Genogramas
XCV.
Manu
Rodríguez. Desde Gaiia (09/12/22).
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1.
El desierto que crece, la noche…
La muerte de los viejos dioses,
de las viejas verdades… La
paulatina
nulificación de los mundos
antiguos…
La pérdida de aquello que nos
otorgaba
sentido, que daba sentido a
nuestra
existencia… La desvalorización;
el descrédito que cae sobre
toda nuestra cultura, sobre todos
nuestros discursos, sobre todos
nuestros artículos de fe, sobre
los fundamentos de la cultura,
sobre aquello que nos constituye
(como seres simbólicos)…
El escepticismo, el nihilismo
creciente desde mediados
del siglo XIX… La crisis cultural
(y espiritual) que vivimos desde
hace
más de un siglo… La nada que
crece,
la nada a nuestro alrededor, bajo
nuestros pies… La orfandad, el
vacío...
Con la caída, con la ruina de los
viejos
dioses, de las viejas
interpretaciones,
de los viejos mundos… caen
también
los viejos ‘hombres’. No vino,
pues,
el tiempo del hombre después de
la muerte
del dios, como se vaticinaba,
sino
que la muerte del hombre siguió a
la muerte
del dios. Esto fue lo que
sucedió.
La caída de los viejos mundos
fue el resultado de la emergencia
de los mundos nuevos que nos
traían
las ciencias físicas y las
ciencias de la vida.
Los nuevos mundos no son, empero,
dominantes o hegemónicos, vivimos
una suerte de interfase entre las
viejas
y las nuevas representaciones, un
período
de transición caótico, confuso…
sucio.
El nihilismo persistente carece
ya de sentido.
Han caído mundos, sí, pero han
surgido mundos
nuevos que nos han proporcionado
nuevas
significaciones. No estamos
huérfanos de ‘sentido’.
Somos en gran medida seres
nuevos, renovados.
Podemos vivir desde ya con
plenitud bajo
las nuevas representaciones, y
encontrarnos
en ellas. No estamos perdidos.
2.
Siguen publicándose libros y
artículos
sobre el nihilismo de nuestra
época,
como si no hubiera sucedido nada;
como si careciéramos de alguna
salida
en este periodo de transición.
Filósofos,
sociólogos, antropólogos… incapaces
de ver más allá de sus narices,
tanteando
torpemente a su alrededor. No más
allá
de su disciplina, de su
‘carrera’,
de su ‘profesión’. Torpes,
quietos,
estancados… anticuados desde ya.
La medianía, la mediocridad,
la estupidez… la ignorancia, la
necedad.
Generaciones cegadas,
deliberadamente
cegadas, confundidas, manipuladas
–por aquellos que son los que más
tienen
que perder (aquellos que viven a
expensas
de las viejas religiones, de las
viejas
tradiciones, de los viejos
mundos…).
Panorama absurdo, incongruente,
malsano…
Es toda la sociedad la que
permanece
estancada y espiritualmente
emponzoñada
por los discursos de sacerdotes,
profesores,
maestros, ‘tutores’, políticos…
Miríadas
de formadores de opinión
retardatarios,
reaccionarios… indignos del nuevo
período.
La revolución cultural que
tenemos
que llevar a cabo. La transición
desde ya
al nuevo período; hacia nuevas
costas,
hacia nuevos derroteros… hacia
una nueva
humanidad, hacia el nuevo mundo
que ya es.
3.
Las crisis culturales y de
valores
de los dos últimos siglos
(pesimismo,
nihilismo…) tienen que ver con el
‘vacío’
que se origina entre el
crepúsculo
de los viejos mundos (que pierden
sentido,
credibilidad, valor) y la aurora
de un mundo
nuevo que no acaba de perfilarse.
El nihilismo de la época es,
pues, efecto,
resultado, síntoma, indicio,
señal. Se produce
una suerte de ‘noche del
espíritu’ social,
colectiva –una ‘noche’ encontrada,
sobrevenida (ni buscada, ni querida).
Sin embargo, no todos se
apercibieron
(o se aperciben) de la situación
(crucial,
esencial…) que vivimos. La
mayoría,
no siendo plenamente conscientes
de este excepcional período,
permanece
aferrada (por indiferencia,
ignorancia,
o temor) a los viejos ‘mundos’;
no está sincronizada, o
sintonizada,
podríamos decir, con la nueva
‘realidad’,
con el nuevo mundo; la
‘mentalidad’
de muchos (de los ‘más’) sigue
anclada
en los mundos del pasado (‘viven’
en un pasado definitivamente
muerto).
Se necesita tiempo, pues, para
asimilar,
para integrar, para que la
generalidad
asuma los nuevos modos. La nueva
conciencia (individual y colectiva)
tardará tiempo en producirse.
4.
Las preocupaciones por la
identidad
personal, o por el ‘self’, por el
‘quién soy’…
la búsqueda de ‘uno’ mismo (el
‘sí-mismo’)…
tan propias de estos tiempos, de
los últimos
tiempos del neolítico, con sus
psicologías
(individuales o sociales) y sus
psicoanálisis…
Todo ese barullo decadente,
antiguo, inactual…
impropio… inútil… propio de
tiempos pasados,
pre-genocéntricos…
El ‘ego’, el ‘yo’, la identidad…
como reliquias del pasado
neolítico.
Más que preguntarnos por el
‘quién soy’
(o el ‘quién eres’), que siempre
remitirá
a un sujeto singular, individual,
temporal,
social, cultural y demás,
tendríamos
que preguntarnos por el ‘qué soy’
(o ‘qué eres’),
incluso por el ‘qué somos’, y en
este caso
la respuesta es inmediata: “yo
soy la vida,
tú eres la vida… nosotros somos
la vida”.
5.
La formación o construcción del
sujeto
consciente (social, simbólico).
El peso,
el poder de la cultura ambiente,
del medio
histórico y lingüístico-cultural
en el que
venimos a nacer. Las
interpretaciones,
las ficciones interesadas,
motivadas.
Las formas de dominio (del medio
natural
y del medio humano), los sistemas
de poder.
Las superestructuras religiosas,
filosóficas,
políticas… Todo aquello que nos
usa,
nos instrumentaliza. Todo aquello
que, además,
nos aliena, nos extraña de
nuestra verdadera
naturaleza, de nuestra naturaleza
única.
Todo aquello contra lo que hay
que luchar
para poder ser para sí, para
poder ser ‘otro’.
Las actuales ciencias de la vida
nos facilitan la salida; nos
sitúan
en un territorio otro; nos
aportan
una nueva perspectiva, la
perspectiva
genocéntrica. Con tal perspectiva
el mundo cambia, el mundo es
otro,
‘yo’ soy otro. Con todo, siempre
nos queda la vieja vía negativa,
nihilista (la negación de la
negación),
destructiva… Las ‘noches’… La
soledad,
el silencio, el ‘no saber’… A la
espera
de la emergencia del ser (único)
que se es.
La comunidad esencial de toda
vida.
El instante misterioso, sublime,
del ‘renacimiento’.
El ser genético, siempre
sofocado, alienado,
instrumentalizado, sale a la luz;
la naturaleza
viviente misma. Sorpresa,
estupor. Alegría.
6.
No hay sino un único sujeto, un
único actor,
un único agonista... una única
sustancia viviente,
la sustancia genética del
planeta, el hologenoma
del planeta. Los cuerpos no son
más que carcasas,
instrumentos, medios, vehículos…
de la sustancia
viviente única. La sustancia
genética construye
su cuerpo y lo pilota en todo
momento y en todo lugar.
Decir vida es decir sustancia
genética. La sustancia
genética a sí misma se combate,
de sí misma se nutre…
No hay otra sustancia que piense,
sienta, o quiera.
7.
La
vida es desde ya el único ‘sujeto’
consciente,
volente, y parlante.
Las
necesidades y los requerimientos
de
la vida definirán nuestros valores
y
marcaran nuestro rumbo en este planeta,
y
más allá. No más antropocentrismo;
no
más ignorancia acerca de nuestros ser.
La
nueva cultura será post-humana,
supra-humana…
más allá. Sera universal.
Y
será milenaria.
8.
Pasar del ‘yo’ al ‘nosotros’,
pero no al ‘nosotros’
gregario que cabe encontrar en
los miembros
de una familia, una etnia, una
nación, una clase
social o económica, o una ideología (religiosa o política);
tampoco al ‘nosotros’ que
concierne al organismo
individual organizado y
jerarquizado, al sujeto plural
(la pluralidad pulsional, los
‘yoes’). El único ‘nosotros’
que debe importarnos es aquel que
nos identifica
con la sustancia viviente única,
con lo Uno primordial.
Los libres, los liberados de lo
histórico, de lo local…
de lo humano. Los nuevos, los
renovados… los futuros.
9.
Con el fenocentrismo quedamos
detenidos
en el cuerpo, en el soma, en el
fenotipo,
en el organismo… en el ‘animal’…
en lo que
a primera vista se nos aparece.
Detenidos
en el género, en la raza, en la especie…
10.
El efímero ‘self’, un epifenómeno
lingüístico-cultural e histórico.
Es este efímero e insustancial
‘self’
el que pretenden ‘salvar’ las
religiones
de salvación ‘personal’ y, en la
actualidad,
aquellos que sueñan con
inmortalizar
a la ‘persona’ extrayendo los
datos
de su cerebro-sistema nervioso
(sus datos eventuales, circunstanciales,
contingentes…) para volcarlos en
un ‘hardware’
no perecedero. Salvar la
conciencia-memoria
de los sujetos históricos, sus
datos ‘biográficos’,
sus recuerdos… sus lamentables ‘vidas’.
*****
Saludos,
Manu
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