Genocentrismo XXVIII.
Manu Rodríguez. Desde Gaiia (11/11/18).
*
*La causa del malestar radica en la separación de la
unidad original –la separación que se da
en la individuación. Los seres individuales padecen el desgarro…
Son los individuos, fragmentos del Uno, los que se
duelen. Y por ello mismo es el Uno el que se duele.
El malestar, el dolor de la separación; el goce, la
alegría de la reunión. Es el Uno, en último término, el que se duele en la
individuación, y el que se goza en la unión. No hay sino Uno.
El Uno es la mónada de mónadas.
*El error del cariotipo humano ha sido el creerse
autosuficiente y un ser ajeno al resto de la naturaleza viviente. Sí, la
autosuficiencia y el extrañamiento de la naturaleza. Especialmente en las
culturas del neolítico (en el que aún vivimos).
*Hacerse una idea del mundo entorno, tener (‘poseer’) una
representación satisfactoria… la interpretación del devenir… la ‘creación’ de
un mundo. Desde las bacterias y arqueas…
¿Cómo es posible operar sobre un mundo (un entorno)
ideado, interpretado, o representado? ¿Cómo son posibles la adaptación y la
adaptabilidad? Es un mundo que no es, es un mundo inventado… ¿Cómo es posible…?
*Multiplicidad, pluralidad de genomas (plásmidos,
transposones, ADN víricos…) en cualquier organismo. Composición.
Heterogeneidad. Y cada parte actúa por sí y para sí.
Sujeto múltiple, plural. Multitud de ‘yoes’, de agentes,
de sujetos. Se requiere la jerarquización. La lucha interior… de voliciones, de
interpretaciones…
Voliciones, fuerzas, impulsos… y agentes, sujetos.
*Nuestro ser es uno y múltiple…
*La sustancia genética es el fundamento sobre el que
descansará el nuevo mundo a crear (los nuevos mundos). La perspectiva
genocéntrica.
El carácter vinculante del nuevo saber. Su fuerza. La
nueva existencia post-humana, trans-específica.
*Pensar desde la sustancia genética, como sustancia
genética… como lo Uno primordial, como la sustancia viviente única…
*Cultura genocéntrica, la cultura que viene. Cultura
universal, planetaria. Los pueblos, las razas, las naciones, las ideologías…
los ‘mundos’ del neolítico… se esfumarán, palidecerán… desaparecerán –las pesadillas
del neolítico.
La unidad de la humanidad bajo la perspectiva
genocéntrica. La nueva ‘humanidad’.
La globalización ideológica, cultural, espiritual… que
viene. Desde las ciencias de la vida.
Las sociedades multiculturales y multiétnicas en las que
ya vivimos no sobrevivirán si se conservan los mundos (antropocéntricos,
etnocéntricos…) del pasado neolítico. Mundos exclusivos, excluyentes –o uno u
otro. La globalización actual nos
conducirá inexorablemente al enfrentamiento…
La ‘tolerancia’ no es la solución… el soportarnos unos a
otros no durará mucho. La guerra entre mundos y entre grupos étnicos vendrá.
Necesitamos un nuevo mundo que trascienda las diferencias de origen. Y un nuevo
mundo que se ajuste a las ciencias de la vida, que se deduzca de ahí, que parta
de nuestra identidad sustancial, de nuestra co-pertenencia al Uno primordial –que
no afecta tan sólo a los diferentes grupos humanos, es toda la naturaleza
viviente la agitada por lo Uno primordial.
Las nuevas sociedades, las sociedades por venir, serán
genocéntricas o no serán. La perspectiva genocéntrica es la única salida. Un
nuevo periodo. Un futuro otro. Post-neolítico, post-humano… Más allá.
Un nuevo período biocéntrico, ecológico… La gestión
ecológica del planeta no será posible desde los mundos neolíticos
(antropocéntricos) del pasado. Esos mundos nos dividen y nos enfrentan; nos
mienten, nos confunden, nos desvían de nuestro verdadero ser; agostan, arruinan
el planeta, lo contaminan… son un perjuicio para la vida, la destruyen. No
fueron, no son, no serán el camino…
Una gestión planetaria no imperialista, no nacionalista,
no etnocéntrica… no humana (no antropocéntrica), en cualquier caso.
*Conflictos, enfrentamientos, guerras entre identidades
nacionales, culturales, étnicas, religiosas, económicas (de ‘clase’)…
Identidades asesinas.
Las falsas identidades, las falsas ‘conciencias’, los
falsos ‘yoes’. Nos extrañan de nuestro verdadero y único ser.
El extrañamiento del resto de la naturaleza, de nuestro
ser natural (genético), comienza en la infancia con las educaciones religiosas,
políticas, nacionalistas, étnicas… que recibimos. Las pedagogías
(antropocéntricas) del neolítico –relativas, circunstanciales, contingentes,
históricas…
No tenemos aún una pedagogía genocéntrica (biocéntrica)
en la que se inicie a nuestros pequeños en nuestro ser genético, en la
sustancia viviente única, en la unidad sustancial de todos los seres vivos.
Sacar a las futuras generaciones de los laberintos
antropocéntricos del neolítico. La salida definitiva del neolítico. Hacia el
nuevo periodo, hacia la nueva era post-neolítica.
La nueva cultura, ya universal, el nuevo ‘mundo’. Un
nuevo comienzo.
La guerra ahora contra la destrucción del planeta, contra
los viejos modos, contra la humanidad (los ‘hombres’) del neolítico. Contra la
ignorancia (o el olvido) de nuestro ser.
La conciencia, la identidad, la perspectiva genocéntrica…
La recuperación del ser que siempre hemos sido –que nunca hemos dejado de ser.
Las culturas generadas por los grupos humanos han
ignorado hasta los tiempos presentes nuestro ser natural. No aparece sino el
ser cultural. Se nos instruye para cultivar este ser, esta identidad, esta
conciencia… Pero la ‘persona’, el ‘yo’ (el ‘sujeto’ el ‘alma’, el ‘si-mismo’…)
es una ficción cultural, un epifenómeno lingüístico-cultural. Y como tal,
relativo, histórico, circunstancial…
El ser cultural efímero, inconsistente, irreal… Es este espejismo (este ‘yo’, este sujeto
consciente) el que aspira a la inmortalidad, a la eternidad, a la
‘reencarnación’ (en las religiones de salvación ‘personal’, por ejemplo). (La
ambición, la vanidad… se produce siempre desde este ‘yo’ (‘ser’) cultural –la
‘representación’ social.)
No es posible mayor confusión, mayor errancia, mayor
desvío...
*Nuestro ser natural múltiple, complejo, jerarquizado… El
metagenoma de todos y cada uno de los seres vivos que pueblan este planeta. Un
‘yo’ de ‘yoes’ –un Nos.
El hologenoma del planeta viviente, lo Uno primordial. El
acervo génico del planeta. La materia viviente, la sustancia viviente única.
Nuestra existencia particular (aquella de la que somos
conscientes) es ciertamente efímera, pero la materia viviente que nos
constituye es virtualmente imperecedera, y la compartimos con todos los seres
vivos que han sido, que son, y que serán. Vivimos intemporalmente. Y vivimos
dentro y fuera. Estamos en todas las criaturas que nos rodean. Estamos (somos), estuvimos
(fuimos), y estaremos (seremos). Vivimos (en el pasado y en el presente) y
viviremos –no dejamos de vivir desde hace millones de años. La vida que somos
no cesa de vivir. Sin solución de continuidad.
*No son pensamientos o ideas lo que nos saca del
neolítico, o lo que nos da la medida de nuestro ser, sino el conocimiento
cierto acerca de nuestra esencia.
Nuestra liberación no viene de determinados pensamientos
o ideas, sino del conocimiento cierto acerca de nuestro ser.
Aquello que arruina todo antropocentrismo y que
transformará nuestra manera de vivir sobre este planeta, nuestra manera de ser,
es el conocimiento cierto acerca de nuestra esencia.
El ser nuevo, renovado, reencontrado –el que siempre
hemos sido, el que siempre seremos. Nuestra verdad.
El concepto ‘ser’ aplicado a la materia viviente. No
hablamos del ente en su totalidad, sino del ente viviente, de la materia
viviente, de la sustancia viviente única, del ser viviente único, de Nos.
Cambia nuestra manera de pensar, de ver, de sentir, de querer,
de actuar… de ‘ser’. Cambios como resultados o consecuencias de ciertos
conocimientos, de cierto saber. Ahora sabemos acerca de nuestra esencia, acerca
de nuestro ser.
Un saber que da lugar a cambios en el comportamiento de
los seres humanos, que da lugar a otra humanidad, a una humanidad otra que la
que hasta aquí hemos vivido. La humanidad (los ‘hombres’) del neolítico
desaparece –las numerosas ilusiones antropocéntricas; las culturas, los
‘mundos’ del neolítico (religiosos, filosóficos, políticos…), se esfuman,
palidecen, desaparecen cada vez con mayor celeridad; los espejismos del pasado
neolítico.
Un nuevo mundo, pues, en pos del nuevo saber, a la altura
del nuevo saber.
Nuestra realidad, nuestra verdad, nuestro ser. Por
primera vez en la historia de los grupos humanos.
Ahora es la sustancia viviente única la protagonista, el sujeto único en las
cosas de la vida. El periodo ‘humano’ de nuestro devenir es dejado atrás.
La visión desde la sustancia genética, el genocentrismo,
la nueva perspectiva.
Ahora vemos el mundo –el ente en su totalidad– desde la
sustancia viviente única, como sustancia viviente única. Ya no es el ‘hombre’
el perceptor (ninguna criatura, en verdad), sino la vida misma.
Hemos llegado al centro, al núcleo de nuestro ser. Es un
punto sin retorno. Es un nuevo comienzo.
Las anteriores señas de identidad –nuestra pertenencia a
pueblos, razas, naciones…, las ideologías religiosas, filosóficas, políticas…–
han perdido su ‘magia’, su poder –ya no causan efecto. El suelo, el soporte, el
‘mundo’ sobre el que caminábamos ha desaparecido.
La vida desnuda, la vida sin más. Esto somos. El ser
mismo de lo viviente. Lo viviente sin más. Ésta es la nueva conciencia, la
nueva identidad, el nuevo ser (el que siempre hemos sido, dicho sea de paso).
*La visión del hombre como animal es puro fenocentrismo.
Visión pre-genocéntrica.
Los pares animal/humano (hombre), o animalidad/humanidad
remiten a concepciones del hombre (a antropologías) neolíticas. Están enredadas
en distinciones carentes de realidad, de verdad, de ser. Pertenecen al período
de la ignorancia.
La animalidad, la corporalidad. El cuerpo, el soma, los
organismos, los fenotipos… son los medios, los instrumentos, los dispositivos,
los vehículos… que la sustancia viviente única construye para su propio uso. No
son esenciales, podemos decir que no son –carecen de ser. Su única función es
la de servir de defensa o de transporte a la sustancia viviente única.
No el soma percibe, siente o quiere, sino su genoma. El
único sujeto de la acción en cualquier organismo o cuerpo (metazoos) es la
sustancia genética desplegada en éste (en su sistema nervioso, en su sistema
inmunitario…). El genoma es el ingeniero y el piloto de su soma.
En la reproducción sexual los órganos sexuales masculinos
son el tubo polinizador (el puente) a través del cual las células germinales masculinas
(haploides) penetran en el cuerpo femenino al encuentro de las células
germinales femeninas (también haploides). La fusión de ambas células germinales
supone el comienzo de un nuevo ser viviente. El vientre femenino es la planta bioquímica
donde se gestará el futuro organismo, el futuro vehículo.
Las perspectivas antropocéntricas, fenocéntricas del
neolítico han desaparecido, se han esfumado. Todo ha cambiado al respecto. Ha
habido un desplazamiento de la periferia al centro en lo que concierne a las
ciencias de la vida, del fenocentrismo al genocentrismo, similar al
desplazamiento del geocentrismo al heliocentrismo.
Ahora tenemos la visión justa, la perspectiva desde la
cual podemos situar la correcta posición de la vida (la nuestra y la de todo
ente viviente) en este planeta y en el cosmos entero (en el ente en su
totalidad).
La vida son los ácidos nucleicos, la sustancia genética.
No hay otra vida. Y nosotros somos esa vida única y virtualmente imperecedera.
Los cuerpos, los somas, nada son. Los cuerpos pasan, la
sustancia genética permanece –lo Uno primordial.
*Estado, nación, pueblo, raza… creencias religiosas,
filosóficas, políticas… las instituciones jurídicas, políticas, económicas…
Todo pasado, ido, muerto… lo que nunca fue. Las ficciones del pasado neolítico.
Empezar de nuevo. Nuevo comienzo, nuevo inicio. Nuevo
principio.
El arraigo en la vida. Los ancestros no son tal o cual
pueblo o raza, o tales o cuales antepasados, sino las primeas bacterias o
arqueas. Y la herencia es la totalidad de este planeta viviente, la obra total de
nuestros verdaderos antepasados.
Más allá, pues, de pueblos, razas, naciones, creencias…
más allá del hombre, en verdad.
Nuestra esencia única desde los primeros genomas; desde
los primeros replicadores.
Nuestra esencia individual –múltiple, coral–, la
compartimos con todas las criaturas que han poblado, pueblan, y poblarán este
planeta. No hay sino una sola vida.
Fragmentos de la sustancia viviente única, esto somos.
Este saber sobrevenido es el nuevo principio, el nuevo
comienzo. Post-humano, post-histórico.
Este saber es el
que acabará con todas las instituciones del pasado neolítico (Estados,
naciones, pueblos, razas; ideologías, creencias, culturas, ‘mundos’…).
*Todos aquellos humanos aún prendidos, enredados en los mundos del neolítico (religiosos,
políticos, filosóficos…), perdidos en sus laberintos… extraviados, confusos.
La ultima filosofía,
inútil para la labor que queda. Pienso en Heidegger (y su particular
‘humanismo’), pero también en aquellos que lo siguen o lo discuten. El último
antropocentrismo –sobre animalidad y corporalidad– (Derrida, Agamben… entre
muchos otros). Otros en la estela de Nietzsche, también sobre animalidad y
corporalidad (B. Stiegler, V. Lemm…). Incluso en la ecología ‘profunda’ o en
bioética, con su ‘hombre mejorado’ (Naess, Jonas…). La ignorancia o el descuido
del genocentrismo en estos ‘teóricos’, en estos ‘pensadores’. Textos y
discursos que nacen ya caducos, rancios, obsoletos.
El pensamiento de Heidegger no es sólo antropocéntrico,
sino etnocéntrico, en la medida en que gira fundamentalmente alrededor del
hombre occidental (o del pensar occidental) –al que da preeminencia sobre otros
(a los que simplemente ignora).
Dicho sea de paso, el hombre no es algo que deba ser
mejorado (¿‘mejorado’ en qué sentido, cabe preguntar?), sino que debe ser superado,
dejado atrás.
Los futuros sólo cuentan con el saber que les viene de
las ciencias de la vida: la genómica, la ecología, la biogeoquímica, la
biocomunicacion… Los pilares del mundo nuevo, del mundo que viene, del mundo
por crear.
*“Pero
la vida, y aquí en especial la vida humana, regulará de antemano la posición de
las condiciones propias de sí misma y en general la posición de las condiciones
de aseguramiento de su vitalidad, de acuerdo con el modo en que ella misma
determine su esencia”. Heidegger, Nietzsche,
T. I, p. 437 (La voluntad del poder como conocimiento, 1939).
¿De
acuerdo con el modo en que ella misma determine (o ‘interprete’, dice más
adelante) su esencia? ¿No hay, pues, búsqueda de ‘su’ verdad, o conocimiento
cierto acerca de su esencia? ¿Depende tan sólo de cómo la vida (humana) se
tenga o se conciba (se determine o se interprete) a sí misma?
El
conocimiento que hoy tenemos acerca de la esencia (del ‘ser’) de lo viviente no
admite dudas. Es el resultado de una búsqueda apasionada acerca de ‘nuestra’
verdad. La vida en el cariotipo humano estaba
destinada a descubrir su genuina esencia (el motor puede haber sido la pulsión
innata de conocimiento). La curiosidad, el afán por saber, por conocer, la
sinceridad y la seriedad de la búsqueda… dieron finalmente sus frutos. Ahora
recolectamos. Ahora sabemos, gustamos, disfrutamos de los frutos de nuestro
conocimiento. Ahora, también, el saber acerca del ser que somos se nos impone,
nos obliga a “regular
de antemano la posición de las condiciones propias de sí misma y en general la
posición de las condiciones de aseguramiento de su vitalidad”. Y no precisamente como resultado de una libre o
caprichosa determinación, o de la elección entre varias interpretaciones
candidatas (las que han sostenido los grupos humanos en los últimos milenios,
por ejemplo).
El
ser que se es no se elige, no es el producto de una libre determinación o
elección. El ser que se es nos viene dado. Es lo que es, sin más. Nuestro ser se
ajusta al ser viviente único. Fragmentos de lo Uno primordial, esto somos.
*
Hasta
la próxima,
Manu
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