Genocentrismo II. Para los futuros.
Manu Rodríguez. Desde Europa (19/02/17).
*
*No es posible estar de acuerdo con Nietzsche con
respecto a su crítica al ‘instinto cognoscitivo (no coartado)’, es esta pulsión
cognoscitiva la que nos ha conducido aquí, esto es, a nosotros mismos. Por lo
demás las neurociencias coinciden con las intuiciones ‘psicológicas’ de éste
(heredadas de Schopenhauer –“el mundo como representación”). Nosotros creamos
el mundo. Nosotros vivimos en el mundo creado, y es en este mundo en donde nos movemos y somos. Y esto se logra mediante
la ‘representación’, y el lenguaje simbólico, esto es, compartido. Estos mundos
se construyen con símbolos o signos que se comparten. Vivimos en el mismo mundo
en la medida en que compartimos el mismo mundo simbólico.
El Uno primordial, la voluntad, la fuerza (‘vis’,
potencia)… la voluntad de poder. Las intuiciones de Schopenhauer y Nietzsche
hay que contemplarlas a la luz del lenguaje genocéntrico. En todo lugar se
habla de la sustancia genética, de la sustancia viviente única, del único ser
vivo, del único que subyace a toda actividad, a todo fenómeno viviente.
La ‘representación’ es cosa de la sustancia genética. Es
la misma vida la que genera el mundo en el ha de moverse.
Si cada uno de los humanos tuviera su propio mundo, esto
es, su propio repertorio de signos, o su propia representación, no nos
entenderíamos en absoluto. Son signos/mundos compartidos, comunes. La ‘cultura’
es el lugar donde se comparten estas ‘representaciones’.
Es, además, “la actividad espiritual de milenios depositada
en el lenguaje” (Nietzsche) –en el lenguaje y la cultura, en el mundo simbólico
todo. Una actividad espiritual
milenaria. Toda nuestra memoria ancestral y autóctona. El espacio simbólico.
La comunión de estos símbolos en los cariotipos sociales.
Compartimos el mismo mundo simbólico. Nos movemos y somos en el mismo mundo.
Esto es bueno para la vida, promueve la vida. En nosotros, en el cariotipo
humano, es algo que no cesa y que ha dado lugar a numerosas formas. Ese mundo
tiene que ser asimilado e incorporado por el genoma (los genotipos que vienen a
la luz y que han de integrarse en un determinado entorno lingüístico cultural).
El genoma vive en el presente, en el instante. Pero
también va y viene, recurre a su memoria, se proyecta hacia el futuro, merodea,
fantasea... El genoma, aparte de procesar o metabolizar información
permanentemente, cuida y rige la maquina
corporal entera.
El cuerpo es una jerarquía. El sistema nervioso, el
piloto del cuerpo, también está jerarquizado.
Son los núcleos de las células nerviosas los únicos que reciben y emiten
órdenes e información. Las neuronas están agrupadas en regiones o espacios bien
diferenciados y coordinados o subordinados unos a otros –las neuronas del hipotálamo emiten y/o reciben otras
órdenes e informaciones que las del córtex, por ejemplo. Desde estos lugares
los genomas, van, se mueven por el mundo.
Ha de haber un orden jerárquico en el genoma, así como lo
hay en los organismos, o en nuestro sistema nervioso.
La vida no es una sustancia inerte. Es un ser activo,
dinámico, creativo. Está inserto en el devenir. Deviene, él también, otro, y
otro, y otro… Se escande, se prodiga. Si hay diferencia de soma, hay diferencia
de genoma (los genomas son variaciones de un cariotipo específico).
Se alimenta de sí, se nutre de sí. Autofagia. Las
plantas, que se nutren de la tierra, alimentan a otros seres vivos, que a su vez
alimentan a otros. Así se escribe la vida. Es un ciclo. Mediante la
reproducción la sustancia genética se eterniza. Es el ‘Rtá’ de la vida, el
logos de la vida. Un grafo orientado, cíclico, y recurrente. Un ciclo
virtualmente eterno. El grafo de la vida. El orden viviente. La genosfera.
Es la vida la que habla en el cariotipo humano. No la
criatura, sino el creador. Alienados vivíamos en nuestra criatura hombre. Y
malentendíamos el mundo. Hablaba el hombre, el instrumento, el vehículo, el
cuerpo. Durante mucho tiempo se tuvo como señor, como sujeto creador y
transformador; como el centro de la creación, de nuestra creación. Ahora nos es
dado hablar la lengua del creador. La criatura ha desaparecido, y con la
criatura, sus mundos.
Esto sí que es un mensaje universal y compete a todos los
seres humanos. Todos los pueblos y todas las culturas tendrán que habérselas
con esta verdad.
Apenas si hay algo en los mundos pasados que nos sirva. Apenas unas pocas voces. Darwin,
Nietzsche. Nadie nos esperaba. El martillo de Nietzsche, destruyendo mundos, y
la pulsión cognoscitiva de Darwin nos han conducido aquí. Ambas confluyen en el
ser viviente único, en la causa y el motor de todo el orden viviente.
Ese ser único que se multiplica, que se escinde, que se
fragmenta… El Uno primordial. Apolo es la escisión, la separación, la
individuación (la lírica monódica); Dioniso es la reunión, el reencuentro, la
comunión (la lírica coral).
El hombre, en el cariotipo humano, debe desaparecer, debe
dar paso al genouma. El genouma es ahora el ser que se sabe. Ahora sabemos de
nosotros como sustancia viviente única. Ahora podemos decir que somos nosotros
los que creamos el mundo en el que vivimos; no decimos que sea obra del hombre.
Al período previo a este saber sí que se le podría llamar, con toda justicia,
el período de la ignorancia (o del olvido). El sujeto único se ignoraba. Ahora
el sujeto único se sabe. Ahora nos sabemos.
Ahora hablamos, y hablaremos, de lo nuestro; de nosotros,
la vida. Desde el mismo plasma germinal. Nos, la vida; nos, la luz. Desde el
corazón, desde el centro.
Nos, la vida, habla.
La vida ha de ser nuestro cuidado. El orden de la vida. No
el del hombre, o el de esta o aquella criatura. Las formas vivas son tesoros de
información acerca de nosotros mismos y de la potencia de nuestro ser. Son casi
cuatro mil millones de años de experiencia. Tenemos casi la edad del sistema
solar, casi la edad de este planeta. Desde aquellos protobiontes.
Venimos de la tierra y del cielo. La temperatura, la
presión, la atmósfera, la gravedad…; el aire, el agua, la luz. Nuestras
madrinas y padrinos. Todo coadyuvó a nuestro nacimiento. Las biomoléculas, las
moléculas vivientes. Formadas por H, O,
N, C, y P (ordenados por su número de valencias: 1, 2, 3, 4, y 5). Es un
demiurgo que ha devenido; que ha llegado a ser.
La replicación. Su misma esencia, su ser, es orden que
ordena, forma que informa. Se duplica. Se ordena, se orienta hacia sí. Sobre sí
retorna, en sí mora. En el nucleosoma; dirigiéndolo todo. Los genoumas avanzan
con sus somas; con sus somas palpan, huelen, saborean… miran y ponderan el
exterior. Protegido, en su núcleo. Es el piloto único –el consciente, y el no
consciente. No hay otro del genouma.
La célula es el modelo. Núcleo y periferia. Genoma y
soma. Genotipo y fenotipo.
El mundo exterior, y el mundo interior –el propio genoma.
La sustancia pensante y volente. La que ahora, sí, hace y dice ‘yo’. El sujeto
universal, el sujeto único.
Las palabras tienen el significado que les damos al
usarlas en tal o cual contexto. Son sustancias sonoras, como un conjunto de
vibraciones: cuasi-impulso, cuasi-algo, cuasi-partículas. El primer lenguaje;
la primera ‘representación’. Son además
simbólicas y la mayoría tienen múltiples usos.
El otro usa el mismo registro de frecuencias sonoras simbólicas; nos
entendemos pues. Cuando hablamos intercambiamos este material simbólico que
dice algo, que nos informa de algo. El material simbólico es información (en
amplio sentido).
Estas cuasi-partículas surgen de manera espontánea o
inducida. Hacemos lo que tenemos que hacer para producir un signo cualquiera,
así como cuando escribimos sabemos cómo producir los grafemas.
El papel sobre el que escribimos es como el lugar de la
mente donde aparecen las imágenes y las
figuras. Proyectamos de igual modo. Dentro y fuera. Pensamos, imaginamos,
hablamos, escribimos. Proyectamos.
Lo primero es el eje de gravedad, el equilibrio, el
tacto, palpar, junto con el avanzar, el movimiento, el sistema motor. Ver o
escuchar vienen después y se le subordinan. ¿Primero los mecano-receptores? El
oído sería anterior a la vista. Foto-receptores y quimio-receptores.
¿Cómo se informa el núcleo de la presión, de la
temperatura, o de la composición química ambiental? Las células como paramecios
o amebas tienen receptores moleculares en la membrana plasmática. Estos
receptores transducen la información y la transportan al núcleo.
Los receptores de información son fundamentales en la
célula. Son varios los parámetros a tener en cuenta: químicos, mecánicos,
luminosos, sonoros… Dominar el medio. Ésta es la interacción que los seres
vivos tienen con su entorno. Dominar aquí es moverse con pericia y soltura en
un mundo fluyente, en perpetuo devenir; con cambios súbitos e inesperados. La
información aquí es vital. Con esa información los seres vivos se construyen el
mundo exterior. Es una ‘representación’ de ese mundo que está más allá de la
membrana plasmática, de la piel; es en esa ‘representación’ del mundo por donde
voy, por donde vamos –donde nos movemos y somos.
El mundo como ‘representación’ está ya en las más simples
de las criaturas (en los monocelulares desprovistos de núcleo, incluso). Cada
instante se pondera el medio, se recaba información. Los genomas se hacen una
‘idea’ del medio entorno mediante la información que le hacen llegar los
receptores. Para poder responder en consecuencia se ha de controlar o dominar
el medio. Es esencial para la supervivencia el saber por dónde se va. En lo
grande y en lo pequeño.
La sensación, esto es, la recepción de información, y la
memoria. El vertiginoso automatismo del genoma en la conducción de su soma (todo
sucede en milisegundos), es el producto de una larguísima experiencia, de
infinitas repeticiones. Quizás aquí esté la memoria, o el origen de la memoria.
Un mundo construido, una ‘representación’ que perdura. El re-conocimiento. Los
receptores, por ello, diferenciados, especializados.
La información le llega al núcleo traducida (la
‘transducción’). De la misma manera que la información que les llega a los núcleos
de las neuronas de nuestro cerebro-sistema nervioso también está traducida.
Luego está la asimilación de otras sustancias y
organismos. Necesita incorporar material para llevar a cabo la duplicación –la
mitosis.
La ‘representación’ del mundo es esencial para todos los
seres vivos. Sus éxitos evolutivos dependen de la bondad de sus
‘representaciones’, de cuan pertinente y necesaria es su información –el mundo
creado. La ‘representación’ lograda es aquella que mejor sirve a nuestro
dominio (y por consiguiente, a nuestra supervivencia).
*El nihilismo niega la voluntad, niega la acción; niega
este mundo. Schopenhauer. Pero también Buda, y Platón… Este mundo está negado
en todas las utopías, sean estas religiosas, filosóficas, o políticas. Siempre
hay otro mundo que ‘corrige’ a este en
el que vivimos, a este mundo nuestro, sea en el cielo, sea en la tierra
(en el futuro). El mundo que es y el que
debería ser, el mundo aparente y el mundo verdadero…
Es en Schopenhauer donde Nietzsche detecta el nihilismo
–en sus primeros escritos había usado el término ‘idealismo’ (como lo
‘platónico’, o lo referido al mundo de las ‘ideas’... lo transmundano).
Es la negación de este mundo, implícito en todas las vías
de liberación (religiosas, políticas, o filosóficas) lo que detecta Nietzsche
en estas ideologías. Los puntos de fuga de este mundo. En el nihilismo extremo
se niega toda salida, toda liberación –toda ficción. No hay salida, no hay nada
que salvar.
Pero no se trata de estar o no estar satisfecho con este
mundo nuestro –el mundo de los humanos. O de ser pesimistas u optimistas. Este
mundo nuestro es un mundo trágico. La vida es un hecho trágico. En un principio
todo le era contrario. Desde sus comienzos tuvo que esforzarse, luchar, vencer,
dominar. Transformar el entorno físico-químico. Garantizarse el futuro,
conquistar, crear ese futuro.
En Nietzsche encontramos lo afirmación de este mundo. Con
todas sus contradicciones; con toda su alegría, y con todo su dolor…
Los nihilistas (desde Buda, desde Platón…) predican un
mundo indoloro. Un mundo en el que todo lo negativo hubiera desaparecido: la
enfermedad, la pérdida de la juventud, la muerte… Se habla de salud eterna, de
eterna juventud, de vida eterna… La eterna mismidad de Narciso. Que nada le
turbe, que nada le inquiete, que nada le importune… Una dicha eterna. La
salvación ‘personal’.
Este mundo ha de valer para el ‘hombre’. Es el colmo del
antropocentrismo y el antropomorfismo; de todo ‘humanismo’. Es el nihilismo del
hombre del neolítico. Son fenómenos lingüísticos-culturales que se
circunscriben a las culturas del neolítico.
Un mundo para el ‘hombre’. Y para qué hombre. El que ha
culminado en el pequeño burgués hedonista, perezoso (negligente, descuidado), y
pusilánime de finales del neolítico.
*Esta aurora, este nuevo día, este período, genocéntrico,
cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la
tierra. Tierras, pueblos, razas, tradiciones, creencias… Todo desaparecerá. Viene
una luz destructora, devastadora.
Es el triunfo de Xenus/Nexus. Tenemos necesidad de nuevas
representaciones, de nuevos mundos. Adecuados a la nueva realidad, al nuevo
saber.
Construir un futuro genocéntrico; una cultura
genocéntrica centrada en la sustancia genética. Arquitectura, vivienda, música,
pensamiento… mundo. Hemos de crear un mundo nuevo. Tenemos que crear para
milenios.
La evolución sigue actuando. Seguimos evolucionando. En
virtud de un cariotipo específico (el
humano) la sustancia viviente única ha llegado a su ser, se ha descubierto a sí
misma como el ingeniero, el motor, y el piloto del soma, de la máquina corporal. Nosotros
mismos, la biomoléculas, los genes, la sustancia genética. Lo único vivo
en el planeta.
Esta mutación, este salto cultural cambiará la mirada, la
lengua, el oído… Ya no hablaremos, ni sentiremos, más como hombres, como
fenotipos, como criaturas. Xenus, el Uno primordial, el Único, a través del cariotipo Nexus, tiene ahora la
palabra. Es Xenus quien ahora habla por boca de Nexus.
Ahora es Xenus en todas las criaturas. Más allá del fenotipo,
del cuerpo, del soma. Hacia el genouma en toda criatura. No hay otro actor, no
hay otro sujeto, no hay otro. Nos hemos topado con el demiurgo de las formas
vivas, nos hemos topado con nosotros mismos. La pulsión cognoscitiva nos ha
traído aquí.
En la experiencia dionisiaca es Xenus quien fulge,
quien deslumbra. Xenus tiene que ver con
la experiencia extática. Es de hecho ahí donde se produce el éxtasis. El gozo,
la dicha, la alegría en el éxtasis, como síntomas. Algo ha sucedido en mí, algo
me ha sucedido; algo súbito e inesperado; algo indeliberado e involuntario;
algo inefable. La mutación, la transformación. El cambio en la mirada, en el
ser. La autoconciencia de Xenus (en el cariotipo humano), esto es Nexus. Dionexus,
el renacido (el dos veces nacido).
El mortal Nexus. Las criaturas que pueblan el planeta.
Unidades caducas, perecederas, de la sustancia viviente única. Es la sustancia
genética la que se eterna a través de las generaciones de las innumerables
criaturas; el plasma germinal del planeta –virtualmente imperecedero.
*Podemos
considerar el cariotipo humano como el mejor logro de la vida (de la
sustancia genética, del ADN): la forma óptima, victoriosa, triunfante; la más
astuta, la más poderosa, la más voluntariosa; la más libre, la menos sujeta, la
más apta para dominar el medio físico-químico y lidiar con los ‘hermanos’ –con
el resto de las formas vivas (de los cariotipos).
El destino de la ‘humanidad’… El destino del ‘hombre’ era el de ser el
lugar –la especie, el cariotipo– en el cual se daría la revelación, el
descubrimiento del genouma. Construido como una plataforma –su cerebro-sistema
nervioso–, como una atalaya desde la cual se pudiera observar este mundo, capaz
de satisfacer nuestra curiosidad y nuestra necesidad de saber; también el cariotipo
elegido como lugar de nacimiento de Nexus. La auto-gnosis de la sustancia
viviente única en el cariotipo humano. Ésa era la meta. Esta revelación, esta
iluminación. Es una metamorfosis, una
mutación.
La historia del cariotipo humano se ha partido en dos, en
un antes y en un después. Nunca como ahora.
Esta revelación, esta auto-gnosis. Este milenio que
comienza es el primero de Xenus/Nexus. El primero de la nueva era. No habrá
regresiones, ni recaídas desde aquí. Éste es un punto sin retorno en nuestro
devenir. Este conocimiento cierto, este saber. Y esta certeza se extenderá por
todo el planeta.
Nosotros somos la sustancia viviente única. Este saber
transformará la vida, nuestras formas de vida. Todo ha cambiado. Nuestra mirada
es otra. No mira el hombre sino el genoma, no el fenotipo sino el genotipo. En
todo momento. Aquí, ahora mismo. No te habla o escribe un hombre, un humano,
sino la sustancia genética, los genes, la sustancia viviente única.
Todo el pasado del cariotipo humano ha sido un tanteo, un
buscar la respuesta esencial acerca de nuestro ser. Pero no era el hombre el
que buscaba su ser o su sentido, sino su genouma. No era el ser del hombre el
que importaba. La ilusión antropocéntrica duró lo que duró –el tiempo de la
criatura humana. El período antropocéntrico –fenocéntrico– acabó. El cariotipo
humano era un puente, un camino. No era la meta, no era la finalidad. Tan sólo
un medio, un instrumento, un útil.
*Ahora hemos de hablar como un ‘nosotros’, pero un
‘nosotros’ referido a todos los cariotipos, a la sustancia genética que
somos. Nos, la vida. Si bien éste es un
discurso que sólo está al alcance del cariotipo humano.
Es posible que haya un orden jerárquico en la naturaleza
viviente. Que la tierra viviente toda sea un super-organismo. El ciclo no
excluiría un orden jerárquico.
El cariotipo humano estaría en la cabeza, es la
autoconciencia de la vida. Nuestro cariotipo es especial, esto hemos de
reconocerlo. Es muy superior al resto de los cariotipos. Lo que puede el
cariotipo humano. –lo que pueden los
diversos genomas que responden al cariotipo humano. Es en nuestro cariotipo que
se ha producido la revelación, la autoconciencia. Estamos logrando el lenguaje
adecuado para hablar acerca de nosotros mismos y acerca de la vida. Nosotros
somos la vida. Ésta es una ruptura absoluta con el mundo anterior. El hombre,
la criatura, el fenotipo… ha desaparecido. En su lugar habla la vida.
Una especie joven, reciente, la última, tal vez. Es el
hombre moderno, del que todos provenimos, los últimos ciento cincuenta o
doscientos mil años. Nuestra especie única ha tardado miles de años en llegar
aquí. Pero esto es nada en el devenir de la vida en la tierra.
Este saber tiene consecuencias. La vida en la tierra ha
cambiado radicalmente. Ha adquirido conciencia de sí. Ahora tiene voz. Hasta
ahora hablaban las criaturas –el hombre (en nuestro caso). Ahora habla el
creador, la sustancia viviente única.
Este saber es un punto sin retorno. Cuando este saber se
extienda cambiará por completo la faz de nuestras vidas. Esto no es un
descubrimiento o un saber cualquiera. Es un saber esencial que afectará
inexorablemente a todos los grupos humanos.
Todo cambiará. El modo de vernos y tratarnos entre
nosotros, los humanos; el modo de relacionarnos con el resto de las formas
vivas.
Las ciencias de la vida se convierten en vitales. La
genómica, la ecología… El saber esencial, la biología. El mundo viviente, el
mundo nuestro. Nosotros.
No hay sino un único sujeto, un único ser. A nosotros nos
dirigimos, a nosotros hablamos. Los genomas se hablan entre sí, de sí hablan
–de nosotros hablamos cuando hablamos de la vida, a nosotros nos referimos.
Este discurso es necesariamente universal, compete a
todos los humanos. Esta mutación, esta transformación. Dejaremos de ser hombres
y de hablar como tales, y comenzaremos a hablar como sustancia viviente única.
Los seres humanos se reconocerán primero y antes que nada
como sustancia viviente única. Etnias y culturas desaparecerán. Ésta es nuestra
aurora, nuestra primera aurora. Los tiempos primeros, cuando por primera
vez la sustancia viviente pudo decir
claramente ‘yo’. Es como un nacimiento. Ahora vemos el mundo no como hombre
sino como genoma, como plasma germinal. El ser único. Y aquí no hay metafísica
alguna. Ésta es, pura y simplemente, nuestra verdad.
Estos son los cambios que se avecinan. Etnias y culturas
caerán. Todo dará paso a la nueva criatura, al homo ‘nexus’ (a falta de otro
término quizás más adecuado). Es un anagrama de Xenus, la sustancia genética.
Nosotros somos sustancia genética caracterizada o modelada según un determinado
cariotipo. Nuestros fenotipos nos liberan y nos limitan por igual. Contamos con
tan sólo unos pocos grados de libertad (no volamos, por ejemplo). Nuestra
visión, o nuestra audición están limitadas, no captan la totalidad del espectro
electromagnético. Es una visión y una audición selectivas, podríamos decir. Las
limitaciones fenotípicas no nos han impedido, sin embargo, captar mediante
instrumentos el entero espectro ‘em’. Nuestra imaginación (nuestro sistema de
‘representaciones’) parece no tener límites. Recibimos el mundo exterior de
múltiples formas –el entorno físico-químico que nos rodea por doquier. Y lo
conocemos (esto es, nos lo representamos) mejor cada día. Acumulamos información
sobre ese mundo no vivo y acerca de nosotros mismos. Aprendemos a conocernos
mejor cada día.
Nosotros somos la luz de este cosmos oscuro, y frío.
Nuestras representaciones iluminan este mundo; proyectan luz, forma y figura.
Hemos hecho fértil a este planeta otrora inerte. Hemos
hecho brotar la vida hermosa por doquier. Este planeta rebosa ahora de plenitud
y vida. Este mundo respirable es obra nuestra. El aire puro, el agua dulce, la
luz tamizada, seleccionada, escogida. La biosfera, la genosfera. En gran parte,
todo obra nuestra.
La vida siempre inteligente, siempre activa. Xenus/Nexus,
el demiurgo. Nosotros mismos.
*
Hasta la próxima,
Manu
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