Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

jueves, 24 de mayo de 2012

80) El sublime legado indoeuropeo

El sublime legado indoeuropeo. A propósito de algunos artículos publicados recientemente en el recomendable blog de K. Elst (http://koenraadelst.blogspot.com/).

Manu Rodríguez. Desde Europa (04-20/05/12).


                                                         *


*La India no musulmana y los parsis son los únicos reductos en los que se conservan vivas tradiciones ancestrales indoeuropeas. El resto de los pueblos indoeuropeos hemos perdido nuestras culturas; hemos sido islamizados o cristianizados. El ámbito persa en su totalidad (salvo los citados parsis), armenios, partes de la India, y el conjunto de los pueblos europeos (indoeuropeos o no) han sucumbido. En estas zonas los dioses propios, los Padres propios, y el legado cultural propio están semi-destruidos, u obliterados.
No circula entre nosotros la comunidad de origen, la solidaridad entre los pueblos  hermanos. Ninguna ‘koiné’ indoeuropea. Nos ignoramos a nosotros mismos. Carecemos de conciencia cultural común. Esta conciencia haría de nosotros un frente único contra los adversarios de nuestro ser; contra aquellos que pretenden destruir nuestro ser ancestral y autóctono; contra nuestro mal.
El islam y el cristianismo en la India, en Pakistán, en el mundo persa, en toda Europa, dividen y enfrentan a nuestros  pueblos desde hace milenios. Hace ya mucho tiempo que vivimos culturalmente alienados, instrumentalizados, divididos, y enfrentados. Como peones.
Ingleses, franceses, rusos, afganos, kurdos, paquistaníes, armenios, tayikos, españoles, suecos… Todo parece indicar que somos pueblos de débil voluntad, fáciles de conquistar y manipular. Que tenemos en poco a nuestros dioses, a nuestros Manes; a nuestro genio, a nuestro ser; a nuestra historia milenaria.  Nuestro comportamiento ante las oleadas cristianas y musulmanas del pasado nos lo muestra; la cristianización o la islamización, a la fuerza  o de grado, de nuestros pueblos. Estas experiencias fueron la piedra de toque, la prueba de fuego. En aquellos momentos se media y se pesaba nuestro ser. Y no dimos la talla, no estuvimos a la altura. No fuimos dignos.
Debimos seguir siendo fieles a nuestros antepasados, fueran cuales fuesen las circunstancias, y fueran cuales fuesen las consecuencias que nos acarrease tal fidelidad.  Pero abandonamos, en cambio, nuestro ser, como todos sabemos. De ahí nuestros males y debilidades.
La mayor parte de los pueblos indoeuropeos fuimos desarraigados cuando las cristianizaciones y las posteriores islamizaciones, y aún seguimos desarraigados. Una ver cortado el nexo con los antepasados flotan a la deriva, sin norte, sin criterio, sin esperanza; nuestros hombres y mujeres, nuestros pueblos, nuestras sociedades.
Hay pueblos sanos y envidiables. Pueblos que no pierden ni abandonan así como así el legado ancestral, el nexo con los antepasados; que no pierden ni abandonan el ser propio; que se perpetúan en el tiempo. Pueblos con voluntad de futuro.
No es, lamentablemente, nuestro caso. Para recuperar la salud, la fuerza, el orgullo, el honor, la dirección y el camino, se ha de recuperar, en primer lugar, el nexo con los antepasados. Se ha de restablecer la conexión con nuestro pasado, con el propio, no con el ajeno; con nuestros mundos pre-cristianos o pre-islámicos: griegos, romanos, indios, persas, germanos, eslavos, bálticos…  El sublime legado indoeuropeo.
En lo que concierne a los momentos actuales y la relación de nuestros pueblos con la ofensiva islámica (demográfica e ideológica) de última hora, con la tercera ola como dicen, hemos de lograr la unidad. En Europa y en la India mantenemos la misma lucha por sobrevivir. Nos jugamos el ser ancestral y autóctono.
Todos los herederos de culturas indoeuropeas estamos (o deberíamos estar) comprometidos en esta lucha por la defensa y la recuperación de nuestras tradiciones. Para que éstas vuelvan a ocupar en nuestra memoria el lugar que les corresponde, el más alto lugar.
*Es preocupante el problema del proselitismo cristiano y musulmán en tierras de la India. Estos proselitismos agresivos buscan convertir, ganar miembros para su causa, esto es, privar a los pueblos de los suyos. Van contra la unidad simbólica del pueblo, de la comunidad, de la madre-patria, del Reino… Son sediciosos por naturaleza. Debilitan al anfitrión. Le restan número, fuerza, potencia. Terminan dividiendo y enfrentando a la comunidad. Son fatales aquí y allí; son sumamente destructivos; son letales. Semejantes proselitismos deberían estar prohibidos; semejantes dioses, semejantes principios. No deberían circular entre nosotros. Vengan de dentro o de fuera. Por la salud del Reino.
Este proselitismo no tiene otra intención (a corto, medio, o largo plazo) que la de suplantar o sustituir a la cultura anfitriona, la de usurpar su lugar. Es un acto de guerra, es un sabotaje, es una ofensiva. Se trata, en toda época y en todo lugar, de la destrucción del otro.
Los pueblos no cristianizados o no islamizados son pueblos a cristianizar o islamizar. Así, desertizando, agostando pueblos y culturas, prosperan estas ideologías. Sus éxitos son bien patentes: cristianos y musulmanes dominan ‘espiritualmente’ la casi totalidad del planeta; lo dividen y enfrentan también.
Estas ideologías son culturas étnicas (como todas las demás) que se propagan mediante slogans universalistas (para todos los pueblos, para todos los hombres) que enmascaran  lo particular y propio  –lo árabe, lo judío (lo judeocristiano),  lo indio (pienso en el budismo en el Tíbet y en otros países asiáticos). Culturas étnicas que crecen y engordan a expensas de las demás –devorándolas.
Llamo la atención sobre la reciente campaña de distribución del Corán en Alemania. Aunque el islam lleva décadas haciendo impunemente proselitismo por toda Europa. Bajo el amparo de nuestra libertad (que fue duramente conquistada) se difunde una ideología totalitaria contraria y opuesta a todas nuestras tradiciones culturales (jurídicas, políticas, estéticas, culinarias…). Pocos, por desgracia, parecen advertir el peligro. Conseguirán adeptos que pasarán a formar parte de la sombría ‘umma’. Los conversos son o ‘conciencias robadas’ (cautivas, cautivadas; almas débiles, manipulables), o abiertos traidores. En su momento lucharán contra sus hermanos europeos, contra su sangre, contra su genio; contra ellos mismos. Comienza el proceso de división y enfrentamiento de la población autóctona. El futuro es la discordia civil, y la desaparición de la Europa europea. Abundan los ejemplos en la historia mundial: los pueblos escindidos, deshechos, destruidos; las culturas erradicadas. Sin olvidarnos del pasado, obsérvense los casos contemporáneos (Sudán, Somalia, Etiopia, Nigeria, Kenia, Mali… Líbano, India, Indonesia, Malasia, Filipinas… algunas de las antiguas repúblicas soviéticas). ¿Qué nos hace pensar que el islam (la tenebrosa ‘umma’) se comportará de manera diferente aquí, en nuestra Europa? Seremos igualmente desgarrados.
Añado que la clase política y la población europea ya están divididas con relación a la masiva presencia de musulmanes extranjeros en nuestros países. Ese objetivo estratégico ya está cumplido. Los musulmanes cuentan con partidarios de su presencia entre la población autóctona: la izquierda política (mendigando los votos), las sectas cristianas (apaciguando a la fiera y previendo una futura Europa islamizada), los intelectuales y ciudadanos ‘progresistas’ (por confusión, ignorancia, cobardía, connivencia, o hipocresía), los ‘conversos’… Hoy por hoy, ir contra esta masiva e inquietante presencia está mal visto. Los que se oponen son tildados de fascistas, xenófobos y demás. Hay que tener valor y coraje moral para manifestar en público nuestros temores y preocupaciones. No es sólo el ostracismo al que nos vemos abocados por nuestros propios conciudadanos, la ‘umma’ amenaza y dispara contra aquellos que se le oponen con mayor contundencia y éxito. Entretanto, esta peligrosa comunidad sigue creciendo y fortaleciéndose en nuestras tierras. El futuro es sombrío, muy sombrío. Me temo lo peor, la pérdida de Europa. Perderemos, nosotros los europeos, nuestras tierras y nuestras culturas.
*Estos apóstoles de dioses únicos nos insultan con su prédica y sus sofismas cuando discuten desvergonzadamente nuestras tradiciones; nos ofenden cuando niegan o censuran nuestros dioses o nuestros principios sin el menor respeto. Estos necios, estos conversos, estos infieles. Es una ofensiva contra nuestras tradiciones culturales todas; una ofensiva en toda regla contra nuestras señas de identidad. Estos ignorantes que amenazan con borrar de un manotazo siglos, milenios de cultura. Pero, ¿qué juego es éste? El más siniestro, el más tenebroso de todos; el juego del único dios.
Ya está bien de excusar y difuminar nuestro politeísmo, de avergonzarnos de él. Además, no se trata de politeísmo. Ni de religión, exclusivamente. Se trata de cultura, y éste término lo abarca todo, esto es, todo el ámbito lingüístico-cultural de un pueblo, todo su mundo simbólico; todo su cielo, vale decir. La cultura de un pueblo es su religión, pues es la cultura la que religa a un pueblo y le hace uno. Si perdemos este cielo perdemos nuestra alma, perdemos nuestro ser simbólico milenario, ancestral. Tengamos en cuenta que nuestra edad es la edad de nuestra cultura, somos tan viejos     y tan sabios como ella. No nacimos ayer, con el islam; ni antes de ayer, con el cristianismo.
Por lo demás, es un deber el que tenemos con nuestros Padres, con nuestros Manes; el deber de perpetuar su memoria y preservar su legado. Y en el cumplimiento de este deber consiste la fidelidad.
“Deserere Patriam” y “Sacrae Patria desererem” (abandonar a los Padres, desertar de los Padres) eran expresiones usadas por los romanos para referirse a aquellos que abandonaban las ancestrales tradiciones heredadas y adoptaban una extranjera  (se cristianizaban, por ejemplo) –pues en esto consiste la infidelidad; y no hay otros infieles que aquellos que tal cosa hacen. El abandono de su familia, de su gente, de su pueblo, de su sangre, de sus antepasados… Ese abandono, esa deserción, esa traición. Ese acto vergonzoso, indigno,  reprobable.
Dicho sea de paso, términos como pagano, idólatra, infiel y similares, usados exclusivamente por judíos, cristianos, y musulmanes para referirse al resto de las culturas, tienen la función de anular o borrar las diferencias entre las peculiares y diversas culturas del planeta, de negar la entidad misma de tales culturas. Son conceptos negativos y destructivos. A un cristiano o un musulmán no le interesa la cultura otra; para estos el mundo está dividido en cristianos y paganos, o en musulmanes e infieles. No hay, pues, armenios, persas, griegos, romanos, germanos, egipcios, chinos, indios y demás, sino paganos o infieles. Estos términos no son ni descriptivos, ni ilustrativos, ni informativos, por supuesto; no dicen absolutamente nada acerca de las culturas así denominadas –cuando se aplican por igual a egipcios y a griegos (lo único que dicen es que tales culturas no son (o no fueron) ni judías, ni cristianas, ni musulmanas).
De ningún modo son términos adecuados para que una cultura se refiera a sí  misma. Los términos adecuados son cultura griega, egipcia, china, india, o japonesa.  Decir que un pueblo ha dejado de ser pagano (para hacerse cristiano o musulmán) es decir que un pueblo y una cultura han dejado de ser, que han dejado de existir (lo que, en efecto, les sucedió a muchos).
Aplicar el término ‘pagano’ a los egipcios, a los fenicios, a los griegos, a los caldeos… a los numerosos pueblos milenarios del entorno era una manera de destruirlos; de destruir su diferencia, su particularidad; de hacerlos indistinguibles. Primero había que renombrar al oponente; desdibujarlo, desrealizarlo, deshumanizarlo. El resultado es una masa confusa, amorfa, sin identidad, que es lo que se pretendía. Contra esta masa ‘pagana’, y ni siquiera humana, se hacía la guerra. Entonces como ahora.
Completamente desafortunado es el uso de términos como ‘neopagano’ o ‘neopaganismo’, que algunos  grupos adoptan para sí. En estos grupos se habla incluso de ‘matrimonio pagano’ y cosas semejantes. Como si el paganismo hubiese sido alguna vez una religión, o una cultura, o un conjunto de prácticas. El término ‘pagano’ es latino y quiere decir ‘campesino’, y sus cultos son los únicos que podemos llamar con justicia paganos, esto es, cultos campesinos. Estas tradiciones no representaban sino una parte del mundo religioso-cultural romano; componían una región, un sub-espacio en la compleja cultura romana.
A estos ‘neopaganos’ les digo que quizás sean más apropiados términos como neo-griego, neo-celta, neo-germano, neo-romano  y demás (neo-egipcio, neo-persa…). Tal vez, en el futuro, neo-europeos, o neo-indoeuropeos.
Cristianos y musulmanes denominan, sin el menor pudor, a los períodos pre-cristianos y pre-islámicos de los pueblos a cristianizar o islamizar como ‘era del pecado’ y ‘era de la ignorancia’ respectivamente.
La crítica del politeísmo no es más que una excusa. En cada medio se usa una retorica diferenciada. Allí es el politeísmo, aquí es el ateísmo o el laicismo. Es una guerra abierta (fría y caliente) contra el resto de las tradiciones culturales.
Los pueblos cristianizados o islamizados hemos sido privados de nuestra historia, privados de la evolución natural de nuestras tradiciones. Nuestro devenir propio ha sido usurpado. Hemos tenido una historia impostada, una historia cristiana o musulmana. Estas ideologías han dirigido nuestra creación literaria, arquitectónica, científica, filosófica, o musical. Durante siglos los temas o personajes bíblicos o coránicos han llenado nuestra literatura, nuestra arquitectura (templos dedicados a divinidades extranjeras), nuestra música… Nuestra Edad Media europea, por ejemplo; no encontrarás en los vitrales o muros de templos, catedrales, o mezquitas a nuestros personajes históricos o legendarios, o  nuestros pensadores; o los hitos de nuestra propia historia. No son, pues, lugares de culto para los europeos milenarios, sino para los cristianos o los musulmanes.
Durante cientos de años nuestro genio se vio obligado a expresarse en términos ajenos a su ser. Hay que pensar en la literatura, en la música o en la arquitectura que hubiéramos tenido si no hubiéramos sido dominados por una ideología/cultura extranjera; si hubiéramos seguido siendo persas, griegos, germanos, eslavos…
También las distinciones conceptuales entre sagrado y profano, o religioso y civil fueron introducidas o reelaboradas por los sacerdotes de divinidades extranjeras. Lo profano y civil era lo propio, restos de la antigua cultura que no pudieron ser destruidos, o que la ideología extranjera no aportaba. Lo sagrado o religioso se reservaba para la ideología/cultura  extranjera (judeo-cristiana o musulmana).
En la hora actual, y con relación a Europa, cristianos y musulmanes compiten de nuevo por nuestras almas, por nuestras conciencias, pero también por nuestras tierras. Cada cual con su estrategia. Ambos quieren el poder, y el poder absoluto. El dominio de cuerpos y almas, de mentes y voluntades. ¿Quién lo conseguirá? El final es una Europa cristiana o una Europa musulmana (o ambas cosas, se la repartirán). La Europa europea es ignorada o desconsiderada por unos y por otros: la Europa pre-cristiana y pre-islámica, y la de los últimos doscientos años, tras la caída del Antiguo Régimen y las revoluciones políticas y jurídicas americana y francesa; la Europa emancipada, la Europa renacida. No contamos para nada –ni nosotros, ni nuestra historia, ni nuestras culturas. Somos, para unos y para otros, presas; espacio que someter, que dominar –en la tierra y en el cielo; el medio geográfico y humano a conquistar.
*Con respecto al lenguaje de nuestros mitos, leyendas, héroes, dioses, monstruos y demás podemos decir que componen el territorio más hermético de nuestro ser. Pero se  trata de un lenguaje, simplemente, de un juego de lenguaje. Es un lenguaje figurado, un modo de representación; una manera de decir el mundo y todo cuanto nos rodea, incluyendo a los grupos humanos y a las relaciones que estos mantienen entre sí. También el hombre interior. Son las vicisitudes de uno, y de todos. Es un discurso íntimo, y social.
Los dioses, personajes, conceptos y demás son términos de la lengua, de un determinado juego de lenguaje, y tienen su uso, entran en expresiones, en textos. (“Este juego se juega”).
Estas regiones de nuestros mundos simbólicos son una transfiguración, una sublimación de lo real; de lo real cotidiano. Nos habla de los momentos felices de una cultura y de un pueblo (de sus edades de oro); de su decadencia y de su renacimiento; de aquello que lo salva y de aquello que lo pone en peligro… Nos habla también de nuestro futuro, si se sabe penetrarlo  y descifrarlo, pues esos relatos son matemas, enseñanzas, saberes.
El secreto de estos teologemas, mitemas y demás está en su uso. Hay que usarlos. Son relaciones, estructuras; son alegorías. Son como los dichos o refranes (o las ‘nyaya’), que se usan cuando vienen a cuento, cuando vienen al caso. Es cuestión de encontrar otra relación (logos) con la que poder establecer una analogía, esto es, una relación entre relaciones –una semejanza entre relaciones, entre logos. La analogía se expresa así:
A:B::A’:B’
Y se lee así: “A es a B, lo que A’ es a B’”. La relación que A mantiene con B es la misma que la que A’ mantiene  con B’. Hay una analogía o semejanza entre ambas relaciones.
Pondré un ejemplo: “Eco es a Narciso lo que un cristiano es a Cristo, un budista a Buda, o…” Eco carece de discurso, repite las palabras de otro. Narciso no ama sino su imagen. Tendrías que ser él para recibir su amor, pues él no se ama más que a sí mismo. Tenemos que negarnos a nosotros mismos, nos dicen, para que Jesús o Buda puedan ser/nacer en nosotros. Morimos nosotros y vive él (Jesús, Buda, o Mahoma). Se  trata, pues, de vivir la vida de otro. ¿No son acaso los mejores cristianos, budistas, o mahometanos, aquellos que más se asemejan a Jesús, Buda o Mahoma; aquellos que mejor y más fielmente viven la vida que vivió el prototipo; aquellos que mejor lo re-producen?
(Ya los cristianos encontraron una relación entre el Narciso mítico y el personaje Jesús: F. de Aldana (s. XVI) llama a Jesús en un poema ‘Narciso sobre-sustancial’, y Sor Juana Inés de la Cruz (s. XVII) le dedicó el auto sacramental ‘El divino Narciso’.)
 “El legado ancestral son palabras vacías”, nos dicen con unas u otras palabras estos ‘salvadores’ (¿no decía Buda que no creyésemos en las palabras de nuestros padres, o en los textos revelados?). ¿Por qué ese interés en desacreditar, en desautorizar el legado del otro, en destruir su ser simbólico ancestral, en desarraigarlo? Forma parte de la estrategia de dominio, primero hay que reducirlo a cero –vaciar el nido para poder depositar el huevo propio. Son unos cucos estos narcisos.
Es la estrategia habitual de estas ideologías. Obsérvense a los musulmanes en la Europa contemporánea tratando de minar la confianza de los europeos en sus propias tradiciones culturales (políticas, jurídicas y demás), al tiempo que nos ofertan descaradamente las suyas. O la literatura apologética cristiana en el espacio cultural greco-romano antes de conseguir allegarse al poder.
Se predica la renuncia a uno mismo; se procura el suicidio simbólico del otro     –su rendición, su entrega, su sumisión. Nosotros ya conocemos esta liberación o salvación que nos tratan de vender, ya sabemos de su oferta, de su ganga espiritual; de su mortífera ganga, hay que decir, pues no sólo morimos (espiritualmente) nosotros para darle vida al prototipo (Jesús, Mahoma…), muere también nuestro mundo, nuestra cultura ancestral, y prevalece y perdura la cultura otra (la judeo-cristiana, la árabe…). Su triunfo es nuestra derrota; su vida es nuestra muerte; su día es nuestra noche; su esplendor es nuestra miseria. Su milenio es nuestro invierno supremo.
Estamos ante aberraciones psicosociales, ante individuos y tradiciones ‘espirituales’ que perduran y prosperan mediante procedimientos   que en circunstancias normales nos harían estremecer de horror (alienación cultural y extrañamiento espiritual de los pueblos sometidos; destrucción de las almas propias (la propia individualidad) y clonación psicosocial de los prototipos). Pero no son circunstancias normales (las regidas por el ‘Rt’, por la verdad) las que vivimos.
Hay que decir que las tradiciones cristiana y musulmana practican desde sus comienzos un pan-judaísmo (o pan-judeocristianismo) y un pan-arabismo expansivos y agresivos y que son responsables de la pérdida de numerosas culturas étnicas. Cristianos y musulmanes han logrado imponerse en buena parte del mundo (sobre las ruinas de las culturas destruidas). No somos pocos los pueblos culturalmente desposeídos que vivimos bajo el dominio simbólico judeo-cristiano-musulmán y padecemos sus respectivos discursos egocéntricos, sus demenciales y fratricidas querellas, y sus despiadadas e insaciables ambiciones de dominio.
El camino hacia el poder de cristianos y musulmanes está lleno de cadáveres culturales: Egipto, Persia, Grecia, Roma, parte de la India…, las culturas germanas, celtas, finesas… Multitud de pueblos, lenguas y culturas han desaparecido por su causa. Fue un etnocidio, un  genocidio cultural a escala planetaria. Un etnocidio planificado; deliberado y voluntario. Y aún hoy sigue siendo la principal estrategia de dominio de estas ideologías universalistas.
El árbol de los pueblos y culturas del mundo forma parte del árbol de la vida; es la verdad, es la realidad, es el ser múltiple nuestro; es nuestra historia, dice de nosotros (los humanos). Es intocable, es tótem, es tabú. Tendríamos que considerarlo sagrado.
*El lenguaje de los muchos o varios dioses tiene un sentido primordialmente social de reconocimiento y aceptación de modos de ser diversos y bien caracterizados. Aquellos que se repiten en el tiempo, que no desaparecen, que no cesan; las constantes en nuestro devenir social. En lo que sigue haré no tanto una interpretación como un uso de mitemas y teologemas griegos principalmente, que son aquellos con los que estoy más familiarizado.
Sabido es que Dumézil no pudo reducir la estructura olímpica y el mundo mítico griego (esa región de la superestructura simbólica) a su teoría de las tres funciones. Este pueblo/esta cultura se le resistió. Y así lo reconoce él mismo en algunos de sus escritos: “la mitología griega escapa a las categorías indoeuropeas” –en “dioses de los germanos”, p. 59 (edición española). Sin entrar en discusiones, yo diría que el espacio olímpico es un mundo indoeuropeo evolucionado, y mejorado.
Hablemos del dios principal, del primer principio; del bienaventurado Zeus-Dyaus, el padre de los dioses y de los hombres. El mismo cielo. Hablemos de la madre, de la inconmensurable Hera, la de muchos nombres; de la tierra. Hablemos de los hijos.
No nace Zeus en aquella cueva cretense, sino que se revela; lo que nace es su conocimiento. Estamos ante una revelación espiritual y cultural. Zeus es ‘hijo’ de Crono y ‘nieto’ de Urano. Estos son los ‘dioses’ que le precedieron; las épocas, podríamos decir, los periodos que precedieron a su revelación.
Estos dioses únicos que nos ofertan estos infieles  no son tan nuevos para nosotros. No, no nos era desconocido aquel dios que predicaba Pablo. Estos dioses  de los judíos, los cristianos, y los musulmanes recuerdan a Urano y Crono. Urano es el dios-padre represor, opresor; impide el nacimiento de los hijos, no los deja ser. Impide el dinamismo, el surgimiento mismo de la vida; el fluir de aquella generación que la Madre Gea guardaba en su seno. Andando el tiempo Crono, uno de sus hijos reprimidos, con la ayuda de la Madre, le derriba y ocupa su lugar. Éste, una vez en el poder, se dedica a devorar a sus propios hijos. Es aún peor que el dios opresor, el que impedía ser; éste no impide el ser, pero lo suprime apenas recién nacido. Estos dioses únicos son todos opresores o supresores, o ambas cosas.
Zeus (la idea de Zeus) se opone a estos dos tipos de dioses, o de primeros principios. Zeus es  generador de vida, padre de dioses y de hombres. No es un  dios ni opresor, ni supresor.
Urano, el broncíneo Urano, un cielo opaco, hosco y duro;  y Gea, la tierra pétrea, impotente, detenida. Crono, el que siembra y el que siega, un cielo que lo genera todo, pero que también lo devora todo; y Rea, la tierra blanda, receptiva, fértil; fluyente, multiforme, viva. El mundo inmóvil y sombrío de Urano-Gea (una acople infecundo; un mundo oscuro, silencioso, frío); el mundo sin sentido de Crono y Rea (un devenir insípido, sin memoria).
Recuérdese el teologema del ‘nacimiento’ de Zeus. La Madre Rea lo rescató del olvido; lo reservó, lo apartó del implacable devorador de todas las cosas. Mantuvo vivo aquel fuego, aquella luz. Impidió su olvido; mantuvo su memoria, su recuerdo. La abuela Sarasvati, la fluyente Rea; la Señora de los fluidos.
Gea y Rea son madres privadas del fruto de su seno. En el tiempo de Gea es esta misma la que retiene en su seno los hijos que Urano impide nacer. En el tiempo de Rea es Crono el que retiene en su estomago los hijos que Rea da a luz pero que él inmediatamente devora. Cuando Zeus hubo crecido lo suficiente (su luz, su mensaje) trabó combate contra este ‘padre’ y le venció, posteriormente le obligo a beber una pócima que le hizo devolver a los otros ‘hijos’ engullidos: Hera (la proto-comunidad, la futura esposa), Hestia (el fuego colectivo, común), Deméter (el mundo agrícola, la madre tierra, la tierra productiva)…
Madre Gea, Madre Rea, Madre Hera. Fue en el período Crono-Rea que se reveló Zeus/Dyaus; que se dio a conocer. Y fueron hombres y mujeres de aquel período los primeros que tuvieron noticia de él. Fue el salvador. El cielo protector y benefactor.
Zeus es un tercer período para la memoria colectiva de aquellos pueblos. Un nuevo cielo. Con él se inicia otra cosa. Fue una aurora, una primavera. Fue el amanecer de una comunidad simbólica, de una ‘koiné’ (los certámenes pan-helénicos, por ejemplo). Por primera vez consciente de sí, de su fuerza, y de su futuro.
El cielo es la materia simbólica, el recuerdo, la memoria colectiva autóctona y ancestral; el Reino de lo alto… La tierra es la madre natural, pero también el pueblo al que pertenezco. El seno en el que vengo a nacer; la cuna. La ciudad (la ‘polis’ como lugar de reunión de los muchos) como madre, como metro-polis. La comunidad como madre. Zeus/Dyaus, el padre cielo. Hera, la madre comunidad. (El término ‘vaca’ aplicado a estas madres-comunidades es común a varios pueblos indoeuropeos, así como el de ‘toro’ aplicado a los dioses-padres celestiales.)
Gea-Rea-Hera (la evolución de estas madres-comunidades) son también las madres de los sucesivos cielos, de las sucesivas superestructuras simbólicas. Los cielos no tienen otro origen; sus madres no pudieron ser otras. Y son ellas mismas las que, llegado el caso, luchan o conspiran contra estos hijos suyos, como Gea contra Urano, y posteriormente contra Crono (es Gea la que, solicitada por su hija Rea, elabora un plan para salvar a Zeus, y la que proporciona la pócima que hará devolver a Crono los hijos que se tragó). A ellas, a estas madres-comunidades, les debemos la evolución de los cielos. Hasta alcanzar el clímax olímpico.
Esto me recuerda algo leído en algún lugar del Rig Veda: “lo mortal es el padre de lo inmortal”. Así parece ser, lo caduco y pasajero (las fugaces generaciones) es la fuente de lo inmutable e imperecedero. Por amor. Contra el tiempo; contra la muerte y el olvido. Éste es el origen.
Hera y Zeus inauguran un  nuevo período para aquellos pueblos; un  nuevo cielo y una nueva tierra tras los inaceptables cielos y tierras de Urano-Gea y de Crono-Rea, aquellos períodos crueles y sombríos. Fue un renacimiento, una regeneración. Un nuevo comenzar.
Los seres humanos venimos a nacer en comunidades regidas por un determinado discurso simbólico (generado a través de los tiempos por la misma comunidad). Es a un mundo lingüístico-cultural al que venimos; es un mundo simbólico el que nos recibe. Es éste mundo el que nos dotará de ser. Es muy importante el mundo simbólico, el cielo bajo el que venimos a nacer (nosotros y nuestros herederos), pues es el ‘padre’ que genera y modela nuestro ser social y cultural, esto es, nuestro ser simbólico.
¿Qué queremos para nosotros y para nuestros hijos? Libertad, excelencia, fidelidad, honra… –nuestras condiciones espirituales de existencia. Aquellas que nos legaron nuestros antepasados; el ‘mundo’ que hemos recibido, y el que hemos de legar, enriquecido, si es posible,  a los venideros.
Pero volvamos a lo nuestro, hablemos de los dioses, hablemos de los hijos. Los hijos son como modos de la sustancia única. La estructura olímpica incluye un subgrupo de ocho nuevos dioses. Son alegoría de la multiplicidad de la tribu. Zeus, el padre- cielo, y Hera, la madre-comunidad (la ‘koiné’), son los padres de Apolo, de Atenea, de Hermes, de Hefaistos, de Eros-Afrodita, de Ares, de Dioniso, de Artemisa; de estos ocho dioses jóvenes.
¿Nadie conoce a Apolo, a Hermes, a Dioniso… o a Hefaistos? Son nuestros vecinos, nuestros hermanos; están entre nosotros. Hefaistos, por ejemplo, el Tvashtr griego; el artífice, el ingeniero. ¿No conoces a ninguno? Es el ingenio aplicado; la invención, el artificio. El arquitecto, el ingeniero, el herrero, el inventor; los creadores de cosas útiles y beneficiosas. Son héroes culturales, dioses incluso. O lo fueron. Esta divinización conducía al respeto de su ser. Son los ingenieros de la tribu, hijos perfectos de Zeus.
Hefaistos/Tvashtr es el dios tutelar adecuado para la reciente ingeniería informática (computadoras y demás). De Hefaistos sabemos que llegó a fabricar autómatas.
Apolo pertenece al orden de lo gratuito. Aquí, el ingenio o intelecto, no se propone hacer cosas útiles, solidas arquitecturas y obras de ingeniería, así como experimentar con los metales, cosas todas a las que se dedica su hermano Hefaistos. Apolo es el poeta, el creador de formas. Es la misión de Orfeo en los Argonautas. Marca el ritmo de la expedición, de la singladura; canta la gesta, canta la acción (la pinta, la esculpe, la escenifica). Hablo de los creadores natos en el orden de las artes (literarias, musicales, plásticas…). La obra de arte incita no sólo a deleitarse sino a pensar también; no son tan sólo obras o acciones buenas de ver, leer, o escuchar, son también buenas para pensar.
Apolo tiene que ver con nuestras condiciones espirituales de existencia, con nuestras necesidades noéticas, poéticas, y estéticas (en el sentido más griego, y tal vez más indoeuropeo, de estas palabras).
Hermes, el dios intermediario (entre cielo y tierra, pero también entre hombre y hombre). Psicopompo. El mensajero de los dioses. Creador de la moneda, de la retórica (las artes del discurso), de la escritura, de la administración, del comercio.... Siempre sirviendo de puente o enlace entre unos y otros. El área de Hermes es extensa. Es también un dios ambiguo; es el tramposo, el ‘trickster’. Desde que nace: atiéndase a las jugadas que le hace a su hermano Apolo nada más nacer (aún en la cuna). Recuérdese el mitema del “robo del ganado”. Con toda su ambigüedad, a este dios lo necesitamos a veces, y solicitamos su ayuda y su inspiración.
Hermes es, en la naturaleza, la capacidad de cálculo y de estrategias de dominio de todo lo viviente. Es la heurística en la naturaleza. No puede faltar, por supuesto.
Atenea es el intelecto aplicado al saber y a la verdad. La devoción por el saber y la verdad. No cede, no pacta, no cambia, no vende su saber (no se vende). La insobornable y fiel Atenea. Y éste es el sentido de su virginidad, de su pureza. Y la pureza de aquellos que viven bajo su tutela.
La Atenea Promachos, la Atenea militante; la que entra en combate, la que interviene. La que no se hace a un lado e ignora lo que pasa. La sabiduría militante. Armada de pies a cabeza, armada de conocimiento y de verdad.
El mito de Medusa, sacerdotisa de Atenea, que fue transformada en un ser monstruoso por la misma Atenea, merece ser meditado. Sus cabellos convertidos en serpientes denotan sus pensamientos perversos o diabólicos. Téngase en cuenta que, para varios pueblos, la lengua bífida de la serpiente vino a alegorizar la lengua doble, la ambigüedad (véase también la relación de la serpiente con Hermes –en su caduceo), la doblez, la falsedad, la mentira, el engaño… El término griego ‘dia-boulein’ (el doble consejo, la doble intención), de donde la palabra ‘diablo’, tiene que ver con este conjunto semántico-alegórico. Medusa se vendió, se entregó a Poseidón en el mismo templo en el que ella profesaba de sacerdotisa; profanó el recinto sagrado, no merecía ocupar tal puesto.
Dioniso es Soma, el entusiasmo; la embriaguez espiritual. Están aquellos que conocen la miel y la hiel del éxtasis. A propósito de esto, yo propongo que no interpretemos el éxtasis, esto es, que no lo ocultemos con ropaje griego, hindú, budista, cristiano,  musulmán, taoísta, o chamánico. Es un sentimiento inefable. Como un rayo (brusco, súbito y fugaz) nos atraviesa cuando pasa, y nos deja atónitos y balbucientes. ¿Por qué iluminación, por qué liberación, por qué renacimiento…? No hay palabras ni discursos en el éxtasis. Y todo el que lo haya vivido y experimentado tiene que convenir conmigo en esto. Es una experiencia sublime, mas silenciosa, muda. Su inefabilidad es su verdad, su única verdad (su único mensaje, su única marca, su única señal). El silencio es obligado, debido. En el nombre de la honestidad espiritual.
¿Y Ares, no conocemos tampoco a Ares? El Ares guerrero no es la Atenea Promachos. Aquí es la guerra en la tierra. Allí es en los cielos. El factor bélico, la guerra real. Su hecho o su posibilidad. Pregunto, ¿podemos prescindir de Ares; pueden los pueblos prescindir de sus guerreros natos?
Invito a los lectores a que comenten, dentro del juego de lenguaje en el que nos estamos moviendo,  a Artemisa y a Eros-Afrodita, divinidades que completan este octeto de los dioses jóvenes, esta verdadera vía óctuple. Les invito a que participen en este juego.
La estructura olímpica, la estructura plural, podemos correlacionarla con la democracia, institución política (social, ciudadana) que también ‘nació’ en aquella comunidad, en aquella ‘koiné’. Aquí encontramos  ideologías propias de hombres libres, de comunidades que aman y estiman la libertad (la suya y la ajena). Pues la libertad está emparentada con el ser  y la verdad (a menos libertad, menos ser y menos verdad). Nuestros dioses y principios responden a nuestro genio, a nuestro ser, a nuestra verdad. Responden a nuestras necesidades, a nuestras condiciones espirituales de existencia. Así queremos vivir, y así queremos seguir viviendo.
Los dioses son lo necesario, lo que no cesa. Mayores o menores representan a un sector de la comunidad. Ir contra un dios es ir contra un sector de la comunidad. Podemos decir que en la estructura olímpica el otro es verdaderamente otro, Hermes, Dioniso, o Apolo.
La multiplicidad de los dioses jóvenes, que son modos de la sustancia única, la advertimos también en nosotros mismos. Pues todos tenemos un poco de Hefaistos, de Atenea, o de Apolo. Es un alma olímpica lo que poseemos, tan amplia como el espacio de donde procede. Que en cada momento fluya en nosotros el dios requerido.
En este recorrido no debemos olvidar a los seres negativos y destructivos: los monstruos, las monstruosidades… Entonces como ahora. Seres temibles que ponen en peligro el Olimpo, monstruos que perturban la paz del Reino, personajes siniestros que acechan en los caminos…: Pitón, Procrustes, Sinis, Medusa, la Hidra, la Quimera, Tifón…  Vencerlos una y otra vez es la labor que aguarda a los dioses y a los héroes: Apolo, Hércules, Teseo, Perseo…
*Un único dios, o un solo principio, nos deja un único modelo. Supone un prototipo social deseado, un único prototipo. Es el caso de cristianos, budistas, mahometanos... Únicamente los enviados o hijos de ese dios  –de ese discurso–, tienen voz y presencia aquí. Supone la negación radical del otro, la erradicación de las diferencias, de la multiplicidad; la negación de los hermanos, de los otros: de los poetas, de los industriosos, de los filósofos… El  enviado, el profeta, el mensajero, la voz del dios es, ahora, un sacerdote.
Un pueblo de sacerdotes (como el hebreo), allí donde el sacerdote es el señor. Esto fingieron, esto inventaron. Es un dios de sacerdotes lo que tenemos; nos impusieron ese dios. Se impuso también el modelo sacerdotal. El sacerdote es ahora la cúspide de la jerarquía social, ya no el guerrero. Es lo que tenemos con las revoluciones sacerdotales en India con el brahmanismo e hinduismo y el posterior budismo, en Persia con Zarathushtra, y en las tradiciones judía (Moisés), cristiana (Jesús), y musulmana (Mahoma).
Son negados todos los otros modos de la sustancia única. La multiplicidad de caracteres y personalidades. La estructura plural que conllevaban las viejas sociedades politeístas. La vieja sabiduría politeísta. Aquí hay que considerar al pueblo o la comunidad como madre, y como familia, como una gran familia (Hera y Hestia (el fuego común) respectivamente). Está la madre, y están los hermanos, los parientes. Hablamos de la familia olímpica, de la familia plural, bien lejos de la familia cristiana, con su único hijo, y su único dios.
El monismo se opone al pluralismo como la tiranía a la democracia. Estos monismos religiosos, esto es, religantes, que de un modo nuevo quieren religar a la sociedad, no proponen sino una sola figura emblemática, un sólo modelo, un sólo dios, un sólo discurso, una sola voz. Es uno de los  hermanos el que se impone como señor. El sacerdote de los dioses es ahora el señor. Ya no el guerrero, ya no el ingeniero, ya no el filósofo, ya no el creador… Estos quedan negados, o subordinados al nuevo y único señor. Aquí la perfección es la adecuación a un sólo modelo (el modelo sacerdotal): Moisés, Jesús,  Buda, o Mahoma –en este último se da la fusión entre el sacerdote y el guerrero.
La subversión sacerdotal tiene algo de crimen de Edipo. El padre fecundador plural es sustituido por uno de sus hijos que niega de inmediato la divinidad de los hermanos (recuérdese el caso Akhnatón, en el antiguo Egipto, el primer monismo teológico). Se convierte en el ‘padre’, en el esposo, en el fecundador de la comunidad; pero ésta no produce sino buenas o malas copias (clones) de él mismo. La sagrada familia olímpica, la familia plural, se ha visto reducida, drásticamente reducida al uno  –a ‘uno’.  Ha quedado podada, deshecha; mancillada.
Dioses o principios que no generan voces, como nuestro Zeus/Dyaus, sino ecos de su voz.
Los individuos son convenientemente ‘recortados’ o ‘alargados’ para parecerse al señor, al prototipo, al modelo, al ‘gran hermano’. Son un lecho de Procrustes estas ideologías de modelo único. Son un lecho de divisiones también; la patria de las heterodoxias. Las escisiones (las inevitables mutaciones, variaciones, diferencias) pululan y son tan virulentas como la cepa original, también nacen con vocación de únicas. Es la vía de la discordia eterna. (Véanse las sectas budistas, las cristianas, las musulmanas… cómo se niegan entre sí y procuran su mutua aniquilación).
Los monismos son un pésimo modelo superestructural. Los totalitarismos religiosos o políticos. Ideologías regresivas, desde la perspectiva olímpica. El modelo único, el ‘gran hermano’. Sociedades paranoicas, enfermas. Violentas, inestables, inseguras. Cuando no reprimidas, sofocadas. Lejos de la verdad, de la libertad, del ser.
Esto me recuerda de nuevo a Urano y Crono. Los periodos que precedieron a  la revelación olímpica. De dioses opresores y supresores nos libró Zeus, el luminoso Dyaus. Tuvimos nuevo día, nueva era con Zeus. Se abrieron perspectivas, se multiplicaron los hijos. Vinieron las Musas, las Horas, las Gracias… vino Atenea.
El Cielo luminoso, padre de muchos. El viejo y siempre renovado Cielo. Un primer principio abierto, luminoso, plural. El Cielo de todos. Un Cielo para todos.
Los hijos son como voces de un coro. Es un contrapunto. Es una polifonía. Son muchas las voces, los modos, los caminos. Ésta era, y es, la armonía politeísta. Su razón de ser: concordar a los diferentes, a los muchos, en el seno de una misma familia, de una misma comunidad, de un mismo pueblo, de un mismo Reino  –los diversos dioses, las diversas razones; los diversos modos de la sustancia única.
Y éste es el divino juego que vienen a romper los monismos. Con su razón única, con su único dios, agreden al resto de los hermanos. ¿Qué quieren? Quieren acabar con todos. ¿Por qué? Quieren ser los únicos en todo momento y en todo lugar; no admiten otros.
Son numerosas las culturas étnicas que han sido destruidas por estos celosos dioses ‘únicos’ a lo largo de sus periodos de expansión y dominio. En los cinco continentes, en todas partes, en todo el mundo.
Es legítima nuestra lucha contra estos devastadores monismos, contra estos devoradores de ‘mundos’. Por la defensa y la recuperación del legado de los pueblos otrora cristianizados o islamizados. Porque somos grandes los pueblos subyugados; pueblos europeos y asiáticos, y africanos. Egipto y Persia, y parte de la India. Y Europa entera. Durante milenios ha sido  regateado, discutido, o negado nuestro  ser.
*Leer detenida y repetidamente los Vedas, el Rig Veda en particular, y sobre todo las partes más antiguas de éste. Hasta impregnarse de su solo lenguaje, de su solo discurso. Para distanciarse,  para retornar, para recuperar el espíritu védico.
Mitra, Varuna, Aryaman, Yama, Indra, Agni, Soma, Vayu, Rudra, Ushas, Surya, Manu… Cielo y Tierra. El espíritu védico. La aurora, la mañana, el día; el aire, el agua, la luz… el sol. Atendamos al múltiple uso de las palabras: ¿qué mañana, qué aurora, qué aire, qué agua, qué luz, qué sol…?
El aroma, el perfume espiritual que despiden los cantos. Hay tanta fuerza, tanta jovialidad, tanta alegría. Son epinicios, son cantos de victoria. Fue, ciertamente, una aurora; el nacimiento de una comunidad simbólica, la ‘koiné’ védica, semejante a aquella de los helenos.
Está también la madurez filosófica y espiritual en el concepto ‘Rt’, y su parentesco con el ser (‘sat’).  No hay contradicción entre el orden y el ser; entre ‘Rt’ y ‘sat’. La verdad y la mentira se articulan, lingüísticamente, en torno al ser y al orden. La mentira es ‘anrta’ y ‘asat’ (ambos términos son equivalentes), va contra el orden (‘Rt’) y el ser (‘sat’). El orden y el ser son la verdad. La verdad (‘satya’) proviene del ser (‘sat’).  Una sola y misma cosa son el orden, el ser, y la verdad.
Es no sólo un lenguaje íntimo sino social, cultural. Esto significa que es compartido. No es, pues, un discurso solipsista o individualista. Es un lenguaje común, simbólico. Y sirve en lo grande y en lo pequeño, dentro y fuera. Puedo aplicarlo a las circunstancias íntimas y personales que estoy viviendo, así como a las históricas y sociales, o a las vicisitudes por las que pasa mi pueblo. Puedo establecer la analogía y usar el mitema adecuado. Es un juego de lenguaje actual, vivo. Tan válido como el griego, o el germano.
Hay que estar a la altura de todos estos juegos de lenguaje.
*Decía Nietzsche en “más allá del bien y del mal” (aforismo 20) que los pueblos indoeuropeos le debían su filosofía a su lenguaje, esto es, a la gramática de ese lenguaje. Merece la pena citar este pasaje del aforismo (traducción de Sánchez Pascual): “…El asombroso parecido de familia de todo filosofar indio, griego, o alemán se explica con bastante sencillez. Justo allí donde existe un parentesco lingüístico resulta absolutamente imposible evitar que, en virtud de la común filosofía de la gramática –quiero decir, en virtud del dominio y la dirección inconscientes ejercidos por funciones gramaticales idénticas–, todo se halle predispuesto de antemano para un desarrollo y sucesión homogéneos de los sistemas filosóficos: lo mismo que parece estar cerrado el camino para ciertas posibilidades distintas de interpretación del mundo…”.
Todas las lenguas indoeuropeas comparten la misma o parecida gramática. Es la misma estructura, son las mismas categorías (verbos, nombres, pronombres, adjetivos…). Esta gramática modela el mundo a su hechura; establece diferencias, semejanzas, causalidades, agentes y pacientes... sujetos y verbos.
Cuando Wittgenstein dice aquello de “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, el término ‘lenguaje’ está usado como sinónimo de ‘discurso’ (lo que él posteriormente denominaría ‘juego de lenguaje’). Quiere decir, simplemente, que el mundo es para mí el discurso que sobre el mundo sostengo. En esto coincide con la antropología estructural (Lévi-Strauss). Ésta es la sabiduría (gnómica) más prominente del siglo pasado (hablando en términos europeos u occidentales).
La reflexión de Nietzsche me parece tanto más profunda y sutil. Son  las mismas categorías del lenguaje las que establecen el mundo. Porque bajo las teorías o el discurso subyace el lenguaje que los articula; subyacen categorías del lenguaje, categorías gramaticales. La estructura del lenguaje se reproduce en el mundo creado; genera mundos que se le asemejan.
La lengua y la cultura responden al genio particular (al ser) de cada pueblo o comunidad. A tal genio, tal lengua y tal cultura.
Los mundos generados por los pueblos indoeuropeos son estructuralmente compatibles. Pueden ser intercambiados. Podemos tomar de aquí y de allá. Heracles o Indra. Ahriman, Surt, Vritra, o Tifón.  Podemos compartir estos mundos; usar sin distinción estos juegos de lenguaje. Forman parte del patrimonio común de los indoeuropeos, es un bien común.
Hablemos, por ejemplo, del espacio intermedio, de la atmósfera, de Antáriksha; el espacio heroico, el espacio  donde se realizan los combates espirituales, simbólicos. Es el espacio de Heracles, de Indra, de Thor (como héroes o dioses espirituales, culturales). Es el cometido de estos el mantener la atmósfera, el aire simbólico que se respira, limpio, puro, y libre de obstáculos y amenazas.
Estos juegos de lenguaje forman parte de la sabiduría de nuestros antepasados. Es un legado útil y maravilloso. Es camino, vehículo, alimento… Es el camino de un pueblo, el suelo que pisa, el mundo en el que vive; es la nave que le transporta; es su alimento espiritual. Encontrarás también armas conceptuales y alegóricas: el martillo, el rayo, la maza, el ‘vajra’; arco y flechas (de las que tienen su estancia en el oído).
*Solidaridad lingüístico-cultural. Y ahora más que nunca, cuando nuestros mundos se ven de nuevo amenazados. Que se recuperen las tradiciones pre-cristianas y pre-islámicas, que se recuperen los cielos, que se recuperen los pueblos.  Un despertar para todos los pueblos indoeuropeos. Solidaridad indoeuropea. Si no cuidamos de nosotros, nadie lo hará.
Que indios, persas, eslavos, baltos, germanos, celtas y demás se sientan indoeuropeos, como partes de la ‘koiné’ indoeuropea. ¿Es posible esto?
Propongo  esta solidaridad. El mismo enemigo nos está atacando desde hace siglos, milenios; mordisqueando las raíces de nuestro ser. Ha destruido nuestros templos, nuestros lugares de culto, nuestras culturas. Ha pisoteado, ha mancillado a nuestros antepasados. Nos ha robado nuestra vida (la vida que pudimos tener bajo nuestras  genuinas y ancestrales claves culturales y en el marco de nuestra propia historia).
Nuestro caso es semejante al de los niños secuestrados y llevados lejos de su entorno familiar y social a los cuales se les niega u oculta su verdadero origen y se les dota de un ser espurio, falso (estos es, se les dota de un pasado que no es el suyo, de padres y antepasados que no son los suyos). Al igual que esos niños, somos pueblos secuestrados, desposeídos, y engañados.
Las comunidades cristiana (María, la Madre Iglesia cristiana –el término ‘iglesia’, derivado del griego, significa, entre otras cosas, ‘comunidad’) y musulmana (la ‘umma’) se comportan como madrastras de los pueblos. Vienen con su propio esposo (el dios bíblico o el coránico), y con  su propio  hijo –su único modelo de conducta (Jesús o Mahoma). Como todas las madrastas de nuestros cuentos populares, usurpan el lugar de la madre y maltratan a los hijos adoptados.
Esto, que pertenece a la recopilación de cuentos de Afanasiev (nº 265, ‘La patita blanca’), me recuerda lo sucedido en Europa cuando la cristianización y la parcial islamización: “¡Ay mis hijitos del alma, / mis hijitos adorados!/ Esa vieja bruja, dañina serpiente, / que os a dado muerte, / pérfida serpiente, áspid venenoso/ es la que os ha dejado sin padre; / sin padre a vosotros y a mí sin esposo. / Luego convertidos en patitos blancos, / nos arrojó al agua de un raudo regato/ y ocupó mi sitio en mi propia casa…”. Es nuestra madre Hera-Europa  la que así se lamenta. Estos cuentos ‘maravillosos’ (como los denominó Afanasiev) son también una buena fuente de alegorías.
Los pueblos cristianizados o islamizados padecemos un proceso de aculturación y enculturación indigno, aberrante. Es una alienación espiritual, cultural, lo que vivimos; y un extrañamiento que nos exilia a otras tierras, a otras tradiciones, a otros pueblos. Se nos priva de lo nuestro y se nos impone lo ajeno. Las lenguas sagradas, las tierras sagradas, las historias sagradas son otras. Pero, ¿qué tenemos que ver nosotros con árabes y hebreos; con  sus tierras o con sus lenguas; con sus historias y con sus tradiciones todas? No pertenecen a nuestro pasado, no son nuestros antepasados.
A modo de ejemplo recordaré a los salafistas musulmanes  –de Indonesia a Marruecos. El retorno a los antepasados que estos preconizan no va más allá del tiempo de Mahoma y los primeros califas. ¿Qué pasa con los verdaderos antepasados de esta multitud de pueblos islamizados (sometidos)? Piénsese en el Egipto antiguo, pre-cristiano y pre-islámico, que los salafistas egipcios desprecian, odian, o ignoran (porque era ‘pagano’). Cientos, miles de años de historia y experiencia arrojados a la muerte y al olvido,  como si nunca hubieran sido.
Tienen que ser sagradas nuestras tierras. Tienen que ser sagradas nuestras lenguas, nuestras culturas, nuestras historias, nuestros antepasados. Con estas consignas venceremos. Éste es el status espiritual requerido para no ser arrastrados por ningún diluvio, por ninguna marea, por ninguna oleada; sea la cristiana, sea la musulmana. Así, anclados firmemente en nuestro ser (a la manera de Manu cuando el diluvio). Fieles a nuestros antepasados.
Necesitamos una moral de grupo, de pueblo; una moral cultural. Propia, nuestra, no universal (dejemos a los pueblos en paz). Necesitamos escuelas indoeuropeas donde se instruya a las nuevas generaciones acerca de su origen, y acerca de sus antecedentes culturales y espirituales. Necesitamos, nosotros, los pueblos indoeuropeos, recuperarnos a nosotros mismos, retomar nuestra propia historia; renacer.
Necesitamos una empresa grande, sublime, y común. Capaz de entusiasmar a los indoeuropeos todos; capaz de encenderlos en una llama viva. Una renovación, una nueva primavera. Una nueva aurora.
De nuevo se requiere a Zeus/Dyaus, un primer principio liberador y generador. El dios-padre nuestro.  Para que de nuevo vuelvan a ser Aryamán, y Ushas, e Indra, y Soma, y Agni… y Apolo, y Atenea, y Hefaistos… y Balder, y Cúchulainn… y tantos otros. Para que las culturas indoeuropeas vuelvan a ser.
Invoquemos desde esta tablilla electrónica, desde este rectángulo sagrado, desde este ‘vedi’ doméstico y colectivo, el retorno del espíritu heroico, la presencia de la ‘sabiduría militante’; el aliento de Heracles, de Indra, de Thor.
*Reanudemos nuestra propia historia. Volvamos al punto de origen. Hay un tema de nuestros cuentos populares que nos vale para estos momentos. Un grupo de hermanos parte hacia distintas direcciones a la busca de aventuras y quedan en reunirse después de cierto tiempo para compartir sus historias y aquello que hubieran podido conseguir. En el reencuentro cada uno de los hermanos trae consigo algún objeto ‘maravilloso’.
Los hermanos son aquellos antepasados nuestros que se desgajaron en sucesivas oleadas de núcleos poblacionales culturalmente homogéneos. Llevaban consigo su ‘mundo’ –sus reservas simbólicas (su lengua y su cultura toda). Los objetos ‘maravillosos’ son la evolución de aquel primitivo universo lingüístico-cultural en las distintas ramas: la floración celta, la germana, la griega, la india, la persa… El sublime patrimonio cultural indoeuropeo.
Tengamos un recuerdo también para los hermanos caídos en el camino (hititas, frigios, tracios… escitas, tocarios…).
Estos son los momentos del reencuentro. Ahora que hemos vuelto a tener noticia acerca de nosotros mismos (los estudios indoeuropeos apenas tienen doscientos años). Nuestra historia puede aún tener un final feliz.
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Saludos,
Manu