Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 3 de febrero de 2010

17) Amo y odio

Amo y odio.

Manu Rodríguez. Desde Europa. (02/02/10)

*

*Amo y odio. Y tengo para mí que la medida de nuestro odio es la medida de nuestro amor. Tanto amas, tanto odias. Si no odias, no amas.
Se ama y se odia, pues. Se ama lo que nos viene bien, lo que nos hace bien; se odia lo que nos viene mal, o lo que procura nuestro mal.
*Con nosotros, los humanos, la distinción entre lo ‘bueno’ y lo ‘malo’ se introdujo en la naturaleza. (No aludamos ahora a la relatividad (cultural, simbólica, y real) de estos conceptos.) Es la misma naturaleza viviente la que trajo la ‘moral’ al mundo. El cariotipo humano tiene sensibilidad moral, podríamos decir. El comportamiento de la vida nos afecta, no se nos oculta su aspecto terrible, implacable, violento, cruel, siniestro, mixtificador (es la misma vida quien, en último término, así interpreta y valora). La astucia y la violencia gobiernan. En virtud de éstas sobreviven y dominan las criaturas y las especies. Son los valores de la vida. Pero llevados a las comunidades humanas es la locura y el horror, o así lo percibimos y sentimos.
¿Por qué? ¿Por qué sentimos como locura y horror tal comportamiento entre los humanos? Lo que repugna a los seres humanos todos (lo que repugna a la misma vida): la violencia gratuita, la crueldad; el robo, la usurpación; el engaño mezquino, miserable, la alienación espiritual.
Todos los pueblos han elaborado pautas de conducta (reglas de policía) que les mantienen alejados de la arbitrariedad, de la injusticia, de la violencia, de la mentira. Aunque hayan reconocido el valor de éstas en determinados casos o momentos. No se excluye el engaño o la violencia si son necesarios para sobrevivir, por ejemplo, pero se procura que no aparezcan en el interior; se usarán en la caza, o en la defensa, o en las contiendas con otros grupos humanos, según necesidad. Y todos somos conscientes de que esto es así. No hay reproches en estas palabras mías.
En su origen la visión moral (que religaba a todos los miembros de la comunidad) no buscaba sino preservar el grupo impidiendo que las opciones o posibilidades destructivas y negativas se vertieran hacia el interior. Estos comportamientos, por lo demás, garantizaban la prosperidad de todos, daban buenos resultados. No es la mera costumbre el origen de la moral. Tiene que ver con la salud y el bienestar de la tribu –de todos y cada uno de sus miembros. Términos como bueno, malo, saludable, dañino… Lo bueno para todos, lo malo para todos. Lo bueno y lo malo para unos y para otros.
Todos los pueblos son conscientes de esta dualidad que digo. Y todos los individuos. Podemos ser veraces o engañosos, constructivos o destructivos… positivos o negativos para la comunidad, o incluso para el resto de los pueblos. Se mide la conducta por su grado de positividad o negatividad para la comunidad, para la vida, para todos.
Se afirma y se niega, pues. Se dice sí y se dice no. Se elige. Es nuestra libertad, es la libertad de la vida en el cariotipo humano.
Es nuestra libertad, y es también nuestra verdad. La alienación espiritual es el pecado contra el espíritu (el genouma).
Un converso es un traidor, un infiel, un apátrida, un descastado. Un desertor (‘deserere patriam’, ‘sacrae patriae deserere’). ¿Qué conduce a la conversión? La inmadurez, la ignorancia (sobre su propia cultura), la debilidad e inseguridad (necesidad de protección, de cuidado, de atención), la falta de auto-estima como miembro de tal o cual pueblo… el rencor, la venganza. Individuos inmaduros, incultos o mal-informados, narcisistas frustrados, desencantados de su propia tradición cultural, rencorosos... Estos individuos son bien recibidos en la nueva comunidad, se les da importancia, son el centro de atención, durante cierto tiempo al menos (los quince minutos de gloria). Las condiciones psicosociales para la conversión. La personalidad psicosocial de los conversos.
El proselitista fomenta la traición, practica la alienación espiritual del otro, su transformación o conversión en uno de los suyos; busca duplicarse en el otro, aniquilar el ser simbólico del otro –dicho todo esto en términos humanos (políticos, psicológicos…). Dicho en términos biológicos lo que sucede es algo siniestro. Es un tipo de depredación. El proselitista, con su nueva fe, busca a esos individuos ‘tocados’, ‘deficientes’, ‘faltos’. Los nidos vacios. Ahí coloca su huevo, ahí hace presa, ahí eyecta su discurso. A la manera de los cucos. A la manera de los virus. Es semejante a los engaños e imposturas en la naturaleza. Recuerda a los oscuros métodos de que se valen las formas vivas para vencer, dominar, instrumentalizar... a otras formas vivas. En mi opinión, el proselitismo debería repugnar. Es seducir (traer hacia sí, desviar al otro de su ruta), es engañar, es embaucar al otro. Es el pecado contra el espíritu.
La actitud ofensiva y hostil hacia el otro, hacia cualquier otro. Las ideologías universalistas, violentas, destructivas, mixtificadoras; aquellas que usan todos los medios para medrar en las poblaciones; aquellas que buscan el dominio absoluto por cualquier medio. Es esa naturaleza horrible de la que hablo, con rostro humano. Cuando el hombre o determinados grupos humanos adoptan o eligen, para sí y para otros, lo negativo, la destrucción… la violencia y el engaño.
¿Qué hacer cuando ideologías semejantes penetran o surgen en culturas ancestrales, y asentadas? El cristianismo en el sur greco-latino, hace dos mil años. El islam en la Europa contemporánea: ¿cómo defendernos de sus ataques, de sus insidiosas estrategias de dominio? Usan la violencia y el engaño contra la población autóctona; amenazan, coaccionan, intimidan; hacen adeptos, partidarios y simpatizantes (privan a estas poblaciones de los suyos), ‘convierten’, subvierten. ¿Cómo enfrentarnos a ellos, cómo deshacernos de ellos? ¿Cómo repeler su agresión cultural, simbólica, espiritual; su guerra sorda, oculta?
Viejo truco ese de apelar a la nobleza o a los buenos sentimientos del otro. Los vanos y los tontos siempre pican, por no ceder en ‘nobleza’ ceden donde no deben y lo que no deben. El halago les aturde, les idiotiza aún más. La astucia de los ‘kakoi’, de los malos. En Roma, los cristianos apelaban a la ‘tolerancia romana’ para medrar; ahora, en nuestra Europa actual, los musulmanes apelan a nuestras constituciones democráticas, a nuestra democracia, a nuestra libertad. Los enemigos de nuestra tolerancia, nuestra democracia, y nuestra libertad, precisamente.
El islam (Corán, hadices…) desata, libera todo lo malo de lo que somos capaces. Desata el mal; legitima, santifica el robo, la mentira, el asesinato. Incluso dentro de su propio ámbito, basta acusar al otro de mal musulmán. El no-musulmán, el mal musulmán, el apostata… los infieles, los otros; a estos se les puede mentir, insultar, agredir, expoliar, robar, o matar –si es en el nombre de Alá (el dios celoso, rencoroso, cruel, tramposo, usurpador). A tal gente, tal dios.
El islam representa hoy día (y desde su aparición) lo peor del ser humano. El peor camino, el peor modo. El mal. Su ambición de dominio, similar a la de aquellos primeros cristianos en Europa. Todo ha de ser islam, todo ha de estar sometido al islam, esto es, a los musulmanes y a sus clérigos. Los musulmanes (sus autoridades político-religiosas) han de gobernar sobre todas las cosas, sobre todos los pueblos, sobre el planeta entero. La ‘umma’. Ése es su deseo, ésa es su voluntad. ¿Cómo responderán los pueblos a este reto, a este desafío?
Esa ambición de dominio; ese deseo de poder feo, malo, grosero, obsceno… de un pueblo sobre otros, de una cultura sobre otras.
He aquí que el mal existe, y tiene rostro. No siempre es el mismo. Pues todo pueblo, o toda cultura, o toda ideología, pueden encarnar el mal (para sí mismo, y para los otros, para los demás pueblos) en algún momento de su devenir. El islam es, simplemente, el último rostro del mal. De Tánato, de Surt, de Ahriman… No es el mal o el enemigo de un pueblo determinado, sino el de todos los pueblos, como lo son o lo fueron todas las ideologías universalistas (religiosas o políticas) en sus períodos de dominio y expansión.
Todos los pueblos libres están hoy llamados a luchar contra el islam, contra el islamofascismo, contra el panarabismo islámico. Si estiman en algo su libertad, su diferencia, su independencia, su historia, su lengua y su cultura. Si a sí mismos en algo se estiman.
*Una meta-cultura es lo más apropiado para este tercer período que las nuevas generaciones ya experimentan en los puntos de vanguardia de lo que se ha dado en llamar el área occidental, u occidente. Aunque podríamos denominarlo el mundo libre. El mundo libre es el no sometido a ninguna ideología totalitaria, como sí lo está el área islamizada, sometida al islam, término árabe que significa, justamente, ‘sumisión’.
Más allá de pueblos y culturas ha de ser la cosa, pero con los pueblos y las culturas. Una meta-cultura se compone de culturas. En una meta-cultura se usan como referentes todas las culturas. Es un relativismo cultural afirmativo, y constructivo.
Una meta-cultura supone una meta-moral. Una meta-moral se compone de morales diversas. Toda moral está ligada a un pueblo. Al menos en su origen. Hoy día, con la alienación cultural que padecen las tres cuartas partes de la humanidad, no podemos afirmar tal cosa. Tendrían los pueblos que retroceder en el tiempo y retomar las claves culturales y simbólicas previas a las diversas alienaciones (la cristiana, la musulmana…). Se renovarían las diferencias autóctonas y ancestrales –que son ramas del árbol de la vida. Reverdecería y florecería el árbol de los pueblos y culturas del mundo.
Una meta-cultura no es ‘una’ cultura, una meta-moral no es ‘una’ moral.
Una cronología unificada y universal es lo único que necesitamos los pueblos. Un año cero. Yo propongo el que tendría lugar en Sumer, hace seis mil años, alrededor del nacimiento de la escritura (y de la cronología, las crónicas). Es lo único universal que vendría bien a todos los pueblos. Ver claramente nuestro lugar en el espacio y en el tiempo. Nuestra relación con otras historias, con otros pueblos. Nuestra relatividad también.
Hay que despejar el camino para los venideros. Hay que luchar por un determinado futuro. En el presente se decide ese futuro. Aquí y ahora. Elige y ocupa tu puesto. Elige bien, elige tu bien. Lo que es bueno para tu pueblo, para tu gente, para los tuyos. Ama y odia. No seas tibio ni frío, sino ardiente y apasionado. Lucha con los tuyos por vuestra identidad, por vuestra permanencia, por vuestro futuro. Lucha contra aquellos que procuran vuestra ruina, vuestra extinción, vuestro mal.
Tenemos que vencer espiritualmente al islam. Tenemos que abatir a ese monstruo. La pesadilla islámica. La pesadilla judeo-cristiano-musulmana. Nuestro último escollo. El último escollo de la humanidad, de la vida. La gran batalla por venir. La victoria sobre el islam será la victoria sobre lo tenebroso. Supondrá la salida definitiva del neolítico histórico (los últimos seis mil años), del período medio, del segundo período, cuya segunda mitad está afectada por la tradición judeo-cristiano-musulmana, que no ha traído a la humanidad más que destrucción y muerte, locura y horror. Entraremos en el tercer período, en pleno futuro. Ese futuro que ya es, que ya se experimenta, que ya se vive. Advertiremos el nuevo cielo y la nueva tierra, y la nueva naturaleza, y el nuevo hombre. Una humanidad nueva. Seres biosimbólicos nuevos. Lo que tiene que ser. El futuro que somos y queremos.

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