Genogramas LXIII.
Manu
Rodríguez. Desde Gaiia (11/08/21).
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1.
La vida
ha llegado a su cumbre.
La
autognosis de la misma vida
en el
cariotipo específico humano.
La
especie elegida, como dicen.
Elegida
como lugar de la revelación,
de la
autognosis. El específico soma
humano;
nuestra morfología y fisiología
(nuestro
sistema nervioso…)
–obra de
los genes, no se olvide.
El
antropocentrismo del neolítico
es el gran
obstáculo para tal revelación.
La
confusión del ‘hombre’, del fenotipo,
de la
criatura. Si bien no es la criatura
sino el
mismo creador el alienado
en su
criatura, en su obra. Digamos
que el
sujeto cultural sojuzga
o se
impone al sujeto natural.
O mejor,
el sujeto natural se sojuzga
a sí
mismo (no hay otro ‘sujeto’)
en
nombre del ‘hombre’
(la idea
que de éste se tenga).
No
saberse o no reconocerse como
vida.
Creerse ‘hombre’. El olvido,
o la
ignorancia, del ser propio.
El ser
que somos ha de distanciarse
de su
soma, de su fenotipo, de su
aparecer
específico. Abstraerse,
concentrarse
en sí. Librarse, despojarse
de los
‘yoes’ culturales, de las ficciones
(antropocéntricas)
acerca del propio ser.
2.
Hay un
vía purificativa nueva que conduce
a la
revelación del ser que somos
(a la
recuperación del saber esencial).
Ahora se
trata de desprenderse de todo
lo
humano (en pensamientos, palabras,
y
obras); de abandonar la perspectiva
antropocéntrica
(de decirle adiós al ‘hombre’).
La
iluminación mística puede ser interpretada
como el
instante de la auto-gnosis de la misma
vida.
Finalmente la vida se alcanza a sí misma,
se
tiene, sabe de sí. La alegría misteriosa
deviene
de ese alcanzarse, tenerse, saberse.
Hay que
decir que el instante misterioso
nos
sobreviene de manera indeliberada
e
involuntaria. Ni pensado, ni imaginado,
ni
supuesto, ni buscado, ni querido…
Pero es,
tal vez, inevitable si uno se
mantiene
en la vía purificativa (las ‘noches’).
No es el
‘yo’ cultural, social…
el que
alcanza conciencia de sí
en la
iluminación. El sujeto (el ‘yo’)
cultural
es un ente social, histórico,
relativo;
es una suerte de complemento
circunstancial
del sujeto natural
(éste sí
intemporal). El sujeto cultural
es
justamente el que se desvanece
para dar
lugar al sujeto natural;
al único
sujeto, en verdad. El sujeto
natural
recupera su lugar central.
Es el
sujeto natural (el genouma)
el que
‘renace’. La vida re-cobra
conciencia
y saber de sí; alcanza
lo
propio, lo olvidado. Se reencuentra.
Se
recupera. Rememora, se reconoce.
La
súbita anamnesis.
En
Platón el ‘alma’ (inmaterial, en su caso),
en su
‘descenso’ a la tierra, olvida las ‘ideas’
eternas,
no se trata en ningún caso del olvido
de sí
(del saber de sí). En nuestra interpretación
es la
culturización, la socialización, la humanización…
del
genotipo aquello que le aleja o desvía de ese saber
–accedería
a él si viniera a nacer en un entorno
‘humano’
consciente de sí como sustancia viviente
única
(un entorno que transmitiese ese saber).
El
sujeto, para Platón, como para el mundo
clásico
en general, es el hombre en cuanto
animal
‘racional’ (dotado de alma inmaterial
y
racional), esto es, el sujeto consciente,
parlante,
dialogante, cultural, social, moral…
Este
sujeto, a su vez, debe tener como meta,
en su
formación (paideia), el dominar
el
ámbito pulsional, instintivo, deseante…
(la
carne, o el cuerpo). El cuerpo es lo animal,
el alma
es lo super-animal, lo cuasi-divino.
Ésta es
la visión que se sostiene en todas
las
tradiciones espirituales del neolítico
(hinduismo,
budismo, judaísmo, cristianismo,
islamismo…).
El hombre, el sujeto cultural,
social…,
ha de luchar contra sus apetitos
y deseos
(interpretados como naturales,
como
animales; como causas de infelicidad…).
Este
viejo y torpe dualismo (que desencamina)
ha sido
actualizado en tiempos recientes
por el
muy afamado biólogo R. Dawkins
en su
obra ‘El gen egoísta’ –ahora el sujeto
consciente,
racional, moral… debe controlar,
dominar…
las pulsiones y demandas
que le
vienen de su dotación genética.
Se trata
en todos los casos del ser meramente
simbólico,
el producido por su medio
lingüístico-cultual;
el ser histórico, relativo…
Éste es
el que quiere liberarse, salvarse,
renacer…
el que desea la vida eterna. Ese ‘yo’.
El ser
más evanescente, el más contingente,
el más
circunstancial, el más relativo…
el más
superfluo.
El ser
simbólico es el ser genético instruido,
culturizado,
humanizado (según el lugar,
la época,
el medio lingüístico-cultural
en el
que viene a nacer). Es este ‘ente de razón’
cultural,
histórico, relativo… el que oculta,
sepulta,
sotierra, acalla… suplanta,
usurpa…
el ser único que somos –el ser genético.
Ocupa el
lugar que nos corresponde.
Es un
mundo al revés, como se puede observar.
Es el
ser genético que somos el único
que
olvida y recuerda. El único que se ignora,
se
desconoce, y el único que se recuerda,
se
recupera; el único que alcanza –que ‘vive’,
que
experimenta– el conocimiento, el saber de sí.
No hay
sino un sólo sujeto, una única sustancia
viviente.
No hay otro/otra de la sustancia viviente
única a no ser ella misma –para ella misma,
su
insondable profundidad...
El
tiempo de los ‘hombres’ y de sus ‘mundos’
pasó; el
periodo antropocéntrico en su conjunto.
Han
devenido (unos y otros) lejanos, remotos,
extraños,
ajenos…
Profunda
insatisfacción en los ‘renacidos’
produce
el legado cultural del pasado
humano.
Por más que busquen, no se
encuentran
en ese legado. Nada en ese
pasado
les dice; nada, cabalmente, les vale.
Desde la
sustancia viviente única, desde
sí
mismos, tendrán que crearlo todo
de nuevo
–rehacer el ‘mundo’,
reconfigurarlo;
crear un mundo nuevo
a la
altura del nuestro ser único –a nuestra
medida;
un mundo genocéntrico.
La
soledad de los renacidos;
la
soledad de los primeros.
La
soledad de las primicias.
La
soledad de la vida.
3.
Un cambio de mirada, de discurso,
de cultura; un cambio profundo que haga
otro, absolutamente otro, nuestro
comportamiento para con el resto
de la naturaleza (viviente y no viviente),
y el resto de los grupos humanos.
Una revolución radical que afecte
a todas nuestras actividades.
La salida del neolítico (ideológico, cultural,
antropocéntrico…) es esencial. La mirada
nueva ha de ser la mirada de la vida.
La vida ha de ocupar el lugar que aún
ocupa el ‘hombre’. La vida debe hablar.
El hombre debe callar; debe desaparecer.
La vida
ha de dejar de comportarse
como
hombre (criatura) y comenzar
a
comportarse como vida (como creador)
–a
mirar, a contemplar, a escuchar, a ver,
a
sentir, a pensar, a hablar, a actuar…
desde
Nos; como Nos.
Que el
único sujeto comience a actuar…
Que no
escuchemos
sino la
palabra de la vida.
Es un nuevo periodo lo que necesitamos,
post-neolítico, post-antropocéntrico,
post-humano… Iniciar un nuevo ciclo
en nuestro devenir. Proseguir nuestro
camino sobre la tierra como vida,
no como un cariotipo específico (el humano).
La revolución que viene.
La nueva era que se inicia.
El período genocéntrico.
La magnitud de esta revolución que digo
no tiene comparación con las del pasado.
Es infinitamente más radical. Es un vuelco
sin precedentes. Es la vida la que ‘manda’ ahora.
Es la vida la que cuida ahora de la vida.
Es la vida ahora lo primero y lo último.
La vida es el sujeto único en toda actividad
biológica; Nos, la sustancia viviente única.
Varias son las fidelidades y devociones
que guiarán la conducta de los futuros.
El referente primordial será en toda ocasión
la vida. No el hombre, no la criatura
–su futuro, su bienestar…–, sino la vida.
La vida es lo primero por lo que hay que mirar.
Vienen nuevos deberes,
nuevas obligaciones…
La vida es ahora la medida.
*****
Saludos,
Manu
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