Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

sábado, 30 de octubre de 2010

52) El dios de los europeos

El dios de los europeos.

Manu Rodríguez. Desde Europa (21/10/10).


*


*El dios que recorre Europa. El dios ancestral que es nuestro Genio y nuestro Numen. Un dios que es nuestro orgullo. El único dios que podrá salvarnos.
Es un dios que pasa desapercibido en su propio hogar; su pueblo no le reconoce, no lo advierte, no lo ‘ve’. Es un dios soterrado desde antiguo, desde la cristianización; cuando fuimos privados de lo nuestro, de la conexión con nuestros antepasados y con nosotros mismos; cuando se nos expatrió o desarraigó espiritualmente.
Durante todo el período de dominio del dios de los cristianos (el ‘milenio’ cristiano) este dios nuestro no pudo aparecer ni operar; el ‘espíritu’ que nos animaba y que nos anima permaneció perseguido, prohibido, suprimido en lo posible; nuestro dios autóctono.
Este dios nuestro hay que volver a encontrarlo en nuestros inmediatos antepasados; ese ‘espíritu’. En la ciencia, en la política, en la filosofía, en el arte… En los pensadores y creadores que hicieron posible esta Europa actual nuestra; los Padres y las Madres de este nuevo período que ha venido a la luz aquí, en Europa. Generaciones enteras han hecho posible este renacer.
Un dios luminoso y purificador nos animaba, sí; un anhelo de justicia, de verdad, de luz, de libertad. Vencimos. El tenebroso dios judeo-cristiano fue dejado atrás; esa noche, ese absurdo, ese horror.
Pero a este dios nuestro apenas renacido le amenaza otro viejo dios, el dios de los musulmanes. Este dios amenazador es de la misma estirpe que aquel de los cristianos que nos atenazó durante tanto tiempo, y ya ha probado su poder en Europa. Es un dios codicioso, es un dios violento. Nos desea, desea a Europa. Desea que Europa caiga en sus manos.
Está, pues, amenazada Europa; están amenazados los europeos; está amenazado nuestro dios.
*Nuestro dios es un dios creador, plasmador. Es un dios cuya luz y cuya obra pulveriza a los dioses sombríos y destructivos.
No tiene nombre este dios nuestro; el dios que nos habita desde hace milenios. Está en las cuevas pintadas del paleolítico. Está en nuestras lenguas y culturas milenarias; en nuestros pueblos emparentados: en los germanos, en los celtas, en los eslavos, en los baltos, en los romanos, en los griegos; en los europeos de siempre. El dios que nos acompañaba antes, y el que nos acompaña ahora; el que nunca nos abandonó. Nuestro espíritu indestructible; nuestro genio, nuestro ser. El que siempre retorna, siempre vuelve; el que nunca se fue. Nuestro dios tutelar.
No queremos que este dios nuestro sea el dios de todos. Cada pueblo tiene su dios tutelar, su dios primordial. Hablo de pueblos definidos como el europeo, el chino, o el japonés (por citar los más conocidos). Estos pueblos tienen pasado y antepasados que les representan dignamente y de los cuales pueden sentirse orgullosos. Nada más lejos del dios europeo que el pretender privar a otros pueblos de sus ‘dioses’. Bien al contrario, se uniría a otros dioses (pueblos) para luchar contra aquellos que tal cosa hacen; contra los dioses/pueblos ofensivos y arrogantes.
¿Cómo no van a estar orgullosos los pueblos de su pasado, de hasta dónde han llegado? Los europeos, los chinos, los japoneses… entre muchos otros. Sus respectivas identidades; las muestras de su ser y de su hacer; su legado para toda la humanidad.
¡Ay, Europa, recuerda quién eres; enorgullécete, yérguete!
*Un pueblo es natura y cultura (fisis y nomos), y sus individuos o miembros son seres biosimbólicos. No cabe duda que los pueblos del paleolítico y del neolítico hablaron de sí y del mundo a través de sus dioses, a través de sus superestructuras simbólicas (de sus mundos lingüístico-culturales). Tantos pueblos tantos mundos simbólicos.
Hay que decir que con el concepto ‘pagano’ o ‘gentil’ usado por los cristianos, al igual que con el de ‘infieles’ usado por los musulmanes, o el de ‘paganismo’, usado por ambos para referirse a cualquier otra cultura, se escamotea el ser de los diferentes pueblos. Otros conceptos similares son ‘idolatría’ o ‘politeísmo’. Estos conceptos no son ni siquiera simplificadores; no quieren decir, en verdad, nada; son conceptos ‘vacios’. No denotan más que a los pueblos no-cristianos o no-musulmanes, y no dicen nada acerca de las respectivas culturas de estos. Son conceptos simplemente operativos, se usan para descalificar a cualquier otra cultura (a los ojos de los creyentes cristianos o musulmanes), y para legitimar y santificar su destrucción (en el nombre del dios de los cristianos o de los musulmanes).
Recuérdese el viejo concepto judío ‘goy’ (y ‘goyim’, plural) usado aún por estos para referirse al no-judío, y que es equivalente al de ‘pagano’ o ‘gentil’. El pueblo judío es el prototipo de este comportamiento excluyente y negativo hacia los otros pueblos que hoy no dudaríamos en denominar fascista o racista. Sus ‘hijos’, los cristianos y los musulmanes, lo heredaron.
Con estos conceptos se borran las diferencias esenciales entre los diversos pueblos y culturas. Ya no hay egipcios, o griegos, o persas, o chinos… No hay más que judíos y ‘goyim’, cristianos y paganos, o musulmanes e infieles. Los pueblos desaparecen; el árbol mismo de los pueblos y culturas del mundo es arrancado y arrojado a la muerte y al olvido.
Téngase en cuenta la índole corrosiva y destructiva de estos lenguajes, de estos discursos; y su alcance, hasta dónde quieren llegar –cada uno de estos discursos aspira más que a la supremacía mundial, aspira a la exclusividad.
De no ser por las ideologías religiosas universalistas, por los pueblos/dioses totalitarios, el árbol de los pueblos y culturas del mundo sería mucho más frondoso de lo que hoy es. Éste aparece a nuestra vista desmochado, deslucido, roto; y lo poco que de él queda, mezclado, confuso, revuelto, impuro.
Dioses/pueblos locos y codiciosos; maleducados, groseros, vanos, narcisistas, ignorantes. Hay pueblos así, hay individuos así, hay dioses así. El principio fundamental de estos es la total desconsideración del otro; al otro (pueblo o individuo) se le desupone saber, se le desupone ser... Dominados, e instruidos, desde hace siglos por estos dioses o principios universalistas y totalitarios, la mayor parte de los pueblos e individuos respondemos a este patrón de ‘negación del otro’. Analícense las áreas de dominio de estas religiones etnocéntricas universalistas (cristianismo, islamismo…) y su comportamiento (histórico) entre sí y con otras culturas. Las propias áreas cristianas o musulmanas están divididas y enfrentadas (el cristianismo se escinde y escinde desde la muerte de Jesús (las innumerables sectas), y esto incluye las guerras de religión cristianas que, afortunadamente, pasaron a la historia; los musulmanes están igualmente divididos y, estos sí, en guerra civil (fitna) desde la muerte de Mahoma). Vemos odio y hostilidad por doquier. Es una guerra permanente; dentro y fuera. Es un legado horrible el de estas tradiciones.
Estas ideologías, estos discursos; esos individuos, esos pueblos, esos dioses… merecen una dura crítica en su conjunto, y un gran rechazo. Merecen ser eliminados de nuestro horizonte, apartados de nuestras vidas. Por el daño irreparable que han causado, y causan, hasta hoy mismo, en todo el planeta. Apenas si hay pueblos que se hayan librado de sus garras. Una superación colectiva (los diversos pueblos y culturas) de este nefasto período, a corto, medio, o largo plazo, me parece lo más deseable para todos. La derrota de estos dioses, para ser efectiva, ha de ser universal –en cada individuo y en cada pueblo.
Algunos individuos pueden acometer la empresa de enfrentarse a estos dioses (parcialmente derrotados), y vencerlos –a título personal; reencontrar al ser simbólico ancestral, al dios autóctono renacido; renacer ellos mismos. Una purificación. Devenir espiritualmente sanos, libres, futuros; ejemplares, muestras.
A este respecto queda todo por hacer. Reeducar, reeducarnos. Comenzar de nuevo. Tenemos todo el futuro por delante.
*Nuestro dios es el esposo de Europa; el esposo único. Así como Europa es la esposa única de ese dios. Con todo lo que ello significa. Esta pareja tiene prole, somos nosotros, los europeos (seres biosimbólicos particulares). Europa es nuestra madre, el dios es nuestro padre.
Retomo esta canción encontrada en la recopilación de cuentos de Afanasiev, nº 265 (La patita blanca): “¡Ay mis hijitos del alma, / mis hijitos adorados!/ Esa vieja bruja, dañina serpiente, / que os a dado muerte, / pérfida serpiente, áspid venenoso/ es la que os ha dejado sin padre; / sin padre a vosotros y a mí sin esposo. / Luego convertidos en patitos blancos, / nos arrojó al agua de un raudo regato/ y ocupó mi sitio en mi propia casa…”. (Se puede leer también en ‘Desde Europa’, p. 122 –en otro contexto).
¿Quién puede dejarnos sin padre y a Europa sin esposo? En el pasado fue el dios de los cristianos el que nos dejó sin padre y usurpó su lugar (de padre y esposo de la comunidad o colectividad). A su vez la ‘ecclesia’ tomo el lugar de madre, de esposa; la comunidad de creyentes cristianos usurpó el lugar que les correspondía a las comunidades ancestrales. Tuvimos madrastra y padrastro.
(Dicho sea de paso, cuando el budismo niega ‘el lugar del padre’ (del dios) no lo hace sino para ocupar su lugar; usurpando también. Ahora es el ‘buda’ –y sus sacerdotes, sus representantes en la tierra- lo divino, el ‘dios’; lo que ha de ser venerado y adorado. El caso budista no es más que una muestra entre otras de la astucia sacerdotal; de sus estrategias de dominio y de su falta total de escrúpulos, de su indecente y repugnante voluntad de poder.)
Volviendo a lo que nos ocupa, el mismo caso que tuvimos ayer con los cristianos y su dios, lo tenemos hoy con el dios de los musulmanes y su comunidad de creyentes (la ‘umma’). Este nuevo padrastro y esta nueva madrastra compiten con los antiguos, con los cristianos (con la ‘ecclesia’ y con su dios). Advertida la debilidad actual de estos, la ‘umma’ y su dios estiman fácil la conquista de Europa. Piensan que Europa es la ‘ecclesia’, y que el dios de los cristianos es el dios de los europeos. Con estos pretendientes, ya viejos y ya rechazados en anteriores ocasiones, se vuelve a ignorar a la Europa europea y a su dios.
No ha de perderse de vista que con este ‘juego de lenguaje’, al igual que con los conceptos ‘pagano’ o ‘infiel’, desaparece nuestro ser europeo ancestral y autóctono. Se trata de la Europa cristiana o la Europa musulmana; importa bien poco nuestro ser. El sustrato europeo, el ser autóctono, no importa para nada. Somos ya un pueblo alienado; ésta es la lección. Como si nunca hubiéramos sido. Se da por hecho nuestra inexistencia, nuestra extinción, esto es, la extinción de las culturas autóctonas (la erradicación del ‘paganismo’, labor que se supone ya realizada por la primitiva cristianización o las algo más tardías islamizaciones).
Se repite la historia. Vuelve a estar en entredicho nuestro ser, nuestro ser europeo. Experimentamos cada día el comportamiento absurdo, grosero, y violento de la ‘umma’ hacia nosotros, sus anfitriones; aquí, en nuestra propia casa. Como antaño el de los cristianos. ¿Conseguirán de nuevo reducirnos, soterrarnos, arrojarnos al agua de un raudo regato, acabar con nosotros, hacernos desaparecer?
Dada las características de esta nueva amenaza, con relación a aquella primera cristiana (al componente ideológico-cultural se añade el componente demográfico), si esta vez volvieran a conseguirlo sería nuestro último crepúsculo. No habría renacimiento posible, no habría otra aurora para nuestro pueblo. El sustrato étnico y cultural de nuestra amada Europa cambiaría irreversiblemente. Nos convertiríamos con el tiempo en una exigua minoría. Careceríamos de fuerza, de potencia, de número. Sería nuestro fin. Nos extinguiríamos en la naturaleza y en la cultura; desapareceríamos verdaderamente de la tierra y del cielo.
Sólo pido y espero que la respuesta de Europa (de los europeos, y de su dios) sea, en su momento, adecuada a la gravedad de la amenaza.
*
Hasta la próxima,
Manu




miércoles, 20 de octubre de 2010

51) Como una súbita aurora

Como una súbita aurora.

Manu Rodríguez. Desde Europa (14/10/10).


*


*Los franceses son cada vez más conscientes del peligro que corren; cada vez lo tienen más claro. Detecto su angustia en algunos de sus blogs (‘Riposte laïque’, ‘Bivouac’…). Presienten su tenebroso futuro, experimentan la galopante islamización de sus vidas. El cerco se cierra. Es un negro futuro el que nos espera a todos los europeos; y una terrible experiencia, la pérdida de Europa. La que las presentes generaciones comenzamos a vivir; la que vivirán de pleno las (pocas) que vienen. Somos los últimos europeos. En cien años Europa, la vieja Europa, habrá desaparecido. Si nada hacemos.
Es un mundo que desaparece. Es el mundo nuestro de toda la vida. Es nuestra Europa. Somos nosotros los que desaparecemos; nuestra estirpe, nuestro ser. Nuestras tradiciones todas; nuestros antepasados; nosotros mismos. En este presente nos jugamos nuestro pasado y nuestro futuro.
*¿Es acaso un dios perezoso y hedonista el nuestro; un dios que no quiere salir de su placentero sueño? ¿Es un dios impasible?
¿Qué han devenido nuestros dioses; qué hemos devenido nosotros, los europeos?
¿Cómo esta ‘umma’ venida de fuera nos intimida y arrolla? Nos amenaza, nos insulta, nos golpea, nos mata. Nos priva de nuestras calles, de nuestros barrios, de nuestras ciudades, de nuestra tierra... Nos impone su cotidianidad, desfigurando o desvirtuando la nuestra ancestral y autóctona. En nuestra propia casa, y sin apenas resistencia.
Dioses decadentes, cansados, asténicos; sociedades decadentes y agotadas. ¿En esto nos hemos convertido? Hay que decir bien alto y bien claro que no hay esperanza, que no hay mañana ni futuro alguno para estos dioses ociosos y tranquilos; para estas sociedades apáticas o semi adormecidas.
*La historia es la memoria de los pueblos. La historia deviene ejemplar, a la manera de los mitos. La historia es una guía para la acción.
*No descuido las observaciones o comentarios que se me hacen en el blog o en correos personales. Suelo responder a través de los textos que voy introduciendo; de manera diferida, por decirlo así. Para todos y para ninguno.
*No veo por qué no podemos hablar de dioses étnicos. El problema no está en el etnicismo del dios, sino en el etnocentrismo de algunos de estos dioses (a la manera del dios de los judíos, o el de los árabes).
*Hay que dejar claro que cualquiera que se adhiere a un ‘dios’ (y a una comunidad de creyentes) en cuyo nombre se santifica la mentira, el robo, y el asesinato, o no sabe lo que hace, o lo sabe demasiado bien; en otras palabras, o es un ignorante, o es, real o potencialmente, un mentiroso, un ladrón, y un asesino.
Ésta es la correlación que cabe establecer entre ‘creencia’ y ‘creyente’, o entre ideología y militante. A tal dios, tales fieles; a tal ideología o creencia, tales militantes o creyentes. No puede ser el ‘dios’ una cosa, y la ‘comunidad de creyentes’ otra.
El dios de la ‘umma’ es la voz de la ‘umma’. Son una misma cosa. El poder del dios es el poder de la ‘umma’. Ambos crecen y menguan a una. No se puede vencer al uno sin vencer a la otra.
La voluntad de poder y de futuro de la ‘umma’ no va a prescindir de un dios que legitima e impulsa su ambición de dominio y su propio ser (que es su propio ser). Estoy hablando del dios que santifica la mentira, el robo, y el asesinato en su nombre. Hemos dejado que ese dios (esa comunidad) entre en nuestra casa. No será fácil su expulsión y su definitiva derrota.
*De nuestras generaciones depende, de los ‘últimos europeos’; de las presentes y de las futuras (muy pocas) generaciones depende el ser de Europa, el ser europeo. Si proseguirá adelante, o se hundirá en el olvido.
Lo primero es tener claro aquello por lo que luchamos. Luchamos por Europa, por el ser europeo; por nosotros mismos. Luchamos por nuestras formas de vida que tienen raíces milenarias. Luchamos por nuestra tierra santa europea, la tierra que fundaron nuestros ancestros. Ni nuestras tierras ni nuestras culturas y formas de vida milenarias estamos dispuestos a perder. Luchamos contra cualquiera que amenace o ponga en peligro a ambas. Es nuestro patrimonio; la tierra sagrada ancestral y los mundos elaborados a través de las generaciones.
Tarde o temprano se responderá. Será masivo el clamor; universal. Como una súbita aurora. En toda Europa.
El impulso del dios que nos anima. El que nos mueve; el que nos lleva hacia adelante. El ser que somos; ése hablará y responderá. Ya se advierte su presencia en Europa; ya comienza a relumbrar en nuestras palabras y en nuestros actos.
*No es éste nuestro fin. Bien al contrario. Somos los primeros europeos de una nueva era; somos la aurora de este tercer período. Anunciamos el futuro, somos el futuro. No va a sucumbir esta aurora, este futuro en ciernes, esta nueva primavera.
Somos nuevos, y de ahí nuestro balbuceo. No acertamos a decir. No acertamos a decirnos. No tenemos nombre aún. El homo ‘nexus’. Los seres biosimbólicos nuevos. Nuestra voluntad de poder y de futuro no tiene igual. Nada ni nadie podrá con este nuevo día que inauguramos.
Sólo el violento dios de la ‘umma’ supone una amenaza para nuestra existencia. Pero este escollo que ahora nos detiene será superado, dejado atrás; vencido. Apenas si comenzamos nuestra singladura.
El futuro es de este recién nacido, de esta nueva criatura, de este nuevo ser que ya ha logrado vencer a las serpientes que rodeaban su cuna. Ningún peligro espiritual del pasado le acecha o le puede.
*Nuestro dios, que es nuestro Genio y nuestro Numen, no es el dios de los judíos, ni el de los cristianos, ni el de los musulmanes. No es un dios sombrío precisamente el que nos alienta. El dios que asiste a Europa está emparentado con el cielo, con la luz.
Es un dios luminoso y activo; y un dios que tutela y alienta la claridad, y la libertad. Ya recorren de nuevo nuestras calles estos magnos conceptos. El conocimiento, la verdad; el análisis, la crítica, la luz. Libertad para conocer, libertad para pensar, libertad para decir; libertad para amar, libertad para vivir, libertad para ser. Ya están de nuevo en nuestros labios estas sublimes consignas; las consignas de nuestro dios.
Son consignas purificadoras, fortalecedoras, enriquecedoras. Que dignifican, que honran, que enaltecen; que entusiasman, que arrastran, que enamoran. Que vencen.
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Hasta la próxima,
Manu

miércoles, 13 de octubre de 2010

50) A lo largo de la atalaya

A lo largo de la atalaya.

Manu Rodríguez. Desde Europa (10/10/10).


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*Mundo desquiciado, descompuesto, roto. Los flujos migratorios musulmanes (asiáticos y africanos) están inundando el mundo libre. Dentro de algunos años no reconoceremos a las naciones y a los pueblos tradicionales en Europa o América; los perderemos para siempre.
Pese a las circunstancias, que empeoran cada día para los hombres y pueblos libres, hay que seguir luchando. No podemos perder el control en nuestras naciones. Si acaso las intenciones de la ‘umma’ en la ONU prosperaran (la de prohibir y penalizar toda crítica al islam en tierras no musulmanas), la oposición al islam en el mundo libre no tendría más remedio que pasar a la clandestinidad. En nuestra propia tierra. Esto sería ya demasiado. Es de lamentar la torpeza, la debilidad, y la cobardía de nuestras instituciones políticas y jurídicas; en los tiempos que corren, cuando más necesitamos gente valiente, despierta, y activa.
Sorprende la velocidad de nuestra caída; se está acelerando. La caída de las Torres Gemelas parece ser un modelo anticipado de la nuestra –Europa, y la misma USA.
¿Por qué; cómo ha sucedido esto; cómo se ha permitido? Es insólito, absurdo; es una pesadilla. Y no se hace nada por evitar la inminente y anunciada desaparición de nuestros pueblos y culturas. Todo parece indicar que es el fin, nuestro fin. Milenios de vida y esperanzas arrojados a la muerte y al olvido. Sin apenas resistencia.
*“Los dioses murieron de risa cuando uno de ellos dijo que era el único”, en palabras de Nietzsche. Hoy no tenemos ánimo para decir lo mismo; no son tiempos de ironía. Esto es lo que hoy conviene decir: “Los dioses han huido de espanto ante el ambicioso, violento, y mixtificador dios de la ‘umma’; nada más oír el eco de sus gritos y alaridos, han corrido a esconderse”.
Necesitamos dioses que nos protejan y defiendan. Pero, ¿qué es un dios? Un dios es un signo, y es un símbolo. Un signo/símbolo mediante el cual un pueblo habla, se dice; con el cual se siente identificado. Es un estandarte. Es el rostro, el carácter, la personalidad, la voz de ese colectivo. Uno o muchos, en cualquier caso, las diversas comunidades hablan y se expresan mediante sus dioses.
Hay que tener en cuenta, pues, el carácter étnico y local del dios de los musulmanes. Asistimos a una suerte de pan-arabismo. Es un dios árabe, y aunque muchos y diversos pueblos se hallen sometidos a ese dios (los que conforman la ‘umma’), sigue siendo un dios étnico, un dios que surgió en el seno del pueblo árabe –que ‘habla’ en árabe. Hay que tener en cuenta también que este dios es, en primer lugar, un retrato esperpéntico de su creador, y que éste lo impuso, antes que a ningún otro, a su propio pueblo (y de manera violenta).
Un dios que nos represente, que sea uno con nosotros, cosa nuestra. De esto se trata. Un dios mejor que el dios de la ‘umma’; mejor en sabiduría, mejor en fuerza, mejor en poder. Un dios que supere en voluntad de poder y de futuro al dios de la ‘umma’, a ese ‘dios’ que nos amenaza; que amenaza nuestro ser.
Perseverar en el ser (simbólico, cultural) supone, aquí y ahora, vencer.
Podemos ver en cada pueblo y cultura el comportamiento ofensivo de la ‘umma’, el ‘uso ofensivo de la fe’, por usar aquella certera expresión de Onega; la ‘ofensiva’ musulmana en cada pueblo y en cada cultura.
El dios de la ‘umma’ lucha en cada pueblo con su respectivo ‘dios’. Ataca los principios que unen a ese pueblo, los símbolos de su fe; sus signos/símbolos preferentes, supremos. Procura ‘convertir’ a los miembros de esos pueblos, privar a esos pueblos de los suyos. Divide y enfrenta a la población. Subvierte. Se afana por desintegrar, por destruir la cultura anfitriona. Así como hizo en la misma cuna; contra sus propios padres (aquel entorno lingüístico-cultural en cuyo seno nació), contra su propia cultura y su propio pueblo (el primer sometido); contra los suyos. Es tal su ambición de dominio que aspira al mundo entero.
Ésta es la lucha cultural y espiritual que sostenemos hoy los pueblos y naciones del mundo libre con la ‘nación’ islámica, con la ‘umma’; en esta su tercera oleada (su tercer intento). Se extiende como una patología social por todos los rincones del planeta. Una quinta columna; un ejército en la sombra; una sombra que avanza cada día. Puedo verlo desde la atalaya. Nada ni nadie, de momento, la detiene.
Hay un dios más anciano, más sabio, más poderoso que el dios de la ‘umma’. Un dios que no tiene nombre. Un ‘algo’ que no acertamos a decir. Un símbolo inefable. Éste ‘algo’ indecible será el que nos aliente e inspire. Padre/Madre de nuestra libertad, de nuestra verdad, de nuestra luz; de nuestro ser todo (natura y cultura). Éste/Ésta/Esto nos impulsará. Un viento impetuoso seremos contra el mal, contra nuestro mal. Venceremos.
Ruego a los lectores que se alleguen a esta lectura o visión de lo que hablamos, de lo que no paramos de hablar, que jueguen este juego; que vean de esta manera el asunto que nos traemos.
El asunto será historia, y será mito, y epopeya. “Vae victis!”
*
Hasta la próxima,
Manu

viernes, 1 de octubre de 2010

49) Para los libres y para los sometidos

Para los libres y para los sometidos.

Manu Rodríguez. Desde Europa (24/09/10).


*


*Los que hablan de prohibir el islam (en Europa o América) no parecen darse cuenta que éste comparte con el cristianismo la teocracia (clero-cracia), el universalismo, y el totalitarismo. Que no hay diferencia entre uno y otro (baste recordar el período de dominio cristiano en Europa). Que no es posible iniciar un ataque cultural (filosófico, antropológico, jurídico, político, sociológico…) al islam sin que otras ideologías semejantes se vean afectadas. Que si cae el islam caen también el resto de las ideologías religiosas universalistas y totalitarias del neolítico. Que la caída del islam y de ideologías afines supondrá la definitiva salida del neolítico.
La proximidad ideológica y el temor a un eventual triunfo de los musulmanes en nuestras tierras son los motivos de la actitud conciliadora y cómplice que, en Europa por ejemplo, y en los tiempos recientes, se advierte en las altas jerarquías de las diversas sectas cristianas con relación al islam –la numerosa población musulmana extranjera. Me refiero a las iglesias-mezquitas compartidas, o a los elogios al Corán o a la ‘piedad’ musulmana, así como la posición favorable a la construcción de mezquitas o centros culturales islámicos, o el apoyo a las tradiciones musulmanas en general (culinarias, jurídico-políticas…). Se han convertido en defensores de la ‘minoría’ musulmana (cincuenta millones) en Europa. Está claro que es una estrategia de supervivencia de la débil y pusilánime ‘ecclesia’ frente a la fuerte y amenazadora ‘umma’; se temen lo peor. Ambas buscan sobrevivir, e incluso dominar, aunque por caminos diferentes. La astucia y la violencia son sus armas.
En Europa y el mundo libre ya estamos acostumbrados a las habituales críticas de los sectores cristianos al laicismo o a la apostasía de las masas y el abandono de la ‘fe’, al lamento por la pérdida de las ‘raíces cristianas’ de Europa, o al ‘materialismo’ de occidente, también usado por los clérigos musulmanes, y merecedor, según estos, de nuestra destrucción.
Hay que decir que nuestra identidad (o nuestras raíces), como individuos o como pueblos, no está precisamente en el cristianismo o en el islamismo. Bien al contrario. Los pueblos cristianizados o islamizados son pueblos alienados, privados en su momento de sus propias culturas, y por lo general de manera violenta y traumática.
La victoria sobre el islam en los momentos presentes supondrá la derrota de los aspectos más sombríos de nuestro pasado (del pasado de la humanidad); será una purificación. Sólo una revolución cultural podrá enfrentarse con visos de victoria a estos residuos tenebrosos. Una revolución que pasaría, en primer lugar, por la recuperación espiritual de las identidades ancestrales y autóctonas.
Ha de cambiar nuestra actitud hacia esas ideologías, en sí destructivas y alienantes. Salir del laberinto conceptual judeo-cristiano-musulmán, por ejemplo. Verlos desde fuera; desde el futuro también. Ver su estela, su obra, su legado. Ver su inoportunidad, su estar fuera de tiempo y de lugar, su estar de más; sus absurdas, demenciales, y anacrónicas demandas, y pretensiones (pueblos elegidos, textos revelados por algún dios…).
Estamos, por lo demás, ante fenómenos sociales de masas (las religiones universales de liberación o salvación) que llevan la mitad del neolítico histórico (tres mil años) perturbando a la humanidad; alterando, modificando, o destruyendo para siempre pueblos y culturas. El balance es negativo. Nada bueno trajeron, nada bueno traen; nada bueno son.
La tradición judeo-cristiano-musulmana ha resultado ser la más dañina. No sólo por su tenebroso pasado, sino por su violento presente y su amenazante futuro (en esta tercera oleada del islam). Su área de dominio se extiende por la casi totalidad del planeta; y la criminal y demencial querella judeo-cristiano-musulmana vuelve a protagonizar la escena de la guerra en el mundo.
Salir de ahí, de esto se trata; de esa locura. Liberarnos, verdaderamente. Des-alienarnos. Dejar atrás. Renovarnos; renacer.
*Está en entredicho lo que, en los últimos doscientos años, y entre todos (científicos, políticos, filósofos… los propios pueblos), hemos realizado: el nuevo período, la nueva aurora para la humanidad; revoluciones culturales trascendentales. El paso del fenocentrismo (antropocentrismo) al genocentrismo, por ejemplo, aún no pensado/vivido hasta el final.
Todo ha cambiado. Todos los mundos del neolítico han perdido color y sabor (el sol, la luna, y las estrellas del neolítico han perdido su luz). Sólo por sus vínculos con nuestros respectivos pasados (como pueblos) los conservamos; y por la memoria de nuestros antepasados todos, para que no caigan en el olvido. Es nuestro deber.
*El proceso de renovación cultural que se ha dado en Europa y en el ámbito de lo que hoy consideramos el mundo libre (por oposición al mundo islamizado (o sometido)) ha puesto a muchos pueblos con un pie en el futuro. Pues bien, ambos, los diversos pueblos libres y el radiante futuro, están amenazados y en peligro.
Se anuncia una regresión, una involución. La voluntad de poder y de futuro que nos está demostrando la sombría ‘umma’ en los momentos presentes aquí, en nuestra propia casa, en nuestras tierras ancestrales, no está recibiendo respuesta adecuada por nuestra parte. Se les deja hacer y ganan terreno cada día; en la tierra y en el cielo. Se arruina y degenera minuto a minuto lo conseguido; el estatus cultural y material alcanzado; la hacienda, el legado; nosotros mismos.
Somos cuestionados y en nuestra propia tierra por esta muchedumbre venida de fuera. Nos cuestionan, cuestionan nuestro ser. ¿Cómo lo toleramos? Están en entredicho tanto nuestra naturaleza, como nuestra cultura; nuestro genio, y la cultura por nosotros mismos generada a través de las generaciones –nuestras condiciones espirituales de existencia (de libertad, de luz, de verdad). Está amenazada, pues, nuestra esencia, nuestra existencia, nuestro ser; podemos desaparecer
La nave Europa escora, tiembla, cruje (y todo el mundo libre, en verdad); nos despeñamos, nos hundimos, desaparecemos. Éste es el negro futuro que nos espera si nada hacemos. Hemos de recuperar nuestro horizonte, nuestro rumbo; hemos de recuperarnos a nosotros mismos.
Sólo desde un mundo otro, desde nuestro futuro, venceremos.
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Para los libres y para los sometidos escribo. Para que los libres cuiden y protejan su libertad, y para que los sometidos la recuperen o la alcancen.
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Hasta la próxima,
Manu