Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

sábado, 19 de octubre de 2013

99) El Uno primordial


             El Uno primordial.


             Manu Rodríguez.  Desde Europa (18/10/13).

 

*

 

*La interrogación por el ser propio pasa tanto por la interrogación de nuestro ser natural (étnico), como de nuestro ser simbólico o cultural –nuestra  diferencia, nuestra especifidad tanto étnica como cultural.
No hay un hombre único; los seres humanos estamos étnica y culturalmente diferenciados. Esto forma parte de nuestra riqueza. Justamente nuestra variedad, nuestra multiforme presencia en el mundo. La variedad, natural y cultural, es sagrada.
A tal etnia, tal cultura, añadimos. Ésta es la correlación más primitiva y natural que podemos establecer al respecto. Cada etnia genera sus propias condiciones espirituales de existencia –su propio ámbito lingüístico-cultural, su propio  mundo. Un mundo adecuado a su ser. Cada etnia trae al mundo su propia luz, su  propia sabiduría.
Las razas o etnias son sub-tipos de un cariotipo específico (para nuestro caso, el humano). Los rasgos fenotípicos caucásicos (los nuestros) han sido los últimos en aparecer –el último hito en nuestra evolución. Esto está corroborado en los estudios sobre la deriva evolutiva del ADN mitocondrial y del cromosoma Y, por ejemplo. Todo parece indicar que somos el sub-tipo humano más joven, el más reciente. Somos algo nuevo.
El cariotipo humano se escande, se prodiga; se corrige, se renueva. Como sucede con la multitud de formas vivas. La sustancia viviente única tiene ese poder. La sustancia genética, único sujeto de toda actividad biológica, es el ser de todo ente vivo. El ser del árbol, y el del ave –aquello que les hacer ser lo que son–, es uno y el mismo.
La vida es el ser que nos importa en primer lugar, pues nosotros somos la vida. La interrogación por el ser propio conduce a la sustancia viviente única. Todo cuanto podamos saber acerca de la sustancia genética (desde el nivel vírico y microbiano al humano), sobre nosotros lo sabemos.
Hablamos de los ácidos nucléicos que conforman nuestro ser genético; de la sustancia genética; de nuestro ser primordial y único. De la sustancia creadora de los diversas formas vivas, de los innumerables cariotipos que pueblan el planeta. Parafraseando a Aristóteles (en ‘Del Alma’) podemos decir de tal sustancia que “es orden que ordena, y forma que informa”. Orden y forma. Es el alma, sin duda, de toda criatura –su particular genoma, su genotipo específico.
Los genotipos son variaciones de un cariotipo específico. La sustancia genética aparece siempre encarnada, provista de soma. El genotipo se hace carne, se despliega en su fenotipo. El soma –el fenotipo–  es para el genoma protección, defensa, vehículo, transporte, puente hacia el futuro (mediante la reproducción)… Un medio, un instrumento.
Incluyo en el despliegue fenotípico las lenguas, sociedades y culturas desarrolladas por los diversos grupos humanos. El ser genético o natural (orden y forma) subyace al ser simbólico o cultural en todo momento y lugar. Es primero y único. La sustancia genética, siempre una y la misma, es el origen absoluto –el centro único de la vida en este planeta. El ser simbólico no es otro que el ser genético instruido según una determinada cultura –el  momento y el lugar en el que viene a ser le dotará de un determinado ser lingüístico-cultural, social, e histórico.
El fenotipo, pues, responde al genotipo, el genotipo al cariotipo, y el cariotipo, a su vez, a la sustancia viviente única. Todo lo que podamos decir acerca del comportamiento (de los modos y maneras de ser) de los seres vivos, de la sustancia viviente única lo decimos.
El Uno primordial, la voluntad, la fuerza (‘vis’, potencia)… la voluntad de poder. Las intuiciones de Schopenhauer y Nietzsche hay que trasladarlas al lenguaje biocéntrico, o genocéntrico. En todo lugar se habla de la sustancia genética, de la sustancia viviente única, del único ser vivo, del único que subyace a toda actividad, a todo fenómeno viviente; del único sujeto.
Ese ser único que se multiplica, que se escinde, que se fragmenta… El ingeniero, el creador, el generador. El Uno primordial; la sustancia viviente única. Nos.
*Las neurociencias actuales coinciden con las observaciones ‘psicológicas’ de Nietzsche (y Schopenhauer). Nosotros creamos el mundo, y es en este mundo creado donde vivimos. En esto consiste la ‘representación’, y el lenguaje simbólico. Estos mundos se construyen con símbolos o signos que se comparten. Vivimos en el mismo mundo en la medida en que compartimos el mismo mundo simbólico.
No tenemos modo de saber cuan cerca de lo real estén estas representaciones simbólicas. Sin embargo, la ‘representación’ del mundo (cualquiera que ésta sea, se diría) es esencial para todos los seres vivos. Los éxitos evolutivos de estos dependen de la bondad de sus ‘representaciones’, de cuan pertinente y necesaria es su información –el mundo creado. La ‘representación’ lograda es aquella que mejor sirve a nuestra supervivencia.
La ‘representación’ es cosa de la sustancia genética. Es la misma vida la que genera el mundo en el ha de moverse.
Los receptores de información son fundamentales en la célula. Son varios los parámetros a tener en cuenta: información química, mecánica, luminosa, eléctrica… Dominar el medio. Ésta es la interacción que los seres vivos tienen con su entorno. Dominar aquí es moverse con pericia y soltura en un mundo fluyente, en perpetuo devenir; con cambios súbitos e inesperados ya favorables, ya adversos. La información aquí es vital. Con esa información la sustancia genética que subyace en los diversos seres vivos se construye el mundo exterior (a la medida de cada cariotipo). Es una ‘representación’ de ese mundo que está más allá de la membrana plasmática, de la piel; es en esa ‘representación’ del mundo por donde voy, por donde vamos –por donde nos movemos y somos.
El mundo como ‘representación’ ha de estar ya incluso en las más simples de las criaturas (en los monocelulares desprovistos de núcleo). Cada instante se pondera el medio, se recaba información. Los genomas se hacen una ‘idea’ del entorno mediante la información que de él le traen los receptores. Para poder responder en consecuencia se ha de controlar o dominar el medio. Es esencial para la supervivencia el adelantarse, el saber por dónde se va. En lo grande y en lo pequeño.
*Las palabras tienen el significado que les damos al usarlas en tal o cual contexto. Son sustancias sonoras, como un conjunto de vibraciones: cuasi-impulso, cuasi-algo, cuasi-partículas. Cuantas mensurables. Son además simbólicas, y la mayoría tienen múltiples usos.  El otro usa el mismo registro de frecuencias sonoras simbólicas; nos entendemos pues. Cuando los humanos interaccionamos mediante el lenguaje intercambiamos este material simbólico.
Es un material compartido, común, colectivo (pues esto viene a decir el término ‘simbólico’). Es, además, “la actividad espiritual de milenios depositada en el lenguaje” (Nietzsche) –en el lenguaje y en la cultura, en el mundo simbólico todo.  Una actividad espiritual milenaria. Toda nuestra memoria ancestral. El espacio simbólico. El reino del espíritu. El cielo, justamente.
*El nihilismo niega la voluntad, niega la acción; niega este mundo. Schopenhauer. Pero también Buda, y Platón… Este mundo está negado en todas las utopías, sean estas religiosas, filosóficas, o políticas. Siempre hay otro mundo que ‘corrige’  a este en el que vivimos, a este mundo nuestro; sea en el cielo, sea en la tierra (en  el futuro): el mundo que es y el que debería ser, el mundo aparente y el mundo verdadero…
Es en Schopenhauer donde Nietzsche detecta el ‘nihilismo’. En su obra, en su propuesta filosófica fundamental (la negación de la voluntad), y en los autores y corrientes religiosas o filosóficas que trae a colación en apoyo de su propio discurso –la ‘sabiduría’ nihilista de aquí y de allá que recoge y difunde en sus textos. Estamos ante mundos antípodas y sombríos –lejos de la vida, lejos de la luz. El nihilismo (la negación) es el fundamento de todo idealismo. Es la negación de este mundo, implícita en todas las vías de liberación religiosas, políticas, o filosóficas lo que detecta Nietzsche. Son puntos de fuga de este mundo.  La milenaria subversión nihilista fue finalmente descubierta, desvelada. Ésta fue la labor de Nietzsche –poner de manifiesto, mostrar la impostura nihilista.
Circulan culturas (creencias, ideologías, tradiciones…) que niegan la vida y la voluntad (de poder) implícita en la misma vida. Estas visiones negativas, nihilistas… de la sociedad, de la humanidad, de la vida… no sólo circulan sino que triunfan –son las predominantes y las más prestigiadas (la cumbre de la sabiduría, dicen; la sabiduría perenne). Ésta es la subversión espiritual que padecemos desde antiguo –todo cabeza abajo. Difunden la insatisfacción por el ser; el disgusto por la misma vida. Predican la huida, la fuga; la muerte, el no-ser.
Como contrapartida a su ominoso discurso (la auto-represión, la auto-extinción, la auto-aniquilación) los nihilistas (desde Buda, desde Platón…) ofertan un mundo indoloro, y lleno de delicias. Un mundo en el que todo lo negativo ha desaparecido: la enfermedad, la pérdida de la juventud, la muerte… Se habla de salud eterna, de eterna juventud, de vida eterna… La eterna mismidad de Narciso. Que nada le turbe, que nada le inquiete, que nada le despierte… El sueño, el ideal, el ‘paraíso’ nihilista. Un sueño hermano de la muerte.
La negación de la voluntad, de la pulsión, del deseo… implícita en estas ‘representaciones’, en estas ‘visiones’. Lo que nosotros así denominamos no es otra cosa que el motor de la célula, de todo ser viviente –la  vida misma. Se niega la vida, en resumidas cuentas. “Mejor no haber nacido” es toda su ‘sabiduría’, y todo su legado –su cantinela, su ‘slogan’. ¿Qué espíritu, qué genio; qué individuo, qué pueblo puede cantar así –proyectar tal ‘representación’, tal mundo inmundo? Es la canción de la muerte; el camino de la muerte, de la extinción, del no-ser. Lo opuesto a la vida, y al ser.
*El abismo de la vida. Cada instante la vida se juega el ser.
El abismo de la vida. Asomarse al mundo, a este cosmos sobrehumano que es nuestro hogar. El asombro, el temblor, la inquietud, el miedo. El horror cósmico. Pánico. Angustia. La magnitud del enigma. Espíritus valientes requiere la vida, que miren de frente el abismo del ser.
No volverá a repetirse este ser biosimbólico nuestro –el de cada uno de nosotros. Como seres contingentes que somos. Diremos adiós para siempre jamás.
Apostad por la ‘bella muerte’; dejad un bello y digno recuerdo.
AMAG
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Hasta la próxima,
Manu