Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

domingo, 19 de febrero de 2017

146) Genocentrismo II


Genocentrismo II. Para los futuros.


Manu Rodríguez. Desde Europa (19/02/17).


*


*No es posible estar de acuerdo con Nietzsche con respecto a su crítica al ‘instinto cognoscitivo (no coartado)’, es esta pulsión cognoscitiva la que nos ha conducido aquí, esto es, a nosotros mismos. Por lo demás las neurociencias coinciden con las intuiciones ‘psicológicas’ de éste (heredadas de Schopenhauer –“el mundo como representación”). Nosotros creamos el mundo. Nosotros vivimos en el mundo creado, y es en este mundo en donde  nos movemos y somos. Y esto se logra mediante la ‘representación’, y el lenguaje simbólico, esto es, compartido. Estos mundos se construyen con símbolos o signos que se comparten. Vivimos en el mismo mundo en la medida en que compartimos el mismo mundo simbólico.
El Uno primordial, la voluntad, la fuerza (‘vis’, potencia)… la voluntad de poder. Las intuiciones de Schopenhauer y Nietzsche hay que contemplarlas a la luz del lenguaje genocéntrico. En todo lugar se habla de la sustancia genética, de la sustancia viviente única, del único ser vivo, del único que subyace a toda actividad, a todo fenómeno viviente.
La ‘representación’ es cosa de la sustancia genética. Es la misma vida la que genera el mundo en el ha de moverse.
Si cada uno de los humanos tuviera su propio mundo, esto es, su propio repertorio de signos, o su propia representación, no nos entenderíamos en absoluto. Son signos/mundos compartidos, comunes. La ‘cultura’ es el lugar donde se comparten estas ‘representaciones’.
Es, además, “la actividad espiritual de milenios depositada en el lenguaje” (Nietzsche) –en el lenguaje y la cultura, en el mundo simbólico todo.  Una actividad espiritual milenaria. Toda nuestra memoria ancestral y autóctona. El espacio simbólico.
La comunión de estos símbolos en los cariotipos sociales. Compartimos el mismo mundo simbólico. Nos movemos y somos en el mismo mundo. Esto es bueno para la vida, promueve la vida. En nosotros, en el cariotipo humano, es algo que no cesa y que ha dado lugar a numerosas formas. Ese mundo tiene que ser asimilado e incorporado por el genoma (los genotipos que vienen a la luz y que han de integrarse en un determinado entorno lingüístico cultural).
El genoma vive en el presente, en el instante. Pero también va y viene, recurre a su memoria, se proyecta hacia el futuro, merodea, fantasea... El genoma, aparte de procesar o metabolizar información permanentemente,  cuida y rige la maquina corporal entera.
El cuerpo es una jerarquía. El sistema nervioso, el piloto del cuerpo, también está jerarquizado.  Son los núcleos de las células nerviosas los únicos que reciben y emiten órdenes e información. Las neuronas están agrupadas en regiones o espacios bien diferenciados y coordinados o subordinados unos a otros –las  neuronas del hipotálamo emiten y/o reciben otras órdenes e informaciones que las del córtex, por ejemplo. Desde estos lugares los genomas, van, se mueven por el mundo.
Ha de haber un orden jerárquico en el genoma, así como lo hay en los organismos, o en nuestro sistema nervioso.
La vida no es una sustancia inerte. Es un ser activo, dinámico, creativo. Está inserto en el devenir. Deviene, él también, otro, y otro, y otro… Se escande, se prodiga. Si hay diferencia de soma, hay diferencia de genoma (los genomas son variaciones de un cariotipo específico).
Se alimenta de sí, se nutre de sí. Autofagia. Las plantas, que se nutren de la tierra, alimentan a otros seres vivos, que a su vez alimentan a otros. Así se escribe la vida. Es un ciclo. Mediante la reproducción la sustancia genética se eterniza. Es el ‘Rtá’ de la vida, el logos de la vida. Un grafo orientado, cíclico, y recurrente. Un ciclo virtualmente eterno. El grafo de la vida. El orden viviente. La genosfera.
Es la vida la que habla en el cariotipo humano. No la criatura, sino el creador. Alienados vivíamos en nuestra criatura hombre. Y malentendíamos el mundo. Hablaba el hombre, el instrumento, el vehículo, el cuerpo. Durante mucho tiempo se tuvo como señor, como sujeto creador y transformador; como el centro de la creación, de nuestra creación. Ahora nos es dado hablar la lengua del creador. La criatura ha desaparecido, y con la criatura, sus mundos.
Esto sí que es un mensaje universal y compete a todos los seres humanos. Todos los pueblos y todas las culturas tendrán que habérselas con esta verdad.
Apenas si hay algo en los mundos pasados que  nos sirva. Apenas unas pocas voces. Darwin, Nietzsche. Nadie nos esperaba. El martillo de Nietzsche, destruyendo mundos, y la pulsión cognoscitiva de Darwin nos han conducido aquí. Ambas confluyen en el ser viviente único, en la causa y el motor de todo el orden viviente. 
Ese ser único que se multiplica, que se escinde, que se fragmenta… El Uno primordial. Apolo es la escisión, la separación, la individuación (la lírica monódica); Dioniso es la reunión, el reencuentro, la comunión (la lírica coral).
El hombre, en el cariotipo humano, debe desaparecer, debe dar paso al genouma. El genouma es ahora el ser que se sabe. Ahora sabemos de nosotros como sustancia viviente única. Ahora podemos decir que somos nosotros los que creamos el mundo en el que vivimos; no decimos que sea obra del hombre. Al período previo a este saber sí que se le podría llamar, con toda justicia, el período de la ignorancia (o del olvido). El sujeto único se ignoraba. Ahora el sujeto único se sabe. Ahora nos sabemos.
Ahora hablamos, y hablaremos, de lo nuestro; de nosotros, la vida. Desde el mismo plasma germinal. Nos, la vida; nos, la luz. Desde el corazón, desde el centro.
Nos, la vida, habla.
La vida ha de ser nuestro cuidado. El orden de la vida. No el del hombre, o el de esta o aquella criatura. Las formas vivas son tesoros de información acerca de nosotros mismos y de la potencia de nuestro ser. Son casi cuatro mil millones de años de experiencia. Tenemos casi la edad del sistema solar, casi la edad de este planeta. Desde aquellos protobiontes.
Venimos de la tierra y del cielo. La temperatura, la presión, la atmósfera, la gravedad…; el aire, el agua, la luz. Nuestras madrinas y padrinos. Todo coadyuvó a nuestro nacimiento. Las biomoléculas, las moléculas vivientes. Formadas   por H, O, N, C, y P (ordenados por su número de valencias: 1, 2, 3, 4, y 5). Es un demiurgo que ha devenido; que ha llegado a ser.
La replicación. Su misma esencia, su ser, es orden que ordena, forma que informa. Se duplica. Se ordena, se orienta hacia sí. Sobre sí retorna, en sí mora. En el nucleosoma; dirigiéndolo todo. Los genoumas avanzan con sus somas; con sus somas palpan, huelen, saborean… miran y ponderan el exterior. Protegido, en su núcleo. Es el piloto único –el consciente, y el no consciente. No hay otro del genouma.
La célula es el modelo. Núcleo y periferia. Genoma y soma. Genotipo y fenotipo.
El mundo exterior, y el mundo interior –el propio genoma. La sustancia pensante y volente. La que ahora, sí, hace y dice ‘yo’. El sujeto universal, el sujeto único.
Las palabras tienen el significado que les damos al usarlas en tal o cual contexto. Son sustancias sonoras, como un conjunto de vibraciones: cuasi-impulso, cuasi-algo, cuasi-partículas. El primer lenguaje; la primera ‘representación’.  Son además simbólicas y la mayoría tienen múltiples usos.  El otro usa el mismo registro de frecuencias sonoras simbólicas; nos entendemos pues. Cuando hablamos intercambiamos este material simbólico que dice algo, que nos informa de algo. El material simbólico es información (en amplio sentido).
Estas cuasi-partículas surgen de manera espontánea o inducida. Hacemos lo que tenemos que hacer para producir un signo cualquiera, así como cuando escribimos sabemos cómo producir los grafemas.
El papel sobre el que escribimos es como el lugar de la mente donde aparecen las  imágenes y las figuras. Proyectamos de igual modo. Dentro y fuera. Pensamos, imaginamos, hablamos, escribimos. Proyectamos.
Lo primero es el eje de gravedad, el equilibrio, el tacto, palpar, junto con el avanzar, el movimiento, el sistema motor. Ver o escuchar vienen después y se le subordinan. ¿Primero los mecano-receptores? El oído sería anterior a la vista. Foto-receptores y quimio-receptores.
¿Cómo se informa el núcleo de la presión, de la temperatura, o de la composición química ambiental? Las células como paramecios o amebas tienen receptores moleculares en la membrana plasmática. Estos receptores transducen la información y la transportan al núcleo.
Los receptores de información son fundamentales en la célula. Son varios los parámetros a tener en cuenta: químicos, mecánicos, luminosos, sonoros… Dominar el medio. Ésta es la interacción que los seres vivos tienen con su entorno. Dominar aquí es moverse con pericia y soltura en un mundo fluyente, en perpetuo devenir; con cambios súbitos e inesperados. La información aquí es vital. Con esa información los seres vivos se construyen el mundo exterior. Es una ‘representación’ de ese mundo que está más allá de la membrana plasmática, de la piel; es en esa ‘representación’ del mundo por donde voy, por donde vamos –donde nos movemos y somos.
El mundo como ‘representación’ está ya en las más simples de las criaturas (en los monocelulares desprovistos de núcleo, incluso). Cada instante se pondera el medio, se recaba información. Los genomas se hacen una ‘idea’ del medio entorno mediante la información que le hacen llegar los receptores. Para poder responder en consecuencia se ha de controlar o dominar el medio. Es esencial para la supervivencia el saber por dónde se va. En lo grande y en lo pequeño.
La sensación, esto es, la recepción de información, y la memoria. El vertiginoso automatismo del genoma en la conducción de su soma (todo sucede en milisegundos), es el producto de una larguísima experiencia, de infinitas repeticiones. Quizás aquí esté la memoria, o el origen de la memoria. Un mundo construido, una ‘representación’ que perdura. El re-conocimiento. Los receptores, por ello, diferenciados, especializados.
La información le llega al núcleo traducida (la ‘transducción’). De la misma manera que la información que les llega a los núcleos de las neuronas de nuestro cerebro-sistema nervioso también está traducida.
Luego está la asimilación de otras sustancias y organismos. Necesita incorporar material para llevar a cabo la duplicación –la mitosis.
La ‘representación’ del mundo es esencial para todos los seres vivos. Sus éxitos evolutivos dependen de la bondad de sus ‘representaciones’, de cuan pertinente y necesaria es su información –el mundo creado. La ‘representación’ lograda es aquella que mejor sirve a nuestro dominio (y por consiguiente, a nuestra supervivencia).
*El nihilismo niega la voluntad, niega la acción; niega este mundo. Schopenhauer. Pero también Buda, y Platón… Este mundo está negado en todas las utopías, sean estas religiosas, filosóficas, o políticas. Siempre hay otro mundo que ‘corrige’  a este en el que vivimos, a este mundo nuestro, sea en el cielo, sea en la tierra (en  el futuro). El mundo que es y el que debería ser, el mundo aparente y el mundo verdadero…
Es en Schopenhauer donde Nietzsche detecta el nihilismo –en sus primeros escritos había usado el término ‘idealismo’ (como lo ‘platónico’, o lo referido al mundo de las ‘ideas’... lo transmundano).
Es la negación de este mundo, implícito en todas las vías de liberación (religiosas, políticas, o filosóficas) lo que detecta Nietzsche en estas ideologías. Los puntos de fuga de este mundo. En el nihilismo extremo se niega toda salida, toda liberación –toda ficción. No hay salida, no hay nada que salvar. 
Pero no se trata de estar o no estar satisfecho con este mundo nuestro –el mundo de los humanos. O de ser pesimistas u optimistas. Este mundo nuestro es un mundo trágico. La vida es un hecho trágico. En un principio todo le era contrario. Desde sus comienzos tuvo que esforzarse, luchar, vencer, dominar. Transformar el entorno físico-químico. Garantizarse el futuro, conquistar, crear ese futuro.
En Nietzsche encontramos lo afirmación de este mundo. Con todas sus contradicciones; con toda su alegría, y con todo su dolor…
Los nihilistas (desde Buda, desde Platón…) predican un mundo indoloro. Un mundo en el que todo lo negativo hubiera desaparecido: la enfermedad, la pérdida de la juventud, la muerte… Se habla de salud eterna, de eterna juventud, de vida eterna… La eterna mismidad de Narciso. Que nada le turbe, que nada le inquiete, que nada le importune… Una dicha eterna. La salvación ‘personal’.
Este mundo ha de valer para el ‘hombre’. Es el colmo del antropocentrismo y el antropomorfismo; de todo ‘humanismo’. Es el nihilismo del hombre del neolítico. Son fenómenos lingüísticos-culturales que se circunscriben a las culturas del neolítico.
Un mundo para el ‘hombre’. Y para qué hombre. El que ha culminado en el pequeño burgués hedonista, perezoso (negligente, descuidado), y pusilánime de finales del neolítico.
*Esta aurora, este nuevo día, este período, genocéntrico, cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Tierras, pueblos, razas, tradiciones, creencias… Todo desaparecerá. Viene una luz destructora, devastadora.
Es el triunfo de Xenus/Nexus. Tenemos necesidad de nuevas representaciones, de nuevos mundos. Adecuados a la nueva realidad, al nuevo saber.
Construir un futuro genocéntrico; una cultura genocéntrica centrada en la sustancia genética. Arquitectura, vivienda, música, pensamiento… mundo. Hemos de crear un mundo nuevo. Tenemos que crear para milenios.
La evolución sigue actuando. Seguimos evolucionando. En virtud de un  cariotipo específico (el humano) la sustancia viviente única ha llegado a su ser, se ha descubierto a sí misma como el ingeniero, el motor, y el piloto del soma, de la máquina corporal.  Nosotros  mismos, la biomoléculas, los genes, la sustancia genética. Lo único vivo en el planeta.
Esta mutación, este salto cultural cambiará la mirada, la lengua, el oído… Ya no hablaremos, ni sentiremos, más como hombres, como fenotipos, como criaturas. Xenus, el Uno primordial, el Único,  a través del cariotipo Nexus, tiene ahora la palabra. Es Xenus quien ahora habla por boca de Nexus.
Ahora es Xenus en todas las criaturas. Más allá del fenotipo, del cuerpo, del soma. Hacia el genouma en toda criatura. No hay otro actor, no hay otro sujeto, no hay otro. Nos hemos topado con el demiurgo de las formas vivas, nos hemos topado con nosotros mismos. La pulsión cognoscitiva nos ha traído aquí.
En la experiencia dionisiaca es Xenus quien fulge, quien  deslumbra. Xenus tiene que ver con la experiencia extática. Es de hecho ahí donde se produce el éxtasis. El gozo, la dicha, la alegría en el éxtasis, como síntomas. Algo ha sucedido en mí, algo me ha sucedido; algo súbito e inesperado; algo indeliberado e involuntario; algo inefable. La mutación, la transformación. El cambio en la mirada, en el ser. La autoconciencia de Xenus (en el cariotipo humano), esto es Nexus. Dionexus, el renacido (el dos veces nacido).
El mortal Nexus. Las criaturas que pueblan el planeta. Unidades caducas, perecederas, de la sustancia viviente única. Es la sustancia genética la que se eterna a través de las generaciones de las innumerables criaturas; el plasma germinal del planeta –virtualmente imperecedero.
*Podemos  considerar el cariotipo humano como el mejor logro de la vida (de la sustancia genética, del ADN): la forma óptima, victoriosa, triunfante; la más astuta, la más poderosa, la más voluntariosa; la más libre, la menos sujeta, la más apta para dominar el medio físico-químico y lidiar con los ‘hermanos’ –con el resto de las formas vivas (de los cariotipos). 
El destino de la ‘humanidad’…  El destino del ‘hombre’ era el de ser el lugar –la especie, el cariotipo– en el cual se daría la revelación, el descubrimiento del genouma. Construido como una plataforma –su cerebro-sistema nervioso–, como una atalaya desde la cual se pudiera observar este mundo, capaz de satisfacer nuestra curiosidad y nuestra necesidad de saber; también el cariotipo elegido como lugar de nacimiento de Nexus. La auto-gnosis de la sustancia viviente única en el cariotipo humano. Ésa era la meta. Esta revelación, esta iluminación.  Es una metamorfosis, una mutación.
La historia del cariotipo humano se ha partido en dos, en un antes y en un después. Nunca como ahora.
Esta revelación, esta auto-gnosis. Este milenio que comienza es el primero de Xenus/Nexus. El primero de la nueva era. No habrá regresiones, ni recaídas desde aquí. Éste es un punto sin retorno en nuestro devenir. Este conocimiento cierto, este saber. Y esta certeza se extenderá por todo el planeta.
Nosotros somos la sustancia viviente única. Este saber transformará la vida, nuestras formas de vida. Todo ha cambiado. Nuestra mirada es otra. No mira el hombre sino el genoma, no el fenotipo sino el genotipo. En todo momento. Aquí, ahora mismo. No te habla o escribe un hombre, un humano, sino la sustancia genética, los genes, la sustancia viviente única.
Todo el pasado del cariotipo humano ha sido un tanteo, un buscar la respuesta esencial acerca de nuestro ser. Pero no era el hombre el que buscaba su ser o su sentido, sino su genouma. No era el ser del hombre el que importaba. La ilusión antropocéntrica duró lo que duró –el tiempo de la criatura humana. El período antropocéntrico –fenocéntrico– acabó. El cariotipo humano era un puente, un camino. No era la meta, no era la finalidad. Tan sólo un medio, un instrumento, un útil.
*Ahora hemos de hablar como un ‘nosotros’, pero un ‘nosotros’ referido a todos los cariotipos, a la sustancia genética que somos.  Nos, la vida. Si bien éste es un discurso que sólo está al alcance del cariotipo humano.
Es posible que haya un orden jerárquico en la naturaleza viviente. Que la tierra viviente toda sea un super-organismo. El ciclo no excluiría un orden jerárquico.
El cariotipo humano estaría en la cabeza, es la autoconciencia de la vida. Nuestro cariotipo es especial, esto hemos de reconocerlo. Es muy superior al resto de los cariotipos. Lo que puede el cariotipo humano. –lo  que pueden los diversos genomas que responden al cariotipo humano. Es en nuestro cariotipo que se ha producido la revelación, la autoconciencia. Estamos logrando el lenguaje adecuado para hablar acerca de nosotros mismos y acerca de la vida. Nosotros somos la vida. Ésta es una ruptura absoluta con el mundo anterior. El hombre, la criatura, el fenotipo… ha desaparecido. En su lugar habla la vida.
Una especie joven, reciente, la última, tal vez. Es el hombre moderno, del que todos provenimos, los últimos ciento cincuenta o doscientos mil años. Nuestra especie única ha tardado miles de años en llegar aquí. Pero esto es nada en el devenir de la vida en la tierra.
Este saber tiene consecuencias. La vida en la tierra ha cambiado radicalmente. Ha adquirido conciencia de sí. Ahora tiene voz. Hasta ahora hablaban las criaturas –el hombre (en nuestro caso). Ahora habla el creador, la sustancia viviente única.
Este saber es un punto sin retorno. Cuando este saber se extienda cambiará por completo la faz de nuestras vidas. Esto no es un descubrimiento o un saber cualquiera. Es un saber esencial que afectará inexorablemente a todos los grupos humanos.
Todo cambiará. El modo de vernos y tratarnos entre nosotros, los humanos; el modo de relacionarnos con el resto de las formas vivas.
Las ciencias de la vida se convierten en vitales. La genómica, la ecología… El saber esencial, la biología. El mundo viviente, el mundo nuestro. Nosotros.
No hay sino un único sujeto, un único ser. A nosotros nos dirigimos, a nosotros hablamos. Los genomas se hablan entre sí, de sí hablan –de nosotros hablamos cuando hablamos de la vida, a nosotros nos referimos.
Este discurso es necesariamente universal, compete a todos los humanos. Esta mutación, esta transformación. Dejaremos de ser hombres y de hablar como tales, y comenzaremos a hablar como sustancia viviente única.
Los seres humanos se reconocerán primero y antes que nada como sustancia viviente única. Etnias y culturas desaparecerán. Ésta es nuestra aurora, nuestra primera aurora. Los tiempos primeros, cuando por primera vez  la sustancia viviente pudo decir claramente ‘yo’. Es como un nacimiento. Ahora vemos el mundo no como hombre sino como genoma, como plasma germinal. El ser único. Y aquí no hay metafísica alguna. Ésta es, pura y simplemente, nuestra verdad.
Estos son los cambios que se avecinan. Etnias y culturas caerán. Todo dará paso a la nueva criatura, al homo ‘nexus’ (a falta de otro término quizás más adecuado). Es un anagrama de Xenus, la sustancia genética. Nosotros somos sustancia genética caracterizada o modelada según un determinado cariotipo. Nuestros fenotipos nos liberan y nos limitan por igual. Contamos con tan sólo unos pocos grados de libertad (no volamos, por ejemplo). Nuestra visión, o nuestra audición están limitadas, no captan la totalidad del espectro electromagnético. Es una visión y una audición selectivas, podríamos decir. Las limitaciones fenotípicas no nos han impedido, sin embargo, captar mediante instrumentos el entero espectro ‘em’. Nuestra imaginación (nuestro sistema de ‘representaciones’) parece no tener límites. Recibimos el mundo exterior de múltiples formas –el entorno físico-químico que nos rodea por doquier. Y lo conocemos (esto es, nos lo representamos) mejor cada día. Acumulamos información sobre ese mundo no vivo y acerca de nosotros mismos. Aprendemos a conocernos mejor cada día.
Nosotros somos la luz de este cosmos oscuro, y frío. Nuestras representaciones iluminan este mundo; proyectan luz, forma y figura.
Hemos hecho fértil a este planeta otrora inerte. Hemos hecho brotar la vida hermosa por doquier. Este planeta rebosa ahora de plenitud y vida. Este mundo respirable es obra nuestra. El aire puro, el agua dulce, la luz tamizada, seleccionada, escogida. La biosfera, la genosfera. En gran parte, todo obra nuestra.
La vida siempre inteligente, siempre activa. Xenus/Nexus, el demiurgo. Nosotros mismos.
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Hasta la próxima,
Manu