La cuestión identitaria y el ‘sistema’
(II).
Manu Rodríguez. Desde Europa
(07/05/16).
*
*Las ideologías universales
que se produjeron en Grecia y Roma –el estoicismo, el epicureísmo…– respondían
a entornos sociales alejados de la propia etnia y la propia cultura, eran
transétnicas y transculturales. No tenían en cuenta a los connacionales, iban
dirigidos a ‘todos los hombres’… Eran ideologías apropiadas para el ambiente
cosmopolita de las sociedades alejandrina y romana.
Cuando en los siglos XVII y
XVIII se intentó superar (o complementar) la visión cristiana acerca del hombre
se recurrió de nuevo al cosmopolitismo de estoicos y epicúreos. Filósofos,
historiadores y juristas (Grocio, Hobbes, Locke, Hume… Diderot, D’Alembert,
Rousseau… Kant…) se afanaron en combinar ideologías universales de distinta
tradición que confluyeron finalmente en los principios universales de la
Revolución Francesa, donde se plantaron las nuevas bases para el derecho
(internacional) y la moral (universal) que hoy ‘dominan’.
Con la Revolución francesa
volvíamos, pues, a tener un ‘hombre universal’ que se aplicaría a todos los
individuos de todas las latitudes, de todas las naciones. Es ese hombre
‘construido’ de nuestras sociedades demo-liberales el que hoy se le impone a
todo el mundo; un ‘hombre’ (una ‘naturaleza humana’) que trasciende y que
avasalla a las diferentes identidades étnicas y culturales.
No hubo ninguna invención del
‘hombre’ en los comienzos de la modernidad (como pretende Foucault). Se trataba
de ‘enriquecer’ las consignas del universalismo cristiano… y se recuperaron las
antropologías de los clásicos –de los estoicos, sobre todo: Zenón, Epicteto,
Cicerón, Séneca, Marco Aurelio…
No fue un retornó al
paganismo, como algunos se atreven a sostener, sino a las filosofías (a las
‘éticas’) del cosmopolitismo alejandrino y romano, propias de las decadentes
sociedades multiétnicas y multiculturales. Y esto tal vez explique el éxito de
estas ideologías universales en nuestro mundo global contemporáneo.
Tampoco fue una lucha entre
la ‘fe’ y la ‘razón’, como se acostumbra a decir. La nueva clase emergente –la
burguesía, el ‘capital’– necesitaba legitimarse jurídicamente, filosóficamente;
necesitaba un nuevo Estado, privar del poder a los antiguos estamentos (nobleza
y jerarquía eclesiástica). La violencia y crueldad de la Revolución francesa
(una ‘farsa sangrienta’, en palabras de Nietzsche) puso fin a aquella querella
y les dio definitivamente el poder.
Podríamos decir, pues, que
los fundamentos ideológicos de nuestras modernas sociedades (democráticas y
liberales) y su carácter ‘universal’ se encuentra en el judaísmo y en el
cristianismo, sí, pero también en las tradiciones filosóficas de estoicos y
epicúreos.
Una vez acabado con los
poderes antiguos (el Antiguo Régimen) a la ambición de poder absoluto de la
nueva clase emergente les quedaba otro obstáculo. El éxito completo de la nueva
‘mentalidad’ requería la homogeneización de las poblaciones, la eliminación de
las diferencias. Ahora eran los pueblos, las diferentes tradiciones e
identidades étnicas y culturales las que les estorbaban. Y había que acabar con
ellas. Aquí comenzó la guerra de los ‘ilustrados’ y ‘progresistas’ contra los
pueblos de Europa (y del mundo), cuyo último episodio clave fue la IIGM y la
derrota del nacionalismo étnico alemán.
No hay, pues, ninguna
diferencia entre el Antiguo Régimen y el nuevo. En el antiguo Régimen se le
hacía la guerra a los pueblos ‘paganos’
en nombre del cristianismo, en el Nuevo Régimen se le hacía (y se le
hace) la guerra a los pueblos y naciones o Estados en el nombre de la
civilización, del progreso, de la democracia, o de los derechos humanos.
De nada sirvieron, en su
momento, las observaciones de críticos de la Ilustración como Burke, Hamann,
Herder, o las posteriores de Fichte, y otros, acerca de las diferencias inconmensurables,
de las identidades y particularidades étnicas y lingüístico-culturales, acerca
de la ausencia de aquel hombre universal.
Fueron, tal vez, los
pre-románticos y los románticos alemanes los primeros escritores nacionalistas
y anti-globalistas (anti-universalistas) en Europa. Herder, Novalis, Hörderlin,
los hermanos Schlegel, Schelling, Fichte, G. de Humboldt, los hermanos Grimm…
se opusieron radicalmente al proyecto transnacional de los ilustrados y de la posterior Revolución Francesa y
pusieron el énfasis en las diferentes peculiaridades e identidades lingüísticas
y culturales de los pueblos. Podemos considerarlos como los padres de los
nacionalismos post-ilustrados. Es, de todos modos, el origen del nacionalismo
alemán, aunque también tuvo eco en pensadores italianos (Alemania e Italia no
llegaron a convertirse en Estados-nación hasta la segunda mitad del siglo XIX
(Alemania en 1871 e Italia en 1861), hasta entonces estuvieron divididos en
pequeños reinos y condados sólo unidos por la lengua y la cultura). Fue también
en este período romántico cuando se realizan los primeros estudios sobre las
lenguas indoeuropeas o aryas, se comienza el estudio de las tradiciones
populares (el folklore), surgen términos como ‘volksgeist’ (genio o espíritu
del pueblo o etnia), ‘volkstum’ (etnicidad)…
Dicho sea de paso, estos
nacionalistas románticos, en ocasiones injustamente olvidados y que están en
los orígenes de la conciencia étnica y cultural de nuestros pueblos, deberían
ser recuperados por todos los identitarios europeos contemporáneos. Un
nacionalismo romántico y culto, que tenga en cuenta a los modernos Padres, de
esto se trata. Su impulso alcanza a nuestros días en los estudios sobre las
lenguas y culturas indoeuropeas (Dumézil y otros), en la filosofía (Heidegger),
en el derecho (Schmitt)… Son alrededor de doscientos años de historia, de
pensamiento, de reflexión acerca de nuestros orígenes, acerca de nuestros ser.
Las críticas que aquellos
proto-nacionalistas le hacían al nuevo orden, al nuevo régimen, eran las mismas
que tenían que haberle sido aplicadas al viejo orden (al Antiguo Régimen, el
orden cristiano). El nuevo despotismo (y globalismo) ‘ilustrado’ no era muy
diferente del antiguo despotismo cristiano –igualmente alienante de la
diferencia, de la etnicidad, de la peculiaridad.
Hay una deriva espiritual que
padecemos –los pueblos europeos– desde antes incluso de la cristianización y la
pérdida de nuestras tradiciones autóctonas, desde el período alejandrino y la
romanización. Los imperios multiculturales griego y romano fueron el caldo de
cultivo de las ideologías universales (transétnicas y transculturales) de
estoicos y epicúreos y la antesala de la posterior cristianización de nuestros
pueblos. Estas ideologías se han convertido hoy, junto con el demo-liberalismo
y el marxismo, en los fundamentos (jurídicos, políticos, filosóficos, morales…)
del Nuevo Orden.
Se produce un curioso
paralelismo entre la difusión del cristianismo y la difusión de los ideales de
la Revolución francesa. Así como cuando la cristianización a los resistentes, a
los rebeldes, se les denominaba con palabras insultantes, con términos peyorativos
–paganos, salvajes…–, así también el Nuevo Orden denominaba (y denomina) a los
resistentes con términos como ‘reaccionarios’, ‘conservadores’,
‘tradicionalistas’, ‘irracionalistas’, ‘chauvinistas’, ‘antiguos’, ‘carcas’,
‘fachas’, ‘intolerantes’, ‘xenófobos’…
Los instrumentos de
alienación de masas son hoy más sofisticados y poderosos que nunca, sobre todo
desde finales de la IIGM. Hoy el ‘sistema’ dispone de los medios de
comunicación de masas, del cine, de la literatura, de la prensa especializada
(histórica, económica, sociológica, filosófica…), de la educación en nuestras
escuelas y universidades… La propaganda de guerra contra el nacionalismo étnico
que padecemos por todos lados desde hace decenios –la guerra psicológica
(Psychological warfare), o las operaciones psicológicas (Psychological
Operations –PsyOps), como hoy se la denomina.
La resistencia nacionalista e
identitaria actual está, en definitiva, mal vista, negativamente conceptuada,
demonizada –se nos ha convertido en el ‘mal’.
Es obvio que los partidarios
de la Ilustración (del despotismo Ilustrado), los demócratas e izquierdistas de
ayer y de hoy, a sí mismos se consideran ‘progresistas’, ‘modernos’,
‘vanguardistas’, ‘tolerantes’, amantes de la ‘libertad’… Pero lo cierto es que
estos movimientos son verdaderos etnocidas, resultan ser los únicos
responsables de la desaparición de innumerables pueblos y culturas en el nombre
de sus ideales universales. Esta observación podemos hacerla extensible a todas
las ideologías universales (religiosas o políticas): cristianismo, islamismo,
budismo, hinduismo, democracia universal, internacionalismo proletario…
La derrota del nacionalismo
étnico alemán (de Hitler) supuso la derrota de los nacionalismos europeos. La
IIGM fue una guerra civil entre pueblos étnica y culturalmente emparentados.
Fue una guerra de ese Nuevo Orden, que se inaugura con la Revolución francesa,
contra los pueblos europeos que se resistieron.
Los enemigos con los que
tenemos que enfrentarnos hoy los identitarios no son pocos, ni poca cosa: la
tradición judeo-mesiánica (el universalismo cristianismo), el nuevo orden
global demo-liberal que se abre tras la Revolución francesa, el marxismo
internacionalista, la masiva emigración asiática y africana,
mayoritariamente musulmana (el Islam,
otra ideología universalista), que inunda nuestras tierras…
Los etno-nacionalistas no
somos reaccionarios sino resistentes; somos fuerzas resistentes. Combatimos la
globalización anti-nacionalista, los universalismos transnacionales,
anti-nacionales, o post-nacionales –sean de origen religioso o de origen
político– cuya única finalidad es, justamente, acabar con las diferencias
étnicas y culturales. No somos, por consiguiente, xenófobos; nosotros
aceptamos, reconocemos, afirmamos, glorificamos la existencia de razas (etnias,
pueblos). Los únicos etnocidas son aquellos que niegan en la teoría y en la
práctica a las diferentes etnias que pueblan el planeta, aquellos que niegan
las diferencias étnicas y culturales y quieren imponer normas y credos
universales, los que quieren destruir las fronteras nacionales e identitarias
que han hecho posible el frondoso árbol de los pueblos y culturas del mundo,
los que quieren destruir tal riqueza biocultural y convertirla en algo del
pasado.
En mi opinión, lo que
persigue la globalización actual (su carácter demo-liberal) es convertir a los
habitantes del planeta en una masa desarraigada, mezclada, mestiza… una masa de
siervos sin pasado, sin historia, sin una identidad precisa (ni étnica ni
cultural), sin nada en común, sin nada que les una (salvo su nueva condición de
proletariado apátrida). Persigue, pues, un nuevo ‘lumpen’, una nueva raza de
esclavos.
El ‘sistema’ (el nuevo orden)
actual cuenta con la simpatía y la colaboración de todas las ideologías
universalistas religiosas y políticas de ayer y de hoy, todas ellas
transnacionales, transétnicas, y transculturales. Todas persiguen la misma
finalidad. Los diferentes pueblos y culturas, las diferentes sensibilidades,
voluntades, y mentalidades, les suponen un obstáculo para sus ambiciones de
dominio. Por esto los combaten.
La educación que desde hace
decenios se le imparte a nuestros infantes es, por ello mismo, la proclive al
desarraigo, y tiende a extirpar o a demonizar la memoria ancestral (étnica y
cultural) –todo conato de nacionalismo e identitarismo. Se nos predica en
nuestras escuelas, en nuestros medios de manipulación de masas, en nuestras
universidades, en nuestras calles… las bondades de las sociedades multiétnicas
y multiculturales.
Los milenarios pueblos y sus
reivindicaciones étnicas y culturales no son, como dicen, un obstáculo al
‘progreso’ (cualquier cosa que esto pudiera significar), son, sencillamente, un
problema para el ‘sistema’, para los nuevos amos.
Así pues, hay que decir que
el opresor es el ‘sistema’ (la hegemonía económica, política… cultural en
amplio sentido, de determinados grupos), y los oprimidos son los diferentes
pueblos (etnias) de la tierra –los pueblos indígenas, que están siendo aniquilados
uno a uno.
*En estos días se cumple el
aniversario de la derrota militar del primer y único Estado étnico en Europa,
la derrota de la Alemania nazi. No pudo ser. Hoy el nacionalismo étnico europeo
está criminalizado incluso. Es el poder del ‘sistema’. La criminalización del
nacionalismo étnico está teniendo funestas consecuencias; está acabando fría y
lentamente con la ancestral homogeneidad étnica y cultural de nuestros pueblos
y naciones. En pocas generaciones ya no seremos. Será el fin de la Europa
milenaria.
Las naciones europeas pertenecientes
a la execrable Unión Europea (UE) están obligadas a acoger a miles y miles de
refugiados y emigrantes. De nada valen las reticencias de los Estados. La
última medida coercitiva que se va a tomar al respecto es penalizar a los
Estados con doscientas cincuenta mil euros por cada uno de los refugiados que se
nieguen a acoger. Estas humillantes medidas deberían bastar para hacer saltar
por los aires esta Unión Antieuropea. Esta Europa multiétnica y multicultural
que nos están construyendo, a nuestro pesar y contra nuestra voluntad, debe ser
combatida, destruida, dejada atrás. Sus supuestos teóricos (jurídicos,
políticos, económicos…) van contra los europeos originarios, contra los pueblos
indígenas europeos; busca nuestra destrucción.
Deshacer esta monstruosa
Babel, esta monstruosa Europa, este híbrido espantoso; acabar con esta
pesadilla. Éste ha de ser el primer combate, la primera labor ‘revolucionaria’
de los europeos identitarios (de los indígenas europeos) –la revuelta de los
‘nativos’ europeos. Luchar contra los fundamentos ‘teóricos’ (políticos,
económicos, jurídicos, éticos…), contra los partidos políticos, contra las
sectas religiosas (cristianos o judías), contra los intelectuales del ‘sistema’
(judíos, cristianos, demócratas, socialistas, comunistas…) Contra la
anti-Europa y sus partidarios. Comenzar de nuevo, y cuanto antes, la
construcción de una Europa europea. Con ardor, con pasión, con furia… ¿Seremos
capaces?
*
Saludos,
y hasta la próxima
Manu
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