La
salida.
Manu
Rodríguez. Desde Europa (21/12/16).
*
*Las ideologías humanas,
demasiado humanas, del neolítico nos tienen atrapados; los antropocentrismos
del neolítico –los religiosos, los políticos, los filosóficos…
El laberinto del neolítico.
Los mundos del neolítico. Las ideologías se han revelado como instrumentos de
alienación y de dominio de las masas sociales, y como fuentes de auto-legitimación
de las castas dominantes (de las oligarquías dominantes). No les bastaba con
tener el poder, tenían que fundamentarlo y legitimarlo a los ojos de las masas
desposeídas mediante textos religiosos revelados (por algún dios), o textos
jurídico-políticos (laicos). Las castas dominantes tenían (y tienen) que
hacerle creer a las masas dominadas lo fundado y legítimo de su poder. Forma
parte de la farsa.
Todo ‘sistema’ de poder
cuenta con dispositivos ideológicos, y dispositivos policiaco-militares. Con
unos se convence, se persuade, con otros se reprime… El engaño y la violencia
han sido, y son, las armas de las clases dominantes.
Ya desde principios del
neolítico histórico (desde hace unos seis mil años) los astutos y los violentos
acabaron aliándose con vistas al poder. Y este estado de cosas se continúa en
nuestros días.
Las masas no se rebelan; a las masas se las manipula,
se las moviliza, y se las lanza como arma contra unos o contra otros –según
quien las use y según el caso.
La conciencia de las masas
desposeídas en nuestros días está polarizada por los mundos del neolítico
(religiosos, políticos, económicos, filosóficos…). Las ideologías del período
limitan su visión –la antropomorfizan–, y facilitan su instrumentalización por
las clases dominantes. Las ideologías son las banderas, los estandartes que
ondean en los enfrentamientos entre los diversos sistemas de explotación, y de
poder. Es un conflicto permanentemente abierto, no entre pueblos o naciones,
sino entre élites codiciosas que compiten entre sí por el poder. Las masas
sociales son, aquí y allá, ahora como entonces, la fuerza de trabajo, la carne
de cañón…
La revolución iniciada por
Darwin tiene una relevancia meramente anecdótica en nuestras sociedades. Carece
de peso cultural. No marca rumbo, no hace reflexionar. La mirada que sobre este
nuevo mundo post-darwiniano se hace es demasiado humana (darwinismo social,
etología humana, psicología evolutiva, sociobiología…). No va más allá de las
criaturas, de los fenotipos, no va al ‘centro’ –a la causa última. Prevalece la
mirada superficial, relativa, interesada… de los diversos grupos humanos
(étnicos, culturales, ideológicos, económicos, sociales…); la perspectiva
antropocéntrica. La perspectiva no alude sólo al lugar desde el cual se mira,
sino también a ‘quién’ ocupa ese lugar.
El mundo de lo viviente tal y
como nos lo revelan las ciencias de la vida desde el descubrimiento del ADN
apenas si ha tenido influencia en nuestra vida cotidiana (nada ha cambiado
desde entonces). Hay mucho ecologismo, y corrientes ‘animalistas’ y demás, pero
todo se hace desde el ‘hombre’. El ‘hombre’ del neolítico sigue siendo el
sujeto de la actividad, sigue siendo el protagonista de la acción –lo de extender
los derechos ‘humanos’ a los animales, por ejemplo (adviértase la ridícula arrogancia
antropocéntrica). Se trata, en cualquier caso, de los derechos humanos que
emanan de la Rev. Francesa, o de la ‘Declaración de los derechos humanos’
(ONU)… Obviando el caso de que bajo otro ‘sistema’ de poder tendríamos otro
‘mundo’, otro ‘hombre’, otros ‘derechos’… en ningún caso se mira desde la vida,
como vida.
El descubrimiento del ADN nos
ha revelado nuestra esencia única; nuestro ser único. Por más que hables como ser
humano, la vida habla en ti. El sujeto ha cambiado. Ya no habla la criatura (el
fenotipo), sino el creador (el genotipo).
Ésta es la revolución que
viene. La revolución biocéntrica, genocéntrica. Ahora hemos descubierto el
centro de la vida, y resulta que el centro somos nosotros (los genes, la
sustancia genética). Nosotros somos la vida. No hay otro sujeto que la sustancia
genética, la sustancia viviente única. Y esto es lo que nosotros somos.
Más allá de mi ser
específicamente humano (que responde al cariotipo humano), y más allá de mi
pertenencia a un grupo étnico determinado (que responde a un subtipo del cariotipo
humano), soy vida, sustancia genética…
El ser genético es el ser que
anima todo organismo. Es el ánima, el alma de las criaturas. Más aún, es lo
único vivo en la criatura.
Los fenotipos nos distraen
–lo que aparece. La sustancia genética
es el ser de lo que aparece. El ‘noúmeno’ del ‘fenómeno’ (biológico).
Los fenotipos son cuerpos,
somas, que la sustancia genética se proporciona. Son funcionales –como vehículos,
armas, escudos… Los diversos ‘somas’ protegen el delicado y frágil ser que
somos. El ‘cuerpo’ protege, transporta… a la sustancia genética. La sustancia
genética es en todo momento el piloto único de su ‘soma’.
Las conclusiones y
derivaciones que se siguen del descubrimiento del ADN no pueden ser otras que
estas que digo. Nosotros no podemos ser sino la misma vida, la sustancia
viviente única.
El movimiento del soma, es el
movimiento del genoma –del ‘genouma’ o ‘genoúmeno’, podríamos decir. Los pensamientos y las palabras del soma son
los pensamientos y las palabras del ‘genouma’.
Esta conciencia de nuestro
ser único es la que cambiará la faz del planeta. El verdadero ecologismo está
por venir, y el conservacionismo… La
perspectiva genocéntrica. Desde la sustancia viviente única, desde los genes;
desde Nos, como Nos.
Esto que digo es el indudable
futuro. No hay otro. No habrá otro. La ‘humanidad’ sobrepasada, dejada atrás. Sus discursos, sus
pretensiones, sus querellas…
Ese futuro es la salida única
del pasado humano; de nuestro pasado como humanos (como criaturas). Es el único
camino para llegar a ser lo que somos –sustancia genética, sustancia viviente
única.
La vida ha llegado a su
cumbre. La autognosis de la misma vida en el cariotipo específico humano. La
especie elegida, como dicen. Elegida como lugar de la revelación, de la
autognosis. El específico soma humano; nuestra morfología y fisiología (nuestro
sistema nervioso…) –obra de los genes, no se olvide.
El antropocentrismo del
neolítico es el gran obstáculo para tal revelación. La confusión del ‘hombre’,
del fenotipo, de la criatura. Si bien no es la criatura sino el mismo creador
el alienado en su criatura, en su obra. Digamos que el sujeto cultural sojuzga o se impone al sujeto natural. O
mejor, el sujeto natural se sojuzga a sí mismo (no hay otro ‘sujeto’) en nombre
del ‘hombre’ (la idea que de éste se tenga).
No saberse o no reconocerse
como vida. Creerse ‘hombre’. El olvido, o la ignorancia, del ser propio. El ser
que somos ha de distanciarse de su soma, de su fenotipo, de su aparecer
específico. Abstraerse, concentrarse en sí. Librarse, despojarse de los ‘yoes’
culturales, de las ficciones
(antropocéntricas) acerca del propio ser.
*Hemos descubierto algo que
ya sabíamos. Nosotros somos la vida. Ahora la vida se sabe a sí misma; sabe de
sí. Esta revelación, este conocimiento, ha sido también un recordar, un
rememorar.
La vida siempre ha sabido de
sí. El saber de sí es intrínseco a la misma vida. El entorno
lingüístico-cultural (relativo, histórico… antropocéntrico) en el que se viene
a nacer es la causa primordial del olvido de sí. El parloteo sobre el ‘hombre’.
Las almas, las
configuraciones de genes que conforman el genotipo (la cifra genética de cada
uno de nosotros), no renacen, no vuelven a la vida cuando vienen a ser
engendrados (tras la cariogamia) –los genotipos son únicos e irrepetibles. Lo
que sucede es que esa ‘alma’, esa esencia genética, la recibe de sus padres, y
por sus padres, de remotos antepasados. La vida nueva hereda inscrita en su
propio ser la sabiduría acumulada en millones de años; la sabiduría de la
propia vida. Nuestro ser, que es uno y el mismo en todas las criaturas, es
virtualmente imperecedero. La nueva vida es la vieja vida también –la vida se
sucede a sí misma. La unidad intemporal de la vida, de Nos.
Hay un vía purificativa nueva
que conduce a la revelación del ser que somos (a la recuperación del saber
esencial). Ahora se trata de desprenderse de todo lo humano (en pensamientos,
palabras, y obras); de abandonar la perspectiva antropocéntrica (de decirle
adiós al ‘hombre’). La iluminación mística puede ser interpretada como el
instante de la auto-gnosis de la misma vida. Finalmente la vida se alcanza a sí
misma, se tiene, sabe de sí. La alegría misteriosa deviene de ese alcanzarse,
tenerse, saberse.
Hay que decir que el instante
misterioso nos sobreviene de manera indeliberada e involuntaria. Ni pensado, ni
imaginado, ni supuesto, ni buscado, ni querido… Pero es, tal vez, inevitable si uno se
mantiene en la vía purificativa (las ‘noches’).
No es el ‘yo’ cultural,
social… el que alcanza conciencia de sí en la iluminación. El sujeto (el ‘yo’)
cultural es un ente social, histórico, relativo; es una suerte de complemento
circunstancial del sujeto natural (éste sí intemporal). El sujeto cultural es justamente el que se desvanece para dar
lugar al sujeto natural, de base; al único sujeto, en verdad. El sujeto natural
recupera su lugar central. Es el sujeto natural (el genouma) el que ‘renace’.
La vida re-cobra conciencia y saber de sí; alcanza lo propio, lo olvidado. Se
reencuentra. Se recupera. Rememora, se reconoce. La súbita anamnesis.
Habrá observado el cuidadoso
lector la similitud de esta interpretación de la ‘iluminación’ con la teoría platónica
del conocimiento. También aquí hay olvido y recuerdo. En Platón el ‘alma’
(inmaterial, en su caso), en su ‘descenso’ a la tierra, olvida las ‘ideas’
eternas, no se trata en ningún caso del olvido de sí (del saber de sí). En nuestra
interpretación es la culturización, la socialización, la humanización… del
genotipo aquello que le aleja o desvía de ese saber –accedería a él si viniera
a nacer en un entorno ‘humano’ consciente de sí como sustancia viviente única
(un entorno que transmitiese ese saber).
El sujeto, para Platón, como
para el mundo clásico en general, es el hombre en cuanto animal ‘racional’
(dotado de alma inmaterial y racional), esto es, el sujeto consciente, parlante,
dialogante, cultural, social, moral… Este
sujeto, a su vez, debe tener como meta, en su formación (paideia), el dominar el
ámbito pulsional, instintivo, deseante… (la carne, o el cuerpo). El cuerpo es
lo animal, el alma es lo super-animal, lo cuasi-divino. Ésta es la visión que
se sostiene en todas las tradiciones espirituales del neolítico (hinduismo,
budismo, judaísmo, cristianismo, islamismo…). El hombre, el sujeto cultural,
social…, ha de luchar contra sus apetitos y deseos (interpretados como
naturales, como animales; como causas de infelicidad…). Este viejo y torpe
dualismo (que desencamina) ha sido actualizado en tiempos recientes por el muy
afamado biólogo R. Dawkins en su obra ‘El gen egoísta’ –ahora el sujeto
consciente, racional, moral… debe controlar, dominar… las pulsiones y demandas
que le vienen de sus genes.
Se trata en todos los casos
del ser meramente simbólico, el producido por su medio lingüístico-cultual; el
ser histórico, relativo… Éste es el que quiere liberarse, salvarse, renacer… el
que desea la vida eterna. Ese ‘yo’. El ser más evanescente, el más contingente,
el más circunstancial, el más relativo… el más superfluo.
El ser simbólico es el ser
genético instruido, culturizado, humanizado… (según el lugar, la época, el
medio lingüístico-cultural… en el que viene a nacer). Es este ‘ente de razón’
cultural, histórico, relativo… el que oculta, sepulta, pugna, soterra, acalla…
suplanta, usurpa… el ser único que somos –el ser genético. Ocupa el lugar que
nos corresponde. Es un mundo al revés, como se puede observar.
Es el ser genético que somos
el único que olvida y recuerda. El único que se ignora, se desconoce, y el único
que se recuerda, se recupera; el único que alcanza –que ‘vive’, que experimenta–
el conocimiento, el saber de sí. No hay sino un sólo sujeto, una única
sustancia viviente. No hay otro/otra de la sustancia viviente única a no ser
ella misma –para ella misma, su insondable profundidad...
El tiempo de los ‘hombres’ y
de sus ‘mundos’ pasó; el periodo antropocéntrico en su conjunto. Han devenido (unos
y otros) lejanos, remotos, extraños, ajenos…
Profunda insatisfacción en
los ‘renacidos’ produce el legado cultural del pasado humano. Por más que
busquen, no se encuentran en ese legado. Nada en ese pasado les dice; nada,
cabalmente, les vale. Desde la sustancia viviente única, desde sí mismos,
tendrán que crearlo todo de nuevo –rehacer el ‘mundo’, reconfigurarlo; crear un
mundo nuevo a la altura del nuestro ser único –a nuestra medida; un mundo genocéntrico.
La soledad de los renacidos;
la soledad de los primeros. La soledad de las primicias. La soledad de la vida.
*El
futuro será genocéntrico (ecologista, biocéntrico…), o no será. El deterioro medioambiental,
el deterioro social y cultural, el deterioro de nuestras naciones hasta ayer
mismo étnica y culturalmente homogéneas… El futuro negro, negro, negro… que nos
viene en todos los sentidos (étnico, cultural, económico, medioambiental…).
La codicia
de oro y de poder de la sempiterna y versátil oligarquía dominante
(económica-ideológica-militar) acabará con el planeta. La insaciable oligarquía
dominante; su ciega voluntad de poder. Vivimos inmersos en catástrofes no sólo medioambientales,
biológicas, sino humanas, sociales, bioculturales también. El futuro de la vida
(de toda vida) está en peligro. Estamos en peligro.
Si hay una sola sustancia viviente
(la sustancia genética) y, por consiguiente, un único sujeto, no podemos
atribuirle a la criatura (a los fenotipos) ningún hecho. No es, entonces, la
criatura (el ‘hombre’, en nuestro caso) contra la vida, sino la vida contra la
vida. Movida por una ciega voluntad de poder cierta vida destruye la vida otra,
y las condiciones medioambientales que ella misma requiere para poder seguir
siendo.
Nuestro
momento actual es más que complicado. Se requieren cambios, transformaciones,
en prácticamente todas nuestras actividades. Un cambio de ruta, de camino...
Nosotros los identitarios somos los más cercanos a dar ese paso. Nuestro
ideario estuvo desde un principio ligado a la etnia, esto es, a la biología, a
la naturaleza viviente. Las etnias son ramas del árbol de la vida. Nuestro
biologismo de partida nos hubiera hecho reparar en la importancia del ADN, en
la trascendencia de este conocimiento, de esta ‘revelación’. Nos hubiera
conducido a otro futuro, de esto estoy completamente seguro. Un futuro más
favorable a la tierra, a la vida, a los diferentes grupos humanos… Un futuro (genocéntrico)
que todavía es posible construir.
(Es
preferible el término ‘genocentrismo’ a términos como ‘biologismo’ o
‘vitalismo’. El término ‘genocentrismo’ hace alusión a la sustancia genética, a
la sustancia viviente misma. Los términos ‘biologismo’ y ‘vitalismo’ se centran
en la vida en general, en los seres vivos, en las formas vivas (en los fenotipos)…
Revela una mirada fenocéntrica, previa al período genocéntrico que hoy vivimos.
Es una mirada arcaica, neolítica; ‘ptolemaica’, descentrada, podríamos decir.)
Un
cambio de mirada, de discurso, de cultura; un cambio profundo que haga otro,
absolutamente otro, nuestro comportamiento para con el resto de la naturaleza
(viviente y no viviente), y el resto de los grupos humanos. Una revolución
radical que afecte a todas nuestras actividades.
La
salida del neolítico (ideológico, cultural, antropocéntrico…) es esencial. La
mirada nueva ha de ser la mirada de la vida. La vida ha de ocupar el lugar que
aún ocupa el ‘hombre’. La vida debe hablar. El hombre debe callar; debe
desaparecer.
La vida ha de dejar de
comportarse como hombre (criatura) y comenzar a comportarse como vida (como
creador) –a mirar, a contemplar, a escuchar, a ver, a sentir, a pensar, a
hablar, a actuar… desde Nos; como Nos.
Que el único sujeto comience
a actuar… Que no escuchemos sino la palabra de la vida.
Es
un nuevo periodo lo que necesitamos, post-neolítico, post-antropocéntrico,
post-humano… Iniciar un nuevo ciclo en nuestro devenir. Proseguir nuestro
camino sobre la tierra como vida, no como un cariotipo específico (el humano).
La
revolución que viene. La nueva era que se inicia. El período genocéntrico.
La
magnitud de esta revolución que digo no tiene comparación con las del pasado
(antropocéntrico). Es infinitamente más radical. Es un vuelco sin precedentes.
Es la vida la que ‘manda’ ahora. Es la vida la que cuida ahora de la vida. Es
la vida ahora lo primero y lo último. La vida es el sujeto único en toda
actividad biológica; Nos, la sustancia viviente única.
Los
identitarios han que tener un papel determinante en el genocentrismo que viene.
Han de ser, en principio, los primeros transformados, los primeros futuros; los
nuncios, los mensajeros del nuevo ciclo. Han de ser también sus configuradores.
Varias
son las fidelidades y devociones que guiarán la conducta de los futuros. El
referente primordial será en toda ocasión la vida. No el hombre, no la criatura
–su futuro, su bienestar…–, sino la vida. La vida es lo primero por lo que hay
que mirar. Vienen nuevos deberes, nuevas obligaciones… La vida es ahora la
medida.
La
ética que viene, la bioética. Lo que es bueno y lo que es malo para la vida.
Para Nos. Lo que nos beneficia y lo que nos perjudica… Ésta es la correcta
perspectiva.
El
genocentrismo no podía surgir más que en nuestra época (después del
descubrimiento de los ácidos nucléicos, de la sustancia viviente única). Y el
previo biologismo de los identitarios era el más cercano al nuevo período, y el
más proclive a reconocerlo, incluso a ‘engendrarlo’.
El genocentrismo es la
revolución de la revolución; la corona de la revolución étnica. Del biologismo (o
vitalismo) identitario surge, necesariamente, una conciencia no fenocéntrica
(no centrada en las criaturas), y no antropocéntrica (no inspirada ni centrada
en alguna idea acerca de la ‘humanidad’), sino genocéntrica (centrada en los genes,
en la sustancia genética); una conciencia no sólo trans-étnica, sino
trans-específica también (más allá de la especie). Ahora nos identificamos como
vida, como sustancia viviente única –ni como tal etnia, ni como tal especie. Los
genotipos (los sujetos naturales, genéticos) que se reconozcan en dicha
sustancia vivirán un retorno a la
fuente, al origen, a la vida, al ser viviente único; ‘saborearán’ su co-pertenencia
al Uno. Nosotros somos la vida –no esta o aquella vida, sino la misma vida.
Vivirán
los futuros el cambio más radical y más integral de toda nuestra historia, de
todo nuestro devenir (como vida). Nunca hubo un antes y un después como el que
ahora vivimos –ni lo habrá. Es una transformación, una mutación biosimbólica
que dividirá en dos nuestro devenir sobre este planeta. Es un nuevo comienzo
absoluto; un comenzar desde cero.
Todo
lo que conlleva la autoconciencia de la sustancia viviente única; la conciencia
de sí del ser único que somos –los corolarios, las consecuencias de este saber
de sí. Lo que vendrá inexorablemente. Nada ni nadie podrá detener este futuro.
El
saber acerca de la sustancia genética, y el reconocernos en ella –la conciencia
de sí como sustancia viviente única–, nos convierten de hecho en seres
biosimbólicos nuevos, y nos sitúan ya en el futuro. Ya damos los primeros
pasos. Ya estamos; ya vivimos, ya somos el futuro.
Las nuevas criaturas: Genousse
& Genoussin.
El futuro genocéntrico ya ha
comenzado. Este séptimo milenio (de la escritura) es también el primer
milenio de Xenus/Nexus.
*
Saludos,
Manu
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