Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

jueves, 11 de octubre de 2012

82) El dios que desata y libera. Para los amigos

El dios que desata y libera. Para los amigos.



Manu Rodríguez. Desde Europa (22/09/12).





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*Me hablas de Occidente, de la decadencia de Occidente, del fin de Occidente… Pero es el Occidente Blanco el único que corre el peligro de desaparecer. El Occidente Blanco, las naciones aryas: Europa y la Magna Europa. El Occidente nuestro: nuestra fuerza, nuestro empeño, nuestra labor. El multiculturalismo y la inmigración están provocando la disolución de nuestras naciones. Nuestros países se llenan de subsaharianos, de musulmanes asiáticos y africanos (los más numerosos), de chinos… En su momento seremos minoría en nuestras propias tierras.

¿Nación arya? No somos aún una nación arya. No podemos constituir una ‘liga’ de naciones aryas. No podemos acudir en nuestra defensa. Estamos atados, y desarmados. Primero tenemos que liberarnos. Somos, desde hace milenios, pueblos alienados, naciones alienadas. La tradición judeo-cristiano-musulmana, semita, nos domina por completo. Son, en último término, tradiciones semitas las que nos instruyen o conforman (nos deforman y destruyen más bien) desde que nacemos –desde la cuna a la sepultura.

No somos nosotros, no hablamos nosotros en tanto lo hagamos desde ese espacio, desde ese lugar: el ámbito judeo-cristiano-musulmán. Dentro de estas tradiciones no somos, desaparecemos.

*El cristianismo fue para nosotros un caballo de Troya (un regalo envenenado). Fue el arma usada por los judíos para introducir mansamente su mundo en nuestras mentes y corazones y hacer valer su causa (es el pueblo elegido); para minar también nuestra confianza en nosotros mismos, y sembrar la duda y la mala conciencia acerca de nuestras tradiciones; para disolver nuestra identidad cultural, para dividirnos, para debilitarnos, para deshacernos. La estrategia de Saulo, el apóstol de los ‘gentiles’. Tenía sus riesgos y desventajas para ellos mismos, pero les mereció la pena. Lograron sus propósitos. A la postre, la tradición judía se impuso sobre nuestros pueblos.

Con el ‘nuevo testamento’ venía también el ‘antiguo testamento’, el completo mundo judío –que acabó devorándonos. La ‘buena nueva’, el ‘evangelio’, era el señuelo ‘luminoso’. El cristianismo es un judaísmo para gentiles. Un medio-judaísmo, añado; un judaísmo des-potenciado, descafeinado, castrado y castrante. Un ideario para esclavos, siervos, y subordinados.

El anti-judaísmo o la crítica a los judíos en los evangelios, o en Saulo, es una cortina de humo. Esto es lo que consiguió introducir el nuevo orden cristiano en nuestras tierras europeas: un nuevo y único dios, el dios de los judíos; una nueva y única tierra sagrada, Israel, la tierra de los judíos; una nueva y única historia sagrada, las escrituras judías (escritos judíos y judeo-mesiánicos –cristianos); una única lengua sagrada (el hebreo); un único pueblo elegido... Y no olvidemos que ‘la salvación viene de los judíos’ (en el Nuevo Testamento). Entretanto, nuestros pueblos, tierras, historias, e identidades fueron desacralizados, profanados, y proscritos (antepasados, templos, lugares sagrados, tradiciones varias, libros…).

La cristianización de nuestros pueblos acabó destruyendo nuestras identidades ancestrales, nuestras genuinas señas de identidad. Se destruyó nuestra memoria colectiva ancestral. Fue un violento proceso de aculturación y enculturación. Allí morimos –murieron nuestros pueblos; o fuimos transformados en otra cosa. Allí comenzó nuestra alienación, nuestra vida alienada, nuestra historia alienada.

Tras las cristianizaciones nuestros pueblos dejaron de existir. No más griegos, romanos, godos, galos, o eslavos; a estos no se les dejó otra identidad que la de ser o no ser cristianos. A los diversos pueblos europeos aún no cristianizados se les hizo desaparecer, fueron aglutinados y difuminados bajo el término ‘pagano’, que viene a decir rústico o campesino. El término hacía alusión a los cultos campesinos romanos, pero también tenía connotaciones de inculto, de no cultivado o no civilizado. Era (y es) un término despectivo. Al igual que el de ‘goyim’ (‘gentes’ o ‘gentiles’, dichos también despectivamente) que nos aplicaban y aplican los judíos (o el de ‘kafir’ que más tarde usarían los musulmanes –el otro hijo judío, el otro vástago de la cepa judía, el segundo engendro).

Dicho sea de paso, el libro sagrado de los judíos (y de los cristianos) es un auténtico protocolo de acción con respecto a los otros, a los ‘goyim’, a las gentes, a los gentiles; la estrategia de dominio de los judíos (y los cristianos) frente a los otros. Advierte, por ejemplo, la técnica de difamar y minar la moral de los pueblos o ciudades cuya destrucción o conquista se pretende, aquello que envidian, codician, o temen: Egipto, Canaán, Jericó, los filisteos, Sodoma, Babilonia… Roma. (Occidente, en la actualidad). Los furiosos anatemas que se les lanzan. La pintura que hacen de sus poblaciones, de sus costumbres (su decadencia y todo lo demás). Es la injuria y la calumnia sobre los pueblos otros. Los musulmanes cuentan además con un texto suplementario, el Corán. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Corán se dan indicaciones literales y alegóricas de cómo se ha de conquistar, destruir o, simplemente, tratar al otro (‘goyim’ o ‘kafir’), los pasos a seguir. Son ‘artes de la guerra’, manuales de estrategia para todo tiempo y lugar. Tales estrategias de dominio se incluyen en lo que se define adecuadamente como ‘estrategias evolutivas de grupo’ (en MacDonald).

Nosotros, los pueblos aryas, el Occidente Blanco, carecemos de tan manifiestas ‘estrategias evolutivas de grupo’ (a la manera semita). No estamos, sin embargo, faltos de consejos y de avisos, de sentencias sabias, de libros luminosos; de sabiduría. Contamos además con mitos, leyendas, y cuentos maravillosos, los viejos relatos pre-cristianos, que nos proporcionan las armas y estrategias que necesitamos, y un lenguaje propio, el lenguaje épico-heroico nuestro. Pertenecen al tiempo en el que teníamos conciencia de grupo, cuando este sentimiento de pertenencia a un pueblo estaba aún vivo (romanos, germanos, celtas…). Los relatos sobre amenazas, por ejemplo, que afectan a todo el colectivo, o a todo el Reino. Son relatos en lenguaje figurado o alegórico, y pueden ser aplicados en las circunstancias adecuadas.

La estrategia evolutiva de judíos, cristianos, y musulmanes se encuentra, pues, en sus libros sagrados. No necesitan de otros ‘protocolos’, ni de otras hojas de ruta. Tales textos sagrados son intocables, por supuesto. Los aspectos supremacistas (megalomaníacos) o crueles implícitos y explícitos en dichos textos son generalmente excusados (dada su naturaleza arcaica y religiosa, dicen). Aún más, estos libros ‘sagrados’ son universalmente elogiados por su humanidad y su altura moral. En ciertos círculos se les considera como pasados de moda, inocuos, inofensivos. No puede caber mayor confusión al respecto –mayor engaño.

No podemos reprochar al enemigo su astucia. Si se aceptan sus discursos (si se juega su juego) se aceptan su supremacía y nuestra sumisión. Así de simple. Y esto vale tanto para el discurso judío como para el cristiano, o el musulmán. “Te concedo la vida eterna si abandonas todo lo que tienes (o te niegas a ti mismo) y me sigues…”, de esta guisa son sus reclamos. Y así parten, bien pertrechados de cebos, a la pesca y captura; a ver quién pica, a ver quién cae. Así pasan los días y sobreviven. No podemos culpar al tramposo porque hayamos, nosotros o nuestros antepasados, caído en sus trampas. En nuestra mano está el no caer en ellas. Fuimos nosotros, los ingenuos, los bien-intencionados, los no avisados, los confiados y bobos blancos los únicos responsables de nuestra torpeza.

Hay que decir que en tal caída perdimos nuestra luz y nuestra libertad. Fue un error aquel paso dado, un grave error que las generaciones presentes y futuras hemos de reparar.

Ingenuos, tontos, indiferentes, cómplices, cobardes, venales fuimos. Hubo de todo en aquel descenso, en aquella muerte, en aquel olvido. Es bueno guardar memoria de este doloroso asunto. El tramposo no es cosa del pasado, sigue aún entre nosotros.

*Desde el siglo pasado contamos con una nueva hornada de instigadores judíos (Adorno, Marcuse…), y más recientemente musulmanes (Said, Rauf, Ramadan… –el islam sigue desde sus comienzos la estrategia de los judíos, la ha mejorado incluso), que se dedican a criticar, censurar, y minar (sin la menor legitimidad) los fundamentos económicos, políticos, sociales, o culturales de nuestro mundo contemporáneo al tiempo que abogan por una sociedad multirracial y multicultural en nuestras tierras (¿con qué derecho estos extraños proponen cualquier modelo social en nuestras tierras?). Traen por igual la enfermedad y el remedio, por igual diagnostican y recetan, como los antiguos cristianos (con su pecado original, que afecta a toda la humanidad, y su bautismo reparador), o los modernos psicoanalistas (con sus malsanos complejos, poco menos que innatos y universales, y su correspondiente cura psicoanalítica). Las maquinaciones y triquiñuelas del enemigo. Hoy como ayer. De nuevo circulan impunemente estos miserables con sus ponzoñosos discursos mancillando, enfermando nuestro pasado y nuestro presente, y condicionando, poniendo en peligro nuestro futuro con sus insidiosas propuestas socioculturales, con sus maliciosas terapias sociales (con sus renovados anzuelos).

El novísimo testamento que nos predican estos nuevos apóstoles de la gentilidad nuestra (recién recuperada tras la caída del Antiguo Régimen). Es un nuevo ataque adaptado a los tiempos. Es una nueva amenaza. Es una nueva prisión, un nuevo oprobio, un nuevo exilio lo que nos tienen preparado.

Nos están construyendo un Occidente (un hogar) vago, difuso, borroso; de fronteras abiertas, tolerante, plural; multirracial, multicultural, cosmopolita. Una utopía, nos dicen, un paraíso. Están construyendo nuestra ruina, nuestro infierno; reduciendo nuestro espacio vital; destruyéndonos fría, lenta, y sistemáticamente. En nuestra propia casa. Los huéspedes, los invitados.

Es un lavado de cerebros colectivo el que padecemos bajo estos discursos de ‘salvación’ (desde nuestros gobiernos, medios de comunicación, o centros de enseñanza). Han logrado capturar la atención y la simpatía de parte de la población (los ‘buenos’, la bien-intencionada izquierda). Están además los desgraciados conversos (los convencidos, los engañados, los confundidos…, los inconscientes traidores). Tanto unos como otros pasan a formar parte de las filas del enemigo entrando de este modo en guerra contra su propia raza, su propia gente, y sus propias tradiciones culturales; dañando, haciendo mal, perjudicando a los suyos. Saben bien dónde echar las redes estos granujas. Ahora como entonces.

Es un ataque múltiple y altamente peligroso el que padecemos en la actualidad –demográfico e ideológico. Son las últimas batallas en esta guerra fría que no tardará en tornarse caliente y cuya finalidad no es otra que la de acabar con la ancestral homogeneidad cultural y racial de nuestros Estados, naciones o pueblos. Desvirtuar nuestro continente, nuestra geografía humana milenaria. Destruirnos racial y culturalmente. Convertirnos en minoría en esta tierra nuestra, en la tierra de nuestros antepasados. Es la venganza perfecta; la venganza consumada. Finalmente desposeídos de nuestras tierras y de nuestros cielos (no habrá otros cielos que los semitas). Esta vez lo perderemos todo.

Estamos en desventaja ante esta ofensiva. Atados de pies y manos; moralmente desarmados. Con lenguaje prestado, ajeno, enemigo. El lenguaje cristiano o pseudo cristiano que se nos impone (todos los hombres somos iguales, derechos humanos universales…; tolera, sufre, ama al enemigo...) nos invalida, nos paraliza, nos enmudece, nos detiene. Con ese lenguaje jamás venceremos a nuestros enemigos, a aquellos que pretenden nuestro mal. Es el lenguaje que forjaron y forjan para nosotros los enemigos de nuestro ser; el arma ‘moral’ que nos dejan, aquella que nos desarma absolutamente. Es el arte de transformar a lobos y osos en cabritos y corderos. Los regalos envenenados del enemigo.

No podemos reprocharle al enemigo ni su estrategia ni su voluntad de dominio. Hace lo que puede. Añado tan sólo que nuestra estrategia y nuestra voluntad de dominio han de superar con creces las del enemigo; nuestra luz y nuestra voluntad de futuro.

Liberarnos, recuperarnos, purgarnos. Deshacernos de ellos. De esto se trata. Sudarlos como una mala fiebre. Expulsarlos, arrojarlos fuera de nosotros; de nuestras tierras, de nuestras vidas. Purificarnos. Librarnos de nuestro mal. Sanar.

No será tanto una salida, un éxodo, como una expulsión, una purificación.

*Zeus es el dios-padre de nuestros pueblos, Zeus/Dyaus. Todos los pueblos aryas le invocan. Zeus es el dios de nuestro genio. Es un dios diurno, luminoso, solar. Nosotros amamos la claridad, la verdad, la justicia, la sabiduría.

Nosotros amamos también la embriaguez; la embriaguez divina, la que trae la alegría. Zeus/Dyaus es nuestro Soma, nuestro Dioniso, nuestro Balder, nuestro Lug. A él le debemos la claridad sin sombra, el vigor, y el entusiasmo.

Somos un pueblo en marcha; nunca quieto, nunca detenido. Siempre adelante, siempre en progreso. Somos un pueblo que marcha, que avanza, que va. Detrás tenemos muchas historias, muchos renacimientos; muchas auroras. Somos un pueblo que renace.

Somos también un pueblo con memoria. Un pueblo que no olvida su pasado, sus pasadas transformaciones. Desde el paleolítico a nuestros días. Un pueblo con memoria que vive conectado a todos sus pasados. El pueblo con más larga memoria es el pueblo con más largo futuro.

Esa memoria se recibe como un don santo. Es la memoria de mis pueblos; de todos los avatares, de todos los tiempos. Son los cielos de mis pueblos. El patrimonio espiritual, simbólico, de los pueblos aryas. Sólo mi pueblo tiene el derecho y el privilegio de recibir ese legado. Ningún otro pueblo tiene derecho a nuestra historia, a nuestra memoria, a nuestros cielos.

Europa, Aryana. La tierra madre de los aryas europeos; la metrópolis. Nuestra tierra sagrada.

La tierra de nuestros antepasados; y el espíritu, el genio de nuestros antepasados. Esto hemos de proteger y legar a los venideros.

Las presentes y futuras generaciones aryas tenemos una grave responsabilidad. Nos ha tocado el más arduo destino, el más necesitado de las mentes y de las manos de todos. En este trance, o nos salvamos todos, o no se salva ninguno. Hemos de reconstituir el árbol en su plenitud. No podemos dejar a ninguno de nuestros pueblos en manos de los semitas (judíos, cristianos, o musulmanes). Todos hemos de salir de esta noche, de esta muerte, de este abismo en el que llevamos cientos de años detenidos.

Amigo mío, en el combate se encuentran la luz y la libertad. Claridad, vigor, y entusiasmo te deseo. Que el dios que desata y libera esté con todos nosotros.

                                                                                *

Saludos,

Manu