las castas, las élites dominantes. Los sacerdotes, los guerreros, los ‘ricos’… Éste es el panorama desde hace milenios –todo el neolítico histórico, los últimos seis mil años, hasta nuestros días.
Las antiguas monarquías son también oligarquías, sistemas de poder. Porque el monarca, por muy absoluto que fuese, requiere del ejército, de la administración de su reino, del ‘capital’ del reino… Soldados, escribas (sacerdotes, funcionarios, juristas, legistas…), ricos comerciantes o propietarios de minas… acaban conformando los usufructuarios o beneficiarios directos del sistema ‘monárquico’. E igual sucede en el caso de ser los sacerdotes el grupo dominante (la clero-cracia o teocracia), o el poder puramente económico… Se necesitan mutuamente (los poderes económicos, los ideológicos, los militares-policiales…) –los  astutos y los violentos.
Los nacionalistas étnicos o identitarios, los nuevos ‘patricios’ (los que contamos con ancestros, con ‘padres’), los arraigados, estamos lejos de todas las ideologías universales del neolítico, tan antropocéntricas; de sus fundamentaciones divinas o humanas. Los soles que orientan a los universalistas ha tiempo que perdieron su luz. Les mueven consignas del neolítico, antropocéntricas, pre-genocéntricas, arcaicas. Los identitarios estamos fuera del neolítico. Estamos con el nuevo período biocéntrico, genocéntrico. Nosotros somos la vida. Los diferentes subtipos del cariotipo humano, y sus lenguas y culturas, han de ser conservados. Esto es lo sagrado ahora. Debemos no sólo conservar y preservar este árbol de ramas copiosas que somos (el árbol de los pueblos y culturas), sino incrementarlo, enriquecerlo.
Hoy día coexisten en nuestro ‘sistema’ sacerdotes y políticos. Estos se reparten la masa social. De ahí sacan sus réditos, sus ‘donaciones’, sus ‘votos’... Políticos y sacerdotes son los explotadores de las miserias y penalidades de la masa social, de su vida incierta (en la tierra y en el cielo). La clase política y la clase sacerdotal son sus cuadros dirigentes. Los partidos políticos y las ‘ecclesias’ son estructuras jerárquicas, sistemas de poder (sobre creyentes, sobre donantes, sobre militantes, sobre votantes…). Son un timo.
 Últimamente vemos a los partidos de izquierda prometerle poder a sus seguidores, una cota de poder. Véase toda la parafernalia izquierdista al respecto (asambleas, círculos…); el montaje. No censuran el sistema de poder imperante, sino que pretenden hacer partícipes a todos de ese poder. Todos ‘podemos’ tener poder. No sólo los poderosos, los políticos profesionales o los diputados y senadores. Ofrecen poder a los sin-poder a cambio de votos (y ‘donaciones’). La golosina del poder. La ilusión del poder. Hacerles creer que tienen poder; poder de decisión. Como en la antigua URSS –hacerle creer al pueblo que gobernaba. Malditos embaucadores.
La masa social nunca tendrá poder, siempre estará en manos de las castas dominantes. La masa social son los ‘sudras’ –los servidores, los siervos, los esclavos, los trabajadores… los consumidores… los votantes… la masa salarial disponible (los ciudadanos plenos de  ‘derechos’ y ‘libertades’).
Los diversos ‘sistemas’ universales (los religiosos y los políticos) han convertido a los pueblos dominados en masas sociales explotadas –en  mano de obra, en soldados, en funcionarios... Absolutamente excluidos del poder. Comenzando por los antiguos imperios (acadios, egipcios, asirios, persas…), el periodo alejandrino, el romano, el cristiano, el musulmán…
La discusión política, económica, social y demás que se plantea desde el ‘sistema’ actual de poder (el demoliberal) deja al lado la cuestión de los pueblos. Desde el ‘sistema’ no hay sino problemas económicos, salariales, de trabajo, de la acumulación de riquezas de unos y de la pobreza en otros… En toda esta discusión entre los intereses de ‘clase’ (patronal y sindicatos…) los pueblos son los grandes olvidados. No cuentan para nada. Las poblaciones han sido convertidas en ‘masas salariales’. No hay reivindicaciones étnicas o culturales, sino laborales o salariales. Trabajo y salario parece ser lo único que mueve a las masas desnacionalizadas y proletarizadas que pululan por nuestras ciudades. Masas cuya heterogeneidad étnica y cultural aumenta cada día. Masas fragmentadas, atomizadas –únicamente  su condición de mano de obra, de fuerza de trabajo, les une–  que se reparten los diferentes partidos políticos y sindicatos.
Las primeras aniquilaciones de pueblos y culturas fueron las llevadas a cabo por los antiguos imperios más arriba citados, y otros. Los primeros imperialismos, los primeros globalismos. Y los primeros etnocidios.
Una cadena de globalismos, de universalismos, de imperialismos, de ‘imperios’… ha sido nuestra historia, la historia de los pueblos. Los pueblos hemos sido siempre víctimas de los sucesivos ‘sistemas’, de los sucesivos ‘imperios’, desde su aparición. Los europeos hemos sido romanos, cristianos, musulmanes (en algunas zonas)… y en nuestros días demócratas o comunistas. En ningún caso se contó con los pueblos. Sucesivamente se les hizo romanos, cristianos, demócratas o comunistas.
El primer pueblo que alzó la voz en Europa fue el alemán. El primero que se rebeló contra el ‘sistema’ nuevo. Y fue militarmente derrotado, como se sabe, por demócratas y comunistas. El nacionalismo étnico germano era un quebradero de cabeza para unos y para otros, ponía en peligro a ambos. Y ambos se aliaron para derrotarlo. Las fuerzas democráticas y las comunistas eran ‘sistemas’ globales enfrentados, pero tenían un enemigo común. La Alemania nazi tenía que ser derrotada. Eso fue todo.
Hoy, que los Estados comunistas han desaparecido de Europa, la ideología comunista sigue circulando en los diversos partidos de ‘izquierda’ (filo-marxistas o filo-comunistas) que concurren a las elecciones democráticas. Las organizaciones políticas o sindicales de ‘izquierda’ (sus cuadros dirigentes) son beneficiarias también del ‘sistema’.
Ahora son los políticos –las distintas ficciones políticas (las ‘izquierdas’ y las ‘derechas’) que conforman la clase política–  los que dictan la ‘ley’, los que crean la fundamentación jurídico-política de los Estados democráticos contemporáneos. El poder en estos Estados lo tiene la clase política: El poder administrativo, el legislativo… Nuestras constituciones, nuestro derecho constitucional… La clase que establece  los fundamentos jurídico-políticos del Estado se reserva el gobierno del mismo (porque así lo dice ‘la constitución’). Los modernos textos constitucionales funcionan igual que los textos sacerdotales cuando estos promocionan al sacerdote como cabeza del grupo (porque así lo dice ‘el dios’). La clase política comparte el poder con el poder económico, al igual que los sacerdotes compartían el poder con los monarcas guerreros.
Estamos ante el sistema de poder dominante en los últimos seis mil años. No encontramos sino variaciones.
Todos los ‘sistemas’ universales  rebasan, van más allá de sus límites de origen (territoriales), ejercen el dominio sobre pueblos diversos, otros –sean los diferentes imperios multiétnicos y multiculturales del pasado,  los liderados por un pueblo en particular (el egipcio, el asirio, el persa, el griego, el romano…);  sean los imperios unificados por una sola ‘fe’ (el cristianismo, el islam, la democracia universal, el internacionalismo proletario) y cuyo universalismo hace perder de vista sus orígenes étnicos (judío, árabe, judeo-cristiano, ‘occidental’…). En estos universalismos agresivos hay también un componente étnico. Por lo general es un pueblo el que prevalece sobre otros (culturalmente, militarmente, económicamente) imponiéndoles su discurso, su ‘ley’. Se trata, en cualquier caso, de un imperialismo protagonizado por determinados pueblos (por sus oligarquías, por sus clases dominantes).
Las clases dominantes, las clases privilegiadas, las clases beneficiadas…, en unos casos o en otros, vienen a ser las mismas. Mutaciones, transformaciones… alianzas, mezclas, híbridos… Los rostros del ‘sistema’. Siempre la oligarquía dominante (sacerdotal, económica, militar (monarcas o aristocracias guerreras), política…). El poder y el gobierno, desde antiguo, en manos de los astutos y los violentos.
Los ‘sistemas’ universales de poder ‘políticos’ recuerdan a los imperios multiétnicos y multiculturales del pasado (persa, griego, romano…). Son imperios que aglutinan a pueblos que no tienen nada en común (ni étnica, ni lingüístico-culturalmente). No son duraderos. Pese a lo que pudiera parecer. Los imperios unificados en una determinada creencia o fe, aunque multiétnicos, son más duraderos. La ‘democracia universal’ o la ‘dictadura del proletariado’ de los políticos no alcanzan el status sagrado, divino,  trascendente, que logran las consignas o slogans sacerdotales.  
Las ideologías, las consignas políticas, o religiosas, usadas para arengar a las masas, para airarlas... para lanzarlas contra el otro; contra el enemigo de turno. La formación de individuos capaces de matar y morir por Cristo, por Mahoma, por la democracia, por el comunismo… Los estrategas; la oligarquía dominante y sus medios de manipulación de masas. La ingeniería social del ‘sistema’. El arte de gobernar sobre masas heterogéneas.
Los pueblos nos encontramos inmersos en una contienda milenaria entre imperios universales (entre ‘voluntades de poder’). Padeciendo, siendo víctimas de unos y de otros –de los ‘grandes’, de los gigantes, de los ‘polifemos’.
Los múltiples enemigos del nacionalismo étnico.  Los pueblos no pueden seguir siendo. Están sentenciados. Se diría que pertenecen al pasado.
Los pueblos (sus miembros) hemos sido sucesivamente desarraigados (ya una ‘ley’, ya otra), estamos cada vez más lejos de nuestras ancestrales señas de identidad (étnicas, culturales, territoriales). Las poblaciones hemos sido fragmentadas, segmentadas, atomizadas, individualizadas… Hemos devenido finalmente ‘ciudadanos’,  ‘entes sociales’, masa social –en el ‘sistema’ actual.  
El ‘sistema’ de dominio actual, el imperio nuevo. Hacia dónde vamos. Se culminará la ansiada, la proyectada ‘proletarización’ de las masas. Devendremos, unos con otros (autóctonos y alóctonos), masas salariales desnacionalizadas, apátridas. Un futuro horrible, un futuro de pesadilla.
Se acabarán los buenos tiempos del ‘sistema’. Vendrán hambrunas, miserias, guerras, discordias… en nuestras tierras europeas. Se luchará por las materias primas, por el agua… Gente extraña, venida de fuera, se disputarán nuestras tierras. Mañana dejarán de ser nuestras. Lo perderemos todo. La Europa europea, la Europa nuestra, desaparecerá. ¿Qué será de nuestros descendientes?
Los pueblos hemos pasado de las manos de unos a las manos de otros. Se ‘sistema’ en ‘sistema’. De ‘amo’ en ‘amo’. Desde hace milenios. En esta permanente guerra contra los pueblos muchos han desaparecido. Ahora mismo desaparecen pueblos en Asia, en África, en las Américas… en todos los continentes. Individuos sin pasado y sin futuro, los desarraigados de todos los rincones del planeta, vagan por nuestros campos y nuestras ciudades sin rumbo, desorientados, perdidos… lejos de su hogar ancestral. Es una catástrofe biocultural sin precedentes. Va a más cada día.
Nada detiene a este ‘sistema’ nuevo en su afán de posesión, en su codicia de oro y de poder. Los creadores, los fundadores, los usufructuarios, los beneficiarios, los privilegiados… Las fuerzas aliadas; los ‘aliados’. La oligarquía dominante. La destructora, la expoliadora…
Luchar contra el ‘sistema’ es luchar contra la oligarquía dominante, contra sus beneficiarios… Contra el poder político y contra el poder económico; contra los señores indiscutibles del ‘sistema’ nuevo (los demás poderes les están subordinados).
Estos tiempos que vivimos son decisivos para los pueblos que quieran seguir siendo, para los pueblos con vocación de futuro (con voluntad de poder, con voluntad de futuro). La unión de los pueblos contra el ‘sistema’ es lo que tiene que venir.
La finalidad es conseguir un ‘sistema’ étnico global. Una comunidad de naciones o Estados étnicos ancestrales (los que hayan sobrevivido). Étnicamente diferenciados. Independientes. Soberanos. Autónomos.
Nosotros proporcionamos una salida del ‘sistema’ (al laberinto de los ‘sistemas’ universales del neolítico). Hay una salida. Y no es precisamente una ‘nueva Sión’ multiétnica y multicultural (más de lo mismo). Quédese la ‘nueva Sión’  para los judíos, sus creadores. Un futuro otro queremos los nacionalistas étnicos; una salida otra. Lejos de la locura antropocéntrica, lejos del neolítico.
Nosotros, los ecologistas étnicos; los conservacionistas étnicos.
Queremos recuperar a los pueblos. Un renacimiento para todos los pueblos ancestrales. Que el árbol de los pueblos y culturas del planeta vuelva a florecer. Éste árbol forma parte del árbol de la vida. Es obra de la vida. Es nuestro deber, como vida, el conservarlo, preservarlo, y enriquecerlo. Para los futuros.
Quizás algún día sea considerado un crimen contra la vida el pretender convertir a un miembro de una comunidad etno-cultural (biosimbólica) en cristiano, musulmán, budista, demócrata, o comunista; en creyente de cualquier ‘fe’ trans-étnica, universal (religiosa o política). Pretender alterarlo, hacerlo otro; alejarlo, separarlo de los suyos; apropiárselo… sumarlo a la causa propia (privando así a su pueblo de uno de los suyos). Siguiendo los ideales de una fe universal el converso desatiende lo que concierne a su propio pueblo (su propia gente, su propia cultura, su propio futuro). La difusión de ideologías universales acaba siempre dividiendo y enfrentado a la población. Son un cáncer, una patología social. Podría ser calificado como un acto de conspiración o sedición (con el ánimo de destruir las bases ancestrales de convivencia de un pueblo)… como un ‘casus belli’. Se trata, en cualquier caso, de una agresión, de un acto de agresión contra el pueblo anfitrión; contra su unidad cultural, contra su homogeneidad espiritual; contra su pureza y su integridad. Contra sus señas de identidad –contra su ser ancestral. Es un crimen, en verdad.
Para que ese virtual día se convierta en actual los pueblos no tenemos otra salida que retomar, recuperar, rehabilitar, restablecer el nacionalismo étnico en nuestras comunidades. ¿Cómo lo hacemos?
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Hasta la próxima,
Manu