Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

martes, 12 de noviembre de 2013

100) La nueva Reconquista


La nueva Reconquista.
 

Manu Rodríguez. Desde Europa (10/11/13).

 

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*Hay mucha sabiduría en las sentencias morales que –dirigidas al individuo o a la comunidad–  podemos encontrar aquí y allá en los autores del período griego arcaico (Homero, Hesíodo, los Siete Sabios…).
Nietzsche nos recuerda en algún lugar esta memorable sentencia de Píndaro: “Llega a ser el que eres”. Generalmente se suele hacer una lectura individual de esta máxima (‘gnome’). La lectura individual (monódica) suena algo así como: “Llega a ser el que ya eres, el individuo único e irrepetible –revélate, luce, brilla” (a la manera del epitafio de Seikilos). El que ya eres por naturaleza: lo que no se puede comprar o adquirir. Safo, Alceo, Arquíloco… Es la voz de la singularidad, del genio propio.
Una lectura colectiva (coral) vendría a decirnos algo así como: “Llega a ser el ser simbólico que eres (el que ya sabes, el que aprendiste a ser) –un átrida, un heráclida… un espartano, un ateniense, un heleno, un celta, un germano, un romano… un arya. Responde a tu familia, a tu clan, a tu tribu… a tu pueblo, a tu raza; a tu carne y a tu sangre. A tu ser biosimbólico ancestral. Llega a estar a la altura de lo que eres –por nacimiento, por la cuna.” Calino, Tirteo, Píndaro… Es la voz del pueblo, de la comunidad a la que se pertenece, del genio colectivo.
Recomiendo este cruce de lecturas: El individuo habla como pueblo (como si de todos se tratase), y el pueblo como individuo (como si de uno se tratase). Lo que vale para el individuo vale para el pueblo, y viceversa.
No sólo los individuos, también los pueblos son únicos e irrepetibles. Nada nos impide ‘leer’ las recomendaciones dirigidas a la persona, como si al pueblo mismo se dirigiesen –como en la sentencia arriba citada, o en estas otras: “Conócete a ti mismo”, “Posee lo propio”, “Nada en exceso”…
Y, a la inversa, uno debe tomarse como algo personal lo que al propio pueblo concierne o acontece. Si mi pueblo es corregido, advertido, o aleccionado, a mí se me corrige, advierte, o alecciona. Todo lo que se diga a mi pueblo, o de mi pueblo, a mí o de mí se dice. En último término, el destino de mi pueblo es mi destino. Todo lo que le suceda a mi pueblo, a mí me sucede. Viva o muera, tenga futuro o no lo tenga, lo que afecte a mi pueblo, a mí me afecta.
El pueblo como ‘sujeto’. Un pueblo que se conoce a sí mismo, que a sí mismo se sabe; que posee lo propio  –que se posee. El individuo se alcanza a sí mismo a través del alma colectiva (el alma colectiva es el ser biosimbólico ancestral).
(Dioniso o la embriaguez colectiva –lo colectivo en términos religiosos (religantes, vinculantes). La comunidad; la disolución de la individualidad en el alma colectiva, en el ser biosimbólico. La ‘revelación’ dionisiaca.)
*Con los pueblos aryas o indoeuropeos sucede que aún no tenemos un alma colectiva. Nos dividen las lenguas, las naciones (los Estados), los credos e ideologías… el culto al individuo, a la ‘persona’, al genio propio. No somos un pueblo, aún. 
Cuando, excepcionalmente, dirigimos la mirada hacia nosotros no solemos reparar en la herencia colectiva, común, sino a lo sumo en la de algunos pueblos (pues tenemos preferencias): germanos, celtas, eslavos… Se trata, sin embargo, de la herencia arya en su conjunto, en su totalidad. Es la conciencia de esa herencia  la que nos unirá, la que hará de nosotros uno.
Una experiencia dionisiaca colectiva. Una auto-gnosis colectiva. Una revelación. Como la sublime experiencia germana. Un pan-aryanismo. Una historia única, una memoria única –la memoria de nuestro pueblo. Esto necesitamos.
La conciencia arya –cuando ésta despierte de nuevo. La nación arya. Éste es el futuro.
*A estas alturas ya debería estar claro que lo primordial es la reconquista espiritual de los individuos y pueblos aryas. Esa inmensa mayoría de exiliados, de expatriados… de ‘ocupados’, poseídos, dominados… Los que están fuera y en manos de otros. Nuestro tesoro racial; nuestros bienes. Recuperarlos, reconquistarlos para la causa arya.
El espíritu de la Reconquista. La recuperación de lo perdido, y la expulsión del enemigo de nuestras tierras y de nuestros cielos. Ésta es la misión. Apenas comenzamos.
Estos son los primeros tiempos de la nueva Reconquista. El territorio perdido ahora es la conciencia y la memoria de nuestros semejantes, de nuestros parientes, de nuestros hermanos. Hoy por hoy los tenemos como vientos contrarios, incluso. Bien dirigidos, bien poseídos, bien instrumentalizados.
Ha de ser nuestro primer cuidado el recuperar sus conciencias; atraer sus  miradas, atraerlos hacia nosotros; seducir, conquistar su espíritu.
Es una guerra que se cumple en la región de lo alto, en el mismo cielo. En las conciencias y memorias de nuestros hombres y  mujeres. Aclarar nuestros cielos para nuestros hermanos; para la gran familia arya. Expulsar a los intrusos. Purificar. Éste es el cometido.
*Los dioses de nuestros antepasados son dioses patrióticos (étnicamente hablando). Defensores de los Padres, de los ancestros. De su memoria. Pitón, la Hidra, Vritra, Tifón, Surt… son el enemigo, cualquiera que este fuese. Meros signos virtuales aptos para señalar en el momento y en las circunstancias adecuadas. Cada pueblo ha generado los suyos (griegos, germanos, aryas védicos…). El enemigo es aquél o aquello que procura nuestro mal, simplemente. Cualquier amenaza a nuestra existencia.
Un patriota es aquel que guarda el culto debido (que cultiva) a los Padres, a los Manes, a los Antepasados; que cuida y preserva el legado, la herencia recibida. La ‘patria’ es justamente esa herencia, el patrimonio, el territorio fundado por los Padres –en la tierra y en los cielos.
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Hasta la próxima,
Manu