Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

martes, 13 de mayo de 2014

110) La palabra prohibida

La palabra prohibida.

Manu Rodríguez. Desde Europa (12/05/14).


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*Identidad biosimbólica arya, comunidad/nación/patria arya, religión arya. Estos tres conceptos vienen a decir lo mismo.
La religión remite a la herencia étnica y lingüístico-cultural. Remite al legado, al patrimonio en la tierra y en los cielos; en nuestros cuerpos y en nuestras almas. La comunidad de estas señas de identidad hace de nosotros una nación –la nación de los nacidos aryas.
*Una identidad, una nación, una religión. La religión de un pueblo es aquello que le religa y le hace uno: las señas de identidad biológicas y lingüístico-culturales compartidas por un colectivo; la comunidad de naturaleza y cultura.
La aryanidad es el conjunto de los pueblos aryas. La comunidad arya o aryanidad es la patria biosimbólica arya. El nacionalismo o patriotismo étnico y cultural arya, que podemos denominar aryanismo (o nazismo), es la religión de los nacidos aryas. Raza, religión, y patria o nación  son una misma cosa para el arya.
También podemos hablar de cuerpo místico arya. Ese cuerpo místico se refiere a la comunidad arya, a la iglesia/nación arya, al conjunto de sus individuos y pueblos.
Nuestra identidad biosimbólica, al mismo tiempo nos proporciona patria y religión.
*Hay algo místico, sublime, grandioso… en el nacionalismo arya; en la idea misma de nación arya. Hay algo arrebatador. Hay algo fuerte y tremendo también. Hay algo estremecedor. Éste es el cáliz que te ofrezco; éste es nuestro ‘santo grial’. Bébelo; apura la copa.
*Nosotros les ofrecemos a nuestros hermanos una identidad, una nación, y una religión. Rogamos a nuestros hermanos que despierten a su identidad biosimbólica blanca, arya. Esto es lo primero.
La nación arya no es otra cosa que el conjunto de los individuos y pueblos aryas. La religión, aquello que nos religa y hace de nosotros ‘uno’, tiene que ver con el legado étnico y con el legado cultural (esto es lo biosimbólico).
Despertar ese sentimiento étnico individual y colectivo. El colectivo de ‘fieles’ y seguidores compondrán el núcleo de la nación arya. Tendrán como ‘religión’ el legado étnico y el legado cultural de los pueblos aryas o indoeuropeos –desde que conservamos memoria hasta nuestros días.
Esto es lo sagrado arya: el legado biosimbólico que heredamos, que es el legado biosimbólico que somos. Un pueblo que cuida de sí, que vela por sí, que se respeta; que se tiene a sí mismo por santo, sagrado. Éste es el camino arya, el camino de nuestro pueblo; el único camino que nos lleva al futuro –nuestra única salida.
Otro aspecto es la tierra. Europa es la ‘metrópolis’, la tierra madre, la tierra del origen, la tierra sagrada de los aryas todos. No importa en qué lugar de la actual Europa (o Eurasia) tuvieron su nacimiento los pueblos aryas. Toda Europa está recorrida por nuestra presencia desde hace miles de años. Ésta es nuestra primera tierra, nuestra tierra sagrada.
Así pues, una identidad, una nación, una religión, y un territorio.
Una identidad étnica (arya), una nación étnica (el conjunto de los pueblos aryas), una religión étnica (el legado lingüístico-cultural de los pueblos aryas –hasta nuestros días; hasta Darwin, Nietzsche, o Heidegger). Con estos signos venceremos. Con estos estandartes expulsaremos a los extranjeros de nuestras tierras.
*En las circunstancias actuales lo primero que hay que ‘salvar’ es la tierra  madre, Europa. Europa es nuestra casa, nuestro hogar ancestral; nuestra tierra sagrada. Son las poblaciones aryas europeas las que en primer lugar han de alcanzar el status de ‘naciones’ o ‘Estados étnicos’. El primer intento, como se sabe, fue frustrado –por quienes ya sabemos. En algún lugar en MacDonald leí que la revolución (blanca) comenzaría en Europa. No sé en qué se basaría para augurar tal cosa. Hay sí, pequeños partidos nacionalistas aquí y allá, pero no hay conciencia étnica ni nacionalista (en el sentido radical nazi). Juegan a la democracia, se solidarizan con Israel… Generalmente les une el anti-islamismo. Pero el islam es uno de los problemas que nos ha traído la normativa universalista que nos viene de la ONU, la UE o los organismos internacionales subordinados o adyacentes. Estamos obligados a ser Estados multiculturales, multirraciales, multiconfesionales… e tutti quanti. Romper con estas organizaciones supranacionales –que limitan la independencia y la soberanía de nuestras naciones– es lo primero. El internacionalismo en la economía, en la política, en el flujo poblacional… está acabando con las naciones étnicas seculares (sobre todo en Europa). No son sólo los musulmanes asiáticos y africanos, seguimos teniendo judíos (en Francia, Hollande, el socialista, y Sarkozi, el conservador, son judíos –la izquierda y la derecha), la población china va en aumento, y también la población amerindia americana (apenas si hay emigración blanca de vuelta).
El deterioro étnico y cultural de nuestras poblaciones europeas aumenta cada día. El flujo migratorio es imparable por el sur (África), por el Este (Oriente Medio, Asia Central, China…), y por el oeste (amerindios). Si todo sigue como hasta ahora acabarán con nosotros en unas pocas generaciones.
Salvar Europa, la tierra del origen, la tierra sagrada de los pueblos blancos. Éste es el cometido de las poblaciones blancas repartidas por el mundo. Que Europa, nuestra tierra sagrada, permanezca étnica y culturalmente incontaminada, pura. Ésta es nuestra cruzada.


*En cualquier lugar del planeta que no sea Europa (incluida Rusia), somos extranjeros. Personalmente no acabo de comprender el nacionalismo blanco fuera de Europa (las Américas, Australia, Nueva Zelanda…). Hemos privado de sus tierras y de sus culturas a numerosos pueblos. ¿Por qué lo que deseamos para nosotros no lo deseamos también para los demás?
Una comunidad internacional de pueblos, éste podría ser el futuro. No de naciones o Estados multiétnicos y multiculturales, sino de pueblos o naciones étnicas. A cada uno lo suyo –su territorio ancestral, su lengua ancestral, su cultura ancestral, su pureza étnica… (quechuas, mayas, inuit, chinos, japoneses… europeos).
Hace mucho tiempo que se desató el mal: la codicia de bienes y territorios ajenos, junto con la indiferencia por lo más sagrado (la raza, el nexo con los antepasados, la cultura ancestral, el territorio ancestral…) –lo más sagrado propio, y lo más sagrado extranjero. El mundo apesta de impurezas –étnicas, lingüísticas, culturales… Hay pocos rincones puros o no contaminados, o lo que es lo mismo, genuinos, verdaderos. Hemos destrozado el árbol de los pueblos y culturas del mundo, que es también el árbol  de la vida. Hemos atentado contra lo más sagrado.
Las conversiones de los pueblos a credos universalistas o internacionalistas, religiosos o políticos –que alcanza hasta nuestros días–, han tenido su parte en esta destrucción. Pueblos alejados de sus orígenes (étnicos y culturales), masas desarraigadas, apátridas… La adopción de ideologías transétnicas y transculturales –de origen extranjero; de origen, en la mayoría de los casos, judío (salvo los universalismos hinduista y budista)– han terminado sembrando la indiferencia hacia los diversos legados étnicos y lingüístico-culturales de los pueblos –las ancestrales señas de identidad.
Los Imperios multiétnicos y multiculturales del pasado (Egipto, el periodo sumerio-acadio, Asiria, Babilonia, India, Persia, Grecia, Roma…) trajeron al mundo estas ideologías universales que no tenía otra función que unir de modo nuevo a aquellas poblaciones heterogéneas, de tan diversos orígenes.
La necesidad actual de unificar ideológicamente al planeta repite la vieja cuestión. La corriente demo-liberal del momento otorga un credo transnacional, transétnico y transcultural en un medio étnica y culturalmente heterogéneo donde las viejas tradiciones y los nexos ancestrales han, prácticamente, desaparecido. Es una competición, una concurrencia entre los universalismos religiosos y políticos. Las diversas poblaciones se convierten en presa de estos. Pululan los misioneros políticos y religiosos difundiendo credos universales –musulmanes, cristianos, hinduistas, budistas, demócratas, comunistas… En poblaciones que ya han perdido el rastro de sus orígenes, en poblaciones ya desarraigadas (esto es, previamente cristianizadas, islamizadas, democratizadas…).
(Dicho sea de paso. También los judíos están afectados por este cáncer cultural propio de los imperios multiculturales que ellos mismos tanto han contribuido a difundir (los credos transétnicos, transculturales, transconfesionales…). Su gente no ha permanecido inmune.)
En este caos que vivimos, en esta mezcla indeseable, en esta impureza, en esta monstruosidad, en esta fealdad… los pueblos no tenemos otra salida que aferrarnos a nuestra sangre y a nuestra memoria; a nuestras  identidades étnicas y lingüístico-culturales. La vuelta, el giro, el retorno a casa, a lo propio. El nacionalismo étnico es la salida para todos y cada uno de los pueblos del planeta.
El nacionalismo étnico europeo no puede ser sino el nacional socialismo arya, el germano. Esto es lo que debemos recuperar. Contra todo obstáculo. Ahora lo que se requiere es un nacionalismo arya a escala europea –siguiendo el modelo germano ya llevado a la práctica.
Ojala tuviéramos más difusión. Es una gran revolución arya lo que necesitamos, aquí, en Europa/Aryana, en la tierra de origen de los pueblos aryas.
*Llevo algún tiempo leyendo literatura puramente nazi desde los años veinte hasta el 45 (hasta la creación de los Werewolf (Naumann), hasta el obituario de Hitler…). He encontrado mucho material en
página que recomiendo a todos (nosotros). Son sumamente interesantes los textos que van desde los primeros años veinte hasta el 33, que alcanzan el poder. Son los años de lucha. Hay que leerlos en sus propios textos, en sus propias circunstancias; en su propio contexto adverso. Cuantos obstáculos, cuantos impedimentos, y cuanta voluntad, cuanta entereza, cuanta paciencia, cuanta resistencia, cuanta lucha, cuanta nobleza… Son un modelo para los actuales. Apenas si podemos añadir  nada.
También tenemos el sexenio del 33 al 39, ya en el ejercicio del poder –antes de la guerra–, y el que transcurre desde el 39 al 45 –los años de guerra. Son tres fases en su historia y en su ‘cultura’. Un ascenso, un clímax, y un descenso, una caída. En cada período se produce una ‘cultura’ (escritura, literatura, arte (posters y demás)…), una ‘retórica’, podríamos decir, acorde con el tiempo, con el momento.
Hay mucho que aprender ahí. Mucho. Las problemáticas son muy parecidas a las actuales. A la población judía (hoy muy camuflada en Europa, aunque no menos operativa que entonces) hay que añadir las poblaciones asiáticas y africanas (la mayoría musulmanas), las amerindias, las chinas… Podemos decir incluso que los momentos actuales son muchísimo más graves que los que ellos vivieron. Más acuciantes. Menos esperanzadores. Y no nos olvidemos que nosotros tenemos detrás los juicios de Núremberg y la represiva normativa anti-nazi que desde entonces padecemos (en los media, en las calles, en los juzgados…).
Es el nazismo puro y crudo el que tiene que renacer. Nada de neonazis o de nacionalistas blancos o similares. El nazismo, sin más. El nacionalismo arya excluyente, nada de internacionalista o universalista. Nada de extranjeros en nuestros gobiernos, en nuestra economía, en nuestra prensa, en nuestra cultura… en nuestras tierras. ¡Fuera estos aliens de esta tierra sagrada nuestra! Simplemente.
Actualmente estamos de nuevo en la fase de ascensión (también el partido estuvo un tiempo prohibido, e incluso a Hitler se le prohibió hablar públicamente). Ahora la literatura ha de ser proselitista, de propaganda. Tenemos que convencer a nuestros semejantes de la terrible situación (étnica, cultural, y territorial) en la que nos encontramos. Y mostrarles la salida. El nacionalismo arya es la solución, la salida. Nuestra única salida.



Necesitamos ‘conversos’, millones de ‘conversos’, de fieles, de seguidores. ¿Cómo lo conseguiremos? ¡Oh, Goebbels, Hitler… Darwin, Nietzsche, Heidegger… inspiradnos!
*He recopilado estos días de la red algunos artículos relacionados con la reciente edición inglesa de los ‘Black Notebooks’ de Heidegger, dos de ellos de Greg Johnson (en Counter C), que incluyen algunas de las observaciones acerca de los judíos (en bilingüe) y otras tantas reflexiones sobre el nacionalsocialismo (en el cuerpo del post). El resto de los artículos, como de costumbre, se ceban en el anti-semitismo de Heidegger, el cual corrobora su nazismo y les vale para desprestigiar y descalificar su entero pensamiento. Pobres diablos. Los artículos de Johnson, al menos, recogen estas pocas observaciones sobre el ‘movimiento’ que resultan de gran importancia.
Todo lo que Heidegger nos diga acerca de “la interna verdad y grandeza del ‘movimiento’” es de sumo interés, e igualmente lo que nos diga acerca del ‘racismo biológico’ –que él consideraba pedestre o ramplón a la vista de los textos anti-semitas que se publicaban. Por ejemplo, cuando dice que el nacionalsocialismo no era todavía una ‘visión del mundo’ (weltanschauung)…, pienso que tiene razón. Esto se observa leyendo los textos nazis publicados sobre los más diversos aspectos culturales. Se puede decir que el nazismo era una ideología en formación que apenas tuvo tiempo (apenas unos años, comparado con el judeo-mesianismo y el judeo-islamismo, por ejemplo, que dispusieron de siglos) para implementar una auténtica y genuina ‘visión del mundo’ nacionalsocialista que operase en las escuelas y en todas partes y que terminase impregnando toda la vida cotidiana de los germanos. Pero tuvo tal intención como nos consta, por ejemplo, en los textos relacionados con las llamadas ‘lebensfeier’ o ceremonias de la vida (life rituals), concernientes al nacimiento, matrimonio, muerte, y a una suerte de ‘confirmación’ que se hacía al cumplir los 15 años (los chicos y las chicas). También podemos considerar los textos dirigidos a los soldados SS y pensados para su educación nacionalsocialista. Estaban ensayando, tanteando, construyendo… comenzando.
El anti-semitismo no sólo se ocupaba de la cuestión racial, los nazis eran conscientes del poder de las ideologías semitas (religiosas y políticas) en la vida cotidiana de los alemanes (y de los europeos, añadiría yo). No era sólo una oposición racial sino ideológica y cultural también. Quizás  no con la profundidad que un filósofo como Heidegger requería.
Heidegger es siempre noticia, incluso en la prensa cotidiana –no especializada–, y su figura reúne a su alrededor una permanente cohorte de curiosos personajes. Tenemos a los ‘escandalizados’ detractores, que claramente denuncian y descalifican su filosofía por su proximidad al nazismo (como si el nazismo fuera algo deleznable de suyo); luego están aquellos que se ven en la necesidad de defender su pensamiento y disculpan sus contactos con el nazismo –nada tiene que ver su filosofía con los principios del nazismo, nos dicen, y su simpatía  por el nazismo fue sólo al principio, cuando accedió al cargo de Rector en la Universidad de Friburgo y dio su famoso ‘Discurso del Rectorado’, pero que poco tiempo después lo abandono y tal y tal (aunque no lo parezca estos ‘defensores’ hacen un peor servicio a su conocimiento que incluso los detractores. En mi opinión, si son sinceros, estos ‘defensores’ no lo han entendido en absoluto. Tanto mejor lo han entendido los detractores, que han sabido ver su ‘nacionalismo’ o su etnocentrismo). Luego tenemos a los que se limitan a exponer su pensamiento como mejor pueden sin meterse en complicaciones políticas o ideológicas, tomando su ‘filosofía’ como una suerte de existencialismo o algo así. Están también los judíos que pretenden apropiarse de este pensamiento esterilizando su potencia nacionalista germana, universalizando su discurso (el más notorio es Derrida).
Los judíos que se le aproximaron –a ver que podían sacar de allí (como parásitos espirituales natos que son)– no pudieron o no quisieron ver el etnocentrismo de su escritura. Hablo de Arendt, Löwitt, Adorno, Marcuse… Lévinas… Derrida. Sólo extrapolando su discurso –y negándolo en cierta medida– pueden hacer uso de él; tomándolo como si de un pensamiento fuera de tiempo y lugar se tratase. Esto es, universalizándolo, desarraigándolo; judaizándolo. No han hecho la lectura étnica, que es la que correspondía, aplicándola a su propio ser (biosimbólico). Ésta es la lectura que le recomiendo a los diversos pueblos no aryas.
Heidegger no hablaba a individuos, a egos aislados y desarraigados, sino al pueblo, a todos (deutsch, teut –el ‘totum’ latino); a todos ‘nosotros’ (wir). Se trata de ‘la cosa de todos’ (recuérdese el ‘althing’ escandinavo). Es un pensamiento étnico, colectivo. No es un discurso de salvación personal; no estamos ante ningún individualismo existencialista.
A Heidegger le daba igual aquellos judíos que se aproximaban a su pensamiento y su discurso. Él no hablaba para ellos. Es la pura tradición filosófica occidental, desde los presocráticos a nuestros días, el tema de sus reflexiones. ¿Qué tenían que ver aquellos extranjeros con nuestra tradición filosófica?
Heidegger es un pensador étnico, si esto se puede decir, que tiene mucho que decirles a los identitarios indoeuropeos o aryas. Un pensador étnico es un pensador que habla a su pueblo. Que  no sostiene un discurso universal. Que se remite a las especiales circunstancias que vive ‘su’ pueblo. Otro pensador étnico es Nietzsche. Y por supuesto todos aquellos pensadores que forjaron la Alemania del período nazi (Spengler, Hitler, Goebbels, Rosemberg…). Podemos decir que buena parte del pensamiento arya desde los presocráticos a nuestros días es un pensamiento étnico –que habla a nuestra gente, a nuestra raza, a nuestra historia, a nuestras circunstancias… a nuestras vidas.
El pensamiento étnico se distingue del pensamiento universalista –que se dirige a todos los hombres. Confucio es un pensador étnico, por ejemplo. Se dirige a su pueblo, a los suyos.
Los universalistas pretenden que tengamos una idea reducida e incluso peyorativa del pensamiento étnico o no universalista, como si éste fuera un pensamiento provinciano o menor –mientras  el discurso universalista se dirige a todos los hombres, a la ‘humanidad’,  el pensamiento étnico se dirige a una porción determinada de ellos.
Este argumento nos oculta un aspecto importante en esta discusión; distrae la atención de lo esencial. No nos olvidemos que todas las ideologías universalistas tienen un origen étnico, sean de origen semita o sean de origen indoeuropeo (hinduismo y budismo), o la muy reciente democracia universal con componentes semitas e indoeuropeos (en su origen la democracia griega era una democracia étnica).
La universalización de una particular tradición étnica es lo que tenemos con los universalismos. Es, pues, un choque, una guerra de poder entre las diversas etnias y sus respectivas tradiciones étnicas (sus ‘weltanschauug’, para resumir). Y hoy por hoy, en nuestras tierras, prevalecen y dominan las viejas tradiciones étnicas semitas (judaísmo, judeo-mesianismo, y judeo-islamismo) –por no hablar del marxismo y el comunismo (judeo-bolchevismo) y de la amplia influencia que algunos de sus otros engendros contemporáneos (Freud, Boas, Adorno…) tienen en nuestra vida intelectual.
Entiéndase esto, Heidegger hablaba en enigmas, y sólo para nuestros oídos. Los extranjeros no podían (ni debían) entender nada.
Cuando Heidegger habla del ‘ser’, y del ‘origen’, y del ‘giro’  o ‘vuelta’, y del ‘acontecimiento’… ¿De qué habla? ¿Desde dónde habla? ¿A quién habla?
Contexto y perspectiva. Sincronía y diacronía. No podemos olvidar o ignorar las coordenadas de cualquier discurso; su ‘x’ y su ‘y’.
Reivindiquémosle como un pensador arya, nuestro. Su obra se remite a nuestra historia y a las incidencias de nuestro devenir espiritual, intelectual, filosófico o ideológico (o como queramos llamarlo), acerca de los hitos que nos desviaron de nuestro genuino camino, del camino de nuestro pueblo. De nosotros habla, pues, y a nosotros nos habla. No a los semitas, no a los chinos, no a los japoneses, no a los magrebíes o a los subsaharianos… Sólo para nuestros oídos. Hay, pues, que contextualizar su escritura absolutamente (comenzando por su contemporaneidad con el nacionalismo arya germano y el período histórico que le toco vivir). De otro modo se nos escapa, no acertamos a descifrar sus enigmas. Los enigmas de Heidegger, el oscuro.
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Saludos y hasta la próxima,
Manu