Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

lunes, 24 de febrero de 2020

206) Genogramas XXVIII


Genogramas XXVIII.

 


Manu Rodríguez. Desde Gaiia (24/02/20).

 

 
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1.

Garcilaso. Hernández. Los poetas
guerreros. Las múltiples y encontradas
impresiones que nos suscita la mujer .

Jamás sabremos nada de lo que piensa
la mujer. Y esto ha de contar como
una faceta más de su poder.

En la mujer debemos esperar siempre
lo inesperado. Porque es capaz de todo.
Porque es la vida misma. La plenitud
de la vida. La vida en su plenitud.
En su máxima exuberante expresión.
Su mayor logro. Su éxito.

La mujer tiene el plus. Tiene más
responsabilidad, y más poder. Sufre
por ello más. Es incluso más frágil
que el varón, más delicada, más
necesitada, más expuesta. A fin 
de cuentas está por completo
indefensa en la hora del parto,
en la hora mayor, en la más grande.
Cuando da a luz y contempla su obra.
La obra de la vida que ella misma es.

La mujer oculta, cubre, vela su
potencia, su poder. Lo que sólo
ella puede. Ser madre.

La mujer cubre, simula todo su
sufrimiento, todo su dolor, toda
su carga. La más responsable
y frágil. Se nos aparece indiferente
y como ajena. Frívola. Maquillada.
Alegre. Vela su indefensión,
su debilidad. Su responsabilidad.
Su carga. Su temor. Su miedo incluso.
La más amenazada. La más en peligro.

Necesita más amor, más reconocimiento,
más respeto; más distancia, más temor.

¿Animal frívolo… de tan profundo?
Oculta su profundidad. Su potencia.
Pero también su fragilidad,
su temor, su inseguridad.

Que nos tomemos en serio su frivolidad,
sus travesuras. Alegres, divertidas,
regocijantes. Que juguemos en serio,
nosotros también. Esto pretenden.
Porque es la que más sufre. La que
engendra la belleza, la alegría,
la despreocupación. No lo olvidemos.
Engendra el alivio ante tanta tensión.

2.

‘X’ y ‘Y’. Mujeres y hombres.
Nos, las unidades sexuadas.
Genousse y Genoussin.

La mujer, ¿busca un igual? ¿Su no
mandar no es, quizás, un rasgo
del comportamiento entre iguales?
Lejos, inter nos, el mandar y el obedecer.
Ese juego. Tú eres mi igual, ni mi señor,
ni mi amo. Soy yo quien te tomo como
mi igual. Esto parece decirnos. Como
soberanos, inter pares, ésta es la pareja
de amor. Ella, la señora, busca un igual.
Simplemente.

El varón es, justamente, el despistado,
el desorientado. El que no se entera,
el que no acaba de enterarse. Cuando
la mujer nos acepta es que nos considera
su igual. La mujer se entrega en el amor,
como el hombre en la amistad.
La relación que se da entre amigos
–inter pares–, es la relación que
la mujer sólo concibe en el amor.

Somos evaluados como afines o no.
Como compatibles o no. Nuestra figura,
nuestro aspecto, es ‘leído’, ni más ni menos
que decodificado, visto. La mujer es experta
en señales, en leer matices, en ‘leerlo’ todo.

Mira cómo la mujer contempla
nuestro pueril aire de superioridad.
Cómo nos consiente semejante
‘creencia’, semejante estupidez.

El varón no está a la altura de la sagacidad,
de la astucia, de la inteligencia en la mujer,
de la ‘X’, de la compañera. Nuestra
profundidad y potencia es nada.

Como un niño hemos de comportarnos
con la mujer. Ponernos en sus manos.
Cuando una mujer valiosa –que las hay–
nos considera, repara en nosotros
y nos mira bien. Cuando nos considera
a su altura y profundidad, suficiente…
 
La mujer elije. Es la ‘selección’ en persona.
El escenario sexual, el juego del amor,
es vital para la vida. Nos es vital, esencial.
Hay que jugarlo bien. El bien emparejar.
Se coadyuva a la selección;
a la excelencia, a lo mejor.

3.

Amamos, no meramente vivimos.
O bien, vivir es amar.
Amar la vida y amar vivir.
Es pasión tal vez secundaria,
derivada. Se ama por exceso.
Cuando  hay, donde hay.

Cuando hay plenitud, hay amor.
Se ama necesariamente.
El amor es signo, síntoma
de riqueza, en primer lugar.
Sólo donde la vida rebosa.

El amor es virtud concomitante;
don, gracia. El amor es efecto,
faz, refracción; es síntoma, señal.
Involuntaria corona de los ricos,
de los que tienen, de los que poseen.
Enseña involuntaria e indeliberada;
señal inequívoca de poder, de potencia,
de plenitud, de haber.

No el que ama es más fuerte,
sino que el fuerte es el que ama.
No se ama por defecto, sino por exceso.
Contra Platón; contra todos.

Es la plenitud la que engendra amor.
Sólo la plenitud conoce el amor.

4.

La aurora boreal ocurre cuando
se encuentran el viento solar
y la atmósfera. La aurora boreal
tiene un padre y una madre.

El enunciado mismo puede ser
‘trasportado’ a una u otra ‘voz’,
interpretado de varios modos.
Varios los modos, las escalas,
las ‘claves’.

El oído polifónico capaz de captar
un ‘ricercare’ a varias voces.

Falta el arte de leer con ojos múltiples.
También el ojo, la mirada, ha de ser
capaz de descomponer la luz incidente.
Un prisma, pues, hemos de ser.

5.

Sensibles hasta la nausea. Hay que conocer
la nausea. El asco de ciertas cosas: de ciertas
atmósferas, de ciertos lugares, de ciertos modos,
de ciertos hábitos… Repulsiones, antípodas.
La suciedad, la mendacidad, la impudicia…
la apartamos de nuestro camino.

Sensibilidad, pues, para lo nuestro.
Lo que nos viene bien, nos sienta bien,
es bueno para nosotros. Lo que nos viene
como anillo al dedo. Lo que nos robustece,
nos da firmeza. Lo que nos hace más fuertes.
Lo nuestro en suma. Más de lo nuestro.

6.

Ser el árbol. Se tienen las huellas
de todos los sucesos. De los hachazos,
de las punciones, de las amputaciones…
de la tala torpe y grosera. De todo.

7.

Terrible bondad. Terrible belleza.
Terrible verdad. Lo más alto.
Todo lo grande es terrible.
Sobrehumano. Inmortal.
Estremecedor. Sobrecogedor.

Le sucede al hombre con la mujer
–con aquella que poderosamente
nos atrae. Su terribilidad. La mujer
terrible. La mujer mujer. Lo que puede
la amada con su sola presencia.
Seamos honestos los varones.
Qué más da, ¿acaso ellas no lo saben?
No tienen que hacer apenas nada
para tenernos a sus pies.

El caso Nietzsche-von Salomé.
Nietzsche perdió totalmente la cabeza
por esta mujer. Lo trastornó por completo.

El poder turbador, perturbador, de la mujer;
de lo bello terrible, de lo bello sublime.

El amante se estremece ante la sola
presencia de la amada; ante la sola
presencia de lo que ama.

 
*****

 
Saludos,

Manu

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