Genocentrismo I. Para los futuros.
Manu Rodríguez. Desde Europa (23/01/17).
*
*La cuestión naturaleza/cultura nos importa.
Debemos conocernos mejor, así como profundizar en la conducta y las actividades
de los seres humanos. No sólo mediante la etnología y antropología cultural,
también la etología (Lorenz, Tiberghien…, los primeros), y la sociobiología
(Wilson). Etólogos y sociobiólogos no resuelven, a mi manera de ver, esta
distinción, esta ‘dualidad’ (el doble eje que nos articula y constituye).
Wilson, en particular, y la corriente que inicia (sociobiología), se limita a
‘reducir’ la cultura a la naturaleza. Esto es, no ven en la cultura sino la
agresividad, la violencia, el ‘egoísmo’ y demás que imperan en el resto de las
formas vidas, esto sí, sublimados. En el fondo se limitan a decir que las
formas culturales (derecho, economía, política…) no son otra cosa que máscaras
que ocultan la subyacente ‘lucha por la existencia’ que recorre toda la
naturaleza viviente.
Pienso que la dificultad se encuentra en el
concepto ‘naturaleza’ (no entendida aquí a la manera de la ‘physis’ griega y
heideggeriana). Para los biólogos y sociobiólogos (ortodoxos, darwinianos) ésta no es sino la citada ‘lucha por la
vida’, la querella natural entre todos los seres vivos por el territorio, la
alimentación, y la reproducción. Y reducen toda la cultura (y sus formas
internas) a estos tres factores.
Otra cuestión son los genes. Hay también un
‘reducionismo’ genético. Aquí se trata de ver en los genes el origen de todos
nuestros rasgos conductuales, sean positivos o negativos (quiero decir desde el
punto de vista social), esto es, tanto el egoísmo como el altruismo.
Psicobiólogos, y otros, encuentran que estos aspectos pueden ser encontrados
incluso en el mismo genotipo, al igual que la dependencia al alcohol, o a las
drogas, la homosexualidad, o el asesinato compulsivo… o el rasgo más insólito
que se te pueda ocurrir de la conducta de los humanos.
Sin embargo hay algo en los genes que llama la
atención y que sí es verdaderamente revolucionario. El código genético (la relación
biunívoca tripletes de base-aminoácidos) es el primer código que podemos
encontrar en aquello que se nos aparece,
en la ‘physis’. En la naturaleza viviente se distingue entre el plasma genético
o germinal y el plasma somático. Los somas pasan, pero los genes permanecen (a
través de la reproducción). Los aminoácidos son usados por los genes para
construirse sus cuerpos, sus somas. Estos son vehículos de supervivencia de los
genes (desde las formas vivas más simples, hasta las más complejas).
El origen y el término de todo ‘mensaje’, en
todas las formas vivas, son los genes, el genoma. Son los genes los que, en
último término, reciben la información desde el exterior, y responden de
inmediato a las circunstancias ambientales que sean (cambios en la composición
química o físico-química del agua o del aire; la presencia del rival o del
partenaire…). Todo esto pertenece al ámbito de la comunicación celular.
Los genes son tanto reactivos como proactivos;
su conducta no es sólo inducida, sino también espontanea; no sólo reaccionan
ante el exterior, sino que crean y actúan en ausencia de estímulos. Los genes
son los únicos responsables de toda actividad, los únicos actores. Se puede
decir que los genes son lo único vivo en la naturaleza, y por consiguiente, los
únicos sujetos de la actividad viva en el planeta. Y esto incluye a los
humanos. No hay sino genes. Los fenotipos nos engañan (las apariencias
engañan).
Tengo para mí que, desde el descubrimiento de
los genes y del código genético, hemos pasado del fenocentrismo al genocentrismo
y, en lo que concierne a las formas vivas, del fenómeno al (ge)noúmeno. Lo
único ‘vivo’, pues, en el planeta son los genes. Estos son los únicos sujetos
de toda actividad. Podemos decir con toda tranquilidad que nosotros somos los
genes. El humanismo, cualquier humanismo, es un resto del antiguo antropocentrismo
(‘fenocentrismo’) del neolítico –resulta ya arcaico en los tiempos que corren.
Después de Copérnico y Kepler, ésta es la revolución más importante y la más
destructiva de las ideas antropocéntricas o antropomórficas. Ninguna otra
disciplina o corriente cultural contemporánea (ningún otro saber) destruye la
idea del humanismo o antropocentrismo como esta de los genes (los únicos
sujetos ‘vivos’ del planeta).
Me parece bastante extraño que no se haya
llegado a esta conclusión sesenta años después del descubrimiento del ADN y del
código genético, esto es, que no se haya dado el paso del ‘fenocentrismo’ al
‘genocentrismo’, y que sigamos viviendo como si no hubiera pasado nada al
respecto. Esta certeza (el que nosotros somos los genes) cambiará por completo
el modo en que nos vemos y nos conceptuamos los humanos, así como el modo en
que vemos y conceptuamos al resto de las formas vivas. El ‘hombre’ desaparece.
No hay sino una única sustancia viviente en el planeta, y nosotros somos esa
sustancia –fragmentos (ordenados) de esa sustancia.
El ecologismo sigue siendo fenocentrista cuando
postula la solidaridad con el resto de los seres vivos (y no digamos cuando
pretende extender a los ‘animales’ los derechos ‘humanos’). En este discurso
sigue siendo el ‘hombre’ el sujeto de la enunciación, siguen siendo los
fenotipos los ‘protagonistas’ de la vida en la tierra. Y otro tanto podemos
decir de sociobiólogos y psicobiólogos, donde sigue siendo el ‘hombre’, el
fenotipo, el centro de su atención.
El genotipo, o el genoma (los genes), no nos
dirige (la tesis de Dawkins –inexplicable en un biólogo), nosotros no somos
dirigidos, no somos máquinas de supervivencia de los genes (esto es, no somos
el fenotipo), sino que somos los mismos genes (no hay otro sujeto). Dawkins
sigue siendo fenocentrista, a pesar de sus conocimientos en la materia. Los
genes son el sujeto último en todo momento y lugar. No hay otro que piense,
sienta, hable o quiera. Los genes, pues, son los responsables y los creadores
de toda cultura, toda vez que no hay otros sujetos en la completa actividad
biológica de este planeta. Así pues, no la naturaleza sin más, sino la naturaleza
viviente, la sustancia viviente única, los genes.
Hay que partir del genocentrismo. Es un suerte
de ‘monismo’ que tiene en cuenta las innumerables formas (fenotipos, cuerpos,
somas…) a que ha dado lugar una única sustancia. En lo que concierne a los
humanos ha dado lugar a razas y a culturas muy diversas. El árbol de los
pueblos y culturas del mundo forma parte del árbol de la vida. Y esto es lo más
sagrado que hay encima de la tierra.
El etnocentrismo, el racismo, el
segregacionismo, o el supremacismo de unos y de otros son rasgos de ignorancia;
algo arcaico, y contra-natura (contra la naturaleza viviente). Así como la
indiferencia con que se explota a la naturaleza en perjuicio, en último
término, no del hombre –como dicen incluso algunos manuales de ecología–, sino
de la misma vida. Son rasgos de ignorancia, prepotencia, y locura.
Recordemos, desde el genocentrismo, la frase del
primer hombre que puso el pie sobre la Luna. Sus palabras fueron: “Éste es un
pequeño paso para el hombre, y un gran paso para la humanidad”. Pero no fue un
paso dado por el hombre o la humanidad, sino por la misma vida. Fue la vida, la
sustancia viviente única, la que llegó a la Luna. Visto desde el genocentrismo:
mientras sigamos pensando así, nos comportamos ciertamente como fenotipos, como
esclavos, como subordinados, como máquinas dirigidas, pues ignoramos al sujeto
último de toda actividad, esto es, nos ignoramos a nosotros mismos. Nosotros
hemos llegado a la Luna, pero ‘nosotros’ somos la sustancia viviente única, los
genes, el plasma germinal.
Así pues, el ‘hombre’ no es ni la obra o la
criatura de un artífice divino (concebida también como el señor de las
bestias), ni la máquina de supervivencia de los genes. En ambos casos se le
considera como ente creado. El ‘hombre’ no es.
Los cuerpos, las máquinas de supervivencias de
los genes –de la sustancia viviente única– carecen de voz. No habla el hombre
en los fenotipos humanos, no ruge el león, no trina el pájaro… Es la vida en
todo momento, en toda criatura. No hay sino genes, genotipos, genoumas.
*Los pares naturaleza/cultura, cuerpo/alma, y
genotipo/fenotipo se correlacionan en dos líneas cuasi maniqueas: la línea
naturaleza-cuerpo-genotipo, y la línea cultura-alma-fenotipo. En la vieja ética
judeo-platónica la naturaleza (el cuerpo) necesita ser dominada por el alma
intelectiva –racional. Se habla de las pulsiones de la ‘bestia’, del animal en
nosotros, y de la necesidad de un
‘kibernein’, de un piloto (conciencia o alma). No muy diferente son las ideas
de Dawkins: en su teoría del gen egoísta, los fenotipos conscientes deben
superar, vencer, o dominar los mandatos de los genes, siempre egoístas e inhumanos,
para alcanzar algo de ‘humanidad’. Resumiendo: La naturaleza, el cuerpo (lo
animal en nosotros), o los genes (siempre egoístas), se oponen a la cultura, al
alma (introducida por el dios en el momento de la concepción), y al fenotipo
(el hombre social, y moral). La ética de Dawkins puede ser perfectamente
adaptada a la moral tanto platónica como judeo-cristiano-musulmana. Humano,
demasiado humano me parece todo esto. Arcaico, ‘ptolemaico’, antropocéntrico,
fenocéntrico.
Nosotros, el cariotipo humano, no estamos
sobre-determinados ni por un dios, ni
por un genoma egoísta. No somos obra ni
de uno ni de otro. Pues nosotros somos los genes.
Nuestro destino está absolutamente abierto y por
escribir. Y aquí se encuentra la fuente de nuestra libertad. Pero no se trata
de la libertad del ‘hombre’, sino de la libertad de la sustancia viviente única,
la libertad de la vida.
Los genes se crean sus propios cuerpos y sus
propias lenguas y culturas. Las lenguas y las culturas tienen un carácter
social o de socialización. Una de las potencias de la vida es, precisamente, su
capacidad de multiplicar los cariotipos (las formas vivas), las diferentes
formas de vivir en el hielo y en el fuego, por así decir. No hay entorno
físico-químico donde la vida, la sustancia viviente única, no haya intentado,
al menos, establecer un nicho ecológico. Las culturas también están adaptadas a
las condiciones físico-químicas (temperatura, presión atmosférica, vegetación,
medios de subsistencia…). Las formas de escritura, por ejemplo, han sido y
son muy variadas. Esto quiere decir,
simplemente, que hay muchas formas de establecer la comunicación mediante
formas simbólicas escritas; que no hay un camino único, o que el camino no está
trazado de antemano; que los caminos –los modos y maneras– se hacen. La
escritura estaba por venir, como estaban por venir las diversas lenguas –los
sistemas completos de comunicación verbal, de interacción social. En uno u otro
caso las soluciones han sido muy variadas. Cada grupo o pueblo los han resuelto
a su manera, y en total aislamiento unos de otros (sin mediar influencia
alguna), de manera espontanea.
La variedad de lenguas y culturas, y su necesidad
en los cariotipos humanos, es una muestra de nuestra potencia y de nuestra
libertad (no como hombres sino como genes). Aquí la necesidad y la libertad no
entran en contradicción. La imposición, pues, de una lengua, de una escritura,
o de una cultura de un pueblo sobre otro, y la extinción, por consiguiente, de
sistemas de escrituras, de lenguas, y de culturas, es un crimen. Debido a la
masiva destrucción (desde hace milenios) de lenguas y culturas, hemos perdido
tantos datos sobre nuestro pasado (el pasado del cariotipo humano) que nos hace
muy difícil reconstruir nuestra evolución cultural (en amplio sentido)
–reconstruir el árbol, el ‘grafo’ de nuestro pasado. Se puede decir que las variedades del
cariotipo humano han creado, crean, y crearan, lenguas y culturas, y
eventualmente sistemas de escritura –de hecho, la cantidad posible de lenguas,
culturas, y escrituras es virtualmente infinita (fíjate en los lenguajes (en
las escrituras, mejor) de programación actuales).
*Podríamos
interrogarnos por el ser de la sustancia genética, de la sustancia viviente
única. Por qué es este ente. Aquí no interrogamos por el ente en su totalidad,
sino por un ente en particular. Un ente que da lugar a otros entes. El genoma
de los seres vivos (el ‘genouma’, podríamos decir). El genoma es la esencia de
los entes vivos. El genotipo es la esencia de los fenotipos; el alma de todo
cuerpo (la ‘psykhé’ de todo ‘soma’); el genoúmeno de todo fenómeno (viviente).
Nosotros mismos
que hablamos y escribimos somos ese genoma, ese genotipo, ese alma, ese
genoúmeno; ese particular ser viviente único. Sustancia virtualmente
imperecedera, pues se eterniza a través de la reproducción. No uno el ser del
delfín y otro el del tigre, sino que es uno y el mismo. Es la misma sustancia
el ser de uno y el de otro. Los genes son los ingenieros de todas las formas
vivas. Son los señores, los creadores. Los pilotos, los conductores; los únicos
actores. Lo único vivo en el planeta.
Decir la vida es
decir la sustancia genética, es decir la sustancia viviente única. Es el ente
que es por sí, y para sí. No es por otro, ni para otro. Es el ‘demiurgo’ de las
formas vivas que recorren el planeta. Los fenotipos son sus vehículos, sus
transportes, sus garras, sus manos, sus ojos, sus oídos, sus alas, sus pies… Mediante
los fenotipos la sustancia viviente toca, roza, huele, escucha… tiene acceso al
mundo en el que ha venido a ser. Es esta sustancia la única que se interroga
sobre el ser del ente. No el hombre. El fenotipo es un medio, un instrumento,
un vehículo… No hay otro sujeto que los genes, la sustancia genética.
Esta sustancia
es también la creadora del lenguaje, de los signos todos; de la comunicación.
Las criaturas se entienden entre sí por medio de signos y lenguajes simbólicos
(vinculantes, compartidos). Se usa el sonido, el color, la temperatura, las
vibraciones… Los canales de información –los receptores (mecano-receptores, foto-receptores,
quimio-receptores, termo-receptores…). Mediante los signos se informa al otro,
pero también se le confunde, se le engaña, se le seduce (desvía), se le
deforma...
*Con respecto al
resto de la naturaleza seguimos comportándonos como hombres del neolítico. A
pesar de estar inmersos en el nuevo período, seguimos llevando con nosotros los
mundos lingüístico-culturales del neolítico. Estos mundos (estas
representaciones) no nos sirven ya. Se han quedado (todos) anticuados,
inútiles, inservibles, perjudiciales.
Todas las
culturas del neolítico (indoeuropeas, semitas, asiáticas… y las extintas) son
culturas antropocéntricas y antropomórficas. Todo gira en torno al hombre. El
hombre es el centro de la creación, y aún el rey de la creación, el señor de
las ‘bestias’. Nosotros seguimos siendo antropocéntricos porque seguimos
viviendo bajo claves simbólicas neolíticas.
El nuevo período
nos ha venido no tanto por Copérnico, Kepler, o Galileo, sino por Darwin. El
camino de Darwin nos ha conducido al descubrimiento de la sustancia genética,
del plasma germinal –virtualmente imperecedero y verdadero señor de las formas
vivas. Éste es el más grande descentramiento que hemos padecido. El ‘hombre’ ha desaparecido, así como el
resto de las criaturas.
No es el mundo
técnico, ni el lenguaje ‘metafísico’ de los indoeuropeos. Es el conjunto de
culturas del neolítico, su carácter antropocéntrico, el que no nos sirve, el
que no está a la altura de las nuevas circunstancias, de nuestra verdad.
Nuestro comportamiento es el de hombres del neolítico. Las culturas y las
ideologías del neolítico siguen gobernando nuestras vidas. Éste es el desfase
que en la actualidad vivimos.
Son las ciencias
de la naturaleza viviente (las ciencias biológicas) las que nos instruyen ahora –la genómica, la ecología,
la etología…
El paso del
fenocentrismo al genocentrismo aún no ha penetrado en nuestras mentes, ni en
nuestras vidas. Seguimos comportándonos como criaturas del neolítico.
Necesitamos crear culturas genocéntricas, culturas absolutamente nuevas. Nuevas
representaciones. Ahora tenemos que ver desde la sustancia única, como
sustancia genética. Más allá del hombre en verdad.
Hemos dejado
atrás el período neolítico y sus culturas. Nuestro saber ahora es otro. Todo ha
cambiado.
El discurso
filosófico en el ámbito occidental sigue siendo antropocéntrico, esto es,
neolítico. Tanto en Nietzsche, como en Heidegger. No ha cambiado nada. No hemos
aprendido nada. No se trata, en ningún caso, de un cambio en el comportamiento
‘humano’ hacia el resto de la naturaleza viviente (como los ecologistas,
profundos o no, sugieren). Con supuestos semejantes seguimos inmersos en los
mundos lingüístico-culturales del neolítico. Seguimos en el laberinto
antropocéntrico del neolítico. Tanto la tradición judeo-cristiano-musulmana
como la greco-romana, pero también la china, la japonesa, la india… Las viejas
culturas del neolítico son un lastre y un peligro.
La salida, el
camino de salida, ya está trazado. El paso del fenocentrismo al genocentrismo
ya ha sido dado. Pero seguimos hablando y viviendo como criaturas del
neolítico. Incluso entre biólogos (Dawkins…).
En cierta forma
se puede decir que nada de este pasado neolítico nos vale. Todas las manifestaciones
culturales (ciencia, derecho, filosofía, arte…) están marcadas por el
antropocentrismo.
El ‘humanismo’
no es que sea metafísico, es que es humanismo, simplemente. Lo mismo daría
tener un ‘humanismo’ no metafísico, laico o cosas así. El debate actual en
filosofía es completamente absurdo, anacrónico, disparatado. El lenguaje de
Heidegger, de los existencialistas, de los decontruccionistas… Completamente
arcaico, neolítico, antropocéntrico. No
se han enterado de nada.
El sujeto de
toda actividad es la sustancia viviente, la sustancia genética. No hay otro. No
el hombre, no el león, no el pez, no el árbol, no la rosa… Tras los fenotipos
están los genotipos, los únicos que verdaderamente hacen algo; los únicos
sujetos.
Tenemos que ir
más allá de los fenotipos, de los cuerpos, de las formas vivas; de aquello que
se nos aparece. La sustancia genética es el alma de toda cosa viva, y la única
entidad viviente en el planeta.
*“Alma, halito,
y existencia equiparados a esse. Lo viviente es el ser: fuera de él no hay ser alguno.” Nietzsche. (Otoño
1885-primavera 1886; 1, 24).
“Alma y aliento
y existencia [esse] equiparados. Lo viviente
es el ser: ya no hay ningún otro ser.” Otra traducción.
*Ni paleolítico, ni neolítico, más allá. La nueva vida.
La nueva mirada sobre la vida, sobre nosotros mismos.
Ya no habla la criatura, sino el creador, Xenus, la sustancia
genética, la sustancia viviente única. Han desaparecido las criaturas. Ya no
vemos más que al creador. Nosotros somos la sustancia genética misma, lo único
viviente en el planeta. Nosotros somos la vida. El tiempo de los fenotipos
pasó. No eran el centro, no eran el sol. El centro, el núcleo de la vida en la
tierra son los genes, la materia genética.
Nosotros
somos la materia genética; no hay otro que hable, trine, o ruja. No hay otro que
piense, no hay otro que sienta o que quiera. En todo momento creador único,
actor único –el único agonista en verdad.
Dividido, escindido, roto. En pugna consigo mismo.
Desgarrándose constantemente; devorándose. Nutriéndose de sí. La autofagia. De
sí se alimenta, de sí se nutre. Es el único, no hay otro. De sí, por sí, para
sí. Xenus es el orden y el desorden, el deseo y el temor, la guerra y la paz…
Pro-activo y re-activo. El único. Él es su propia morada; en sí descansa, en sí
mora. El único.
Nuestra inteligencia es la inteligencia de la vida. En
nosotros, los humanos, habla la vida. Sin intermediarios; sin que medien
cuerpos ni criaturas.
El hombre, la criatura, había usurpado el lugar del
creador, del actor único… del ingeniero, del poeta. El hombre como señor de las
bestias, como rey de la creación… como otra cosa que naturaleza viviente. Las antropogonías, y las teologías del
neolítico –su antropocentrismo y antropomorfismo. El mundo en el que aún
vivimos.
Seguimos viviendo en el neolítico, con ideologías y
creencias del neolítico. Nuestras sociedades, nuestras culturas. Humanas,
neolíticas, fenocéntricas; arcaicas, anacrónicas. Fuera de tiempo y de lugar.
Desfasadas, inútiles –para los seres nuevos; para los futuros.
El genocentrismo del nuevo período. Lejos de todo
antropocentrismo, de todo humanismo, de todo fenocentrismo. La vida ocupa su
lugar.
La materia viviente es la materia pensante, y volente. No
hay otro/otra que piense o que quiera. El Uno primordial que somos.
Aquí hablo a todas las razas y a todos los pueblos; a las
criaturas de la sustancia genética, de la sustancia viviente única. Alienados
hemos vivido en estos cuerpos, en sus discursos. Nos ignorábamos completamente.
Los humanos, los fenotipos, usurparon nuestro lugar. Más allá del hombre, de la
criatura, está nuestro lugar.
La confusión de la sustancia genética acerca de su propio
ser. Hemos vivido extrañados en nuestra criatura, en nuestra creación.
La ilusión antropocéntrica. Lo que los diversos ‘hombres’
(creados, inventados, fingidos…) han construido sobre sí. Junto con esos ‘hombres’,
todos sus mundos (representaciones) se han desvanecido.
Las nuevas criaturas carecen de cultura aún. No tienen
aún poetas, ni ingenieros, ni letrados, ni filósofos… Hay toda una cultura
nueva por crear. Representaciones dignas del periodo genocéntrico que vivimos.
Las palabras ligadas al primer y segundo períodos
(paleolítico y neolítico) pierden sentido –todo lo humano.
Hemos de hablar como la vida, como la materia genética
que somos. Desde la vida. Y dirigirnos, a su vez, a la vida.
No acierto a decir cómo serán nuestros discursos.
Necesitamos palabras nuevas o re-direccionar las antiguas. Ciencias nuevas. El
hombre (el cariotipo humano) es una de nuestras ‘máquinas’ de supervivencia.
Ahora somos el piloto de la maquina. El centro motor. El
núcleo. El único que aparece y es. Vamos más allá del fenotipo, más allá de la
máquina, más allá del soma; hacia el nucleosoma.
Las relaciones han de cambiar. Ya no nos tratamos como
humanos, sino como genomas instruidos. Lo primero es la vida. Las culturas
están al servicio de la vida, y no al contrario. La vida es creadora de lenguas
y culturas. Es nuestro poder, aquello que podemos. No siervos de culturas, sino
señores de lenguas y culturas somos.
Las lenguas y culturas que aún nos habitan. Las lenguas y
culturas del pasado antropocéntrico. Las que nos salen al camino. El viejo
mundo, el viejo hombre, la vieja criatura. No nos valen ya.
Ninguna cultura, ninguna historia ‘humana’ satisface al
homo ‘nexus’, fragmento y anagrama de Xenus.
*La
interrogación por el ser, por nuestro ser, pasa por la interrogación tanto de
nuestro ser natural (étnico), como de nuestro ser simbólico o cultural. Nuestra
diferencia tanto étnica como cultural.
No hay un hombre
único; los seres humanos estamos étnica y culturalmente diferenciados. Esto
forma parte de nuestra riqueza. Justamente nuestra variedad, nuestra multiforme
presencia en el mundo.
El cariotipo
humano se escande, se prodiga. Como sucede con la multitud de formas vivas. La
sustancia viviente única tiene ese poder. La sustancia genética, único sujeto
de toda actividad biológica, es el ser de todo ente vivo. El ser del árbol, y el
del ave –aquello que les hace ser lo que son– es uno y el mismo. La sustancia
viviente única no tiene otro, ella misma es su otro –su complejidad, su
misterio. La variedad, natural y cultural, es sagrada.
*El camino que
abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los
grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado
de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia
genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros,
pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. El ‘hombre’,
sus mundos, el antropocentrismo… todo ha
quedado atrás. Todo
el pasado cultural de los humanos ha quedado arruinado, vacio, nulo... La
ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha
desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y
a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra
en un nuevo período de su devenir.
Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos,
alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas,
tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber,
una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del
cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no
muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como
sustancia viviente única.
No hay filósofos
aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que
inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia
viviente única –en esta nueva fase de su devenir. Queda
la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de
nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por
hacer.
*
Hasta la próxima,
Manu
"El etnocentrismo, el racismo, el segregacionismo, o el supremacismo de unos y de otros son rasgos de ignorancia..."
ResponderEliminar¿Significa esto, Manu, que ha cambiado de opinión?
Querido Chechar, tengo para mí que el etnicismo (el identitarismo) arya de los nacionalsocialistas no era ni etnocéntrico, ni racista, ni supremacista. Fijate por ejemplo en los voluntarios de la SS que provenían de todas las naciones y de todas las razas.
ResponderEliminarMucha gente adopta términos (peyorativos) sobre el nazismo que el ‘sistema’ difunde desde hace décadas. Entre estos términos están el de etnocentrismo o el de racismo, como todos sabemos.
Algunos identitarios adoptan, incautamente, estos términos como propios del ideario identitario; adoptan, la imagen negativa del identitarismo que difunde el ‘sistema’. Pero el nacionalismo étnico alemán (el primer nacionalismo étnico; el primer identitarismo) no fue (no es) ni etnocéntrico, ni racista, ni supremacista.
Como ves ahora escribo desde el genocentrismo (desde Gaiia), desde la sustancia viviente única. Pienso que de esta manera soy más omnicomprensivo acerca de los fenómenos de la vida (humanos y no humanos). La lucha es más amplia de lo que a primera vista pudiera parecer. Hay fuerzas pro-vida, y hay fuerzas anti-vida. Ésta es la verdadera batalla que se libra. Se trata de estar del lado de las fuerzas pro-vida (sean estas identitarias o no). Porque hay algo que es más grande que los individuos, los grupos, o las especies, y es la misma vida. Y esto es lo que peligra hoy. El enemigo de la vida es también el enemigo de los pueblos. Es preciso formar un frente amplio con las fuerzas pro-vida, sin exclusiones –ni étnicas ni culturales. Frente a los destructores, los explotadores, los aniquiladores…
Hoy es la vida contra la muerte.
*
Saludos,
Manu