Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

domingo, 28 de febrero de 2016

135) El neolítico y sus secuelas

El neolítico y sus secuelas.

Manu Rodríguez. Desde Europa (27/02/16).


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*El período neolítico, en el cual aún vivimos y al que podemos considerar como una Edad Media generalizada (entre el paleolítico, primer período, y el post-neolítico, tercer período, aún por nacer, aún sin nombre), nos ha dejado secuelas indeseables. Ha sido (y es) la era del antropocentrismo (el endiosamiento del hombre), y la era de los Imperios (imperialismos) y de las guerras étnicas y culturales. Sus principales consecuencias: el desarraigo o el extrañamiento tanto de la naturaleza,  como de la propia etnia y de la propia cultura; la degradación de la naturaleza y de la cultura.
Es el período pleno de la voluntad de poder, podemos decir. Poder sobre todas las cosas, sobre todos los entes. Sin medida, sin control, sin freno. Es la época de la adoración del poder –de dioses (étnicos) poderosos, omnipotentes.
El neolítico se caracteriza por la explotación despiadada y sin miramientos (sin medir las consecuencias) de la naturaleza, y la explotación del hombre por el hombre. No es sólo, pues, el menosprecio del resto de la naturaleza,  es también el menosprecio del hombre por el hombre –que supone el menosprecio o desprecio del hombre por sí mismo. 
Comencemos por el antropocentrismo y el antropomorfismo, el arrogante proceder para con el resto de la naturaleza que practican todas las culturas del período –la soberbia, la ‘hybris’ del neolítico que culmina en la era tecnológica actual. La sociedad administrada tiene su origen en las prácticas culturales y en los modos de vida del neolítico. La misma escritura surge en la necesidad de controlar, de gestionar bienes y hombres. El vínculo con la naturaleza (con la ‘physis’) de los hombres del paleolítico se pierde con la aparición del neolítico. Aquí comienza la desacralización de la naturaleza (viviente y no viviente), su explotación despiadada, la desconsideración del entorno. Todo está al servicio del hombre; el hombre es el centro de la naturaleza y de la vida. Esto podemos advertirlo en todas las tradiciones culturales del período. Véase Sumer, Egipto, Israel, China, India, Persia, Grecia, Roma… Véanse también las culturas amerindias del período. Los propios dioses se encargan de legitimar tal ambición, tal ‘hybris’ (adviértase, como muestra del periodo, el ‘Génesis’ judío y el papel que el dios  concede al hombre en la naturaleza).
Pero también tenemos la alienación cultural de los pueblos; la pérdida de identidad de los pueblos debido a las corrientes universalistas transétnicas y transculturales que circulan desde hace cientos de años, desde la aparición de los imperios multiculturales (Egipto, India, Asiria, Persia, Grecia, Roma…). La pérdida, el olvido, o la privación (desposesión) del ser propio y singular de los pueblos tienen aquí su origen.
Ambos fenómenos se solapan en los momentos presentes. Heidegger parece contar exclusivamente con el período tecnológico. La ‘hybris’ de la era técnica. Pero las sociedades actuales padecemos los dos aspectos mencionados. El extrañamiento de la naturaleza (viviente y no viviente) característico de las culturas del neolítico, y la alienación cultural, espiritual, debida a los vastos y prolongados procesos de aculturación y enculturación padecidos –las  globalizaciones culturales (religiosas o políticas) ya de origen semita, ya de origen indoeuropeo que todos conocemos (hinduismo, budismo, maniqueísmo persa, judeo-mesianismo, islamismo… judeo-bolchevismo, democracia…) y que nos asolan desde hace cientos de años.
La era técnica es simplemente el culmen de las prácticas de explotación del entorno propias del antropocentrismo del neolítico. El hombre es el centro, la medida – de la naturaleza, y de la vida.
Descartes y la era moderna (en el ámbito Occidental), aunque inauguran, o causan, u originan la era técnica, no suponen un corte o una ruptura con el neolítico. Son síntomas del período, responden a la ‘hybris’ del período, culminan la desafección que con el resto de la naturaleza se sostiene desde comienzos del neolítico. Responden al ser, al espíritu del neolítico. Todos los fenómenos o manifestaciones o prácticas de la era técnica la podemos observar,  ‘in nuce’, a lo largo de todo el neolítico (hasta el momento presente). Es el mismo extrañamiento de la naturaleza.
Así pues, hay dos combates, o dos frentes. De un lado, la superación de las culturas del neolítico –dejar atrás el antropocentrismo del neolítico (que alcanza hasta nuestros días). Del otro, para muchos pueblos, la recuperación o la reconquista de su propio ser. Hay, pues, un doble extrañamiento (desarraigo) que competen a la naturaleza, y a la cultura.
Esta es la complejidad, a mi manera de ver, de los momentos presentes. En Heidegger hay un exclusivo énfasis en el período tecnológico (que en ningún momento vincula al neolítico en su conjunto), y se ignora la alienación cultural, espiritual, debido a la cristianización, a la islamización, a la proletarización o a la democratización de los pueblos. El desarraigo de que nos habla ignora por completo la pérdida del ser propio ancestral que digo.
Son dos retornos. El retorno a la naturaleza (la ‘physis’), al ser. Y el retorno al ser propio, a la línea biosimbólica propia, aquella que nos une a nuestros antepasados. Dos revoluciones, pues, dos giros, dos vueltas.
Hay que tener claro que estos retornos no son la misión, o el destino, de un  sólo pueblo (el pueblo alemán, u Occidente, en el caso de la filosofía de Heidegger). Es la misión y el destino de todos los pueblos.
La Alemania nazi no encaró el reto tecnológico (como advirtió Heidegger), el reto de superar la era técnica mediante un retorno al ser (a la ‘physis’); se dejó llevar por la lucha por el poder con los grandes imperios del período (Inglaterra, USA, y la URSS); se vio arrastrado por las circunstancias históricas que impidieron tal ‘revolución’ –no hubo tiempo. No superó el neolítico, la era técnica, ciertamente; pero sí recuperó el ser étnico y cultural (o estaba en trance de ello).
Pero los pueblos no sólo tenemos que recuperar el ser étnico y cultural, tenemos también que superar la ‘hybris’ del neolítico (la cual Heidegger nunca asoció con la era técnica, insisto).
El inicio, el nuevo inicio que nos predica Heidegger, no nos sacaría del neolítico. No basta con superar la ‘era técnica’ –la cual pertenece de lleno al neolítico; es su última fase.
Los males del neolítico afectan a todas las culturas  o civilizaciones del período. Aún vivimos en el neolítico. Nuestros ‘mundos’ siguen siendo los ‘mundos’ (antropocéntricos y antropomórficos) del neolítico. Sean los religiosos/culturales clásicos (tradición judeo-cristiano-musulmana, hinduismo, budismo…), sean los políticos (comunismo, democracia) o filosóficos (el existencialismo) de última hora. No salimos, no acabamos de salir. Y esto afecta (sigue afectando) a nuestro comportamiento con la naturaleza y con el resto de las sociedades humanas. Se degrada sin tasa, sin freno, sin medida, el entorno medioambiental. Se degradan igualmente sin tasa las relaciones entre los diversos grupos humanos.
El problema está, pues, en los modos del neolítico, en sus ‘mundos’, que aún nos dominan.
La voluntad de poder y el nihilismo son las verdaderas ideologías del neolítico; sus motores. Sus dioses. Su aliento, su espíritu. Su faz. Conducen a la muerte, a la destrucción, a la aniquilación.
El nihilismo, pese a lo que pudiera parecer, tiene su origen en las prácticas y modos del neolítico. Todo el neolítico –hasta el momento presente– está atravesado, guiado, marcado… por el nihilismo.   
Es un reto, es un deber, para todas las culturas y civilizaciones del presente, superar este periodo de soberbia y arrogancia; vencer la ceguera de este sombrío periodo. Dejarlo atrás. Recuperar la luz, el ser (el propio, y el común). Por una relación digna y ajustada a la verdad con el resto de la naturaleza y con los diversos grupos humanos. Nos va en ello el futuro, no sólo el de las sociedades humanas, también el futuro de la vida en este planeta. Nos lo jugamos todo.
Tenemos que unir el vínculo con la naturaleza (con la ‘physis’) de los hombres del primer período (los paleolíticos) con el conocimiento que hoy poseemos acerca de esa misma naturaleza. Las reflexiones de Heidegger son indispensables en este nuevo período.
Las ciencias de la vida –el saber que acerca de la vida hoy tenemos– iluminarán nuestros caminos. El triunfo del genocentrismo (la sustancia viviente única que somos) ha de ser absoluto. La ecología viene de suyo, por supuesto (el futuro será ecológico o no será). Pero también  los retos culturales, como más arriba he dicho –la reanudación de los lazos biosimbólicos ancestrales. Consolidar nuestro ser biosimbólico.
La transición hacia el tercer período ni siquiera ha comenzado. Otra mente, otro espíritu, otros mundos necesitamos. Otras claves culturales. Un nuevo comienzo para todos y cada uno de los pueblos –cada uno según su ser. Que vuelva a florecer el árbol de los pueblos y culturas del mundo.
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Saludos,

Manu