Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

132) Réquiem por Europa

Réquiem por Europa.

Manu Rodríguez. Desde Europa (08/09/15).


*


*Estamos asistiendo al fin de la Europa milenaria, de la Europa europea, de la Europa nuestra. Las últimas oleadas migratorias son definitivas, y hay alrededor de veinte millones de africanos y de asiáticos que aguardan su oportunidad para entrar –y que se sumarán a los ya incontables millones que pululan por nuestras tierras. No se les considera intrusos o invasores. Son ‘refugiados’, dicen. Es la última excusa; el último subterfugio.
Los patriotas que nos atrevemos a alzar la voz contra este estado de cosas somos denominados, entre otras cosas, ‘gentuza’ (Merkel, en una de sus últimas apariciones). Se nos niega el derecho a la legítima defensa. Se nos insulta; se nos demoniza.
La derrota de la Alemania nazi –del nacionalismo étnico– fue el principio del fin. Se nos privó de independencia, de libertad, de soberanía.  
Henos aquí, pues, maniatados ante estas últimas avalanchas. Con lazos invisibles, mediante hechizos malvados nos paralizan. Como encantados o embrujados vivimos. Engañados, manipulados. La población arya (y no arya: finougrios, vascos) europea. Impotentes.
Una alucinación, un hechizo. Algo nos ciega, algo nos detiene.
Una pesadilla de la que no acabamos de despertar. Una pesadilla que comenzó cuando aquella capitulación incondicional; una pesadilla que se nos impuso tras los juicios de Núremberg. El destino, el futuro, el devenir de Europa estaba ya trazado. Los caminos de su destrucción. La tragedia de Europa.
Pueblos míos derrotados, confundidos, extraviados, perdidos.
Se nos ha extirpado el corazón, los nervios, el cerebro… el sexo. Carecemos de sentimientos, de decisión, de luz… de coraje, de valor. 
Débiles, apocados, cobardes. Cegados. Apáticos. Enmudecidos. Ninguneados. Otros mandan e imponen su palabra, su ley. Nos llevan por donde quieren –nos llevan al matadero, a la extinción.
*Se anuncia el final de Europa, de la Europa blanca. Será el final de la luz nuestra; se extinguirá nuestra luz. ¿Qué será de nosotros, aryas y no aryas europeos? Perderemos la tierra de nuestros antepasados, la tierra que nuestros antepasados nos legaron. Esta tierra, que es una sola cosa con nuestras historias, con nuestras gestas. No hay rincón de Europa que no esté marcado, señalado, roturado… por nuestros ancestros. Nos reconocemos en nuestra flora, en nuestra fauna, en nuestros mares, en nuestros lagos y ríos… en nuestros pueblos y ciudades. Son milenios de vida entretejidos con sus bosques y montañas. Somos co-creadores de Europa. De su aspecto, de su atmósfera, de su luz. Tierra amasada con nuestra carne y nuestros huesos, regada con nuestra sangre. Suena, y huele, y sabe a nosotros, esta nuestra tierra. Tiene nuestro rostro, nuestra faz. El hogar milenario de los pueblos blancos. La tierra que nuestros Padres fundaron. Europa, nuestra madre patria.
Perderemos tierra y cielo; lo perderemos todo. Quedaremos huérfanos de madre y de padre. A los escasos europeos del futuro no les quedará apenas suelo, apenas sangre, apenas cielo. Pobres, aislados, ignorantes, solos. Serán los últimos europeos; será nuestro último ocaso. No tendremos más auroras. El sol, nuestro sol, no nos volverá a iluminar nunca más.
Hermanos, connacionales. Si todo continúa como hasta ahora, esto último que os digo es nuestro futuro más probable; el futuro que padecerán nuestros descendientes. En las manos de las presentes generaciones está el impedirlo. ¿Qué vamos a hacer al respecto? ¿Qué haremos?
Debemos retomar nuestras armas, nuestra palabra, nuestra voz. Nuestro legítimo derecho a repeler esta agresión, esta invasión. ¿Cómo lo conseguiremos?
*Es preciso, es vital, que las actitudes y los grupos identitarios se multipliquen en Europa. Es importante que la mayor parte de nuestra gente tenga conciencia de la situación en la que nos encontramos desde la IIGM. Los flujos migratorios incontrolados que padecemos, y ante los que no podemos hacer nada, son consecuencia de nuestra derrota  en la ya citada guerra, y la posterior demonización del nacionalismo étnico en nuestras tierras (que destruye nuestros argumentos, nuestras razones, nuestra única arma de defensa).
Basta cualquier acto de patriotismo o de nacionalismo para ser acusado de ‘nazismo’ o ‘fascismo’ (además de ser presentado ante la opinión pública con términos infamantes). Previamente estos conceptos, que nos definen, y de los cuales nosotros no renegamos, han debido ser, como digo, demonizados. Es un chantaje moral, político; una amenaza jurídica, policial. Estamos atados de pies y manos. Prohibidos, perseguidos. Paralizados y enmudecidos.
La estrategia que se sigue, pues, para acabar con los pueblos blancos tiene su origen en la derrota de Alemania y en los posteriores Juicios de Núremberg –como vengo diciendo. No podemos quejarnos, no podemos invocar los intereses de nuestros pueblos, o las preocupaciones que tenemos por el futuro de nuestra gente. No podemos defendernos. Éste es el resultado de aquella vergonzosa derrota, que fue en verdad, la derrota de los pueblos blancos; el comienzo del fin de nuestros pueblos.
La constante y ubicua propaganda anti-nacionalista y anti-patriótica que padecemos desde hace decenios se la combina con la prédica, igualmente omnipresente, del altruismo (ciertamente suicida) y la sociedad abierta (sociedades multiculturales, multiétnicas…) –para curarnos de nuestro egoísmo y de nuestro etnocentrismo, nos dicen. Es pura propaganda de guerra –operaciones psicológicas (‘psyops’), como ahora se las llama. En estas estrategias combinadas coinciden, y no por casualidad, judíos, cristianos, musulmanes, demócratas, comunistas, progresistas, izquierdistas… a los que se les añaden las organizaciones internacionales (la ONU y sus tentáculos europeos). Éstas son las variadas fuerzas del ‘sistema’. Ellos se dicen los  buenos, los humanitarios. Pero su ‘bondad’ acabará destruyéndonos étnica y culturalmente –que es lo que, en último término, se pretende.
La primera medida ha de ser, pues, limpiar nuestro nombre, acabar con la imagen que del nacionalismo étnico europeo sale de los Juicios (es la coartada del enemigo). Con esa imagen se nos paraliza y se nos enmudece. Es un arma en manos de nuestros enemigos, de los enemigos de los pueblos blancos –es su única arma.
Advierte que la afirmación del nacionalismo étnico y su negación están en guerra. La negación deslegitima, persigue, prohíbe, penaliza… el nacionalismo étnico. Una minoría tiene el poder de negar y deslegitimar el nacionalismo étnico de los europeos –de los pueblos blancos –, privándole así de su única arma, de su derecho a la defensa; de su identidad, de su ser.
Es preciso preguntarse quién exige, quién ordena, quién impone tal deslegitimación, y en base a qué (hay toda una legislación al respecto). Pregúntate quién manda aquí; quién es el amo. Quién o quiénes son los represores de los pueblos blancos; quién o quiénes procuran nuestra destrucción. Advierte también que la afirmación del nacionalismo étnico es nuestra única arma; y que la negación (previa demonización) de nuestro nacionalismo étnico es la única arma del enemigo –del ‘sistema’.
Advierte, finalmente, que hay una guerra declarada y abierta (jurídica, política, policial, moral, social, cultural…) contra los pueblos blancos; y que hasta ahora vamos perdiendo.
Tenemos que recuperar la legitimidad del nacionalismo étnico. Ésta es nuestra primera lucha, nuestro primer combate. Tenemos que recuperar el derecho a defendernos legítimamente de estas invasiones, de este flujo migratorio incontrolado que asola nuestras tierras –sin que se nos acuse de nada. Y tenemos que hacerlo con argumentos  jurídicos, e históricos. Tenemos que desmontar, pues, la farsa de los Juicios de Núremberg, y la infame historia ‘oficial’ del nazismo y de la IIGM que nos cuentan por todos lados (en películas, en documentales, en nuestra literatura, en nuestros libros de textos…).  Esto es, tenemos que neutralizar el arma (la única arma, repito) que usan contra el nacionalismo étnico europeo y que hace poco menos que imposible nuestra defensa.
Los momentos que viven nuestros pueblos no pueden ser más angustiosos. Y el tiempo urge, en pocas generaciones llegaremos a ser minoría en nuestras propias tierras. Si todo continúa como hasta ahora, ¿qué será de nuestros nietos, de nuestros herederos, de los que vendrán después de nosotros? ¿Qué será de nuestros logros sociales, culturales y demás? Estos extranjeros africanos, asiáticos, amerindios, chinos… heredarán nuestras tierras y nuestras cosas (nuestras bibliotecas, nuestros museos… nuestras ciudades). No tienen nada que ver con nuestro pasado, ni con nuestra historia, ni con nuestra gente. No cuidarán nuestro legado; nuestra labor milenaria se arruinará, se perderá para siempre. Nuestro recuerdo; nuestra memoria. Nuestro ser. Será como si nunca hubiéramos sido.
*¡Oh, Europa; Madre Europa! ¡Despierta, despabila a los tuyos! ¡Oh, Padre! ¡Oh Dyaus! ¡No consientas nuestra perdición, nuestra ruina, nuestra extinción!
*
Hasta la próxima,

Manu